Franz Kafka. Los dibujos
Galaxia Gutemberg, Barcelona, 2021, 368 páginas
Edición de Andreas Kilcher con la colaboración de Pavel
Schmidt
Con ensayos de Judith Butler y Andreas Kilcher
Traductores Amelia Pérez de Villar y Carlos Fortes
Una verdadera “explosión” de calidad, buen gusto y originalidad significa este libro, presentado en simultáneo por diversas editoriales del mundo, en distintos idiomas, volumen que reúne por primera vez la totalidad de los dibujos del gran autor. Libro de verdad excepcional, que vale celebrar
“Debes saber que tiempo atrás era un
gran dibujante, pero luego me puse a aprender dibujo académico con una mala
pintora y eché a perder todo mi talento (…) En aquella época, ya han pasado
muchos años, esos dibujos me satisfacían más que cualquier otra cosa”. (Carta
de Franz Kafka a Felice Bauer)
Corresponde hacer un paréntesis, fundamental. Debemos en
forma absoluta a Max Brod (1884-1968) haber conocido universalmente a Franz
Kafka puesto que, es bien sabido, se negó a hacer desaparecer la totalidad de
la obra de su admirado amigo, tal como se lo reclamó (podría decirse, se lo
exigió) el autor de El proceso en su lecho de muerte.
Distintas leyendas se han instalado a lo largo de los
años en relación con Kafka. Una de ellas es la que sostiene que el escritor
nunca estuvo realmente interesado en difundir su obra. La publicación de la
excepcional biografía de Reiner Stach sobre el autor checoslovaco (Kafka,
Acantilado, 2016) desmiente el tópico. En efecto, Franz Kafka experimentó
reiteradas frustraciones al intentar publicar sus primeros libros, debido a las
torpezas e inconsecuencias de sus editores.
También es real que, dejando de lado su famosa y concluida La transformación (antes mal llamada La metamorfosis, publicada en vida de Kafka) dejó inconclusas sus tres centrales novelas, es decir El proceso, el castillo y El desaparecido (mal llamada América), por lo que, al momento de morir, mientras sufría como pocos los estragos de la tuberculosis, estaba desilusionado de todo, incluyendo su magnética obra.
Y, como se sabe, Brod resolvió no atender las súplicas de
su íntimo amigo y guardó todo lo que a él concernía. Corresponde agregar algo
más, fundamental, acerca de lo que no se ha dicho lo suficiente: Brod aguardó
hasta último momento su partida a la entonces Palestina (fue un ferviente y
consecuente sionista) y mientras las tropas nazis invadían Praga huyó con solo dos
valijas, en una de las cuales llevaba la totalidad de las obras de Kafka.
La segunda “salvación”. Obvio es decir que muy pocos se hubieran sacrificado como Brod en aras de la memoria de su amigo. Fue así como pudo conocerse la obra escrita del gran creador. A lo que hay que agregar que Brod salvó también los dibujos, cuya publicación íntegra celebra hoy el mundo.
Un segundo comentario adicional: Kafka no daba valor a su
obra pictórica. De hecho, dibujaba como al pasar, esbozos, en muchas ocasiones,
que borroneaba y al rato arrojaba a la basura. Al escritor siempre le interesó
el mundo de la plástica, pero su paso por una academia conservadora lo alejó
del dibujo y la pintura. Se puede decir que lo frustró. Pero siguió dibujando sus
pequeños personajes y afines mientras escribía, y Brod se preocupó, en todo momento
y circunstancia, de preservarlos de la basura y el olvido. Es por eso que, pasados
tantos años, podemos ver de una manera casi, o totalmente, deslumbrante sus
complejas experiencias pictóricas.
Eran más que conocidos sus “hombrecitos” esquemáticos, sentados o puestos de pie, concebidos en fuertes y breves trazos, con clara influencia del expresionismo. Kafka, dijo alguna vez Milan Kundera, nos enseñó el mundo de la oficina (urbana, metropolitana, contemporánea), un mundo de laberintos, grisáceo o, en determinadas circunstancias, territorio del horror. Esos hombrecitos, reiterados en este libro, pertenecen a dicho orbe.
