“Los diarios
de Emilio Renzi”. Tomo II: “Los años felices”, de Ricardo Piglia.
Anagrama,
Barcelona-Buenos Aires, 2016, 419 páginas.
En España:
21,90 euros. En Argentina: 425 pesos.
Hasta hace
pocos años, se sabía que el argentino Ricardo Piglia venía escribiendo un
diario acerca del cual se negaba a proporcionar pistas concretas, aunque lo que
sí anticipaba es que antes que “narrarse” su vida lo hacía a partir de la
literatura, porque para el autor de “Respiración artificial” vida y literatura
van juntas. O más bien se confunden.
Como es
sabido, Piglia aceptó finalmente difundir esas páginas que fueron secretas
durante décadas, inicialmente en publicaciones y por fin en libro, el primero de
los cuales se conoció el año pasado. Lo particular del caso es que resolvió que
antes que los cuadernos de Ricardo Piglia fueran presentados en sociedad como
los de Emilio Renzi, protagonista de varias de sus ficciones y transparente
alter ego del autor (Emilio es su segundo nombre y Renzi el apellido materno).
En “Años de
formación”, el primer tomo, Piglia, a través de Renzi, recorrió pasajes de su
niñez, que incluyó una intensa relación con su abuelo que vivía en Adrogué, su
tiempo de estudio de la carrera de Historia en la Universidad de la Plata y sus
comienzos como escritor. Aunque de inmediato fue reconocido como un autor
infrecuente, tanto en el campo de la narrativa como en el del ensayo, el
escritor argentino interrumpió el tomo I en 1967, es decir hasta cuando se conociera su primer libro, aparecido en Cuba ese mismo año,
donde ganó un premio. También fue el año en que se publicó en Argentina el mismo libro, pero más ampliado, con el título de "La invasión".
El segundo tomo. “Los
años felices”, decidió titular, con no poca ironía, al segundo tomo, que apareció
el mes pasado en simultáneo en distintos países y cubre el período que va de
1968 a 1975, años en que Piglia se instala en Buenos Aires y se vuelve un
protagonista central de la vida cultural porteña, a pesar de su juventud (nació
en 1941). Como se dijo, además de publicarse en La Habana “Jaulario”, en Buenos Aires la muy innovadora editorial Jorge Álvarez, de la que sería uno de sus principales
colaboradores, le edita los cuentos de “La invasión”, ambos libros colocan a Piglia en el primer plano de los nuevos narradores argentinos.
Los presuntos
años felices representan, en realidad, un período muy agitado de la vida
política argentina. Perón vivía exiliado en Madrid, emergen los primeros grupos
armados y se cometen atentados y son asesinados diversos personajes públicos, tales
los casos del ex dictador Pedro Aramburu y los dirigentes sindicales Augusto
Vandor y José Alonso. El país era regido por otro dictador militar, Juan Carlos
Onganía, quien buscaba perpetuarse en el poder y aplicó una política crecientemente
represiva.
Fueron años
de gran agitación, que incluyó el asesinato de estudiantes en distintas
manifestaciones y una radicalización de sectores sindicales, especialmente en
la ciudad de Córdoba. La intelectualidad no podía rehuir el debate público, en
el que Piglia participaba aunque siempre privilegió su vida privada ligada a la
literatura.
Fueron años,
además, de mucha creatividad, destacándose la constante actividad artística y
política de Julio Cortázar y la irrupción de ese enorme escritor que fue Manuel
Puig (incomprendido en el comienzo de su carrera literaria y muy defendido, y
entendido en profundidad, por Piglia), además de la existencia de publicaciones
disímiles, como los semanarios “Primera Plana” y “Panorama”, el diario “La
Opinión” y revistas señeras y polémicas como “Crisis” (dirigida por Eduardo
Galeano) y “Los libros”, uno de cuyos responsables fue el propio Piglia, hasta
que por motivos políticos se alejó de su dirección.
El debate
político era intenso. El escritor argentino asumía posiciones de izquierda y
aunque no deseaba confrontar con el peronismo (en un determinado momento
escribe que no ubicaba a Perón a en el campo “enemigo”) no participaba del
entusiasmo de la intelectualidad de la época, que fue tornándose
mayoritariamente peronista a medida que las confrontaciones y las tensiones
políticas iban en aumento.
