"LA TIGRA", DE PATRICIA SEVERÍN


La Tigra, novela de Patricia Severín
Moglia Ediciones, Corrientes, Argentina, 2018, 169 páginas.
Incluye un “relato fotográfico” final, con aportes de la autora y de Amancio Alem.
En Argentina: 430 pesos

El campo es el protagonista por excelencia de la reciente novela de la argentina Patricia Severín. Es un campo agreste, con el que se debe “pelear” de manera constante para extraer sus frutos. Todo allí cuesta. No se trata del territorio ubérrimo de la Pampa Húmeda, sino de tierras ubicadas más al norte (en este caso, el norte de la provincia de Santa Fe) que reclama mucho a quien lo habita.

En poemas y cuentos la autora ya había hablado de ese territorio que le es tan afín, tan personal (como expresa en la entrevista que puede leerse al final de este comentario,) pero nunca tanto como en La Tigra, novela que comenzara a redactar en tiempos de la presidencia de Menem y que por fin concluyó a comienzos de 2018, luego de una extensa revisión que le demandó años.

Hersilia es el personaje principal de la historia. Ella es una mujer fuerte, pero muy solitaria, que lleva adelante una tarea cada vez más ardua para seguir al frente del territorio heredado, haciendo lo que llaman los lugareños “un trabajo de hombre”, combatiendo contra las deudas y, también, contra las políticas del gobierno menemista que, recuerda Severín, fueron muy dañinas para el sector agropecuario y que, como productora rural, las sufrió en carne propia.

Hay otros “coprotagonistas” en la novela, aunque no son humanos. Uno es el pavoroso incendio que provoca la sequía en la zona y que amenaza con devorarlo todo, el establecimiento de La Tigra incluido. Otro: la acción soterrada, pero también sostenida, de los llamados “grupos concentrados” económicos que buscan apoderarse de esas mismas tierras a precio vil. También, las obsesiones del padre de la protagonista (astrónomo aficionado, pero muy apasionado) quien, en tiempo pasado, intentó encontrar un “camino” para fugarse del planeta.

Hersilia vive la soledad y la incomprensión generalizada, salvo de algunas mujeres –también solitarias- que resisten en esa geografía, tratando de evitar, cada una a su modo, que la región se vuelva un páramo. O que se lo terminen ganando esos “fantasmas” poderosos que parecen aguardar que alguien dé algún paso en falso para devorárselo todo.

Incidentalmente, la protagonista conoce a un joven al que llama Beibi, quien además de tener una actuación soterrada y fundamental en el decurso de la historia, se vuelve también una suerte de “aire puro” para Hersilia, necesitada de un cierto aliento para afrontar, y enfrentar, los diversos infortunios que se le presentan.

El pasado, representado por el padre y sus amigos, y el presente, con múltiples escenarios, van presentándose en el decurso de la novela que se reserva una inteligente sorpresa al final de la ficción, vuelta de tuerca que “espera” al lector acordándole otra dimensión a la novela. Y que será cuestión de descubrirla.

La buena serie de fotografías de cierre ("Relato fotográfico"), que supone una lectura adicional, completa este libro, segunda y muy buena experiencia de la autora en el campo de la novela. Enhorabuena.

Las cosas que pasaron 

-¿Cómo fue la génesis de la novela?

-Fue un poco atípica. Eran los años del menemismo en la Argentina, década de los 90, y sentí la enorme necesidad de volcar en algunos cuentos las cosas que pasaban, que me pasaban. Una escritora amiga los leyó y me dijo: “Aquí hay más que cuentos, hay una novela”. Y así comenzó a gestarse La Tigra desde aquella época, hoy remota. Y la catarsis se convirtió en obsesión. Por largos períodos la escribía y luego la dejaba, después volvía a retomarla, la modificaba, ponía, sacaba, cortaba… Era mucho lo que deseaba decir y, por momentos, no le encontraba la vuelta.

-Aunque es evidente la ficción, pueden advertirse “huellas” de lo autobiográfico. ¿Qué podrías decirme al respecto?

-Descubrí el término perfecto para darte esta respuesta en la prosa de Lucía Berlín: autorreferencial. Lo mío es eso. ¿Qué significa? Que me valgo de la argamasa de mi vida para contar lo que quiero contar; es decir: pongo un pie en lo conocido (lo que tengo a mano, mi circunstancia, amigos, etc) y desde allí parto a lo desconocido (la ficción).

-¿Qué significa “el campo” tanto en tu vida como en tu obra, narrativa y poética?