El resto son esbozos, o caricaturas, o figuras que no
terminan teniendo definición, hasta fantasmales en determinados casos, seres
amorfos, que recuerdan las pesadillas narradas por Kafka, centralmente. en La
transformación y En la colonia penitenciaria.
Es cierto que Brod siempre estuvo obsesionado con su
amigo, no tanto con su persona, sino en relación a su creatividad, porque estaba
muy seguro de su excepcional talento, al punto de que -y es apenas un ejemplo-
cuando en Praga se constituyó un grupo rupturista (“Grupo de los ocho”), ajeno
al naturalismo de la época, Brod no dudó en proponer presentarles a “un grande,
grande artista”, aludiendo a Kafka, por entonces un desconocido.
Una excepcional tormenta. La tormenta creativa siempre acompañó al inmenso autor y eso explica por qué, tantas veces, abandonaba sus empresas. Entiendo que le ocurría porque la exigencia creativa era tal que no terminaba de redondearla, digamos de “darle vida”. Aquello era un fuego incesante (último, definitivo) que llegaba a intuir, pero al que no lograba llegar. Transcurrido tanto tiempo desde su muerte o, en todo caso, desde que su obra cobró difusión mundial, hasta donde sé nadie se ha animado a “completar” esa obra a medio terminar. Presumo porque se ubica en el terreno de lo inabordable.
Volviendo a Brod, así como protegió la obra escrita de su
amigo, se dedicó con entusiasmo y, más que eso, tozuda resolución, a recoger los
dibujos kafkianos, a punto tal que los recortaba de libros y similares en cuyos
márgenes el narrador dejaba su “huella” plástica.
Esto es lo que recoge el presente libro, de excepcional
calidad gráfica, de algo más de 360 páginas en grueso papel ilustración y un
peso total que supera el kilogramo. De veras muy bello, exquisito en el
cuidado.
La introducción y una de las dos notas de cierre (“Dibujo y escritura en Kafka”) están a cargo de Andreas Kilcher, profesor de Teoría de la Literatura y la Cultura en la Escuela Politécnica Federal de Zúrich, ha concurrido como profesor invitado a diversas universidades, entre ellas la Hebrea de Jerusalén y las de Tel Aviv, Princeton y Stanford. Ha publicado múltiples artículos sobre Kafka.
La autora de la segunda nota (“Pero… ¿qué suelo? ¿Qué
pared? Kafka dibuja el cuerpo”) es la filósofa posestructuralista
norteamericana Judith Butler, en tanto que el autor del catálogo detallado de
los dibujos es Pavel Schmidt, artista y estudioso del arte, fue profesor de la
Academia de Artes Plásticas de Munich y se dedica al estudio de obras
literarias, especialmente la de Kafka.
Un prolongado litigio. Antes de llegar al libro definitivo, estuvo en discusión, y durante esas seis décadas, la propiedad intelectual de la obra de Kafka. Brod, propietario de esos trabajos, los preservó para, en principio, legarlas a las sobrinas del escritor, únicas sobrevivientes de los campos de concentración nazis en los que murieron las tres hermanas de Kafka. Sus padres habían fallecido a comienzos de la década de 1930.
Pero Brod no obró de esa manera porque, aunque una parte
llegó en efecto a las sobrinas, preservó para sí la parte central de la obra a
la que terminó depositando en un banco de Zurich. En simultáneo, y sin que
tomara estado público, donó en vida dicho patrimonio a su secretaria y amiga
Esther Hoffe, y a las hijas de esta.
Muerto Brod, Hoffe empezó a vender parte del patrimonio,
pero al poco tiempo intervino la Biblioteca Nacional de Israel, puesto que había
sido interés expreso de Brod que el reservorio del escritor debía ser preservado
en dicha institución. Fallecida Esther, las hijas se negaron a realizar la
correspondiente entrega, sosteniendo que eran las únicas propietarias de la
discutida herencia. En definitiva, luego del larguísimo litigio, diversos
fallos a favor de la Biblioteca israelí zanjaron las diferencias y es por eso
que los dibujos terminaron siendo conocidos en su totalidad por el gran
público.