Mientras
vivía una inquietante vida amorosa (fue una época en que, según reflejan estos
diarios, tuvo diversas relaciones y convivió varios años con una de ellas, Julia,
ligada al mundo literario), mantenía discusiones (acuerdos y desacuerdos,
muchos proyectos) con personajes de la época, como lo fueron David Viñas –su
amigo de años, hasta que éste partió al exilio-, Luis Gusman, Beatriz Sarlo,
Carlos Altamirano, Andrés Rivera, Miguel Briante (otro de sus grandes amigos),
Luis Di Paola, Juan Gelman, Ismael Viñas, Antonio Dal Masetto, Rodolfo Walsh,
Beatriz Guido, Haroldo Conti, así como muchos más.
Lo central, la literatura. Significativo resulta leer en estos diarios que Piglia/Renzi se
cuestionaba sus dificultades para escribir ficción o, mejor, para presentar
libros nuevos. Tanto es así que pasan varios años antes de dar a conocer su
nueva serie de cuentos, “Nombre falso”, de 1975, integrada por una serie de
relatos inolvidables, especialmente su tan valorado, con justicia, “Homenaje a
Roberto Arlt”. Por la misma época, el cuento “La loca y el relato del crimen”,
le posibilita ganar el premio de un viaje a París, en un certamen organizado
por una revista de la época, galardón otorgado por un prestigioso jurado que
presidió Borges.
Pero los autocuestionamientos
de Plglia no parecen tener tanto sentido, porque por esos mismos años su
actividad intelectual es intensa, casi inusitada: dicta clases y cursos, ofrece
conferencias, organiza colecciones, escribe solapas de libros, lee y escribe
sobre casi todo lo que se publica en Buenos Aires, trabaja en traducciones
(selecciona libros policiales para una famosa colección que tuvo a su cargo en
esos años), al tiempo que reflexiona muchísimo sobre literatura y determinados
autores, especialmente Borges, Pavese, Chandler, Tolstoi y Brecht.
En
simultáneo, y de manera bastante secreta, trabaja en dos arduos proyectos
narrativos que se conocerán mucho tiempo después, los que corresponden a sus
novelas “Respiración artificial”, texto que aparecerá en 1980 y que será
considerado como la gran alegoría del tiempo represivo de la dictadura militar
de Videla y sucesores (1976-1983) y “Plata quemada”, sobre un asalto a un banco
de la provincia de Buenos Aires que tuvo lugar en 1965, cuyos autores fueron
ubicados luego en Montevideo donde terminaron muertos, y que sólo se iba a
conocer en 1997.
Piglia
decidió ser franco y hacer públicas las filias y fobias de esos años, sus
discusiones, sus pensamientos particulares. Vive momentos de grandes
dificultades económicas y situaciones complicadas, como cuando por casualidad
logró evitar ser detenido por el Ejército que fue a buscarlo a su casa. No
pocas veces elude la generosidad para hablar de sus contemporáneos (aun en el
caso de Viñas, con quien tiene constantes acuerdos así como confrontaciones) y
tampoco lo es consigo mismo, aunque sí tiene gran confianza en su valor como
escritor. Razones no le faltaban.
De todas
estas páginas me importa rescatar al escritor que (mientras el país se
degradaba sin solución de continuidad) especulaba en profundidad sobre su
oficio, al que buscaba incursionando hasta la médula en el por qué y el para
qué de la escritura. De pronto, el lector que va leyendo las historias en
definitiva sólo circunstanciales de la vida cotidiana del tal Renzi, se ve
gratamente sorprendido por momentos brillantes, de gran lucidez, de este –en esencia-
lobo solitario que ha sabido desde el primer momento que debe batallar para lo
que aún hoy sigue siendo en él su gran objetivo: tener un sólido y trascendente
destino literario.
Plantea un
verdadero interrogante saber cómo Piglia resolvió la composición del tercer y
último tomo de los Cuadernos, “Un día en la vida”, previsto para el año
próximo. En efecto, mientras los dos primeros tomos cubren en total los años que van desde 1957 a 1975, el último
llegará hasta prácticamente el presente, vale decir que cubrirá cuarenta años. Es
un enigma, que sólo la publicación de los Cuadernos III dilucidará.
