El final del
affaire (The End of the Affair), de Graham Greene
Libros del Asteroide,
Barcelona, 2019, 311 páginas
Traducción de Eduardo
Jordá. Epílogo de Mario Vargas Llosa
En España: 22 euros. Aún
no se lo ha distribuido en Argentina. Se lo consigue en librerías on line
Se reedita una novela de Graham Greene que mantiene vigencia a pesar de
haber sido escrito hace siete décadas. Dos temas centrales: el primero tiene
que ver con el amor y las emociones. El segundo refiere a la existencia de Dios
Dos temas, que el autor
buscó volver concurrentes, prevalecen en esta novela de 1951, ahora rescatada.
El primero tiene que ver con el amor. El físico, pero también y centralmente el
emocional que se ubica más allá de las convenciones y obligaciones. Un amor
“clandestino”, propio de la época (el tiempo de la guerra y el inmediatamente
posterior a ella). El segundo refiere a la trascendencia, a la existencia o no
de Dios. El Dios católico en este caso, que tanto incidió en la vida y en la
obra de Graham Greene.
Greene fue un magnífico
escritor, que supo entregar novelas de gran atracción, de fuerte contenido y a
su vez muy populares. En el epílogo, Vargas Llosa sostiene que el autor inglés
tocaba temas profundos de una manera muchas veces superficiales y que tal
“banalización” fue lo que permitió que tantas de sus ficciones fueran llevadas
al cine.
El escritor peruano no parece
ser el más indicado para tirar la primera piedra, puesto que en no pocas de sus
historias ha caído también en esa simplificación. A mi manera de ver, Greene
escribió comedias ligeras, pero también historias difícilmente olvidables,
tales como El poder y la gloria o El americano impasible. Sin
hablar de El tercer hombre, tan buen libro como inolvidable película (de
la que se han cumplido setenta años de su estreno).
Vuelvo a la novela.
Quien narra es Maurice Bendrix, un escéptico ser humano, novelista sin
demasiado éxito, que habla del amor que mantuvo con Sarah Miles, esposa de
Henry, un funcionario, en tiempos de la guerra y en la asediada Londres que
estoicamente soporta el bombardeo nazi, noche tras noche, heridos tras heridos,
muertos tras muertos.
En medio de tanta
desgracia, prevalece el amor de Maurice y Sarah, aunque Bendrix se muestra
escéptico respecto de la mujer y sus emociones, porque pese a promesas y
juramentos la cree frívola y voluble. Esa escisión, esa manera de “ver” y
entender la relación, separa irremediablemente a ambos. Bendrix cree que su
escepticismo raigal lo lleva a lo cierto, a lo relativo de la vida y por ende
de las pasiones. Sarah lo ve distinto. Demasiado diferente.
La calidad narrativa de
Greene se evidencia en la primera parte de la novela, porque el que habla es
Maurice y el lector solo “escucha”, la voz de este. Y al dejarse llevar
por ese monólogo tenaz, incisivo y un tanto “sabelotodo”, participa de una visión
equívoca de lo que en verdad es una compleja historia de amor.
Una marcada división. Es lo
que se advertirá no bien se avance en la lectura de la novela. Porque los
amantes en un momento dado se distancian. Y solo el acceso casi fortuito al
diario personal (y por ende secreto) de Sarah le permitirá a Maurice (y al
lector) conocer el otro lado de la trama. Porque los sentimientos de la mujer
quedarán expuestos sin cortapisas.
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Julianne Moore y Ralph Fiennes en la versión de la novela dirigida por Neil Jordan |
El enigma de
Dios. La novela se torna compleja cuando la historia del amor
clandestino se vuelve un interrogante sobre la existencia de Dios y, también,
sobre si es factible que en estos tiempos de laicismo y escepticismo respecto
del Más Allá, dicho espíritu supremo sigue incidiendo en la vida humana.
Tal enigma tiene su
punto de inflexión al producirse el estallido de una bomba en el lugar donde la
pareja se ha dado cita. Allí se registra una situación límite, que Maurice y
Sarah viven de una manera absolutamente dispar. Estamos ante el punto central de la
novela y lo que sigue tiene que ver con el creer o no creer en el milagro y la
divinidad.
Greene devela de esa
manera el sentido último y profundo de su ficción, pero al mismo tiempo diluye
el otro tema, el de la relación amorosa, las distintas formas de abordarla, las
diferentes maneras de sentir y actuar.
