Siete casos (Six Easy Pieces), de Walter Mosley
RBA Serie
Negra, Barcelona, 2019, 281 páginas
Traducción de
Eduardo Iriarte
En España: 19
euros. No se lo ha distribuido aún en la Argentina. En librerías on line
se lo consigue a distinto precio
Con la recuperación de un libro de relatos nunca
publicado en nuestro idioma, regresan los episodios policiales de Ezequiel “Easy”
Rawlins, el detective negro que, en los sesenta del siglo pasado, vive sus historias
de búsqueda y redención. El personaje alguna vez personificado en cine por
Denzel Washington, es sin duda el más logrado en la galería de criaturas del narrador norteamericano
Walter Mosley
“El dinero, pensé, es un
amo cruel en la vida de los pobres. Nos retuerce y nos vuelve tan codiciosos
que nos tornamos feroces y malvados”.
Luego de una
década de olvido, el escritor norteamericano Walter Mosley ha vuelto a ser
publicado en nuestro idioma. Eso ocurrió a partir de haber obtenido el premio
de novela policial que otorga RBA, el sello que lo puso de nuevo en
circulación. Siete casos es el tercer título que publica, del creador de
Easy Rawlins, un muy logrado personaje.
Las ficciones
que tienen a Rawlins como protagonista transcurren, en general, en los ’60 del
siglo pasado, década en la que las tensiones raciales estuvieron al rojo vivo
en los Estados Unidos. Década también en la que se vivieron gravísimas
situaciones históricas que pusieron al mundo al borde de una nueva
conflagración.
No es que
Rawlins tenga alguna participación en esos hechos, pero sí se trata del “magma”
en el cual debe moverse, una atmósfera determinada, una tensión
permanente y consistente. Ocurre que Easy intenta hacer pie en una California
tan soleada como hostil, en la que hay escaso o nulo lugar para las personas de
piel oscura. Mosley, hijo de padre negro y de madre judía, no vacila a la hora
de hacer referencia a esos problemas, a exponerlos con crudeza y no pocas veces
con palabras concretas, cuando no vulgares.
Su personaje Easy
(“fácil”, "tranquilo"), Ezequiel, es un veterano de la Segunda Guerra Mundial que viene de
la pobreza extrema, en el Profundo Sur, y al radicarse en California ha buscado
hacer pie, afirmarse como hombre libre a pesar de todo. Relato a relato, Mosley
lo ha ido mostrando arriesgándose a ampliar los límites, a no dejarse avasallar
por la sevicia y las humillaciones, las tremendas injusticias nacidas del
racismo y el desprecio de los blancos hacia la minoría hoy llamada
afroamericana.
De a poco,
intercambiando favores, Rawlins ha ido tornándose en una suerte de detective
privado que desface entuertos, generalmente entre los suyos, tratando de evitar
a los policías y a los jueces (en ese entonces casi todos, o todos, blancos),
tratando de mantenerse “limpio”, aunque interpretando las leyes y las buenas
costumbres según su leal saber y entender.
Los siete
relatos que integran este libro de 2003 transcurren en 1965, vale decir cuando
Easy tiene 45 años, es supervisor de una escuela “para negros”, es propietario
de su casa y ha logrado formar una familia integrada por su amante Bonnie, una
bella azafata, su “hijo” mayor Jesús, de 17 años, rescatado cuando niño de las
garras de proxenetas, y su “hija” menor Feather, una pequeña que recogió después
que su abuelo matara a su madre.
En el primer
episodio del libro (y en varios que le siguen) Easy sigue conmovido por la
muerte de su íntimo amigo, Raymond “Mouse” (Ratón) Alexander, aunque una
llamada telefónica que le hacen no bien se inicia el primer relato lo
descoloca, pues en ella afirman que su íntimo amigo, un asesinato nato, se
encuentra con vida.
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California, 1965. Tropas reprimen disturbios |
En “Lavanda”,
EttaMae, mujer a la que conoce desde su juventud y ha sido la pareja de su
amigo Mouse, le pide que lo ayude para que salve a un joven negro que se ha
entreverado con una mujer blanca, también joven, casquivana y rica. En el
episodio que sigue, “Verde caimán”, un detective blanco ligado al mundo “negro”
pide auxilio para despegar a un cuñado de un robo que, sostiene, no cometió.
El sexto, “Una
muerte de ojos grises”. le permite a Rawlins saber qué ocurrió de verdad con su
amigo Raymond “Mouse”, al tiempo que ayuda a un joven negro acusado de haber
robado un furgón blindado. El último de la serie, “La puerta ámbar”, refiere al
asesinato de una joven mujer, también negra.
Aunque Mosley a veces cae en los lugares comunes del relato policial (si hay silencio
extremo en una habitación es casi seguro que se encontrará con un muerto), pero
sabe manejar las distintas tramas y cada tanto el lector se encuentra con la
felicidad de la frase acertada, de la descripción aguda, de una buena humorada.
Es frontal y no acude al eufemismo ni a lo políticamente correcto para
referirse al mundo marginal en el que se mueve su personaje.
En todos los
casos, como apunté, Rawlins opera al margen mismo de la legalidad, debe dar
algunos golpes, proferir amenazas, engañar y hasta mentir, pero evita matar y
sus transgresiones buscan dilucidar precarias, aunque concretas, verdades. Al
final de estas historias, se lo ve a Easy abriendo una suerte de oficina, como
si se terminara de “recibir” de detective privado, mientras sufre la dilución
del amor que lo ha unido a Bonnie.
Los Siete casos
tienen origen en publicaciones de Washington Square Review.
Originalmente fueron seis, pero el autor agregó otro cuando esas historias llegaron al libro. Las “seis piezas fáciles” del título en inglés, juega con
otro, similar, del físico Richard Feyman, quien con su trabajo revolucionó la
forma de enseñar física en el aula. Obvio, el “easy” del título original le
permite a Mosley jugar también con el apodo de su personaje. En casi todas las
ficciones de la serie, también en los relatos, en los títulos suele aludirse a
un color determinado.
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Tapa de la edición en inglés |
“El perrito amarillo debió de olerse lo que
estaba haciendo. Estuvo aullando y ladrándome hasta que hube acabado.
“Luego me fui al trabajo. Llegué cuando
sonaba el timbre de las tres y estuve trabajando hasta las once. Cuando volví a
casa, habían retirado los rosales. Bonnie, Jesús y Feather dormían en sus
respectivas camas. No había ninguna maleta preparada en el armario. Ninguna
nota furiosa en la mesa de la cocina.
“Me tumbé en el sofá y pensé en Mouse, en que
estaba muerto de verdad. Después me entró sueño enseguida y supe que mi
temporada de luto casi había tocado a su fin”. (pp.160/1).
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