TE QUEDAN LINDAS LAS TRENZAS, DE PATRICIA SEVERÍN


Te
quedan lindas las trenzas
, de Patricia Severín

Editorial Palabrava, Santa Fe, Argentina, 2021, 215 páginas

 

En su tercera novela, la autora argentina nos habla de Lina, una niña que se busca a sí misma e intenta comprender el mundo, viviendo en un medio rural, en un caso, y en el ámbito urbano, en otro, con dos abuelas de temperamento contrapuesto. El complejo ingreso a la vida

 

“Lo que nadie va a saber es que visitaste a tu madrina y en el corazón se te empezó a formar una llaga (…); sentiste el dolor de Trinidad, no sabés cómo sucedió eso, pero lo sentiste, pudiste palparlo, un dolor agudo que se desprendía de ella y llegaba hasta vos y se incrustaba (…) en tu corazón”.

 

La madre vive agotada de manera que, en el verano, Lina es llevada a la casa de los abuelos, maternos, en el campo. La abuela se llama Luisa, aunque le dicen Luli, el abuelo mantiene sus litigios con algún político del pueblo cercano, pero no parece haber mucho más, aunque no es cierto, porque “el resto” es aquello que Lina va experimentando a pleno en el mundo rural. El “resto” es aprender en forma continua mientras la ciudad se desvanece y la niña, como bien se señala, comienza a conocer y disfrutar de las cosas simples de la vida. 

Al tiempo, por razones distintas, aunque al fin de cuentas concurrentes, Lina deberá estar con su segunda abuela, la paterna, Elbia, más rica, más urbana, poco atenta a las sutilezas y, peor aún, menos atenta aún a las necesidades de Lina: “¡Flaca y arruinada la trajeron del campo!”, dice, o mejor grita, no bien su nieta se presenta en la casa para invadir su privacidad. 

La novela será pues el contrapunto de la vida en un posible o cierto paraíso, “dirigido” por una abuela que es la bondad personificada, que todo parece saber y comprender, en tanto Elbia es la que se mira constantemente en el espejo para comprobar que sigue siendo la más hermosa de la comarca. Unas sirvientas poco amables acentúan la hostilidad del ambiente que se le presenta a la pequeña cuando vive en la ciudad, tan diferente. 

Cuando se escarba un poco más, se advierte que Severín nos habla de un personaje que intenta no diluirse en los dictados de “los grandes”, sino procurar a toda costa mantener su identidad, representada por esas trenzas que, a toda costa, pero sin suerte, intenta cortar su abuela Elbia. 


Indiferentes, hostiles.
Los seres humanos que rodean a Lina resultan entre indiferentes y hostiles, empezando por una madre que nunca intenta comprenderla, seguida por el padre, que siempre está ausente en su mundo de aficionado a los misterios del espacio, que ronda el fanatismo. Y de los hermanos, que son terribles y buscan todo el tiempo incomodarla.
 

El verdadero refugio es la abuela Luli, que la ayuda a entender y también a enfrentar la vida a través de acciones concretas, entre ellas la de cocinar. Mientras, en el territorio de la “bondad”, como ubicándose en un segundo plano, está el campo, el ambiente rural, todo aquello que vibra de vida, que vibra de intensidad. 

Hay otro “trasfondo”: el mundo de los adultos, tantas veces indescifrable para Lina, en el que la abuela de la ciudad habla en el cerrado piamontés del que entiende muy poco (aunque Elbia, la mayoría de las veces se encarga de decir la “traducción” inmediata de lo que termina de expresar). El mundo del padre, insaciable con sus observaciones estelares, el mundo de la madre, siempre con problemas e irresoluciones. El mundo de Trinidad, un misterio del que apenas le llegan noticias. El mundo de los peones en el campo, el mundo de las sirvientas, no siempre grato para Lina. Y tantos más. 

Severín aclara en el diálogo que trascribo al final del comentario, que la historia se desarrolla en los ’60, cuando el campo ha comenzado su interacción con la ciencia y la técnica, que sigue más vigente que nunca en la actualidad. Y cuando se presenta la soja o soya, ese grano que cambiará sustancialmente al orbe agropecuario, entre muchos otros el de Argentina, con tantas luces y tantas sombras que lo vienen acompañando desde entonces. 

Viaje a las Cataratas. Un demorado, y complicado, viaje a las Cataratas del Iguazú de las dos familias, abuelas y Lina incluidas, permitirá a la autora exhibir las marcas de los distintos personajes, con sus caprichos, idas y vueltas, hasta sus excentricidades, especialmente las de Elbia. Y será también, al fin de cuentas, el definitivo “conocer” de la pequeña protagonista que, aclaro sin aclarar demasiado, incluye sus personales peripecias, algunas de ellas extremas. 

Hay también un adicional, que es el que proporciona la voz narrativa (ajena a Lina) y que proyecta a varios de ellos a un futuro presunto o cierto que se ubica en un “más allá” del libro. 

Severín entrega, en definitiva, un texto maduro, reflexivo que obliga a lecturas y relecturas, a reflexiones también.

 “Todos somos náufragos de la infancia”.