Está claro que a quien
le interesen las cuestiones referidas a la trascendencia esta novela puede sin
duda resultarle atractiva, pero para el lector, digamos, común, puede resultar
una suerte de golpe bajo. Como a mí me ocurrió.
La novela logra
transmitir bien el “espíritu” de la Inglaterra de la guerra, cuyos habitantes
tanto la sufrieron, y los años próximos a ella. En ese sentido, Greene fue algo
más que cronista, porque se puede decir que captó el “alma” de esos momentos que,
durante la guerra, fueron terribles y que inmediatamente después debieron vivirse
con extraordinarias limitaciones.
En la personal, El final
del affaire me hubiera convencido más si Greene hubiese enfatizado menos su
“costado” teológico y, en cambio, hubiera auscultado más en esa compleja
relación de pareja.
Como antes señalé, el libro, que en la
Argentina y otros países ha sido conocido como El fin de la aventura,
agrega en esta edición un estudio de Mario Vargas Llosa sobre novela y autor.
El escritor peruano es poco generoso con Greene afirmando que precisamente esta
novela “alcanza su apogeo y muestra sus límites” creativos.
Puede ser, aunque en
favor del inglés cabe hablar de su riqueza expresiva, la elaboración de
situaciones, momentos y personajes muy válidos. Porque Greene sigue
siendo Greene a pesar del tiempo transcurrido.
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Tapa de la edición en inglés |
Un fragmento
“En aquel
mismo momento el camarero depositó una fuente de cebollas sobre la mesa.
Aquella noche ni siquiera se me había pasado por la cabeza que pudiera sentir
deseo por Sarah.
-¿A Henry le
molesta la cebolla?- le pregunté.
-Sí, no la
soporta. ¿A ti te gusta?
-Sí.
Me sirvió
cebollas en el plato y luego se sirvió ella.
¿Es posible
enamorarse por un plato de cebollas? En verdad parece muy improbable, pero yo
podría jurar que fue justo entonces cuando me enamoré de ella. Es evidente que
hubo otras razones aparte de las cebollas: la repentina certeza de estar frente
a una mujer individual y frente a una franqueza que tiempo después iba a
hacerme alternativamente feliz y desdichado. Bajé la mano y la puse sobre su
rodilla, y entonces su mano también descendió por debajo de la mesa y se aferró
a la mía.
-Es un buen
filete- dije.
Su
contestación fue para mí pura poesía.
-Es el mejor
que he comido en mi vida.
No hubo
persecución ni seducción. Dejamos el suculento filete en el plato y un tercio
de la botella y salimos a Maiden Lane con la misma intención en nuestras
mentes. Nos besamos en el mismo sitio en el que nos habíamos besado la primera
vez, frente al portal y la verja.
-Estoy enamorado-
dije.
-Yo también.
-Ahora ya no
podemos volver a casa.
-No”.
(páginas 68 y 69).
Datos para una biografía:
Graham Greene nació en 1894 en una
población cercana a Londres y falleció en Vevey, Suiza, en 1991. Es reconocido
como una de las principales figuras de la narrativa británica contemporánea.
Escribió una treintena de novelas, entre las que se destacan El Poder y la
Gloria, El ministerio del miedo, El revés de la trama, El
americano impasible, Nuestro hombre en La Habana, Viajes con mi tía,
El cónsul honorario y El final del affaire,
también conocida como El final de la aventura. Escribió varias obras de
teatro y guiones de cine, entre ellos el de El tercer hombre, famosa
película dirigida por Carol Reed e interpretada por Orson Welles. Tomando como
base ese guion, escribió luego la novela del mismo nombre. El cine,
precisamente, le ha sido muy fiel, tanto que se han filmado, para la pantalla
grande como para la televisión, más de 70 películas basadas en su obra, la
última “Brighton Rock”, dirigida por Rowan Joffe (2010), mientras se anuncia
que William Boyd se encuentra escribiendo un guion basado en El capitán y su
enemigo, texto que fuera recuperado en 1988. Greene fue un heterodoxo
católico en tierra protestante, aunque optó por residir en Francia los últimos
años de su vida. Sin embargo, por haber denunciado hechos de corrupción en Niza
terminó trasladándose a Suiza, donde murió. Durante la Segunda Guerra Mundial
trabajó para los servicios secretos británicos y aunque fue varias veces
postulado al Nobel de Literatura nunca lo obtuvo, presuntamente por sus
posiciones políticas.
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