El campo es el protagonista por
excelencia de la reciente novela de la argentina Patricia Severín. Es un campo
agreste, con el que se debe “pelear” de manera constante para extraer sus
frutos. Todo allí cuesta. No se trata del territorio ubérrimo de la Pampa
Húmeda, sino de tierras ubicadas más al norte (en este caso, el norte de la
provincia de Santa Fe) que reclama mucho a quien lo habita.
En poemas y cuentos la autora ya
había hablado de ese territorio que le es tan afín, tan personal (como expresa
en la entrevista que puede leerse al final de este comentario), pero nunca
tanto como en La Tigra, novela que
comenzara a redactar en tiempos de la presidencia de Carlos Menem (década de 1990) y que por fin
concluyó a comienzos de 2018, luego de una extensa revisión.
Hersilia es el personaje
principal de la historia. Ella es una mujer fuerte, pero muy solitaria, que lleva
adelante una tarea cada vez más ardua para seguir al frente del territorio
heredado, haciendo lo que llaman los lugareños “un trabajo de hombres”,
combatiendo contra las deudas y, también, contra las políticas del gobierno
menemista que, recuerda Severín, fueron muy dañinas para el sector agropecuario
y que, como productora rural, las sufrió en carne propia.
Hay otros “coprotagonistas” en
la novela, aunque no son humanos. Uno es el pavoroso incendio que provoca la
sequía en la zona y que amenaza con devorarlo todo, el establecimiento de La
Tigra incluido. Otro: la acción soterrada, pero también sostenida, de los
llamados “grupos concentrados” económicos que buscan apoderarse de esas mismas
tierras a precio vil. También, las obsesiones del padre de la protagonista
(astrónomo aficionado, pero muy apasionado) quien, en tiempos pasados, intentó
encontrar un “camino” para fugarse
del planeta.
Hersilia vive la soledad y la
incomprensión generalizada, salvo lad de algunas mujeres –también solitarias- que
resisten en esa geografía, tratando de evitar, cada una a su modo, que la
región se vuelva un páramo. O que se lo terminen ganando esos “fantasmas” poderosos
que parecen aguardar que alguien dé algún paso en falso para devorarlo todo.
Incidentalmente, la
protagonista conoce a un joven al que llama Beibi, quien además de tener una
actuación soterrada y fundamental en el decurso de la historia, a través del amor se vuelve
también una suerte de “aire puro” para Hersilia, necesitada de un cierto
aliento para afrontar, y enfrentar, los diversos infortunios que se le
presentan.
El pasado, representado por el
padre y sus amigos, y el presente, con múltiples escenarios, van presentándose en
el decurso de la novela que se reserva una inteligente sorpresa al final de la
ficción, vuelta de tuerca que “espera” al lector acordándole otra dimensión a
la novela. Y que será cuestión de descubrirla.
La buena serie de fotografías
de cierre ("Relato fotográfico"), que supone una lectura adicional, completa este libro,
segunda experiencia de la autora en el campo de la novela.
Enhorabuena.
La Tigra, novela de Patricia Severín
Moglia Ediciones, Corrientes, Argentina, 2018, 169 páginas.
Incluye un “relato fotográfico” final, con aportes de la autora y de Amancio Alem
Las cosas que pasaron
¿Cómo fue la génesis de la novela?
Fue un poco atípica. Eran los
años del menemismo en la Argentina, década de los 90, y sentí la enorme
necesidad de volcar en algunos cuentos las cosas que pasaban, que me pasaban.
Una escritora amiga los leyó y me dijo: “Aquí hay más que cuentos, hay una
novela”. Y así comenzó a gestarse La
Tigra desde aquella época, hoy remota. Y la catarsis se convirtió en
obsesión. Por largos períodos la escribía y luego la dejaba. Después volvía a
retomarla, la modificaba, ponía, sacaba, cortaba… Era mucho lo que deseaba decir y, por momentos, no le encontraba la vuelta.
Aunque es evidente la ficción, pueden
advertirse “huellas” autobiográficas. ¿Qué podrías decirme al respecto?
Descubrí el término perfecto
para darte esta respuesta en la prosa de Lucía Berlín: autorreferencial. Lo mío es eso. ¿Qué significa? Que me valgo de la
argamasa de mi vida para contar lo que quiero contar; es decir: pongo un pie en
lo conocido (lo que tengo a mano, mi circunstancia, amigos, etc) y desde allí
parto a lo desconocido (la ficción).
¿Qué significa “el campo” tanto en tu vida
como en tu obra, narrativa y poética?
