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Diseño: Gerardo Morán |
“Los diarios
de Emilio Renzi III. Un día en la vida”, de Ricardo Piglia.
Editorial
Anagrama, Barcelona-Buenos Aires, 2017, 294 páginas.
En España:
21,90 euros. En Argentina: 395 pesos.
“Ataque casi metafísico con ahogos que duran
todo el miércoles: termino en el Hospital Alemán a medianoche. Respiración artificial, o casi. Los
ahogos del padre, las identificaciones conocidas. Ahora me repongo con
inyecciones y tranquilizantes. El primer ataque lo tuve hace unos diez años
cuando fui con Julia a la casa de mi madre en Mar del Plata, ella, irónica,
prepara la cama, oh Electra, esa noche me desperté sin poder respirar. Todo muy
trivial”.
Transcribo una de las “entradas” del diario de
Emilio Renzi (alter ego del fallecido escritor argentino Ricardo Piglia)
correspondiente a 1977, uno de los años más terribles de la última dictadura
militar argentina y que el autor transcribió en el tercer y último volumen de
los diarios de Renzi, que termina de aparecer, a diez meses de su
fallecimiento.
Antes de morir, Piglia –afectado por la
esclerosis lateral amiotrófica, ELA- asistido por colaboradores, trabajó
intensamente para dejar preparados varios libros, entre ellos lo que resultó la
tercera parte de sus “Diarios”, cuyos volúmenes anteriores se conocieran en
2015 (“Los años de formación”) y 2016 (“Los años felices”). Cuando comenté este
último, me preguntaba cómo resolvería el autor la continuación de la serie,
puesto que el primer volumen comprendió los años que van de 1957 a 1967 y el
segundo el período que se ubica entre 1968 y 1975.
Piglia lo solucionó de esta manera: la primera
parte refiere a los llamados “años de plomo” (1976-1982) que coinciden con el
período represivo, en el que vivió momentos de zozobra (un departamento en el
que vivía fue allanado por paramilitares cuando él no se encontraba), mientras
Buenos Aires se volvía un coto de caza de la represión y se exiliaban o
“desaparecían” amigos, conocidos, y tantos más. Al mismo tiempo, Piglia a trancas y barrancas fue
elaborando lo que se considera una de las novelas centrales de ese período,
también de su propia obra, y una verdadera renovación en la literatura
argentina contemporánea: “Respiración artificial”, que iba a aparecer en 1982 y
tendría amplia circulación en el país, a pesar de las censuras y las
represiones. De ahí que resulte significativa la “entrada” que rescató el autor
y con la que inicié este comentario. Como subrayé, en ese 1977 ya hablaba de la
“respiración artificial”.
La novela que publicó cinco años después
resultó, de manera sesgada, la “crónica” de un tiempo determinado. No porque en
él “denunciara” hechos políticos, sino porque en sus páginas podía percibirse
el momento oscuro, sin oxígeno podría decir, del tiempo que entonces se vivía.
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Universidad de Princeton |
Un día en
la vida.
En la segunda parte del volumen que estoy comentando, Piglia decide interrumpir
la transcripción de los diarios, como si hubiera considerado que no valía la
pena seguir avanzando con ellos luego de superado el período de la dictadura,
alcanzada la madurez y haberse afianzado de manera definitiva como escritor al
publicar “Respiración artificial”. Por lo tanto determinó que lo siguiente
fuera una suerte de compendio de su vida más adulta, los años que en la
Argentina se han vivido en democracia y que fueron además coincidentes con las
largas épocas en las que trabajó como profesor en diversas universidades, entre
ellas las de Harvard y Princeton, en los Estados Unidos.
“Un día en la vida” resulta entonces un texto
autoficcional, la “novela del yo” (a la que sin embargo se declara muy refractario)
aunque “intermediado” por Emilio Renzi, que se vuelve personaje: “Le interesaba
la construcción literaria de la vida de un artista. Por ejemplo, un día en la
vida de Stephen Dedalus, un día en la vida del Cónsul, un día en la vida de
Quentin Compson”. Y agrega lo siguiente, que subrayo: “Lo entusiasmó la idea, iba a concentrar en un día sus años futuros”.
También, es cierto, consideraba que se había terminado una etapa de
expectativas. Lo que ha seguido no terminaba de importarle: “Ahora, subrayó, después de la derrota,
todos habían vuelto al redil”. Obvias discrepancias ideológicas, políticas y una generalizada insatisfacción personal.
Vuelvo a la segunda parte del volumen: en
cerca de noventa páginas, Piglia condensa más de treinta años de su vida. Que,
como se sabe, vive Emilio Renz (sin que falten las ironías ni los chismes). Cientos de sus cuadernos, de los más de
trescientos que escribió a lo largo de su vida, quedaron “fundidos” en un texto
extenso, en el que relata hechos banales, así como sus pensamientos complejos sobre
filosofía, literatura, ética, estética, confesiones políticas y también
aspectos de su vida privada, aunque aquí muestra reservas porque en la mayoría
de los casos cita a distintas personas por sus nombres u apodos sin agregar
demasiado más. Aunque claro, algunos resultan muy reconocidos, como cuando se
refiere a “David” (Viñas) o a “Juani” (Saer).