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Leopoldo Marechal |
Piglia reflexiona
sobre el “Adán Buenosayres”, de Leopoldo Marechal (publicada en 1948 estuvo
muchos años sin reeditar, esto explica por qué el autor escribe sobre esa
novela en 1973):
“Leopoldo
Marechal ha realizado un deseo que estaba implícito en la narrativa argentina
desde Sarmiento: escribir la gran novela de Buenos Aires. El latir de los
barrios y el ritmo de las calles, los mundos superpuestos y los personajes
secretos, y especialmente los tonos y el estilo de las voces de la ciudad, hacen
de esta novela uno de los acontecimientos literarios de nuestra lengua.
Marechal ha seguido el ejemplo de Joyce, definir marcadamente el tiempo y el
lugar de una historia. La ciudad fija el ámbito de los acontecimientos y el
relato tiene definidos sus límites temporales (la acción dura un día y medio
desde que el héroe se despierta hasta que muere). En ese marco es posible
desplegar una red amplia de temas y de motivos. En ese sentido Adán Buenosayres está emparentada con
otra de las grandes novelas del siglo: Bajo
el volcán. Las dos empiezan con el protagonista ya muerto y reconstruyen un
día de su vida. Herederas muy creativas del Ulysses
de Joyce, publicadas casi al mismo tiempo, son gemelas en más de un sentido. Son
obras maestras absolutas de la narrativa de la segunda mitad del siglo XX. En cierto
sentido, fueron libros ‘malditos’ que debieron soportar la incomprensión. La
carta de Lowry y la explicación de Marechal a Prieto son ejemplos de la alta
conciencia literaria. Son artistas clásicos, formados en Virgilio. Los únicos
libros que pueden arrimarse a los grandes proyectos de los veinte (Ulises, Los siete locos). Las relaciones con Joyce están en el centro. La
preocupación por Dante como ejemplo. La conciencia extrema de lo que se está
haciendo. El trayecto por la ciudad. La ciudad como tema de una novela. Novela
en clave. Una de esas claves es la autobiografía. Adán encarna cierto trayecto
metafísico del autor. Ambiente literario (Bernini). La ratonera de la vida
vulgar. La trascendencia. El destino del héroe. Despertar metafísico de Adán.
Marechal y la tradición del nacionalismo católico. Revista Sol y Luna, 1947. Adán es un Ulises moderno que sigue los pasos del
héroe homérico. Otros son correlatos invertidos, como Tesler lo es de Aquiles
(no sólo por su quimono-escudo, sino por su orgullo). Ruth es Circe, la
seducción en traje de cocina. Parodia y amplificación grotesca. El viajero
caminante cuyo destino es la inmovilidad. Viaje iniciático hacia la cruz.
Historia de una conversión”.
Datos para una biografía
Ricardo
Piglia (Adrogué,
provincia de Buenos Aires, 1941), vivió su niñez y primera juventud en Mar del
Plata. Residió luego en La Plata donde cursó el profesorado de Historia, para radicarse más tarde en la ciudad de Buenos Aires. Ejerció como profesor de
literatura latinoamericana en la Universidad de Princeton, en los Estados
Unidos. Ha publicado las novelas “Respiración artificial”, “La ciudad ausente”
(con Carlos Gardini hizo una versión para ópera), “Plata quemada” (premio
Planeta Argentina; llevada al cine por Marcelo Piñeyro), “Blanco
nocturno” y “El camino de Ida”; los
cuentos de “La
invasión”, “Nombre falso” y “Prisión
perpetua”; una "Antología personal"; los ensayos de “Crítica
y ficción”, “Formas breves”(premio Bartolomé March a la Crítica), “El
último lector”, “La Argentina en pedazos”, “El laboratorio del escritor”,
“Diccionario sobre la novela de Macedonio Fernández”, “La forma inicial” y “Las
tres vanguardias”, se han editado dos de los tres tomos de “Los cuadernos de
Emilio Renzi”, el tercero de los cuales aparecerá en 2017. También ha publicado textos
sobre Arlt, Borges, Manuel Puig, Sarmiento y otros escritores argentinos; los
guiones de las películas “El astillero”, “Comodines” y “La sonámbula, recuerdos
del futuro”; fue coguionista de la película “Corazón Iluminado”, de Héctor Babenco.
"La invasión", con un número menor de cuentos, había aparecido en
1967 en Cuba como "Jaulario", mencionado en el certamen Casa de las
Américas. En 2005 recibió en Chile el Premio Iberoamericano José Donoso y en
2015 el Premio Formentor. El Congreso de la Nación termina de distinguirlo con
la Mención de Honor Domingo Faustino Sarmiento. En el último tiempo ha debido
dejar de escribir por estar afectado por una enfermedad degenerativa (ELA; esclerosis
lateral amiotrófica). Andrés Di Tella dirigió un documental basado en sus
cuadernos: “321 diarios”.
