ESPÍA Y TRAIDOR, DE BEN MACINTYRE

Espía y traidor, de Ben Macintyre


Ben Macintyre (Oxford, Gran Bretaña, 1983) se ha especializado en crónicas sobre espías y hechos de espionaje ocurridos en la realidad, no inventados al estilo de sus connacionales Ian Fleming o John Le Carré. Al respecto, el año pasado comenté su excelente Agente Sonya, exhaustivo estudio sobre la personalidad y los actos ilícitos de la alemana Ursula Kuczynski quien durante décadas espió para los rusos (mejor dicho, para los soviéticos de los tiempos de Stalin)  sin haber sido nunca descubierta. 

Ahora se ha reeditado Espía y traidor, el trabajo inmediatamente anterior de Macintyre. La edición que leí apareció este año en México y en ella habla del espía ruso Oleg Gordievski, un soviético formado en la KGB rusa, vale decir el servicio de inteligencia de ese país, integrante además de una familia de fervorosos comunistas, al punto de que su padre y su hermano fueron oficiales del referido, y muy temido, servicio de espionaje. A su vez su esposa era también una férrea militante, integrante de una familia similar a la de Oleg. 

Este, aunque no en su primera juventud, comenzó a cuestionar la vida en la Unión Soviética post estalinista, dado que el autoritarismo continuaba intacto, los controles nunca cesaban, las posibilidades de libertad, tal como se las conoce Occidente, eran inexistentes y, aparte, la censura no bajaba nunca la guardia. Fue significativo el hecho de que, melómano confeso, no pudiera disfrutar de la música de su amado Bach porque también estaba prohibida. 

Capital de Dinamarca. La radicación en Copenhague de Oleg como integrante de la embajada soviética, le permitió ver, vivir, de primera mano cómo se “respiraba” en un país capitalista, donde no se verificaban las restricciones que se padecían en la Unión Soviética. Y, aunque la construcción del Muro, en Berlín, no le había hecho cambiar de opinión, sí lo hicieron los tanques rusos que invadieron Checoslovaquia y terminaron con la efímera Primavera de Praga. 

De ahí más, y sin consultarle a su esposa, Oleg decidió espiar para Occidente, concretamente para Gran Bretaña. No estaba motivado por la corrupción o el dinero, tampoco por la venganza. Le pareció apropiado hacer su aporte para cambiar el estilo de vida que se padecía en la Unión Soviética de los tiempos de la Guerra Fría. 

Oleg cumplió mucho más allá de lo que pensaban los ingleses. Entregó a lo largo de los años documentación muy valiosa. La estrategia para reunirse con él, escuchar los informes que había memorizado (tenía una memoria de excepción), copiar con la mayor rapidez posible fotografías y documentos, fue tan eficaz como de altísima complejidad para volverla efectiva, dado que siempre se luchaba contra el tiempo. 

El espía no dejaba de actuar como un integrante de la embajada soviética, primero en Dinamarca, más tarde en Londres, aunque por sus maneras liberales de actuar, sus desarrollados gustos estéticos (fue un melómano fanatizado y también ferviente lector, especialmente de aquellos autores mal vistos por los soviéticos), no dejaba de despertar desconfianza entre los suyos. 

Sin embargo, logró esquivar durante años todos los embates, aunque en determinado momento Moscú lo hizo regresar para “conversar” con él, sometiéndolo a un interrogatorio feroz, que duró días, y durante el cual se le hizo beber una suerte de suero de la verdad. Aquí Gordievski debió aferrarse férreamente a una especie de punto nodal: negar de manera permanente que hubiese traicionado a su país, insistir en ello aun en los momentos en que casi no tenía noción de qué le ocurría y dónde se encontraba. De esa manera se copió de Kim Philby, el famoso espía británico que espió durante décadas para los soviéticos, quien aconsejaba negar de manera sistemática todas las acusaciones que se le formularan. 

Además, se dio el lujo de ofender a uno de los que lo interrogaban, calificándolo de estalinista. Se crea o no, la persona considerada de esa manera se ofendió de verdad porque desde su perspectiva el estalinismo había quedado atrás y el país y su sistema de vida se habían modificado sustancialmente. Oleg le demostraba, con la triste experiencia que había sufrido, el error de sus creencias. 

El espía, en tanto, se había divorciado de su primera esposa y casado en segundas nupcias con la joven Leila Aleveya. Con ella tuvo dos hijas, pero como ocurriera con su primera mujer, nada le contó sobre la doble vida que llevaba. 

