Considerable tiempo después, fallece también el médico que había librado el certificado de defunción en el que, específicamente, no se señalaba que Goulart hubiera muerto de paro cardíaco. El deceso del profesional también ingresó en cono de dudas y sospechas que aún hoy persisten, puesto que fue atropellado por una motocicleta en nunca aclaradas circunstancias.
Sobre este doble entramado, el argentino José Gabriel Ceballos escribe la presente novela, vinculando “ciertos” y “probables” hechos enlazados con episodios de ficción que, sin perder de vista la crónica de lo real, enriquecen la trama. En el relato no hay aclaraciones sobre qué es lo “cierto”, cuál lo supuesto. El lector interesado puede leer, al final de este comentario, las explicaciones que brinda el autor.
Jango
tenía cincuenta y ocho años cuando falleció. En su juventud había comenzado lo
que iba a ser una intensa carrera política cuando fue electo diputado federal
en 1950. Tenía treinta y dos años. Era hijo de un fuerte terrateniente, pero
sus convicciones políticas lo fueron volcando a la izquierda influenciado por
el entonces muy popular presidente Getulio Vargas, de quien fue su ministro.
Pocos años después, resultó electo vicepresidente de Brasil, primero con Juscelino Kubitschek y posteriormente con Jânio Quadros, quien renunció
antes de cumplir un año de su mandato. Fue entonces que Goulart asumió la
presidencia en 1961 hasta ser derrocado tres años más tarde.
Ceballos hace que el médico -que en la vida
real tenía otro nombre- converse con Sabato y Alfonsín, con quienes establece
contactos en los añorados años ’80 del siglo pasado una vez que comienzan a
ocurrirle cosas extrañas, como lo es la visita de una misteriosa mujer que
afirma ser defensora de los derechos humanos y le reclama tanto por el
certificado como por un misterioso “frasquito” que contendría el veneno
utilizado para matar a Goulart.
Así como la
mujer aparece, de inmediato se esfuma de la vida del médico, Vaccari, quien no
puede menos que relacionar esa visita a situaciones que vive en su casa, en la
que el teléfono parece, presuntamente, intervenido, mientras –“se esfuman” objetos
determinados, le revisan la casa desmantelándola sin disimulos y una sirvienta,
que había estado poco tiempo trabajando allí, ha tenido actitudes poco claras.
A partir de tales acontecimientos Vaccari intenta, y logra, llegar a Alfonsín,
quien lo conecta con Sabato y ambos intentan asistirlo, aunque no de una manera
decisiva. Al menos, no como quisiera el médico, que termina sintiéndose
abandonado.
Otro
personaje, Turú Almeida, quien ha sido asistente de Goulart pero que, en el
“momento” de la historia ha ingresado en un camino irreversible que lo va
llevando a la demencia, ha sido testigo del presunto envenenamiento de quien
fuera su jefe y, más que eso, su idolatrado patrón. Él, en un encuentro que más
semeja a un delirio propio de la mente enferma de Turú, le pide que vengue su
muerte y que también guarde la prueba del delito, es decir el frasquito que
muchos quieren para hacerlo desaparecer. Turú, en un descuido, se ha apoderado
de dicha prueba y la conserva a riesgo de su propia vida.
Ceballos sabe cómo describir situaciones, ambientes. Si la palabra es permitida, agrego que se luce de manera particular cuando en un momento dado narra lo que es una visita masiva al santuario del Gauchito Gil, un “santo” popular que es venerado en Argentina, especialmente en la provincia de Corrientes. En esas páginas sus descripciones son certeras, vivaces, plenas de matices. Otro acierto, entre los tantos que registra la novela, refiere al encuentro, cierto, presunto, del “alma” del expresidente con Turú, cuando le exige que no permita que lo olvide y, también, que su muerte no quede impune. Allí también Ceballos vuelve a demostrar una vez más, su fibra de escritor, su capacidad para relatar algo que oscila entre el sueño y la alucinación.
Estas
muertes que no han sido hoy en día totalmente esclarecidas (y que quizás
nunca lo sean, dado el tiempo transcurrido) señalan que muchas veces la opacidad
cubre a la política y al poder y que es casi imposible arribar a una cierta
verdad cuando todo se ha hecho en las sombras para ocultar. Esta novela le
agrega la cualidad de hacer luz sobre temas y cuestiones que el tiempo devora y
que pueden esfumarse para siempre. Las intenciones de Ceballos exceden a la
ficción pura y nos hacen recordar que algo siempre exhuma mal olor en Dinamarca.
Dudas que
persisten
(Un diálogo
con el autor)
Te pido que hagas un poco de historia. ¿Cómo comenzás a conectarte con el caso de la muerte de Jango Goulart?
