Hablo, por cierto, de Franz Kafka y del mundo que gestó, bien
llamado kafkiano, que cada día que pasa, aún hoy, más se acentúa. Un mundo de
desconciertos, de pesadillas, absurdo cuando no incomprensible. El mundo en el
que, insensiblemente, nos podemos volver unos insectos que no queremos ser y
que todos rechazan de manera inexorable.
Kafka escribió para sí, describiendo la pesadilla como mejor lo podía hacer hasta arribar a cotas inalcanzables, que atisbaba, pero que no llegaba a traducir en palabras. Por comparación la obra que llegó a publicar en vida con la que empezó a conocerse poco después de fallecer resultó mínima: una cincuentena de relatos publicados en escasos libros. Sus inconclusas novelas (El proceso, El castillo y El desaparecido, antes conocida como América) tuvieron primeras ediciones entre 1925 y 1927, mientras que la correspondencia comenzó a ser difundida en la década de 1950, incluyendo su famosa Carta al padre, que su progenitor nunca conoció. Vale decir que lo grueso de su obra se difundió después de que falleciera el 3 de junio de 1924, es decir exactamente cien años atrás.
Bien se sabe que la tuberculosis volvió más que penoso el
último período de su vida, dado que la enfermedad se ensañó con su garganta al
punto de que estuvo prácticamente impedido de ingerir alimentos.
Es por todos conocido que “el doctor” en sus últimos días de vida le reclamó a su íntimo amigo Max Brod que quemara todos sus papeles, el mismo pedido que le hizo a su última compañera, Dora Diamant, y que por suerte ambos (cada uno por su lado) decidieron no tomar en cuenta. Sin embargo, aquello que Dora guardó habría terminado desapareciendo. Sin embargo, aquello que Dora guardó habría terminado desapareciendo. Un adicional; Dora se dedicó a atenderlo y a amarlo, le insufló vida allí donde solo había sufrimiento. En vida de Kafka nunca lo leyó y tanto lo amó que llegó a afirmar: “Vivir con él un solo día valía más que toda su obra”. (Gran semblanza de Dora Diamant en nota de la BBC).
Brod
guardaba todo lo que Kafka escribía, incluso aquello que tiraba a la basura
(esta obsesión salvó también a sus particulares dibujos,
a los que el autor de La transformación o La metamorfosis no le
otorgaba importancia). Quince años después de su muerte, en pleno avance de las tropas
nazis que invadían Checoslovaquia y en las últimas horas que le quedaban para fugarse,
Brod pudo huir de Praga con solo dos valijas, en una de las cuales llevaba el “tesoro”
de los textos kafkianos. Sin esa acción límite y ponderable (piénsese en lo que
exiguo que habrá sido su equipaje personal y en los riesgos que habrá corrido
para salvar los trabajos de su amigo muerto) jamás el mundo hubiera conocido
esa obra poderosa y única.
Kafka nació en el imperio austrohúngaro, conformado por
múltiples naciones y culturas, que explosionó al finalizar la Primera Guerra
Mundial. El imperio mantuvo unidas a poblaciones diferentes y no pocas veces
enfrentadas. Fue, por comparación, tolerante, lo que permitió que los judíos
tuvieran menos restricciones que en otras sociedades y por eso el escritor llegó
a recibirse de abogado. Otras carreras le estaban prohibidas.
Su padre era checo y su
madre alemana. Sus progenitores se dedicaron al comercio y a través de él con
el correr de los años fueron enriqueciéndose. El hijo nunca se sintió atraído
por lo mercantil algo que lo alejó de su padre, quien deseaba que participara
activamente de la actividad comercial, de ahí que desdeñara su tarea en la
aseguradora. Las disidencias fueron constantes y por el lado del escritor
quedaron plasmadas en su Carta al padre que se publicara
póstumamente, cuando padres y hermanas habían ya fallecido. Sus tres hermanas
fueron asesinadas en campos de concentración durante el nazismo.
Kafka estudió en una escuela alemana y escribió en ese idioma, lo cual le generó resistencias entre los checos nacionalistas. Aún hoy esas resistencias, que fueron muy acentuadas durante el régimen comunista, si bien han disminuido nunca dejaron de existir.