En los servicios de inteligencia británicos se temía por la vida de Oleg y para eventualmente salvarlo, en caso de que quisiera huir de Moscú, se montó un complejo sistema de auxilio, para lo cual el “espía y traidor” debía hacerse ver con una bolsa especial, cerca de una panadería próxima al Kremlin. Como contrapartida, los ingleses debían pasar por ese mismo lugar de manera periódica. La espera duró años, pero en algún momento debió ponerse en práctica, porque luego del último interrogatorio Gordievski temió ser detenido y, eventualmente, asesinado. 

Una huida de película. Cuando eso ocurrió, los ingleses desconocían si deberían auxiliar sobre a Oleg o también a los otros miembros de la familia. Mientras el espía se trasladaba en tren hasta un remoto lugar, dos coches con diplomáticos ingleses salieron con igual rumbo, superando diversas barreras de control sin saber cómo terminaría esa aventura, digna de una película o de una novela. 

La idea era la de encontrarse en un parque público, relativamente cercano a la frontera con Finlandia. El primero en llegar fue Oleg, quien -mientras resultaba sorprendido por una gran masa de mosquitos furiosos- debió aguardar largo rato el arribo de sus cómplices, quienes tuvieron que ir sorteando gran número de dificultades, especialmente a los tres coches con integrantes de la KGB que los siguieron en la mayor parte del trayecto y de los que, solo por una maniobra afortunada, lograron desprenderse. 

En los tiempos de… Eran los tiempos de Margaret Thatcher, quien dio orden de proteger como fuera posible a quien ella llamaba Collins. A este tardó años en conocer. Tampoco supo durante mucho tiempo de quién se trataba. En ese sentido fueron muy pocas las personas que conocían la identidad del espía soviético y su nombre solo comenzó a difundirse cuando ya se encontraba en suelo británico. 

En Moscú hubo asombros, reproches, denuncias y mucha, pero mucha sorpresa, especialmente la que experimentó la esposa de Oleg quien no terminaba de aceptar las acusaciones de traición que pesaban sobre su pareja. Tardó en aceptarlo, en tanto que se cansó de soportar interrogatorios interminables que no llevaban a ninguna parte, porque su ignorancia era total. Lo mismo pasó con la familia sanguínea del espía, así como con sus escasos amigos. Todos, de una u otra manera, se sintieron traicionados, y también usados, como le ocurriera a un amigo con quien Gordievski se había comprometido a reunirse sin tener la menor intención de hacerlo, porque para la fecha estipulada para el encuentro el espía se encontraba en plena huida. 

De a poco y en Occidente Oleg recibió reconocimientos. Y así como conoció a Thatcher también ocurrió lo propio con el presidente Ronald Reagan y hasta a la reina Isabel, quien le confirió una importante distinción por los servicios brindados a Gran Bretaña. 

Lo que ocurrió después se podría ubicar en lo previsible: a la esposa de Oleg y sus dos hijas le permitieron salir de la Unión Soviética seis años después de la huida del espía. Leila nunca pudo perdonar la falta de lealtad de su marido y a los pocos años la familia se disolvió. Oleg nunca volvió a su país natal y hoy, a los 82 años, vive solo y aislado en un lugar secreto. Porque, en efecto, esta clase de acciones no suelen tener finales felices. 

Aunque bueno es reconocer que Gordievski logró evitar derramamientos de sangre y de cierta forma contener a la siempre difícil y compleja nación euroasiática. Así, logró advertir a tiempo que el entonces jefe de estado soviético, Yuri Andrópov, temía un ataque nuclear de parte de Occidente y se preparaba para una contraofensiva, todo un invento pero que tuvo al mundo muy al borde de una conflagración extrema. Anécdota, claro, pero que hoy con la invasión a Ucrania de parte de Rusia no deja de estremecer.

Ilustraciones, de arriba abajo: Ben Macintyre; Copenhague en la década de 1960; Víborg, en la URSS, pueblo al que arribó Oleg en su huida a Finlandia; Margaret Thatcher; Gordievski, ya anciano, en su retiro británico


Espía y traidor (The Spy and the Traitor. The Greatest Espionage Story of the Cold Ward), de Brian Macintyre

Planeta Mexicana, Ciudad de México, 2022, 380 páginas

Traducción de Efrén del Valle 

Comentarios