En el blog:
Comentarios
anteriores: ·”Blanco nocturno” y “El camino de Ida” (publicados en el blog
cuando éste aparecía en La Comunidad de “El País”, sección hoy inhallable en Internet)
“Blanco nocturno”, de Ricardo
Piglia. Anagrama, Barcelona-Buenos Aires, 2010, 299 páginas
“El
escritor existe para crear problemas. Y siempre quedaremos unos cuantos que nos
neguemos a aceptar que sólo existe un mundo inmediato con un orden fácilmente
comprensible”, ha dicho el argentino Ricardo Piglia al presentar en España “Blanco
nocturno”.
Habían pasado trece años desde su novela
anterior, “Plata quemada”, llevada al cine y triunfadora en el certamen Planeta
de Argentina en 1997, que fuera objeto de fuerte polémica, motivo que llevó a
Piglia (como él mismo lo cuenta) a tomar distancia y radicarse durante años en
los Estados Unidos, en una de cuyas universidades dictaba cátedra.
El escritor argentino no suele participar del
“ruido” social (“no creo que para existir haya que estar en los medios”) y en
general prefiere expresarse a través de sus libros, por eso la aparición de un
nuevo título de su autoría siempre despierta interés. Máxime porque en su larga
carrera literaria, iniciada en 1967 con el libro de cuentos “Invasión”, ha
publicado relativamente poco.
Él mismo, por otra parte, generó una
determinada expectativa con “Blanco nocturno”, dado que durante años habló
sobre la gestación de esa novela que finalmente tuvo una amplia difusión con un
inusual lanzamiento simultáneo en España, Argentina, México y Chile.
“El gesto vanguardista que siempre me acompaña
en este caso es haber escrito una novela tradicional”, le dice con ironía a
Claudio Zeiger (en “Radar”, de Página 12) Pero no hay ironía si se señala que
“Blanco nocturno” es una novela básicamente policial, con una cierta
inclinación hacia lo fantástico en sus páginas de cierre.
Un libro “diferente”. “Busco que
cada libro no se parezca al anterior”, señaló Piglia a Zeiger. Ocurre con su
nueva novela, que pocos puntos de contacto admite con sus otras ficciones. Es,
como bien dice, un relato de personajes que se inicia con un hecho policial,
criminal: el asesinato de un extranjero, estrictamente un puertorriqueño,
ocurrido en un pueblo rural –“el campo” de la extensa provincia de Buenos Aires-
a comienzos de la década del ’70 del siglo pasado.
El crimen de Tony Durán es investigado por el
viejo comisario Croce, un hombre próximo a jubilarse que se maneja por
intuiciones y hasta por “develaciones” que le llegan de súbito, como rayos, y
que lo ubican en un sitio impreciso, más próximo a la demencia que a la razón.
De una manera distinta, Croce es el
prototípico detective de las novelas policiales, pero no un personaje próximo
al Marlowe de Chandler ni al Archer de Ross Macdonald, sino al deductivo y
criollo Isidro Parodi, el preso que desde la cárcel resolvía todos los enigmas
en las historias creadas por el Bustos Domecq gestado por Borges y Bioy
Casares.
Tony Durán llegó al pueblo acompañando a las
mellizas Belladona, Ada y Sofía, nietas del fundador, a las que había conocido
en Atlantic City y con quienes vivía un aparente ménage-à-trois, un
escándalo que sólo la riqueza de la familia lograba mantener atemperado.
La tradición heterodoxa. Más
que en Borges, es en Roberto Arlt, en Macedonio Fernández y en Witold
Gombrowicz, donde pueden (y deben) rastrearse los “antecedentes” literarios de
Piglia, a quien siempre le atrajo la heterodoxia para volcarla en su escritura.
El autor de “Respiración artificial” ha dicho que la historia es un enigma a
descifrar, también la literatura. No puede extrañar entonces que “Blanco
nocturno”, en apariencia un policial –a su estilo, claro está- resulte en
realidad otra cosa, quizás un inquietante interrogante sobre la ambigüedad que
se establece entre la razón y la locura. “Todos somos sospechosos de demencia”,
ha advertido significativamente el autor.
