“Cartas a Véra”
de Vladimir Nabokov
RBA, Barcelona, 2015, 781 páginas
Edición de Olga Vorónina y Brian Boyd
Traducción de Marta Rebón y Marta Alcaraz
En España: 20 euros
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“Entraste en mi vida, pero no como quien hace una visita
corta e improvisada sino como quien se adentra en un reino donde todos los ríos
han esperado tus reflejos y todos los caminos tus pasos” le escribió Vladimir
Nabokov en una de las primeras cartas dirigidas a su esposa Véra. Lo curioso
fue que no se trataba de una serie de palabras vanas y sin demasiada sustancia,
sino de una convicción que duraría más de 50 años y que sólo se extinguiría con
la muerte del gran escritor, cuando Véra quedó tan sola y tan desolada que le
pidió a su fiel hijo Dmitri que alquilaran un avión para estrellarse en
cualquier lugar.
Véra sobrevivió varios años a Vladimir (él murió en 1977
y ella catorce años más tarde), pero su vida dejó de ser activa y sólo estuvo
dedicada a sustentar su convicción de que había convivido con un genio y que su
obra, sin duda extraordinaria, se extendía más allá de novelas, cuentos, obras
teatrales, poemas y ensayos. Por eso le acordó valor a su correspondencia, a la
que preservó, mientras que no dejó “en pie” ni a una sola de sus cartas
personales, porque Véra, pese a lo fundamental que resultó en la vida del autor
de “Lolita”, no se concedía a sí misma mayor importancia.
Se conocían diversas cartas que Vladimir envió a su
esposa a lo largo de una convivencia nunca interrumpida de 54 años, pero el año
pasado fue la primera vez que se las compiló en su totalidad y ahora se han publicado
en nuestro idioma, en un excelente trabajo que es obra tanto de Olga Vorónina y
de Brian Boyd (él, una especie de “garantía” respecto de Nabokov y su obra),
como de las traductoras Marta Rebón y Marta Alcaraz.
Es que Nabokov nunca fue fácil, ni aun en la
correspondencia que circunstancialmente envió a su esposa, en los pocos
momentos en que, desde que se comprometieron en 1925, estuvieron separados.
Como tanto Vladimir como Véra eran exiliados, vivieron muchas vicisitudes en
una Europa que se preparaba para esa confrontación que terminó siendo
inexorable llamada la Segunda Guerra Mundial. Vladimir la había conocido en un
baile en la que ella, “escondida” tras una máscara, lo encaró para recitarle
una gran cantidad de poemas que escribiera el ruso bajo el seudónimo de
Vladimir Sirín. Nabokov quedó más que sorprendido, porque él era sólo conocido,
y a medias, por la comunidad exiliada de su país. Sin embargo y aunque quedó
impactado por esa mujer misteriosa, no le prestó excesiva atención porque estaba comprometido con una jovencita.
Pero Vera (por entonces su nombre se escribía sin acento) no era una persona
que se dejara vencer con facilidad, de manera que le envió varias cartas
buscando establecer una relación que al final se produjo porque el compromiso
aludido no prosperó.
Nada les fue fácil. El padre de Nabokov, un político
liberal, había sido asesinado en un atentado político registrado en Alemania.
Su madre quedó sin dinero y con varios hijos a su cargo, por lo que debió
refugiarse en Praga, en la entonces Checoslovaquia, porque allí recibió una
pequeña pensión que sólo le permitió vivir en pésimas condiciones (padre y madre de Nabokov en la foto).
A su hijo no le iba mejor. Aunque ya comenzaba a impactar con sus trabajos –primero con sus poemas, más adelante con sus excelentes primeras novelas (“Mashenka”, “Rey, dama, valet”; escribió nueve novelas en ruso, la mayoría de ellas en los años ’30)-, le costaba muchísimo conseguir dinero para mantener a su familia (su hijo Dmitri nació en 1934) y al mismo tiempo asistir a su madre y hermanos. Por eso debió alejarse varias veces de su hogar, buscando oportunidades en Francia, Bélgica, Inglaterra…, oportunidades que pese a múltiples promesas nunca fructificaron en empleos fijos. Lo que conseguía eran tareas esporádicas, tales como colaboraciones, y con ellas mal vivían.
A su hijo no le iba mejor. Aunque ya comenzaba a impactar con sus trabajos –primero con sus poemas, más adelante con sus excelentes primeras novelas (“Mashenka”, “Rey, dama, valet”; escribió nueve novelas en ruso, la mayoría de ellas en los años ’30)-, le costaba muchísimo conseguir dinero para mantener a su familia (su hijo Dmitri nació en 1934) y al mismo tiempo asistir a su madre y hermanos. Por eso debió alejarse varias veces de su hogar, buscando oportunidades en Francia, Bélgica, Inglaterra…, oportunidades que pese a múltiples promesas nunca fructificaron en empleos fijos. Lo que conseguía eran tareas esporádicas, tales como colaboraciones, y con ellas mal vivían.
