BORGES POR DOS: CURSO DE LITERATURA ARGENTINA, DE JORGE LUIS BORGES Y BORGES POR PIGLIA, DE RICARDO PIGLIA
(diseño de Gerardo Morán)
Hablo de dos libros notables conocidos el año
pasado: el Curso de literatura argentina, magnífico rescate de
Nicolás Helft de unas clases dictadas por Borges en Michigan, en 1976, y de Borges
por Piglia, segundo rescate, en este caso a través de un esmerado volumen
que recupera las cuatro clases públicas del siempre recordado autor de Respiración
artificial dictadas a través de la Televisión Pública en 2013. ´
Invitado por el profesor norteamericano Donald Yates, el principal impulsor de la obra de Borges en el mundo de habla inglesa, el escritor argentino desarrolló sus clases entre enero y marzo de 1976, tiempos aciagos para la Argentina, aunque él se había ubicado al margen de esos momentos de desconcierto y dolor.
Es por eso que sus charlas apuntaron a lo que le
interesaba, es decir detenerse con generosidad en una literatura que estaba quedando
atrás. Porque en dichas clases habló de Almafuerte y de Paul Groussac, de
Ascasubi y de Lugones, de Hernández, Güiraldes y Sarmiento, por lo que se puede
afirmar que “cerraba” la literatura argentina en torno al año 1920. Lo que había
venido después no lo tomaba en cuenta, aunque en ese desdén incluyera a
Roberto Arlt, Horacio Quiroga, Leopoldo Marechal entre tantos y tantos y tantos.
Hasta a Adolfo Bioy Casares, Silvina y Victoria Ocampo…
Borges habló entonces de lo que le importaba: llegó a
sostener que Almafuerte era el más importante pensador argentino, defendió a la
poesía gauchesca como el género por excelencia de la literatura vernácula y (esto
también) se dedicó con gran capacidad y notable memoria a dar clases de
excepción sobre el Martín Fierro.
¿Ellas fueron en realidad consideraciones sobre sus
propias búsquedas y hallazgos literarios, sobre sus gustos y disgustos, y hasta
su concepción sobre la propia historia argentina, como sostienen algunos
críticos? De cierta forma se puede decir que fue así, porque era una personalidad
que solo hablaba de lo que interesaba y en este caso su interés radicaba en
abordar las obras de autores que, por diversas vías y circunstancias, incidían
en sus trabajos.
En este sentido, cabe repetir las palabras que dirigió a
sus alumnos en el inicio de las clases: “Quiero
advertirles que no pienso enseñarles literatura argentina porque esas cosas no
se enseñan. Yo he sido profesor de Literatura Inglesa y Americana durante unos
veinte años en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos
Aires y me di cuenta de que era absurdo enseñar literatura. Creo que lo
que uno puede enseñar es el goce de ciertos libros, el hábito de ciertos libros
y que un profesor no tiene derecho a imponer sus opiniones”.
Y a partir de allí se despachó a gusto. Habló de afectos
y defectos, de su doble “procedencia”: la patricia, a través de su madre
Leonor, y la erudita, es decir la infinita biblioteca de su padre. Habló
admirativamente de Sarmiento (a quien Piglia califica como “mejor escritor” que
Borges), se referirá a Rosas como el tirano y no nombrará a Perón, pero tampoco aludirá a él en buenos términos. Hablará largamente sobre el Martín Fierro
(especialmente sobre su primera parte, “la Ida”) y, claro está, denostará el
hecho de que los argentinos hayan preferido a ese libro que, en definitiva,
exalta al gaucho matrero, en vez del Facundo. Y, cuando le toque hablar de Don Segundo Sombra, lo comentará con cierta nostalgia, como el que añora el bien
perdido.
La elección de nombres no deja de ser caprichosa,
porque Lugones o Sarmiento o José Hernández tuvieron y tienen una clara significación
en la literatura argentina que obviamente no poseen Almafuerte o Paul Groussac,
nombres a los que dedicó espacio y tiempo. Pero, ya se sabe, Borges seguía por
caminos propios y solo se refería a lo que considerara importante.