Existencialista avant la lettre, marcado por el expresionismo de su época, Kafka no logró sostener una fluida relación con los escasos editores que se avinieron a publicar sus primeros trabajos. Aunque la leyenda lo muestre desinteresado en difundir su obra, y también como un ser misógino o de difícil trato, lo cierto es que le importaba publicar y que, por otra parte, fue amigo de sus amigos, sociable y acompañado por un gran sentido del humor. De cierta manera, un humor soterrado, indirecto, acompaña a sus obras en las que sus personajes no encuentran pie en un mundo que parece correr en sentido contrario a lo normal.
Kafka contó sobre ese mundo que entrevía y trataba de
narrar en sus ficciones. En algunas de ellas fue claro y terminante. Los
ejemplos más válidos son La transformación (o La metamorfosis, 1915) y En
la colonia penitenciaria (1919). En el primer caso, se cuenta la historia
de un hombre que trasformando en monstruoso insecto termina siendo destruido
por su propia familia. Las interpretaciones de este relato cumbre han sido múltiples
y en algunos casos contradictorias, aunque está claro que el personaje no logra
comunicarse con los demás y que los de su entorno (sus familiares,
especialmente) no saben o no quieren ayudarlo y lo que buscan, y logran, es
quitárselo de encima a como diere lugar. En la colonia… parece una
anticipación de los campos de concentración que por suerte Kafka no llegó a
conocer, aunque sí sus familiares asesinados en ellos.
Abordó la redacción de sus novelas con mucho entusiasmo y
ambiciones, pero en los tres casos se desalentó porque no supo o pudo
concluirlas. Como si aquello que bullía en su cerebro, aquello último y
definitivo que había imaginado no hubiese podido trasladarlo a palabras. El genio
que tropieza con su imaginación desbordante, con un “más allá” que vislumbra,
pero no alcanza a tocar en su totalidad y, menos, no lo puede decir.
Apenas balbucear.
Lo absurdo de la vida común está presente en esos textos.
El personaje Josep K que, en El proceso, es arrestado sin saber por qué
y juzgado por algo que nunca terminará por conocer. K, en El castillo,
intentará en vano acceder a las autoridades que habitan el sitio, centro del poder.
Contratado como agrimensor, nos hablará, a través de las situaciones enajenantes
que vive, de la burocracia, de la enajenación, de la imposibilidad de Entender. En
El desaparecido (en rigor su primer intento de novela y la última en ser
conocida póstumamente) el joven Karl Rossman llega a América en un barco
enviado por sus padres, pero no termina nunca de comprender al “nuevo mundo”
que termina siendo para él un incomprensible laberinto.
En su vida, Kafka mantuvo relaciones complicadas con varias mujeres, especialmente la alemana Felice Bauer con la que estuvo a punto de casarse. Su relación con Milena Jesenská fue más intelectual que pasional. Milena, de enorme personalidad, muerta en un campo de concentración, admiró profundamente al autor del que fuera una verdadera y persistente propagandista. La tercera mujer que incidió en su vida fue Dora Diamant, periodista como Milena, más joven que Kafka y que lo acompañó en sus desgraciados últimos años de vida.
Kafka fue un eficiente empleado de una compañía de
seguros internacional. Un trabajo sobre accidentes laborales, elaborado por
Franz, resultó central para la empresa y redobló el valor que le daban como
empleado. Su padre lo quería distinto, más ligado al comercio y por eso su
relación siempre fue tensa y dificultosa, al igual que con la mayor parte de su
familia (de ahí que no debe descuidarse el costado autobiográfico de La
transformación). Kafka fue un empleado ejemplar, pero también reclamaba
tiempo libre para poder escribir, describir, descubrir, su mundo de ficción.
Al respecto, con mucha sinceridad, al padre de Felice
le escribió: “Todo mi ser se centra en la literatura, y hasta los treinta años
he mantenido ese rumbo a rajatabla; si alguna vez lo abandono, dejaré de vivir”.
Por suerte, de él, queda su valioso e imperecedero legado que sigue tan vigente como cuando empezó a difundirlo en vida y que se acrecentó a partir del momento en que Brod, ya asentado en Jerusalén, comenzó a darlo a conocer al mundo entero. Obra que sigue viva y que ahora mismo nos sigue interpelando.
1917 fue un año fundamental en la vida de Kafka. La mayor parte de su tiempo la pasaba en una pequeña casita propiedad de su hermana menor, Ottla, la que más lo comprendía y que por eso se la facilitó para que pudiera escribir con mayor libertad, esto es, alejado de su familia. En la madrugada del 11 de agosto de ese año tuvo una convulsión pulmonar y terminó escupiendo sangre, muestra evidente de que padecía tuberculosis.