La condición de judía de Véra no era un tema menor al
residir en una Alemania día a día más intolerante. Tanto, que en su
correspondencia debió inventar diversos juegos de palabras cuando hablaba de
dinero, por si sus cartas llegaran a ser interceptadas.
Se conoce el hecho que el calvario de los Nabokov
comenzó a desaparecer cuando finalmente lograron radicarse en los Estados
Unidos en 1940, tiempo después de que la madre de Vladimir falleciera en Praga
donde fue muy mal atendida. Más tarde, con escándalos y censuras incluidos,
llegaría “Lolita” y con ella la fama
internacional, el dinero que siempre faltó y la ulterior radicación en Suiza,
donde ambos residieron en un hotel hasta sus últimos días.
Los “años americanos”, como los llamó Boyd en un
excelente ensayo bio-bibliográfico, los mantuvo cerca, de manera que la
correspondencia mermó de manera considerable, y por eso este libro entrega, por
sobre todas las cosas, al hombre joven que trataba de encontrar una salida en
medio de un laberinto que parecía extender sus galerías sin solución de
continuidad.
Además de la condición de judía, poco después de casada
Véra sufrió un cuadro de fuerte depresión por lo que debió ser internada en una
clínica que mantuvo alejado un tiempo al matrimonio, porque la “misión” central
de Vladimir era la de conseguir dinero. Nada fácil en una época de gran
recesión y múltiples desconfianzas hacia el extranjero.
En su correspondencia de los ’20 y los ’30 del siglo
pasado (que, insisto, es la más copiosa y rica del libro) Nabokov dejaba
traslucir sus preocupaciones, pero en un primer plano -por denominarlo de algún
modo- buscaba levantar el ánimo a su esposa que no las tenía todas consigo. Al
parecer nunca fue buena su relación con la madre del escritor, ni con su
familia política y aunque Nabokov no llevaba una vida de lujos y tenía que
hacer frente a compromisos sociales que detestaba, no debía lidiar en el día a
día con un niño pequeño, una mala relación parental, la soledad y las
insuficiencias económicas que limitaban la vida de Véra.
En las cartas los requiebros amorosos, las demandas de
respuestas epistolares que Véra sólo enviaba en cuentagotas, las pequeñas
bromas, los graciosos apodos inventados al pasar para llamarla de una u otra
manera (“mi colchoncito”, por ejemplo) el detalle a veces abrumador de lo que
hacía o dejaba de hacer en cada jornada, devienen constantes. A ello, muy
seguido, Nabokov agregaba acertijos o cuadros que recuerdan lo que hoy son las
palabras cruzadas, por entonces inexistentes.
Nabokov escribía en un ruso antiguo, porque férreo
opositor del comunismo, se negaba a introducir los cambios gramaticales que
había impuesto la revolución de 1917. Cada tanto, insertaba poemas, o hacía
comentarios sobre los que estaban en proceso de elaboración. También, hablaba
de cómo lograba impactar en las reuniones a las que asistía, donde no pocas
veces declamaba sus versos, que en la mayoría de los casos tenían gran
recepción.
Un sinnúmero de exiliados rusos “desfilan” en su
correspondencia, así como los grandes nombres literarios de la época, desde
Joyce al editor Gallimard, pero lo que apena al lector es advertir los
esfuerzos vanos de Nabokov para hacer pie, económico, laboral, en un mundo en
crisis donde –en definitiva- no hubo lugar para él, pese a aquella afirmación
de la gran Nina Berbérova, quien sostuvo que ya con sus primeras obras Nabokov
había logrado que “toda una generación estuviera justificada”.
Véra fue una mujer de fuerte personalidad –se decía que
andaba siempre armada y que llegó a formar parte de un grupo que atentó contra
Trotsky- que dejó todo de lado para hacer de asistente múltiple de su esposo.
Así se transformó en dactilógrafa, chofer, traductora, secretaria y cuanto más
reclamara de ella Nabokov. Fue colaboradora tenaz y eficaz y así se cuenta que salvó los originales de "Lolita" de las llamas a las que Nabokov los había condenado (foto de la película dirigida por Stanley Kubrick, con guión del autor). Todo lo hizo por una decisión de la que al parecer jamás
se arrepintió, siendo que tenía condiciones muy marcadas para llevar una vida
más independiente.
Al parecer, Véra le fue fiel a lo largo de los más de
cincuenta años de matrimonio, pero Nabokov no lo habría sido tanto. En 1937 la
relación con Véra estuvo a punto de naufragar cuando el escritor se involucró
sentimentalmente con la poeta rusa exiliada Irina Guadanini, pero esa relación
quedó cortada de cuajo cuando Véra le reclamó que adoptara una decisión
definitiva. Ya radicados en los Estados Unidos, Nabokov habría mantenido relaciones más efímeras con algunas de sus alumnas, pero a las que Véra supo
alejar de manera expeditiva.