-Vengo de una familia de gente de campo, desde chica siempre escuché hablar de lo mismo: la lluvia, la sequía, los precios que bajaban o subían, si convenía sembrar o tener animales. Mi trabajo fue en el campo, viví allí, experimenté los ciclos de la naturaleza, estar con los animales…Me gusta el silencio de las tardecitas cuando el sol se pone en el horizonte, que no haya gente, la soledad, el olor, los olores, los ruidos, los cantos. Estoy un poco hecha de eso y muy poco de ciudad. Y por supuesto, esto tenía que teñir o traspasar -como más te guste llamarlo-, la obra en su conjunto. Es mi lei motiv recurrente.

-¿Por qué situás a La Tigra en tiempos del gobierno de Menem? ¿Algo, o parte, o mucho, de lo que allí se cuenta ocurrió en aquel período de la vida argentina?

-Todo lo que allí se cuenta ocurrió en el menemismo. Y parte de la historia privada de los personajes se desarrolla en ese período. Padecí a ese gobierno en mi trabajo agropecuario (en realidad todo el país lo padeció), y pensé que estaba muy bien que lo contase desde ese lugar. Me gustó, además, narrar lo que le pasa a una mujer situada en un oficio de hombres, el trabajo de campo. También quise mostrar como iba desapareciendo el trabajo rural (la gente emigraba a las ciudades), y la tierra pasaba a manos de bancos y testaferros. Fue una época terrible, la peor que conocí en el aspecto de liquidar un país. Y hasta el momento no he leído literatura al respecto.

Una de las fotografías
del libro
-¿Por qué motivo incluiste fotografías al final de la novela, como si fuera otro posible relato, en este caso en imágenes?

-Las imágenes son otro relato, sí, pero creo que se leen con relación al texto. Completan su significado luego de terminar la novela. Quería ponerlas a toda costa, y peleé duramente para que allí estuviesen. Veía al texto completo solo si se incluían las imágenes. Amo los textos narrativos con dibujos o fotos. Me produce como un hipnotismo y me pongo a mirarlas largamente para descubrirles su significado oculto. En La Tigra me parecían absolutamente necesarias para mostrar la escena, el lugar, el territorio, de otra manera. Amancio Alem, uno de los grandes fotógrafos santafesinos, hizo que esto fuese posible. Él también amaba el campo y a la naturaleza y supo comprender de inmediato lo que buscaba. También coloqué algunas fotos de un supuesto álbum familiar. Y Moglia Ediciones las colocó en el libro en papel ilustración…un lujo. Aparte, no quiero olvidarme de Álvaro Dorigo, quien confeccionó la tapa del libro, y mencionar además a la editora Viviana Rosenzwit, persona que también puso lo suyo para hacer realidad este libro.

-¿Con la novela concluye tu acercamiento a “el campo” o hay algo más en el tintero de tus ficciones o poemas?

- No creo que concluya mi acercamiento al campo…está muy arraigado dentro de mí y me provoca una especie de fascinación. Es como un sustrato inagotable que sale y sale de todas las maneras posibles. Tengo una novela inédita, Dos abuelas, que transcurre -en gran parte-, en el campo. Y poemas, muchos poemas en los cuáles se plasma esa atmósfera.

Un premio especial

Casi en el mismo momento en que comenzaba a distribuirse La Tigra, Severín recibió la grata noticia de que fue galardonada con el primer premio en el certamen de poesía convocado por la Fundación María del Villar de Tafalla, en Navarra, España. El premio consiste en la edición del libro y la entrega del nuevo certamen.

El galardón es compartido con Silvia Rodríguez González, de las islas Canarias, y ambas autoras serán integrantes del jurado que discernirá el premio a acordarse el año próximo.

-¿Podés extenderte sobre lo que significa para vos, como autora y también como persona, el premio recibido en España? ¿Fue una sorpresa o tuviste algún tipo de indicio previo?

- Le tenía mucha fe a Eclipses familiares, el libro que envié al concurso. Cuenta con varios poemas con atmósfera de campo y los jurados vieron esa parte como algo exótico. Como diría Hector Tizón: “Mi abuela sacaba las víboras para acostar a los niños y eso se llamó realismo mágico…pero para nosotros era solo realismo”. Decir en un poema que un pollo se come el rabo de otro y que por allí caen los intestinos, puede parecer exótico, pero en realidad es cotidiano en el contexto rural. El certamen lleva 24 años. Ganar un concurso me sirve para dos cosas: terminar trabajos -que a veces pospongo al infinito-, y saber en qué punto está situada mi escritura. Y eso me da muchas ganas de seguir profundizando en mi propio rumbo.

En el blog:



Video: Entrevista a la autora en el programa “Otro día con Marta”, programa televisivo conducido por Marta Goyri. Transmitido el 3.11.18 y subido a YouTube por Eduardo Goyri el 8.11.18. Duración: 4,55 minutos

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