Lo conocía superficialmente, de lejos, hasta que, en una cena en Mercedes, Corrientes, el lugar donde ocurrió todo, un amigo que conoció el caso de cerca, como vecino de aquella ciudad, me sugirió que escribiera sobre dicha muerte. Anduve cuatro o cinco meses leyendo sobre Goulart y su fallecimiento, pero llegué a la conclusión de que el intento no valía la pena. En el hecho había (hay) demasiada oscuridad, y por otra parte Goulart me pareció un personaje poco interesante, demasiado “fofo” para hincarle el diente. Ya daba por cerrado el asunto cuando me enteré de que el médico que dio el certificado de defunción tuvo una muerte violenta, y ahí la cosa cambió. Nunca se probó que el final de ese médico haya sido un homicidio, pero la duda quedó.
¿Y qué hay del peón de Goulart, ese discapacitado mental que también sufre los “daños colaterales”?
Es pura ficción. Me pareció que tenía que complementar la supuesta historia del médico con la de un campesino cercano a Goulart.
¿Cuánto contás es rigurosamente cierto o hay mezclas de ciertas verdades con elementos propios de la ficción?
Mezclo, mezclo mucho. Lo que hay de cierto en la novela es solo lo esencial. La muerte dudosa de Goulart; la extraña anotación en el Registro Civil; el pedido de una autopsia, la cual se realizó treinta y siete años después; la muerte violenta del médico…
Supongo que son planos que no querés diferenciar, dado que no lo hacés en tu libro, pero quedan preguntas como la presunta intervención del propio Raúl Alfonsín respecto de las situaciones confusas que debe enfrentar el médico.
No tengo problemas en diferenciar esos planos, porque no es bueno engañar al lector, él debe saber que está abordando una ficción. La intervención de Alfonsín y de Sábato también es ficción. Los puse ahí justamente para darle mayor verosimilitud a la trama.
¿El resultado de la novela ha sido producto de una larga investigación? ¿Hablaste con gente que estuvo o pudo estar vinculada a los episodios narrados?
Como te dije, leí bastante sobre el tema. Y hablé con algunas personas, sí, incluso con familiares del médico. Pero esto no tanto para recopilar datos (pues existe un libro que los hijos publicaron donde están todos esos datos), sino más bien para tranquilizarlos, para que supieran que mi intención no era escribir una novela testimonial sino solamente una ficción, lo que quedaría en claro desde que yo no usaría el nombre verdadero del médico en el texto. Alguien que sí hizo un aporte relevante fue el abogado Iberé Teixeira, un historiador brasileño que vive en San Borja. Gracias a él supe que la rareza en el registro de la muerte de Jango no provendría del certificado de defunción sino de un error de la empleada del Registro Civil que volcó ese certificado en el libro de actas. Pero esto habría sucedido cuando aún gobernaba la dictadura, y por lo tanto bien pudo haber sido un cambio formal inducido por los militares.
Pasado tanto tiempo desde la muerte de Goulart (hecho ocurrido en 1976, en territorio argentino) ¿persisten las dudas sobre la causa de su muerte o es un hecho que sencillamente ha sido, de una u otra manera, superado?El gobierno de Dilma Russeff ordenó la autopsia pedida por ese médico mercedeño, el que firmó el certificado de defunción, treinta y siete años después. No se encontraron huellas de asesinato. Ya había pasado tanto tiempo desde la muerte que, a mi entender, tal autopsia no alcanza para disipar las dudas. Creo que el hecho seguirá siendo una incógnita para siempre.
Con una temática tan diferente a gran parte de tu narrativa anterior ligada a la ficción pura, ¿cuál ha sido tu experiencia? Quiero decir si estás conforme, si volverías a intentar algo similar, o si simplemente ha sido un trabajo en particular, sin presuntos correlatos con aquello que vendrá en tu obra posterior.
Bueno, una parte considerable de mi narrativa anterior no es ficción pura. Víspera negra, En la resaca y La invasora, por dar ejemplos, tienen base histórica. Y tengo algunos textos inéditos con la misma característica. Me siento cómodo escribiendo sobre cuestiones que ocurrieron en realidad pero que permanecen en sombras, rodeadas de misterio.
¿Cuáles han sido las primeras repercusiones que ha tenido
tu libro?
Hasta donde sé, salieron algunas reseñas en
periódicos del litoral, algunos comentarios positivos en las redes y una
recomendación de la revista “Fervor” de Buenos Aires. Claro que el libro se
mueve con muy poca gestión publicitaria, casi exclusivamente por sí mismo,
puesto que soy un escritor ajeno al circuito comercial.
Caso Goulart: daños colaterales, de José Gabriel Ceballos
Ediciones Ciccus, Buenos Aires, 2023, 162 páginas
Fotografías: Goulart diciendo uno de sus últimos
discursos antes del golpe militar: manifestación popular contra el golpe de 1964;
devoción por el “santo” argentino llamado Gauchito Gil
En Noticias desde el sur
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