Definen a la
helada negra como “el terror de los agricultores porque no hay cultivo que la
sobreviva”, incluyendo a los más resistentes. En estas circunstancias, se
añade, no hay formación de escarcha por lo que el frío lento y persistente
ataca directamente a las estructuras internas.
Lo concreto,
que apunta a lo simbólico, se hace aún más específico, y terrible, cuando la
información precisa que “a nivel celular aparecen
cristalitos en forma de cuchillos que desgarran la maquinaria interna de las
células y las membranas internas se desecan a causa del mismo proceso de
congelación”.
Resultado: la necrosis de los
tejidos dañados que se ennegrecen de golpe como consecuencia de la podredumbre
y los daños afectan a partes vitales, como el tronco y las hojas, la planta
muere.
De estos daños, profundos,
íntimos, irreversibles, de la “helada (el hada) negra” que no hace milagros
salvíficos en la vida, nos hablan los cuentos bien macerados de
Patricia Severín, quien a mi juicio encuentra su mejor voz cuando incursiona en
el género.
La selección de este libro
compacto, que exige lectura atenta, se abre con un cuento cuyo título, “El
hombre que más amó a mi hermana”, puede llamar a un engaño del que lector
saldrá de inmediato puesto que se trata de un relato en el que el amor y la
muerte se encuentran profundamente entrelazados.
La habilidad narrativa de
Severín presenta acá sus momentos más logrados en un cuento plagado de saltos
cronológicos, de fuerte contenido autobiográfico que, amén de ser una elegía
por una pérdida muy próxima, es también una reflexión sobre la complejidad del
amor.
En estos relatos en general
los amores no suelen ser correspondidos. En ellos lo femenino se impone, aunque
no en sus versiones edulcoradas o de romanticismo trasnochado, sino que hablan
de la vida “vista” desde lo profundo de la mujer. Esto no es juicio de valor,
desde ya, sino que Severín cuenta con sus emociones a flor de piel, y aunque
invente situaciones y personajes, incluidos los masculinos, es la mujer la que se
instala en estas páginas. Y se expresa con toda su singularidad.
“Helada negra”, el relato que
da título al libro y con el que cierra el volumen, es donde más esa mujer se
manifiesta, donde estalla, como si se
tratara de un grito último, agónico, diciendo su íntima verdad. Imposible
hablar de su contenido, aunque sí puede aludirse a la relación única y
definitiva de una madre con su hijo recién nacido.
Así como el amor es el que
“informa” al primer cuento, las emociones, los afectos correspondidos o no,
hablan de distinta forma en otros cuentos, como en “Mano izquierda”, en el que
un accidente circunstancial que sufre un hombre que hacha leña esconde en
realidad determinados infiernos personales. Que es lo que también ocurre en “Corazón
de erizo”, en el que una gran familia, el dinero y la soledad profunda se
esconden detrás de una constante hipocresía.
La naturaleza, los detalles. Dos de los
cuentos de este libro merecerían un análisis minucioso que una reseña no lo
permite, puesto que debería incursionar y exponer todos sus secretos. Me refiero a las ya citados “El
hombre que más amó a mi hermana” y “Corazón de erizo”, en los que las
descripciones minuciosas y la fuerte presencia de la naturaleza –también
pintada de manera minuciosa- se vuelven coprotagonistas de las historias centrales.
Notable la habilidad de
Severín para fragmentar las historias, jugar con el presente y el pasado y,
particularmente, aportar esos detalles mínimos, no nimios, que Nabokov le
reclamaba a la mejor literatura.
Qué fuerza tienen en estos
cuentos la descripción de flores, de árboles, de ropas, de determinados
ambientes, que van constituyéndose la materia viva, decisiva, de los relatos,
que tanto refuerzan las situaciones-límite que viven las dos protagonistas,
ambas marcadas por la tragedia.
Tragedia: he aquí otra
palabra decisiva en estos textos de la autora. Tragedia de la hermana, tragedia
de la prima, tragedia de la mujer engañada, tragedia de esa otra mujer que
busca sus ancestros en Italia (y el misterio que encierra el pasado de su
abuelo), tragedia de quien corta leña, tragedia de la mujer que en la soledad
más profunda (más íntima) describe una historia amorosa en tiempos digitales (los tiempos pasan, las costumbres mutan, pero las emociones y el
dolor son permanentes, persistentes). La pequeña/grande tragedia de la familia
que espera la llegada del hombre a la luna. O la tragedia de la mujer con su
hijo recién nacido durante un viaje bajo la trágica
helada negra.
Tragedia, al fin, del hombre
que más amó a su hermana, obsesionado, obsesivo, incontenible, incapaz de
aceptar la realidad (y, de paso, excelente decisión de Severín al hacerlo
portador de algo inefable, tremendo, que escapa a cualquier definición, porque eso es un universo que está vedado
descifrar).
Breve pero contundente libro,
a mi entender el más sólido de entre las ficciones de la autora. En estos textos de Severín merecen la
lectura y la promoción, ser difundidos, conocidos dentro y fuera de nuestras
“fronteras” regionales. Por supuesto, se trata de casi una mera expresión
de deseos dado que vivimos en un territorio llamado Argentina, tan centralista,
tan ignorante de lo que ocurre en la totalidad del país. Tan injustamente
ciego.
Helada negra, de Patricia Severín.
Ediciones Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 2016, 90 páginas.
“Ella
levantaba las manos y sus brazos se desplegaban como banderas claras delante de
los limpiatubos, que estallaban en rojo sobre el fondo de los plátanos. Yo
quería disimular mi soledad ese atardecer, cuando el sol se ponía tenso y
naranja entre los árboles del parque, buscando cualquier cosa, un pretexto en
la cartera, diciéndome mil veces para qué viniste, para qué te pusiste el
vestido de falda transparente que molesta (o yo pensaba que traslucía y
molestaba tanto). Traté de colocarme de costado y alejarme de los grupos para
que mis piernas no se vieran cuando la luz daba sobre la falda. Me protegía en
la penumbra, haciendo como si buscara algo, o corría a observar detenidamente
la flor del limpiatubos, alargada como una boquilla gruesa o un cepillo tupido
y cilíndrico, de esos que se usan en los bares para limpiar el fondo de los
vasos. ¿Por qué se llamaría así? ¿Y no rosa ígnea o carmesí de flecha o dedos
de fuego? Ese arbusto me estaba poniendo poeta y eso era malo. Siempre que me
ponía poeta algo incontrolable sucedía, como si al abrirse los poros del
corazón se derramase por esos ínfimos agujeros toda la sangre”.
Datos para una biografía
Patricia Severín nació en
Rafaela, Santa Fe, y luego de residir en Reconquista se radicó en la ciudad de
Santa Fe. Ha publicado la novela Salir de cacería, los libros de cuentos Las
líneas de la mano y Sólo de amor”, así como los poemarios La loca de
ausencia Amor en mano y cien hombres volando (con Graciela Geller y Adriana
Díaz Costra), Poemas con bichos, Libros de las certezas, El universo de la
mentira y Abuela y la niña. Sus textos han aparecido en diversas antologías,
nacionales e internacionales. Ha recibido los premios Fondo Nacional de las Artes, Municipalidad de
Buenos Aires y Faja de Honor de la Sade Santa Fe. Junto con Alicia Barberis y
Graciela Prieto Rey dirige en Santa Fe la Editorial Palabrava.
En internet
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