 

EL NAUFRAGIO DE LA NIÑEZ

 

¿Hubo algún punto de partida al escribir la novela? 

Sí, lo hubo. Me puse a pensar que sentiría una niña (y en consecuencia como sería luego la actuación en su vida adulta), si su familia materna y paterna influían en ella con mensajes y mandatos contrapuestos, contradictorios, castigos, prohibiciones… ¿Qué tan poderoso llegaría a ser ese “sustrato” en relación a la formación de su personalidad? Y tuve un disparador: la frase que leí en un libro de Nicole Krauss, que dice ¿quién no es un sobreviviente del naufragio de la niñez?

Estamos ante un texto “literario” es decir, de ficción, no ante una autobiografía. Sin embargo, quisiera que te explayes respecto de las vivencias personales o de personas conocidas que han incidido, o pueden haberlo hecho, en la escritura del libro. 

Te quedan lindas las trenzas es una novela, no es una autobiografía. Algunas veces, en mi escritura, tomo pantallazos de mi historia, una que otra referencia, y voy ficcionalizando todo esto. En este caso tomé rasgos de mis dos abuelas y fui creando estos personajes, que no son mis abuelas, sino otras mujeres trabajadas con algunos retazos de ellas. En el caso de la protagonista, Lina, pude haber sido yo, pero no lo soy. Lo que sí he tomado son vivencias y conocimientos del campo, para insertarlos en la historia.

Precisamente, otra incidencia evidente es la del campo, la vida rural, tan vigente en tu obra, ¿podrías explayarte más sobre este particular? 

Me siento muy cómoda en ese lugar. Lo conozco bien pues trabajé allí muchos años. Además, me parece fascinante todo lo que esté relacionado con la naturaleza, con los ciclos de la vida, con el cosmos en general, que se aprecia más, obviamente, desde ese lugar y no desde el bullicio de la ciudad.

 Si ahora mismo quiero situarme en ese mismo campo ¿lo voy a encontrar igual, parecido o muy distinto? Y una segunda pregunta: ¿en qué tiempo histórico transcurre esta historia?

Lo vas a encontrar muy diferente pues la historia transcurre en los años 60 donde comienza a “descubrirse” la soja. Junto con la soja llega al campo la tecnología. Y una cosa más que antes no había: la especialización y el conocimiento que provienen de personas formadas (veterinarios, agrónomos) y de organismos como INTA. En el tiempo de mis abuelos el conocimiento se trasmitía de padres a hijos, en el mejor de los casos y, en el peor, había que “hacerse solo”, simplemente observando el comportamiento de los animales y de la tierra, y hablando de las dificultades que se presentaban con los vecinos que trabajaban en lo mismo. 

A todo esto, amén del largo viaje que las familias realizan a las Cataratas del Iguazú, ¿en qué zona geográfica se desarrolla la historia, o las historias? 

La historia se desarrolla en tres ámbitos: un tambo familiar de la pampa gringa (donde viven los abuelos maternos de Lina), una pequeña ciudad piamontesa (donde se hallan los abuelos paternos), y luego el viaje a las Cataratas que emprenden ambas familias. En aquellas épocas era todo un periplo moverse desde tan lejos. No era habitual, pues no había dinero para hacerlo, ni tampoco buenas rutas o automóviles adecuados. Daba la impresión de que todo era lejano, salvo lo que te rodeaba. Viajar tenía una preparación previa que podía llevar semanas o meses. Para la mayoría, viajar era un acontecimiento inusitado.

En la novela, el piamontés tiene alta significación en la voz de la abuela Elbia. ¿Comprendés esa lengua, la hablás o la hablaste? 

No comprendo el piamontés, que es muy difícil y cerrado. Solo tengo el recuerdo de algunos fragmentos de historias que aprendí en la infancia. Pero en mi ciudad natal, Rafaela, muchos lo hablaban. Siempre pensé que los adultos hablaban en este dialecto para que los niños no entendiésemos lo que decían. Pero quizá solo era para no perder su lengua madre porque casi ninguno la escribía. Así que, para insertarlo en el texto, pedí la colaboración de una especialista, la profesora Noma Brarda. 

Y la pregunta que no debe hacerse: ¿Te sentís identificada con Lina, en cuanto a la niña que fuiste? 

No me siento identificada con Lina, en el sentido de las vivencias que narro en la historia. No pasaba los veranos en el campo pues no tenía abuelos que viviesen allí; tampoco tuve una madre como Leandra, sino una mujer que fue todo lo contrario a ese personaje: amorosa, optimista, positiva. Tampoco mi abuela piamontesa era una mujer rica ni tenía un ejército de empleadas. Estas cuestiones son sólo ficción. En lo que sí me identifico es en la idea central de la novela: que todos somos náufragos de una infancia que nos marcó a fuego y de la que, con más o con menos marcas, hemos sobrevivido.

Fotografías, de arriba abajo: Patricia Severín; imagen del campo en la provincia de Santa Fe; Cataratas del Iguazú; avenida Santa Fe, ciudad de Rafaela, en 1963

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Video 

Entrevista a Patricia Severín. Programa Con aire de toda Santa Fe. Subido a YouTube el 8.9.21. Duración: 10,50 minutos



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