AGENTE SONYA. AMANTE, MADRE, SOLDADO, ESPÍA, DE BEN MACINTYRE

Agente Sonya. Amante, madre, soldado, espía

(Agent Sonya, Lover, Mother, Soldier, Spy) de Ben MacIntyre

Crítica (Grupo Planeta), Barcelona-Buenos Aires, 2021, 444 páginas

Traducción de Efrén del Valle


 


Fue una de las espías más arriesgadas del siglo XX y nunca resultó detenida. Sirvió con lealtad y ceguera cerril al estalinismo y su “tapadera” de ama de casa resultó su mejor defensa. MacIntyre logró reconstruir una vida poco conocida

 

“Siempre tengo la misma pesadilla: el enemigo me pisa los talones y no tengo tiempo para destruir la información”.

 

La vida de la alemana Úrsula Kuczynski (1907-2000), alias agente Sonya, resultaría hasta inverosímil si no fuera rigurosamente cierta. “Eterna” comunista, espió para la Unión Soviética desde su primera juventud hasta la vejez y, al mismo tiempo, fue abnegada ama de casa que crio a sus tres hijos en diversos escenarios en los que se libraban terribles batallas.

 

En su extenso y detallado trabajo, el periodista y biógrafo Ben McIntyre logró exhumar la vida de una mujer que, ya mayor, supo reinventarse y -luego de dejar sus riesgosas operaciones secretas- se transformó en una exitosa autora de novelas para niños y adolescentes, así como de sus memorias expurgadas, con el seudónimo de Ruth Werner.

Úrsula abrazó la causa comunista desde su misma adolescencia y a los dieciséis años ya había ingresado a la juventud de ese partido. Alemania vivía las convulsiones de la República de Weimar y, aunque el Partido Comunista era poderoso, fue vencido en su puja con el resto de las agrupaciones políticas de la época, especial (y obviamente) por el nazismo de Adolf Hitler. Pocos años más tarde, tanto Úrsula, ya casada, como sus padres, debieron iniciar el largo camino del exilio porque, amén de izquierdistas, estaban más que señalados por su condición de judíos.

 

En la convulsionada Shanghái. La espía comenzó a realizar pequeños trabajos para los soviéticos, no bien se instaló en la también convulsionada Shanghái de los años ’30, en la China que vivía una intensa y brutal guerra civil que se vería incrementada cuando Manchuria fue invadida por los japoneses.

 

La ya por entonces enorme ciudad estaba dividida de una manera brutal: por una parte, en el llamado Bund, vivían con holgura y mucho poder, amén de dinero, unos cincuenta mil extranjeros procedentes de distintos países, especialmente europeos. En el resto, hacinados, malolientes, hambreados, sobrevivían más de un millón y medio de chinos. Las diferencias sociales eran abismales y, en medio de todo eso, se libraba una guerra civil terrible, en las que las torturas y las muertes resultaban un horrible pan cotidiano.

 

Las tropas del nacionalista Chiang Kai-shek literalmente masacraban a los que consideraba rivales, civiles de todas las edades incluidos, y a su vez las de Mao Zedung, centralmente afincadas en las montañas, aunque numéricamente menores también torturaban y mataban. Se calcula que las tropas y las bandas armadas de Chiang asesinaron a unas trescientas mil personas, incluyendo mujeres, niños y ancianos.

 

Shanghái era una ciudad cosmopolita y al mismo tiempo opresiva con los miserables que pululaban en ella. “Lo último de lo último” proveniente de París y Londres estaba presente, tenía restaurantes, cines, lugares de recreación, pero también burdeles y fumaderos de opio. Había toda clase de contrabando. Y espías de todos los colores.

 

Úrsula estaba casada con el arquitecto Rudolf “Rudi” Hamburger, un arquitecto alemán -judío como Sonya-, con ideas izquierdistas, aunque no comunista. Su esposa, en tanto, se iniciará allí como espía de la mano de Richard Sorge, un legendario espía que fue amante de la alemana y que años más tarde sería eliminado, de manera brutal, por los japoneses.

 

En la Inglaterra en guerra. En la misma ciudad china Úrsula tuvo a Michael, niño que se vio obligado a vivir las peripecias de su madre, dado que esta luego de Shanghái fue trasladada a distintos lugares del mundo, especialmente a Inglaterra, en plena guerra, donde cumplió su papel más destacado en beneficio de los soviéticos.