En todo momento la ciudad de Buenos Aires es
una presencia viva, como lo son sus bares, las películas que ve, los libros que
lee, sus visitas a amigos en librería o en sitios particulares. Y en todo
momento Piglia, que se sabía un escritor potente e inteligente (sin eludir, a veces, la pedantería), es la literatura
la gran protagonista, la que reclama, la que lo lleva a consensos, disensos,
insatisfacciones, pequeños o grandes logros. Su última verdad, aquella a la que
apeló cuando tuvo sus inclinaciones o incitaciones hacia el suicidio.
Cobran significación sus reiterados viajes a
Estados Unidos y también a España, donde su obra comenzó a ser reconocida en
las últimas décadas, cuando el sello Anagrama se hizo cargo de ella. Desde ahí
se expandió aún más la obra de Piglia quien comenzó a recibir distinciones
internacionales.
Pero el autor optó por “pulverizar” los
cuadernos, que durante tantos años fueron leídos sólo por escasísimas personas.
Y esa pulverización decidida por el
autor a partir de lo que escribiera, y viviera, de 1982 para adelante, se
debió, según interpretaba, a que “lo que venía después era previsible y mundano
y no formaba parte de la historia de la formación de su espíritu personal”.
La tercera parte del volumen es aún más breve,
se titula “Días sin fecha”, está constituida por once entradas, la última de
las cuales refiere a la enfermedad que le causó tantos problemas en sus años
finales y sobre la que habla, diría con pudor, en algunas partes de este libro
y a la que alude en el comienzo mismo del volumen: “Había pasado varios meses,
exactamente desde principios de abril de 2014 hasta fines de 2015, trabajando
en sus diarios, aprovechando una dolencia, pasajera según sus médicos, que le
impedía salir afuera, como decía Renzi bromeando a sus amigos”. Después, al
final, escribirá: “La silla de ruedas, el andar mecánico, el cuerpo metálico.
(//) La enfermedad como garantía de lucidez extrema (//) Una dolencia
pasajera”.
Piglia no puede dejar de apelar a la ironía y
por lo tanto este libro se cierra con extrema nostalgia, con verdadera pena.
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Los años jóvenes |
Anotación del Diario,
jueves 18 de octubre de 1979:
“Voy a matarme,
sólo falta la hora y el día, dijo. Estaba en el bar y parecía contento, lo que
hablaba no parecía ser dicho por él. Después agregó sonriendo: por de pronto,
puedo pensar que he vivido con mejor suerte de la que hubiera podido esperar.
Lo que viene no traerá el deterioro para mí. Terminó el vaso de whisky y pidió
otro con un gesto, se pasó la mano por el cuello, como quien se degüella, pero
el mozo entendió lo que le pedía y le trajo otro whisky. Habría que decirlo de
otra manera: espero no tener miedo y poder hacer lo que he decidido. Necesito
una ventana alta y coraje suficiente para no pensar durante un instante. Miró
por la ventana. Está linda la tarde, dijo. No tengo ya futuro, ni ilusión
ninguna. Ya no quiero ni puedo vivir de este modo. El asunto entonces es
decidir y actuar. Será una forma de terminar con dignidad ¿Qué puedo hacer
desde ahora hasta ese momento?, miró al mozo que se alejaba con la botella de
whisky, como esperando que le respondiera. He decidido matarme por distintas
razones que prefiero no explicar. Todos tenemos una buena razón para matarnos,
continuó eufórico. Por mi parte, las razones son varias, básicamente estoy muy
cansado. Está claro que no puedo ya establecer relaciones fluidas con el mundo
y que cada vez estoy más solo y más aislado. El mozo había vuelto a la mesa y
lo escuchaba con aire preocupado, sosteniendo la bandeja con una mano. Está
claro que ya nada me interesa y que desconfío de mis propios proyectos. Ahora
solamente tengo que tener el coraje de matarme. El bar estaba vacío a esa hora,
pero una mujer madura, sentada en una mesa cercana, escuchaba con interés lo
que él decía. La miró y le dijo: la clave será decidir la fecha y no
postergarla ¿no le parece, señora?, le preguntó sonriendo hacia la mesa vecina.
El único problema es saltar por la ventana, eso parece fácil, pero es preciso
elegir un lugar lo suficientemente alto como para asegurar que no quedaré
baldado. He estado pensando, dijo, ir al lugar, abrir la ventana, pasar las
piernas del otro lado y tirarme al vacío. Levantó el vaso de whisky y saludó a
la mujer con un gesto, como si brindara con ella. ¿Podré? ¿Usted qué piensa? Si
no puedo será el declive total. Hay que pensar un modo que sea infalible,
señora mía”.
En el blog:
Video:
“Ricardo Piglia, sobre sus diarios:
Experimentar dos vidas”. Duración 2,20 minutos (con subtítulos en inglés).
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