Este cuidado volumen se enriquece con el prólogo
exhaustivo de Brian Boyd (foto) exégeta de la obra de Nabokov, autor de los
imprescindibles “Vladimir Nabokov, los años rusos” y “Vladimir Nabokov, los
años americanos”, así como por los múltiples detalles complementarios que
acompañan a las “Cartas”. Destaquemos, entre otros, las soluciones a los
acertijos que plantea el autor en su correspondencia, así como las múltiples aclaraciones
acerca de nombres, símbolos, palabras en clave, sobreentendidos, que Nabokov
incluye en las misivas. A ello se suma un exhaustivo índice onomástico (aparte
de un segundo, relativo a las obras del autor de “Pálido fuego”), todo lo cual
vuelve infrecuente a este volumen que se torna imprescindible para conocer un
poco más a este gigante de las letras universales, al que siempre vale la pena
regresar.
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Este libro aún no ha sido distribuido en la Argentina.
Según el propio autor, su nombre debería pronunciarse Vladímir
Nabókoff. Durante cierto tiempo en castellano apareció acentuada la segunda
sílaba de su apellido, pero de a poco esa grafía fue quedando en el
olvido.
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“Te necesito,
sí, mi cuento de hadas. Porque tú eres la única persona con la que puedo
hablar, ya sea del matiz de una nube, del tintineo de un pensamiento o de que
hoy, cuando fui a trabajar, miré a la cara a un girasol alto, y él me sonrió
con todas sus semillas. Hay un minúsculo restaurante ruso en la parte más sucia
de Marsella. Allí engullí mi pitanza con los marineros rusos y nadie sabía
quién era yo ni de dónde venía, y yo mismo me sorprendí de que en otro tiempo
gastara corbata y calcetines finos. Las moscas revoloteaban sobre las manchas
de sopa de remolacha y de vino; de la calle llegaban un frescor acídulo y el
rumor sordo de las noches portuarias. Y mientras aguzaba el oído y observaba a
mi alrededor, me dio por pensar que me sé de memoria los poemas de Ronsard y
que recuerdo los nombres de los huesos craneales, de las bacterias, de los
extractos de las plantas. Fue extraño”.
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Datos
biográficos
Vladimir Nabokov (1899-1977) nació en
San Petersburgo, en una acomodada familia aristocrática. En 1919, a
consecuencia de la revolución rusa, abandonó su país para siempre. Tras
estudiar en Cambridge, se instaló en Berlín, donde empezó a publicar sus poemas
y novelas en ruso con el pseudónimo de Vladimir Sirin. En 1937 se trasladó a
París y en 1940 a los Estados Unidos, donde fue profesor de literatura en
varias universidades. En 1960, gracias al gran éxito comercial de “Lolita”, pudo abandonar la
docencia y poco después se trasladó a Montreux, donde residió, junto con su
esposa, Véra, hasta su muerte. Fue su principal colaborador su hijo
Dmitri, fallecido en 2012. Nabokov fue un famoso entomólogo, especializado en
mariposas, una de cuyas especies, que descubrió, lleva su nombre. Obra: “Máshenka” (1926,
novela), “Rey, dama, valet” (1927-1928, novela), “La defensa” (1929-1930, novela), “El ojo” (1930, novela corta), “Regreso
de Chorb”, (1930, cuentos), “Gloria” o “Tiempos románticos” (1932), “La hazaña”
(1932, novela corta), “Cámara oscura” (1932, novela), “Desesperación”, (1936,
novela), “La dádiva” (1937-1938; 1953, novela), “Invitado a una decapitación” o
“La invitación a la ejecución” (1938, novela), “Vals y su invención “ (1938, obra
teatral), “Risa en la oscuridad,” (1938, novela), “El hechicero” (1939, novela
corta), “La verdadera vida de Sebastian Knight”, (1941, primera novela escrita
en inglés), “Barra siniestra” (1947, novela), “Las otras orillas” (1954, autobiografía);
“Lolita” (1955, novela), “Primavera en Fialta” (1956, cuentos), “Pnin” (1957,
novela), “Pálido fuego” (1962, novela), “Habla, memoria” (1967, autobiografía),
“Ada o el ardor” (1969, novela), “Cosas transparentes” (1972, novela), “Una
belleza rusa” (1973, cuentos), “¡Mira los arlequines!” (1974, novela) y “El
original de Laura” (1975-1977, publicada en forma póstuma en 2009, novela).
También de Nabokov se conocieron sus cursos de Literatura Europea y de
Literatura Rusa y sus entrevistas periodísticas compiladas en “Opiniones
contundentes” (1973). Un total de 16 películas, de diversa duraciión y procedencia, se realizaron basadas en su obra, destacándose entre ellas "Lolita", 1962, dirigida por Stanley Kubrick, con guión del mismo autor y actuación de James Mason, y "Desesperación", 1978, dirigida por Rainer Werner Fassbinder y con la actuación de Dirk Bogarde.
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