(diseño de Gerardo Morán)
(Detalles de fotografías al final)
Entre 1947 y 2010 el norteamericano Ray Bradbury (1920-2012) publicó algo más de medio centenar de libros, en su gran mayoría relatos que tuvieron una enorme repercusión y no solo en Estados Unidos. Su gran capacidad para gestar ficciones de todo orden matizadas por una reiterada impronta poética le otorgó una fama que, nacida en su juventud, lo acompañaría hasta el final de sus días..Asimismo, el cine, la televisión y ahora el streaming “se encargaron” de dotar de imágenes a sus historias, al punto de que hoy mismo llegan a casi ciento treinta las diversas versiones filmadas de sus historias.
Aunque se lo considera, y con razón, uno de los “padres”
del género de ciencia ficción corresponde hablar de un narrador para quien no
había límites en términos de imaginación. Tanto que, además de ser el creador
de historias que transcurrieron más allá de nuestro planeta o en algún futuro,
también fue un sólido autor de textos de terror así como de novelas
policiales.
El año pasado, el sello Minotauro (que ha publicado casi
toda su obra en nuestro idioma) editó Recuerdo, una correspondencia
seleccionada por Jonathan R. Eller que se conociera en inglés en 2023. Eller,
profesor universitario, dirige el Centro de Estudios Ray Bradbury y es un
especialista en la obra bradburiana a la que ha dedicado varios de sus libros.
El compilador señala que Bradbury se arrepintió de no haber llevado un diario para recordar sus múltiples experiencias de vida. No obstante, Eller pudo llegar a decirle que con seguridad su amplia correspondencia podría sustituirlo. No deja de ser cierto: aun tratándose de caminos diferentes en forma indirecta sus cartas terminan siendo una especie de diario personal.
Ocurre, porque ideas, proyectos, éxitos (los más) y fracasos, en definitiva lo que fue su intensa vida quedaron reflejadas en las innumerables cartas que el autor de Crónicas marcianas escribió incansablemente, ya fuere a conocidos como a ignotos, a famosos y a los que no lo eran.
Se supone que Recuerdo es, antes que nada, una selección de cartas, aunque al mismo tiempo debe aclararse que la recopilación resulta muy generosa. La primera de esas cartas es la que un desconocido de nombre Ray, de diecisiete años, dirige nada menos que a Edgar Rice Burroughs (el creador de Tarzán y otras populares historias de aventuras). Bradbury, con respeto y al mismo tiempo con total desparpajado, invita al entonces famoso narrador a una reunión con noveles escritores de la ciudad de Los Angeles. Invitación que con amabilidad Burroughs rechazó.
A partir de ahí sus relatos se multiplicaron de manera
exponencial y las publicaciones de la época se los disputaban. Ocurría porque
Bradbury fue un escritor de extrema sensibilidad y de gran inventiva. Uno de
sus logros fue saber contar. El otro, demostrar que su imaginación era “simplemente”
arrolladora.
En uno de sus cuentos paradigmáticos, “La pradera”, logra
desarrollar la idea de la existencia de grandes televisores del tamaño de las
paredes que en algún momento cobran vida propia y en su famosa novela Fahrenheit
451 similares máquinas, con imágenes de colores, “acompañaban” la vida de
los seres humanos. Me detengo en ambos textos porque en esos años (fines de la
década de 1940, comienzos de la siguiente), obvio es decir que tales
equipamientos no solo no existían, sino que no eran siquiera imaginados.
Bien se sabe que fueron sus imperecederas Crónicas marcianas (1950) las que potenciaron el nombre de Bradbury instalándolo en una cumbre de la que nunca descendió. Nuevos cuentos, nuevas novelas, acrecentaron su obra, pero la originalidad de las Crónicas nunca fue superada. El libro fue el segundo que publicara el autor, aunque el primero de ellos, Dark Carnival, aparecido en 1947, fue reeditado con múltiples modificaciones y transformado en otro, distinto (El país de octubre, 1955). De ahí es que se considere a Crónicas marcianas como el basamento inicial de su obra.
Ellas resultaron una suerte de “imaginación al poder” al
narrar lo que estaba ocurriendo en el Planeta Rojo, con sus habitantes
marcianos y las “visitas” de los terrícolas, nada complacientes. Amén de
muertes y enfrentamientos, el narrador supo contar historias preñadas de
nostalgias y melancolía, relatar “desde” el corazón humano y esa sabiduría
particular volvió inmejorables y hasta inolvidables a estas ficciones y a no
pocas de las que siguieron.
