KAFKA, UNA VIDA ALREDEDOR DE LA ESCRITURA. DE RÜDIGER SAFRANSKI




(diseño de Gerardo Morán)

(detalles de fotogafías y dibujo al final)

Mi vida es el titubeo antes del nacimiento. (Diarios, 24 de enero de 1922)

Estoy hecho de literatura, no soy nada más ni puedo ser nada más. (Carta a Felice Bauer, 14 de agosto de 1913) 

Luego de haber escrito potentes ensayos sobre disimiles autores, tales como Heidegger, Nietzsche, Goethe y Schopenhauer, el filósofo alemán Rüdiger Safranski se detuvo en Franz Kafka y su obra, tarea que siempre constituye un desafío, pero de la que ha salido más que airoso. 

En este caso, la “estrategia” de Safranski fue la de ir desmenuzando las distintas ficciones kafkianas (amén de otros escritos del autor checo) cotejándolas con la amplia correspondencia que pudo conocerse después de su muerte, así como con sus fundamentales Diarios. Esto facilita al lector adentrarse en el mundo creativo, en las inquietudes y las vacilaciones de este autor único, “padre” del decir literario del siglo XX, “vidente” que iba a anticipar la monstruosidad de la guerra mundial como los cambios de paradigmas que se dieron en la humanidad una vez recuperada la paz. 

Porque, de cierta manera, Kafka anticipó el desconcierto contemporáneo, la laicidad del ser urbano, la visión desencantada de la propia vida. Kafka fue el exégeta de lo que iba a venir, “pintó” su aldea íntima con los tonos oscuros del existencialismo antes de que este emergiera, entre tantos otros aportes.

 

Con pasión de entomólogo, Safranski escudriña en cada una de las obras del autor checo quien, como se sabe, publicó muy poco en vida, dejó sus tres grandes novelas inconclusas y solo la decisión de Max Brod (el consecuente amigo y admirador de Kafka) de no hacer desaparecer la enorme obra ha permitido conocer esa vastedad única, que reclama lecturas incesantes para (intentar) comprenderla en su totalidad. 

Al respecto, Safranski recuerda las instrucciones concretas que Kafka dejó a Brod para que destruyera su obra después de muerto, a sabiendas de que su amigo no lo haría, por lo que el autor alemán deduce que el escritor “no podía desear realmente la destrucción de sus manuscritos”. Tras lo cual añade: “A Brod hay que agradecerle que no se destruyera una obra inmensa”*.


Kafka se lanzaba a la aventura de escribir con pasión arrolladora. A cada uno de sus textos le dedicaba los mayores esfuerzos y buscaba expresarse trabajando a destajo, con agobiante tenacidad, hasta que, en determinado momento, no podía seguir con ellos. Era como una suerte de visionario (aunque nunca perdía contacto con la realidad, el mundo concreto) que avizorara una suerte de luz, intensa, avasallante, y no pudiera llegar a ella. No pudiera contarla, porque -podría decirse- se trataba de una totalidad imposible de referir en palabras. 

El aporte de Brod, se sabe, fue fundamental para conocer la parte sustancial de la obra kafkiana, dado que en vida el escritor había publicado muy poco, pese a sus reiteradas intenciones de difundir sus trabajos.


De los publicados en vida, bien se sabe que se destacan dos textos capitales: La transformación (antes conocida como La metamorfosis), de 1915 y En la colonia penitenciaria, publicada cuatro años más tarde. No está de más precisar que el hombre urbano que se vuelve un insecto monstruoso, por un lado, y la tortura brutal que se ejercita contra los prisioneros en la referida colonia, por el otro, resultan centrales para comprender a Kafka. 

En un caso, señala las extremas dificultades que tenía para convivir y al mismo tiempo para ser entendido. En el segundo, y aunque no fuese ese su propósito anticipó nada menos que la sevicia que “pintó” a la Segunda Guerra Mundial y al, por entonces, impensado epicentro que fueron los campos de concentración. 


“Dios no quiere que escriba, pero tengo que hacerlo”, le “confesó” Kafka a su amigo Oskar Pollak. Lo dicho, aunque en ningún momento le interesaba sobresalir socialmente, era consciente de esa suerte de destino que sentía en lo profundo de sí mismo y del que nunca se apartó. 

El muy atractivo libro de Safranski -aunque no haya sido esa su intención central- también sirve para comprender más a fondo las intenciones que tuvo Kafka en la composición de sus principales obras. Es así que ofrece una minuciosa “disección” de las tres grandes novelas del autor: El desaparecido (Brod la había titulado erróneamente América), centralmente escrita en 1912, El proceso, elaborada entre 1914 y 1915, y El Castillo, cuya redacción le tomó gran parte del año 1922. 


Karl Rossman es el protagonista de El desaparecido, el personaje que intenta la “conquista” de esa América capitalista y dinámica que de cierta manera Kafka idealiza y que termina perdiéndose mientras se dirige a “Oklahama” (y no Oklahoma). En el camino personaje y novela se disipan hasta diluirse en la nada. “Es el camino de la inmensidad”, advierte Safranski.


 
Josep K, señala el ensayista, “conoce la culpa del auto descarrío existencial de la que no tenía la menor idea”. Es el inolvidable personaje central de El proceso: “Alguien debía haber calumniado a Josep K. porque, sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana”. 

A partir de ahí, el desconcierto, la defensa imposible ante una justicia que se muestra tan ajena como imperturbable. Como diría la Reina de Alicia: “Primero la sentencia, luego el juicio”. Safranski desmenuza la novela que Kafka abordará con pasión mientras Europa es sacudida por la Gran Guerra. El sentimiento de culpa que acompañará al escritor durante toda su vida se infiltrará en la novela que en algún momento dejará de escribir. En octubre de 1914 detiene su redacción para escribir, febril, En la colonia penitenciaria que terminó en pocos días. 