 

Fue el momento de su mayor exposición, los mejores resultados para Stalin y una habilidad casi suicida para librarse de quienes sospechaban de ella. En realidad, desconfiaban más que nada de su familia, los Kuczynski (padre y hermano), refugiados en Gran Bretaña con fuertes conexiones con la izquierda europea. Ellos, de una u otra manera, espiaban para la Unión Soviética, especialmente su hermano Jürgen, intelectual marxista que llegó a publicar miles de títulos a lo largo de su vida.

 

Úrsula se había instalado en la campiña inglesa con sus tres hijos (de otros tantos padres) y representando a conciencia el papel de madre y ama de casa controlaba a una gran red de espías comunistas. Con ellos se contactaba recorriendo grandes extensiones en su bicicleta. El mayor de todos esos espías, el genial físico Klaus Fuchs, por total convicción ideológica proveyó de secretos nucleares a Stalin, tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos.

 

Desde su casa y a través de su radiotransmisor casero, la espía envió cientos de páginas literalmente robadas por Fuchs, y de esa manera los soviéticos pudieron ponerse a la par de sus aliados que, durante la guerra, en todo momento y circunstancia desconfiaron de Stalin.


Varias veces en Moscú. Sonya viajó varias veces a Moscú, donde recibió distinto tipo de instrucciones para las tareas clandestinas que debía realizar. En esos años tuvo conocimiento acerca de las terribles “purgas” de Stalin, que se extendieron entre 1936 y 1938, y que terminó con la carrera, cuando no la vida, de miles de soviéticos.

 

A ella no le llegaron esos castigos quizás porque era una pieza clave para los servicios secretos. Mucho más tarde dijo no saber por qué sobrevivió a esa tormenta, aunque sí se sabe que decidió mirar para otro lado mientras desaparecían muchos de sus allegados.

 

Esa ceguera cerril, alimentada además por el terror, fue lo propio de millones de comunistas -tanto en la URSS como en el exterior- que se demoraron en aceptar lo que de verdad ocurría en la nación soviética durante Stalin, al que habían endiosado. Al margen de esa ceguera que fue también complicidad, cabe señalar que Sonya llegó a ser designada coronel del Ejército Rojo.

 

Finalmente, Alemania. La desconfianza mutua entre los aliados occidentales y el régimen soviético derivaría en la Guerra Fría y en ella también Úrsula tuvo activa intervención. Al fin, sin que se llegara a determinar su papel en el espionaje soviético (y pese a la desconfianza sostenida en el tiempo de Milicent Bagot, de los servicios de inteligencia ingleses), se refugió en la entonces naciente Alemania Oriental.

 

Allí, contrariando los deseos de sus jefes, decidió “colgar los botines” y dejar sus funciones de espía. Y, extrañamente, el servicio secreto de la URSS lo aceptó, algo verdaderamente inusual. Como se dijo, Úrsula se volvió fecunda escritora y, poco antes de fallecer, en el 2000, cuando el comunismo europeo se encontraba casi desaparecido, expresó que estaba “desesperanzada” respecto de las ideas que había defendido a lo largo de su vida.

 

El minucioso trabajo de MacIntyre permite recorrer la intensa, hasta increíble, vida de Úrsula-Sonya, quien en sus décadas de espionaje nunca dudó a pesar de que traicionó a diestra y siniestra, especialmente a los británicos que le dieron cobijo. Y tampoco tuvo demasiado en cuenta a su propia familia, a la que zarandeaba de aquí para allá en pro de sus convicciones.

 

Rudi. Mención final para el primer esposo de Sonya, Rudolf “Rudi” Hamburger. Al comienzo de su vida en común solo tenía ideas izquierdistas, pero de a poco la influencia de su esposa lo fue llevando al comunismo, al que terminó defendiendo contra viento y marea. Fue un mal espía y sufrió sinsabores de toda clase, al punto de que terminó confinado en el Gulag soviético (campo de concentración) durante una década. Sin embargo, nunca abandonó sus convicciones. Falleció en 1980 en Dresde y solo fue reivindicado por los soviéticos una década más tarde…

Fotografías, de arriba abajo: Úrsula Kuczynski; el autor Ben MacIntyre; el Bund, en la Shanghái de los años ’30; Londres bajo las bombas; Moscú en los ’50 del siglo pasado; el Muro de Berlín; Rudi y Úrsula

 

 

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