Vengo de una familia de gente
de campo, desde chica siempre escuché hablar de lo mismo: la lluvia, la sequía,
los precios que bajaban o subían, si convenía sembrar o tener animales. Mi
trabajo fue en el campo, viví allí, experimenté los ciclos de la naturaleza, estar
con los animales…Me gusta el silencio de las tardecitas cuando el sol se pone
en el horizonte, que no haya gente, la soledad, el olor, los olores, los
ruidos, los cantos. Estoy un poco hecha de eso y muy poco de ciudad. Y por
supuesto, esto tenía que teñir o traspasar -como más te guste llamarlo-, la
obra en su conjunto. Es mi lei motiv
recurrente.
¿Por qué situás a La Tigra en
tiempos del gobierno de Menem? ¿Algo, o parte, o mucho, de lo que allí se
cuenta ocurrió en aquel período de la vida argentina?
Todo lo que allí se cuenta
ocurrió en el menemismo. Y parte de la historia privada de los personajes se
desarrolla en ese período. Padecí a ese gobierno en mi trabajo agropecuario (en
realidad todo el país lo padeció), y pensé que estaba muy bien que lo contase
desde ese lugar. Me gustó, además, narrar lo que le pasa a una mujer situada en
un oficio de hombres, el trabajo de campo. También quise mostrar como iba
desapareciendo el trabajo rural (la gente emigraba a las ciudades), y la tierra
pasaba a manos de bancos y testaferros. Fue una época terrible, la peor que
conocí en el aspecto de liquidar un país. Y hasta el momento no he leído literatura
al respecto.
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Una de las fotografías del libro |
¿Por qué motivo incluiste fotografías al
final de la novela, como si fuera otro posible relato, en este caso en
imágenes?
Las imágenes son otro relato,
sí, pero creo que se leen con relación al texto. Completan su significado luego
de terminar la novela. Quería ponerlas a toda costa y peleé duramente para que
allí estuviesen. Veía al texto completo solo si se incluían las
imágenes. Amo los textos narrativos con dibujos o fotos. Me produce como un
hipnotismo y me pongo a mirarlas largamente para descubrirles su significado
oculto. En La Tigra me parecían
absolutamente necesarias para mostrar la escena, el lugar, el territorio, de
otra manera. Amancio Alem, uno de los grandes fotógrafos santafesinos, hizo que
esto fuese posible. Él también amaba el campo y a la naturaleza y supo
comprender de inmediato lo que buscaba. También coloqué algunas fotos de un
supuesto álbum familiar. Y Moglia Ediciones las colocó en el libro en papel ilustración…un
lujo. Aparte, no quiero olvidarme de Álvaro Dorigo, quien confeccionó la tapa
del libro, y mencionar además a la editora Viviana Rosenzwit, persona que
también puso lo suyo para hacer realidad este libro.
¿Con la novela concluye tu acercamiento al mundo rural o hay algo más en el tintero de tus ficciones o poemas?
No creo que concluya mi
acercamiento al campo…está muy arraigado dentro de mí y me provoca una especie
de fascinación. Es como un sustrato inagotable que sale y sale de todas las
maneras posibles. Tengo una novela inédita, Dos
abuelas, que transcurre -en gran parte-, en el campo. Y poemas, muchos
poemas en los cuáles se plasma esa atmósfera.
Un premio especial
Casi en el mismo
momento en que comenzaba a distribuirse La Tigra, Severín recibió la grata
noticia de que fue galardonada con el primer premio en el certamen de poesía
convocado por la Fundación María del Villar de Tafalla, en Navarra, España. El
premio consiste en la edición del libro y la entrega del nuevo certamen.
El galardón es compartido con Silvia Rodríguez González, de las islas Canarias, y ambas autoras serán integrantes
del jurado que discernirá el premio a acordarse el año próximo.
¿Podés extenderte sobre lo que
significa para vos, como autora y también como persona, el premio recibido en
España? ¿Fue una sorpresa o tuviste algún tipo de indicio previo?
Le tenía mucha fe a Eclipses familiares, el libro que envié
al concurso. Cuenta con varios poemas con atmósfera de campo y los jurados vieron
esa parte como algo exótico. Como diría Hector Tizón: “Mi abuela sacaba las
víboras para acostar a los niños y eso se llamó realismo mágico…pero para
nosotros era solo realismo”. Decir en un poema que un pollo se come el rabo de
otro y que por allí caen los intestinos, puede parecer exótico, pero en
realidad es cotidiano en el contexto rural. El certamen lleva veinticuatro años. Ganar un
concurso me sirve para dos cosas: terminar trabajos -que a veces pospongo al
infinito-, y saber en qué punto está situada mi escritura. Y eso me da muchas
ganas de seguir profundizando en mi propio rumbo.
En Noticias desde el sur
Video
Entrevista a la autora
en el programa “Otro día con Marta”, programa televisivo conducido por Marta
Goyri. Transmitido el 3.11.18 y subido a YouTube por Eduardo Goyri el 8.11.18.
Duración: 4,55 minutos
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