En la correspondencia se evidencian dos constantes: una
inquebrantable y sostenida voluntad de trabajo (incesante, vibrante,
multiplicada) y, algo diferente, aunque concurrente en forma tangencial: la
admiración que despertó desde joven, a punto tal de que al poco tiempo de que
comenzara a publicar los autores famosos de la época, especialmente los
volcados a la ciencia ficción, empezaron a enviarle cartas en las que,
exactamente, se mostraban admirados.
Así debe hacer sorprendido mucho al entonces joven vecino
de la ciudad de Los Ángeles recibir una misiva laudatoria del ya consagrado
Theodore Sturgeon, de quien Eller sostiene que fue “uno de los escritores de
ciencia ficción de mayor poderío emocional de su época”. En la carta que le
enviara en 1946 (cuando Bradbury tenía veintiséis años y aún no había publicado
su primer libro) se pueden leer párrafos que dicen, como ejemplo: “Me
encantaría, tanto o más, saber escribir tan bien como lo hace usted”. O: “He
disfrutado cada vez más de sus relatos”. También: “No sé cuánto tiempo más va a
seguir superándose, pero, si lo hace, que alguien le diga a John Collier y a
Saki (famosos autores) que se quiten de en medio…”.
Algo más -y central- se destaca en el autor: su enorme y
diversificada capacidad de trabajo. Una tarea incesante que empezó con los
cuentos y, sin dejar a estos, siguió con las novelas y luego con el teatro y
más tarde, de manera muy contundente, con guiones, centralmente destinados a la
televisión, pero en determinados casos también al cine.
En este sentido se destaca el guion de Bradbury para la película Moby Dick (1957) dirigida por John Huston. Para concretar dicha tarea el escritor se radicó en Europa. Las relaciones entre Bradbury y Huston fueron óptimas al comienzo, tanto que Huston se mostró interesado en contar con la colaboración de Bradbury desde un considerable tiempo anterior a que se concretara su incorporación a la película. Pero las constantes exigencias del actor y director, sus cambiantes humores, deterioraron mucho esa vinculación. El autor de El hombre ilustrado se vio hasta avasallado por Huston y, aunque la película protagonizada por Gregory Peck fue un éxito, el diálogo entre ellos se cortó y solo fue restablecido solo unos cuantos años más tarde.
En cambio, el escritor se llevó muy bien con otros
directores famosos (Hitchcock, en primer término, pero también Truffaut y
Fellini, para hablar de los más importantes) y, aunque vio frustrado el
proyecto de que sus Crónicas fueran llevadas a la pantalla, numerosos de
sus proyectos pudieron realizarse sin inconvenientes.
En su correspondencia se advierte que, como señalé, daba
tanta importancia a los famosos como a desconocidos. A un joven e incipiente
escritor le dijo que no iba a leer sus textos primerizos porque descontaba que
fueran malos (como ocurriera con los suyos a igual edad, aclaraba). Pero no le
dejaba ahí, sino que le exigía que leyera y escribiera mucho más y que cuando
tuviese una determinada cantidad de palabras escritas y unas cuantas lecturas
volviera a escribirle, porque entonces sí lo leería. Larga respuesta a un
desconocido total… Bradbury era generoso en serio.
Había algo más advertible en sus misivas: era tan exigente como intransigente, defendía a capa y espada sus trabajos, no bajaba los brazos ante el rechazo y, llegado el caso, como expresé, embestía.
Paradigmático fue su encono cuando un sello editor reclamó cambios en sus relatos porque no encajaban con la línea editorial de la empresa. No solo Bradbury se negó en forma rotunda, sino que rompió sus relaciones porque el reclamo (por no decir imposición) suponía una censura a su libertad de expresión.
Tampoco se mostró muy diplomático cuando hizo público un mensaje dirigido a los dirigentes republicanos en 1952, cuando Dwight Eisenhower derrotó sin atenuantes a su oponente demócrata Adlai Stevenson, terminando con veinte años consecutivos de preeminencia demócrata. A Bradbury no le preocupaba que su partido de toda la vida hubiese perdido los comicios sino la retórica extremista exhibida por sus rivales, “marcados” por las acciones ominosas del senador McCarthy.