Porque mientras Croce (homenaje al Sargento
Cruz, del “Martín Fierro”) investiga un crimen, el periodista Emilio Renzi,
habitual “invitado” en los textos de Piglia que ha llegado al pueblo enviado por
el medio para el que trabaja, se encuentra con otra realidad, la de Luca.
Este hermanastro de las mellizas heredó una
fábrica en la que se construían prototipos de automóviles, pero una vez
heredada la transforma en algo diferente porque en ella intenta gestar un
imposible: volver objetos sus sueños, sus delirios nocturnos:
“Tenía a veces la sensación en sus sueños de
que cierta fuerza suprapersonal interfería activamente en forma creativa
y llevaba la dirección de un designio secreto y por eso había logrado en los
últimos meses construir los objetos de su pensamiento como realidades y no sólo
como conceptos” (p. 240)
El relato secreto. Piglia
sostiene que hay que buscar el relato “secreto”, que se esconde detrás del
aparente. Ha dado como ejemplo a Chéjov, quien escribió: “Un hombre, en
Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a casa, se suicida”. En este
caso, dice el escritor argentino, la intriga se plantea como una paradoja y
concluye que un cuento cuenta siempre dos historias.
Es lo que ocurre en “Blanco nocturno”. En una
primera “capa” por así decirlo, aparece la historia de Durán y su muerte, los
motivos que lo llevaron al pueblo más allá de las mujeres. Durán había llegado
con mucho dinero, presuntamente para participar de un delito en el que habrían
intervenido poderosos señores de la zona. En tanto el verdadero relato
es, como se dijo, el referido a Luca y su aparente o total demencia.
En cuanto a los motivos del crimen es un
“quizás” que queda en suspenso o, en todo caso, a medias develado, porque lo
que le importa a Piglia es un poco lo que hacía Chandler en sus novelas, es
decir no apuntar tanto a los motivos sino realizar una pintura de ambiente,
mostrar “lo cierto” que latía detrás de las apariencias.
Por otra parte “el campo” que muestra el
narrador no es “el campo” argentino de nuestros días, pero tampoco el de los
comienzos de los ’70 del siglo pasado (estrictamente, 1972) que es cuando
transcurre la historia. Piglia dice que tomó experiencias de su niñez, cuando
visitaba frecuentemente con su familia la población de Bolívar. Pero eso
ocurrió en la década de 1950 y veinte años más tarde la realidad rural se había
complejizado considerablemente.
No es lo que registra “Blanco nocturno”, donde
hay mucho hombre a caballo, mucho decir gauchesco, casi como si ese “paisaje”
humano hubiera sido tomado de Payró y otros escritores de comienzos del siglo
XX. Nos parece que acá hay una exasperación premeditada, como ocurre con las
hermanas Belladona, demasiado rotundas, excesivas se podría decir, para la
época en la que transcurre la historia.
El lenguaje. “Achalay” llega a decir Sofía Belladona, “ah, viles”,
puede exclamar el relator, Tony Durán habla como quien escucha ese castellano
impostado de las series dobladas a nuestro idioma, Croce a veces parece un personaje del “Martín
Fierro”, Renzi lleva al libro el lenguaje urbano, crudo, de la Gran Ciudad
(menosprecia al pueblo y a su gente de una manera exasperante), Luca parece a
veces un poeta surrealista, otras un hombre-máquina.
Con cada personaje Piglia experimenta. No
puede llamar la atención en quien escribiera textos tan apasionantes como “La
loca y el relato del crimen”, “Homenaje a Roberto Arlt” o “El gaucho
invisible”, además de una novela fundacional como lo fue y sigue siendo
“Respiración artificial”.
De las dos historias nos resultó más
interesante la “aparente”, porque la segunda, la que se vincula con lo
fantástico, tiene un desarrollo más abrupto y hasta el propio modo de encararla,
con un evidente cambio de lenguaje, menos elaborado, no la favorece. Además
ambos relatos, a nuestro entender, no terminan volviéndose uno.
Pero más allá de eso es bueno, es muy bueno,
que Piglia haya añadido otro opus a su inquietante obra. Es hasta saludable
leerlo, obligarse a reflexionar, reencontrarse con una literatura de calidad.
“Escribo –dijo alguna vez- porque el mundo de
la ficción me intriga: la circulación de las ideas, los disfraces de la lengua
y el poder de creer; escribo porque la literatura es la forma privada de la
utopía”. Todo un proyecto, en el que cree con firmeza.