De las clases, las más interesantes son las referidas
a Martín Fierro y a su autor.
En un momento de ellas, Borges expresaba: “Creo que el
Martín Fierro ha sido muy bien escrito y muy mal leído. El propósito de
Hernández no fue presentar un hombre ejemplar; fue presentar un hombre que se
viene abajo, un hombre que empieza siendo, como él dice, empeñoso y
diligente / y sin embargo la gente / me tiene por un bandido y mostrar cómo
los años de servicio en la frontera y los años de vagabundaje, lo arruinan.
Cómo empezamos con un hombre decente y concluimos con un desertor, un asesino,
y finalmente con un hombre que, con toda inocencia, se pasa al bando enemigo”.
(p. 136).
En el decurso de estas disertaciones “descubrirá”
ciertas mentiras propias de la literatura que no se corresponden con la “realidad”
y así hará referencia al hecho de que cuando Fierro y Cruz huyen a las
tolderías indígenas este le cuente “de un tirón” su vida, algo que no era
propio del gaucho, de habla medida y escasa y renuente a hablar de su vida con
un extraño (esto
lo desarrolla Borges más ampliamente en sus Diálogos con Osvaldo Ferrari)
.
El gran autor añoraba el país que había sido, el país del siglo XIX antes del
arribo de la ola de inmigrantes europeos que iba a modificar sustancialmente a
la Argentina en el siglo siguiente (Piglia trata esto muy bien en sus clases públicas). Eso que extrañaba era un mundo de gente que
se conocía entre sí, vale decir la clase alta de Buenos Aires, que leía las
mismas cosas, hablaba los mismos idiomas y participaba de los mismos valores.
Un mundo afín, en el que Borges se reconocía. Un mundo conocido.
A Borges siempre hay que leerlo, porque su literatura es única, entrañable, resulta “inaugural” (en el sentido de que parece constantemente renovada) cada vez que se acude a sus textos, ya fuesen cuentos, poemas o ensayos. En todos ellos hay no solo una escritura, sino una lección amena y al mismo tiempo profunda de literatura.
En cuanto a las conversaciones con sus alumnos en
ellas prevalece la amenidad, así como la increíble memoria borgiana, su
habilidad para enlazar hechos aparentemente inconexos. También su humor. Su,
entonces, alegría de vivir.
Un gran escritor. Un libro para leer y atesorar. Un
libro para agradecer.
En cuanto a las clases de Ricardo Piglia, cabe
recordar que las ofreció en la televisión pública argentina en septiembre de
2013 (pueden verse en
YouTube). Lo central fue la “recuperación” del Borges que no había sido
alcanzado por la ceguera (ni por la fama), en esos años que van desde fines de
la década de 1930 a comienzos de la de 1950 cuando entregó sus mejores y más
trascendentales trabajos. Años, recuerda el disertante, que mostraron al gran
escritor desarrollando diversas tareas para ganarse el sustento diario.
Entre esos grandes textos Piglia se detuvo en “Tlön,
Uqbar, Orbis Tertius”, relato de 1940 que quizás sea el más complejo de toda su
obra (“¿Qué habrán pensado los lectores de La Nación cuando abrieron el diario
y se encontraron con eso? ¿Qué es eso?” se preguntaba Piglia y se respondía:
“Eso es lo que Borges llamaba literatura fantástica”).
En el relato, Tlön es un planeta inventado por una
secta con medios únicamente discursivos. Orbis Tertius es el mundo descripto en
la lengua del imaginario planeta Tlön que en el relato es una región mítica de
otro país dudoso, Uqbar. En el cuento Borges ofrece una representación
totalizante del cosmos a través de los avatares de algunas pesquisas
personales. Es una ficción de alta complejidad de la que se pueden extraer
múltiples conclusiones.