Safranski relaciona la escritura de El proceso con el complicado vínculo de Kafka con Felice Bauer: “Esa fase productiva había comenzado cuando parecía terminada su relación con Felice y acaba cuando empieza a relacionarse de nuevo con ella”. Nunca pudo acordar con esa mujer que lo instaba a hacer cargo de la fábrica de amianto de la familia, mientras él solo se encontraba en la literatura. “Se acabó la escritura”, anota Kafka en su Diario del 20 de enero de 1915. 


Milena Jesenská fue la mujer que-no-pudo-ser en la vida de Kafka. Tuvieron una relación breve, condicionada por el hecho de estar casada. Intensa y distinta, Milena fue admiradora incondicional de Franz, al que tradujo al checo, dado que escribía en alemán (fue, por otra parte, una mujer admirable, que por opositora al nazismo perdió su vida en un campo de concentración).** 

En 1920 ya había decidido no seguir vinculada sentimentalmente con Kafka, aunque mantenía su preocupación por un hombre al que veía, según le comentó a Brod, “como una persona desnuda entre personas vestidas”. También lo ve como alguien obligado a confeccionar toda su vestimenta antes de salir a la calle y allí quedar de nuevo expuesto, con su ropa en descomposición: “Y para colmo se topa con una turbamulta de gente a la caza de judíos”.

 


En ese contexto y luego de año y medio sin escribir, Kafka emprende la redacción de El castillo, en enero de 1922: “Había caído la noche cuando K. llegó. El pueblo estaba sumido en la nieve. No se veía nada del cerro del castillo, lo rodeaban niebla y tinieblas”. 

Safranski encuentra correlaciones entre el personaje K y el autor checo: ambos no logran insertarse en la comunidad en las que les toca vivir. Kafka se quejaba de su “carencia de suelo, de aire, de precepto”. K. es un agrimensor convocado por el señor del castillo al que nunca llegará. “El castillo se escapa -escribe Safranski- permanece intangible y, a veces (…) es como si hubiera desaparecido. No es nada”. 

Y termina en nada la historia cuando su hermana Ottla, el familiar que más lo entendía y alentaba, su hermana más querida, decide dejar la casa rural que tenían que en la localidad de Planá -en la que Kafka vivió momentos de felicidad- y a él “le resultaba insoportable quedarse solo”. El correlato es el abandono de la novela: “Voy a tener que dejar metida para siempre en el cajón la historia del castillo”, le escribe a Max Brod.


 Josefina la cantante es el último relato que escribe Kafka, en momentos en que la tuberculosis estaba acabando con sus fuerzas postreras. Lo concluyó dos meses antes de morir. En el relato Josefina con su canto se destaca en un mundo de ratones. No está claro por qué Kafka decidió contar la historia desde esa perspectiva. Lo que sí se destaca, y lo hace Safranski, es que el “tarareo sibilante” de la protagonista se impone sobre los demás. Y no tanto eso, sino el extenso silencio que lo acompaña: “Puede oírse la manera en la que un algo minúsculo se afianza en medio de una nada abrumadora”. 

En definitiva, dice el ensayista, “pasa a ser un símbolo de la autoafirmación de una existencia insignificante en un mundo hostil”. Como si fuera el retrato último del doctor de Praga que tanto dijo y cuyos ecos siguen llegando hasta nosotros.

Kafka. Una vida alrededor de la escritura (Kafka. Um sein Leben schreiben), de Rüdiger Safanrski

Tusquets, Barcelona, 2024, 313 páginas

Traducción de Jorge Seca Gil  

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*Como lo demostraría huyendo de Praga en el último minuto (mientras las tropas invasoras ingresaban a la capital checoslovaca) portando solo dos valijas, en una de las cuales llevaba toda la obra de Franz, incluyendo sus dibujos. 

**Dos libros la recuerdan: Milena, biografía de Margarete Buber-Neumann (Tusquets) y Soy Milena de Praga, novela de Monika Zgustova (Galaxia Gutenberg).

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Nota sobre el centenario de Franz Kafka y comentario sobre Tú eres la tarea, de Reiner Stach, aforismos de Kafka recopilados y comentados por Stach. Publicado el 3.6.2024 

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Comentario sobre ¿Este es Kafka? 99  hallazgos, de Reiner Stach. Video entrevista a Stach, duración 1, 21 minutos. Publicado el 17.10.21

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Comentario sobre Milena, biografia de Margarete Buber-Neumann, datos biográficos de la autora. Publicado el 12.1.2018

Comentario sobre la novela La grandeza de la vida, de Michael Kumpfmüller, en la que habla sobre los últimos días de Kafka. Publicado en Postales del 3.9.2015

Fotografías y dibujos (de arriba abajo): En el diseño de inicio fotografía de Rüdiger Safranski; Kafka en la plaza vieja de Praga, alrededor de 1920, frente al Palacio Kinsky, en las cercanías se encontraba el negocio de su padre; Max Brod en la ancianidad, en su residencia en Israel; primera edición de Die Verwandlung (La transformación, antes La metamorfosis, 1915); Oskar Pollak; primera edición de la mal llamada Amerika (luego El desaparecido, 1927), primera edición de Der Process (El proceso, 1925); Milena Jesenská; primera edición de Das Schloss (El castillo, 1926), primera edición de Josefine, die sängerin (Josefina, la cantora, 1924); dibujo de Kafka (tomado de Los dibujos, de Franz Kafka, Galaxia Gutenberg, 2021)

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