“El camino de Ida”, de Ricardo Piglia.
Anagrama, Barcelona-Buenos Aires, 2013, 289 páginas.
….
“Es raro como hablás en inglés –me dijo-
parece que estuvieras pensando en otra cosa”, escribe el argentino Emilio
Renzi, rememorando episodios que vivió en los Estados Unidos en un tiempo en
que se desempeñó como profesor universitario.
Renzi reconstruye centralmente su relación con
Ida Brown, profesora en la misma universidad donde trabaja, mujer de vida
independiente que súbitamente muere en un presunto accidente automovilístico.
Presunto, porque inesperadamente (para Emilio) el hecho es investigado por el
FBI. Es entonces cuando Renzi descubre que Ida tenía una vida secreta. Y que
esa vida –aparte de su liberalidad sexual- escondía sus relaciones con grupos -y/o
individuos- revolucionarios.
Tal la síntesis, sin duda incompleta, de “El
camino de Ida”, hasta el presente la última novela de Ricardo Piglia, ficción
que produjo considerables “ruidos” a ambos lados del Atlántico. Y lo ha hecho
porque, tratándose de un intelectual inhabitual como él, nada de lo que produce
resulta indiferente.
“El camino de Ida” no lo es porque aborda
diversos temas centrales, como lo son la extranjería (el extrañamiento, el
sentirse y saberse ajeno en un medio determinado), las relaciones humanas, la
relación amorosa, las ambigüedades de la creación –las ambigüedades de la
literatura-, la propia revolución y, por sobre todo, la ambivalencia de la
realidad.
La
sexualidad, el amor.
Nunca el lector debe sentirse seguro o confiado ante una novela de Piglia. En
algún momento el narrador tomará desvíos, atajos impensados, hasta terminar
relatándonos algo significativamente distinto a lo que venía contando.
Ocurre también en su nueva ficción, que
comienza cuando Renzi (el habitual alter ego de Piglia), llega a la universidad
Taylor de New Jersey para dictar cátedra, trabajo que aceptó porque quiso dejar
atrás tanto a la ciudad de Buenos Aires como a su último desengaño amoroso.
Muy pronto, el extranjero se ve involucrado
sentimentalmente con Ida Brown, aunque ella se muestre estricta: sus encuentros
amorosos serán siempre clandestinos y de nada debe enterarse el ámbito
académico en el que ambos trabajan. Mundo que Piglia mostrará convenientemente
“contaminado” por convenciones, prejuicios, luchas permanentes por el poder y similares.
La inesperada muerte de Ida le significará una
verdadera conmoción, porque Renzi estaba -más de lo que creía- sentimentalmente
involucrado con la mujer muerta. Y en simultáneo, como antes se dijo, esa
muerte estará rodeada de sospechas y misterios.
“Unabomber”. Theodore
Kaczinski, ex profesor universitario que se aisló en un bosque para alejarse de
la civilización, es más conocido como “Unabomber”, dado que desde su refugio y
durante 17 años (1978-1995) envió un total de 16 cartas-bombas, como manera de
“combatir” la civilización tecnológica. “Unabomber” está detenido desde 1996,
condenado a prisión de por vida.
Con esos antecedentes, Piglia construye el
personaje de Thomas Munk, brillante universitario que va radicalizándose hasta
dejar todo de lado para desarrollar su proyecto revolucionario, en el que
habría estado involucrada Ida.
Renzi, que no puede dejar de sentirse
extranjero (“esa sensación onírica que tiene Renzi en la novela, esa sensación
de que no sabe si está despierto”), con el adicional de un detective que lo
asiste, investiga a Munk, hasta que mediante la lectura de una novela de Conrad
(“El agente secreto”) termina dilucidando algunos de los misterios que se le
han presentado. Es decir que, como un juego borgiano, a través de la literatura “comprende” lo que
de verdad ocurre
La novela no se agota allí, dado que Piglia
concede espacio a otras cuestiones, como lo relativo a la obra de Enrique
Hudson, o a sus reflexiones sobre la violencia ínsita en la vida cotidiana
norteamericana. Elaborada con un tono menos intenso del que personalmente hubiera
deseado, “El camino de Ida” resulta al final de cuentas una indagación
recurrente sobre esa huidiza realidad. Libro difícil de soslayar.
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