Piglia avanza sobre otros textos de la misma época,
tales como “Pierre Menard, autor del Quijote” u “Hombre de la esquina rosada”,
relato sobre el que dice que continúa con lo gauchesco, “pero trabaja con el
compadrito, que es el hijo del gaucho, no ya con el gaucho a caballo sino con
el orillero, el tipo que está en el borde de la ciudad”.
El recordado autor de Plata quemada no se
detiene solo en esos textos centrales de la obra borgiana, entre los que cabe
citar a “Sur”, “El Aleph”, y “La muerte y la brújula”, entre otros, sino que
también “convoca” a textos menos relevantes del maestro dado que le sirven para
reforzar las distintas ideas que va revelando a su auditorio, tan atento como
participativo.
Borges, señala Piglia, generalmente no hablaba de los
grandes maestros, con la excepción de Dante Alighieri, entre unos pocos, sino
que se detenía en autores “menores”, con los que se sentía más identificado,
quizás hasta más cómodo, como Chesterton, Kipling, Stevenson o Wells.
Autor en los márgenes, cuando se lo buscaba en un
lugar no se lo encontraba, decía Beatriz Sarlo.
Las cuatro clases de Piglia resultan fascinantes. En
cada una de ellas muestra los “desplazamientos” de Borges desde un sitio que
hoy llamaríamos “de confort” hasta otros, disímiles, muy personales, de los que
habla muy poco y que corresponde descubrir. Es como si a través de sus textos
“observara” a la literatura, la diseccionara encontrándole otras motivaciones,
otros sentidos. Entre tanto que ha dicho Borges con lucidez única, y que Piglia
recoge y destaca, cabe repetir aquello de que “la ficción no refleja la realidad,
sino que la postula”.
Las clases fueron cuatro, tres de ellas se reproducen
textualmente en tanto que la cuarta fue modificada porque el mismo escritor lo
había hecho para su Escenas de la novela argentina (que Eterna Cadencia
publicó tres años atrás).
Piglia fue un cálido, inteligente y muy agradable
disertante. ”Piglia conseguía esa dosis justa de gracia, haciéndonos creer que
los alumnos y lectores éramos parte de su razonamiento”, dice Edgardo Dieleke
en el colofón de este libro que ha sido preparado con gran esmero.
Esmero que corresponde agradecer a cuantos trabajaron en el rescate de sus imprescindibles clases, destacando el mérito de Graciela Portas, prologuista y (todo indica que fue así) responsable central de esta meritoria edición. Corresponde señalar que el propio autor pudo controlar y “ajustar” esas clases con el apoyo de colaboradores, especialmente el de Portas. Trabajo más que ponderable puesto que Piglia lo hizo cuando ya sufría los embates de la fatídica ELA, que lo llevaría a la muerte.
Se lo extraña a Borges. Se lo extraña a Piglia.
“La literatura es un arte que sabe profetizar aquel tiempo en que habrá enmudecido y encarnizarse con su propia disolución y cortejar su fe” (de “La supersticiosa ética del lector”, texto de Borges de 1931, fragmento con el que Piglia cerró su última disertación).
Curso de literatura argentina, de Jorge Luis Borges.
Dictado en la Universidad de Michigan en 1976.
Edición, prólogo y notas de Nicolás Helft.
Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2024, 284 páginas.
Libro al cuidado de Daniela Portas, epílogo de Edgardo
Dieleke, con diversos agregados, entre ellos una entrevista de Piglia a Borges.
Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2024, 218 páginas y
tres fotografías de época
En Noticias desde el sur
Comentario sobre Medio siglo con Borges (ensayo), de Mario Vargas Llosa. 27.8.2020
¿La novela que Borges nunca escribió? (nota, con un
aporte de Fernando Sorrentino). 20.3.2018
Treinta años sin Borges (nota). 14.6.2016
Fotografías
(de arriba abajo) Jorge Luis Borges y Donald Yates; Borges conversando con sus alumnos en la Universidad de Michigan; Borges con Ricardo Piglia y una tercera persona de la que no se dan sus datos así como se omite el año (tomada del libro Borges por Piglia); Ricardo Piglia dictando una de sus charlas en la Televisión Pública Argentina
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