En su público mensaje, el escritor les recordaba la vigencia de la democracia en su país, y advertía que se proponía luchar, llegado el caso, en el supuesto de que hubiese un avasallamiento de las instituciones. Y agregaba: “En nombre de la rectitud, la bondad y la justicia permítannos que devolvamos a McCarthy y a sus amigos a Salem y al siglo XVII”. Al final reclamaba un trabajo en común para consolidar a su país en términos de democracia y libertad.
¿Qué no diría hoy sobre Donald Trump y sus terribles decisiones que conmueven al mundo?
De un presidente republicano, George Bush hijo, recibió lo que fue quizás la última de las distinciones que le confirieron (muchas) a lo largo de su vida. Este hombre encantador por lo que producía y por su trato con los demás, se apagó hace más de una década, pero sigue vivo en el fervor de sus lectores que se renuevan, generación a generación, y en sus imperecederas ficciones.
Sus cartas recopiladas lo potencian.
Recuerdo: correspondencia seleccionada (Remenbrance. The Select Correspondence of Ray Bradbury), de Ray Bradbury Minotauro (Planeta), Barcelona, 2024, 520 páginas. Editado por Jonathan R. Eller. Traducción de Pilar de la Peña Minguell
Tres años atrás se publicaron Otras crónicas marcianas,
resultado de una valiosa tarea llevada a cabo, presumo que con gran paciencia,
por Marcial Souto (español que vivió un considerable tiempo en Argentina). Interpreto
que este valioso aporte pasó un tanto desapercibido, de ahí que me detenga en
este libro como si fuera novedad.
En efecto, antes de que se publicaran en libro las Crónicas
marcianas, Bradbury las había ido difundiendo en distintos medios
(revistas). Al llegar el momento de reunirlas en un volumen debió dejar de lado
unos cuantos relatos pese a sus valores intrínsecos y a que formaban parte de
la temática marciana.
En rigor, señala
Souto, fueron unos veinte las ficciones que no integraron el libro de 1950. De
ellas, diez son los que integran Otras crónicas marcianas, publicadas originalmente
entre 1949 y 1982, aunque en su casi totalidad fueron escritas alrededor de la
primera fecha indicada.
Respecto de la selección efectuada, el compilador expresa: “el lector tenía en sus manos diez historias de la extraña y austera vida en Marte: familias que buscan alguna forma de arraigo, exploradores solitarios que se entregan a seductoras visiones, religiosos que rozan el misterio, pobladores que empiezan a sentirse peligrosamente marcianos, vagabundos a la caza de una fabulosa botella, un joven marciano atraído por una inescrutable humana, un monstruo que no tiene conciencia de que lo es…”.
Souto (escritor, traductor, editor, director de publicaciones) tuvo amistad con Bradbury y fue uno de los responsables de que asistiera a la Feria del Libro de Buenos Aires en 1997, donde habló ante un público desbordante contando sus primeras experiencias como escritor. Una década más tarde, recordando el viaje, el escritor le contó:
“Después de salir
de Argentina los pilotos me invitaron a la cabina para conversar. Cuando llegué
me pidieron que me sentara en el sillón del comandante y me hiciera cargo del
aparato”. Increíble, casi impensable hasta hacía poco tiempo dado que Bradbury
gran parte de su vida adulta tuvo terror al viaje en avión, aparato al que solo
se avino a subir bien pasados sus cuarenta años.
El libro lleva ilustraciones del español David de las Heras, quien confiesa haber admirado a Bradbury desde su juventud, y así la edición se ve notablemente enriquecida. Bueno es hablar sobre ella. Bueno es conocerla o, llegado el caso, volver a visitarla.
Otras crónicas marcianas, de Ray Bradbury. Libros del Zorro Rojo, Barcelona-Buenos Aires, 2022, 132 páginas. Selección, traducción y prólogo de Marcial Souto. Ilustraciones de David de las Heras.
Fotografías (de arriba
abajo): Edgar Rice Burroughs; tapa de la primera edición de Crónicas marcianas
en inglés; Gregory Peck en un fotograma de la película Moby Dick, interpretando
al capitán Ahab (1957); viñeta de Frank Interlandi del 23 de julio de 1976
celebrando el “amartizaje” del Viking I en el Planeta Rojo y al mismo tiempo "homenajeando" a Bradbury,
entusiasta animador de los viajes espaciales… y primer habitante terrícola
de Marte según lo indica el buzón; tapa de la edición en inglés de Recuerdo;
el compilador Marcial Souto
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