Aunque Brod tuvo la intención de publicar sus dibujos en
libro, nunca lo concretó. En su vida solo se conocieron unas escasas imágenes. Este
libro reúne más de 160 trabajos de Kafka, sobre los cuales se ofrece profusa
información. En cuanto a su calidad, los entendidos sostienen que se mixturan
con asombrosa facilidad con la obra ficcional del escritor praguense.
Kilcher, en un extenso y minucioso artículo de ochenta páginas, vincula a Kafka con las corrientes renovadoras de las artes visuales de su época, por lo que no considera que se está ante trazos ligeros realizados sin interés ni sentido. La abstracción, el expresionismo, el hecho de que “el dibujo se separa del mero trabajo preparatorio para una pintura y se emancipaba como arte propiamente dicho”, todo eso destaca el analista, quien los enmarca en el múltiple `proceso de cambios que vivió el mundo, y Europa, y la entonces Checoslovaquia, y Praga (y Kafka mismo) luego de la Primera Guerra Mundial.
La excelencia, entonces, se hace presente en este libro
con los dibujos del gran escritor rescatados en su totalidad, los informes complementarios
sobre cada uno de ellos, la muy cuidada reproducción gráfica y, en fin, los
exhaustivos estudios incorporados a este libro sobre cuya existencia solo cabe
celebrar.
Franz Kafka. Llos dibujos, fue
editado en simultáneo, en varios países y en diversos idiomas por Galaxia
Gutemberg de España, C.H. Beck Verlag de Alemania, Adelphi de Italia, Yale
University Press de Estados Unidos, Cahiers Dessinés de Francia, Wydawnictwo
Literackie de Polonia y Atheneum de Países Bajos.
Las ilustraciones, de arriba abajo: Franz Kafka en una
calle de Praga, 1920 aprox.; dibujo de Kafka; El escritor y su amigo Max Brod
en un balneario: uno de los famosos “hombrecitos” de Kafka, que ilustraron las
portadas de sus obras publicadas por el sello alemán Fischer en 1954; la
cuidada edición de Galaxia Gutenberg; retrato de la madre del autor y
autorretrato del escritor; uno de los más conocidos dibujos de F.K., de difícil
interpretación, nótese que el personaje de la derecha lleva una máscara; Max
Brod cuando ya residía en Israel, donde falleció en 1968, a los 84 años
Datos para una biografía
Franz Kafka (Praga, 1983) fue hijo de una familia de comerciantes praguenses, judíos askenazíes: Hermann Kafka y Julie Lówy . Se doctoró en derecho, cursó estudios de germanística e historia del arte y a los veintitrés años comenzó a trabajar en una compañía de seguros. Goethe, Eckermann, Byron, Swift, Flaubert y la Biblia fueron algunas de sus lecturas habituales. Su obra comprende relatos, novelas y más de tres mil páginas con anotaciones de diarios y fragmentos literarios. La transformación (antes mal titulada La metamorfosis), escrita en 1912 y publicada en 1915, está considerada por la crítica como una de las ficciones más influyentes del siglo XX. El proceso, El castillo y El desaparecido (antes mal titulada América), al igual que muchos otros trabajos de Kafka, han llegado a nuestros días gracias a la mediación de su amigo y biógrafo Max Brod, quien, imponiéndose a la voluntad del escritor, se negó a destruir sus manuscritos y dibujos. Aunque comprometido en varias ocasiones, Kafka nunca se desposó. Terminó sus días enfermo de tuberculosis en un sanatorio de Kierling, cerca de Viena, abnegadamente acompañado por la joven Dora Diamant. Sus tres hermanas murieron asesinadas en los campos de exterminio nazi. Hacia 1983, Borges declararía: “Kafka ha sido uno de los grandes escritores de toda la literatura”. Kafka falleció en Kierling en 1924.
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Comentario
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