El escritor no quiso someterse a las terapias habituales sino que se inclinaba por una medicina “natural” asociando la enfermedad con el
estilo de vida del propio enfermo, una tendencia de la época a la que adhería
con considerable fervor.
La presencia del mal que terminaría con su vida siete
años más tarde se mixturó con un proceso expresivo que lo llevaba a escribir
de una manera más abstracta, más próxima a la metafísica y a los autores que
había empezado a frecuentar, entre ellos Kierkegaard.
Kafka se convenció de que para combatir su enfermedad el
ambiente rural le sería más propicio, por lo que aceptó pasar una
temporada en la casa que había comprado Ottla para vivir con su flamante esposo
en una población llamada Zürau. Allí no fue espectador pasivo, sino que
participó tanto en el apareamiento de cabras como en la recolección de papas y
otros productos del campo. Al mismo tiempo escribió profusamente en “papelitos”,
como los denomina el estudioso Reiner Stach, una serie de aforismos de carácter
filosófico, metafísicos en muchos casos, que seguían el camino iniciado en su
libro de relatos Un médico rural (1919). “Camino hacia la abstracción”,
señala el ensayista alemán.
Para Kafka esos apuntes, reiteradamente corregidos y más tarde copiados y aumentados con nuevos aportes y aclaraciones, no fueron menores ni circunstanciales. En ellos, dice Stach, Kafka se refiere a temas complejos como “el mal, “la verdad”, “la fe”, “el mundo espiritual”., la relación entre la verdad y la mentira, el bien y el mal, el mundo espiritual y el mundo sensible. El autor de El proceso no tenía por entonces convicciones religiosas profundas, pero sí le interesaba el Antiguo Testamento.
Ocurría en
el tiempo en que, a instancias de Max Brod, comenzó a indagar sobre la condición
judía, mientras analizaba la alternativa de trasladarse a Palestina, como lo
estaban haciendo no pocos jóvenes judíos europeos que advertían un creciente rechazo
a raza y creencias, fenómeno racista que se repetía en distintas naciones del
Viejo Continente, en tanto avanzaba el fascismo en sus distintas variantes,
todas intolerantes.
En ese contexto Kafka escribió los aforismos que han
sido ahora recopilados, analizados y comentados por Stach, quizás el más grande
especialista vivo en el autor checoslovaco y sobre el que escribiera una
biografía sencillamente extraordinaria.
“Lo que tengo que hacer solo puedo hacerlo solo
-escribe Kafka- aclararme sobre las cosas supremas”. Los aforismos (palabra que
quizás habría que entrecomillar porque en rigor no terminan de ser tales), emergen como pensamientos herméticos que Stach se encarga de comentar, de aclarar en la
medida de lo posible. Resultan abstracciones reflexiones no siempre
comprensibles referidas a la búsqueda de sentido. En muchos aspectos guardan un
interés literario antes que religioso.
Pensamientos abstractos, complejos y “cerrados” que
Stach, con paciencia casi de entomólogo, se encarga de esclarecer. Un profundo
libro reflexivo y un nuevo aporte, de alta lucidez, por parte del “exégeta”
alemán, para ampliar la comprensión del pensamiento del autor inmortal.
“Tú eres la tarea”, aforismos de Franz Kafka. Edición, prólogo y comentarios de Reiner Stach. Acantilado, Madrid, 2024, 253 páginas. Traducción de Luis Fernando Moreno Claros
Fotografías, de arriba abajo: portada de la primera edición en alemán de El proceso; Dora Diamant; el puente Carlos, en Praga; Milena Jesenská; Felice Bauer y Kafka; portada de “Tú eres la tarea”, en la que aparecen Kafka y su hermana Ottla en la campiña checa; Max Brod
En Noticias desde el sur
Comentario sobre la novela La grandeza de la vida, de Michael Kumpfmüller, sobre los últimos días de la vida de Kafka y la compañía de Dora Diamant. En “Postales”, 3.9.2015
Comentario sobre ¿Este es Kafka? 99 hallazgos, de Reiner Stach. Video entrevista a Stach. 17.10.2021
Comentario sobre Franz Kafka, Los dibujos.3.1.2022








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