Ahora mismo, la nave espacial Voyager I se encuentra a más de veinticuatro mil millones de kilómetros de nuestro planeta alejándose cada vez más del Sistema Solar y de la Tierra, desde donde fuera lanzada en la mañana del lunes 5 de septiembre de 1977. La nave, en peso y tamaño equivalente a un coche de Fórmula 1, desde ese momento y hasta hoy ha enviado precisos informes a la Nasa (que demoran cerca de un día en arribar a su centro de operaciones).
El Voyager, así como su gemelo, el Voyager II (que
continúa también en operaciones) ha cumplido extensamente con los propósitos de
sus creadores, que no han sido otros que conocer más y mejor el
interminable cosmos del que formamos parte.
Carl Sagan, (1934-1996) el gran científico (en
rigor: astrónomo, astrofísico, cosmólogo,
astrobiólogo, escritor y divulgador científico) estuvo muy involucrado en el
lanzamiento de ambas naves que portan un especial disco de oro (duplicado),
proyectado por Sagan, en el que han quedado registrados diversos sonidos que intentan
retratar la vida y la cultura de la Tierra. Más simbólicos que otra cosa, el
disco duplicado ha querido ser un testimonio de un momento determinado del
devenir humano, antes de que (más que eventualmente) pudiera ser hallado (y
comprendido) por alguna “civilización” extraterrestre.
Cuando ya el Voyager I abandonaba el propio Sistema
Solar, Sagan tuvo la idea de que desde la nave se tomara una fotografía de la
Tierra, a lo que los técnicos de la NASA se negaron, dado que implicaría un
fuerte gasto de energía y con muy escasas posibilidades de éxito.
Sagan, que tenía más de quinientos millones de
seguidores de su programa Cosmos que se pasaba por las televisiones de gran
parte del mundo (famoso, además, y asesor de la NASA) insistió y fue así que
luego de diversas maniobras al Voyager se lo hizo girar ciento ochenta grados y tomar la fotografía
que ilustra esta nota. En ella se ve un punto mínimo en el espacio. Y esa es la
Tierra divisada a miles de kilómetros de distancia, ya casi invisible.
Ocurrió el miércoles 14 de febrero de 1990.
Cuando la anhelada fotografía llegó a sus manos Sagan
habló de un punto azul pálido, es decir cómo se veía la Tierra en la
toma fotográfica. Eso lo llevó a escribir un libro con ese mismo título. Y un
artículo que se difundió en su momento y que el periodista Ezequiel Brahim
publicó días atrás en La Nación de Buenos Aires.
Tomamos de ese artículo las palabras (traducidas) de
Carl Sagan, profundas, intensas, poéticas, inigualables:
Desde este lejano punto de vista, la Tierra puede no
parecer muy interesante, pero para nosotros es diferente. Consideren nuevamente
ese punto, eso es aquí, eso es nuestro hogar, eso somos nosotros.
En él, todos los que amas, todos los que conoces,
todos de los que alguna vez escuchaste, cada ser humano que ha existido, vivió
su vida ahí.
La suma de todas nuestras alegrías y sufrimientos,
miles de religiones seguras de sí mismas, ideologías y doctrinas económicas,
cada cazador y recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de
civilizaciones, cada rey y campesino, cada joven pareja enamorada, cada madre y
padre, niño esperanzado, inventor y explorador, cada maestro de la moral, cada
político corrupto, cada “superestrella”, cada “líder supremo”, cada santo y
pecador en la historia de nuestra especie, vivió su vida ahí, en una mota de
polvo suspendida en un rayo de sol.
La Tierra es un escenario muy pequeño en la vasta
arena cósmica. Piensen en los ríos de sangre derramados por todos esos
generales y emperadores, para que pudieran convertirse en amos momentáneos de
una fracción de un punto. Piensa en las interminables crueldades cometidas por
los habitantes de una esquina de ese punto sobre los apenas distinguibles
habitantes de alguna otra esquina. Cuán frecuentes son nuestros malentendidos,
cuán ávidos estamos de matarnos los unos a los otros, cuan fervientes son nuestros
odios. Nuestras posturas, nuestra importancia imaginaria, la ilusión de que
ocupamos un lugar de privilegio en el Universo... es desafiada por este punto
de luz pálida.
Nuestro planeta es una solitaria sombra en la gran y envolvente penumbra cósmica. En nuestra oscuridad —en toda esta vastedad—, no existe un solo indicio de que vaya a llegar ayuda desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos. La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida. No hay ningún otro lugar, al menos en un futuro cercano, al cual nuestra especie pudiera migrar. Visitar, sí. Asentarnos, aún no. Nos guste o no, por el momento la Tierra es donde debemos quedarnos. Se ha dicho que la astronomía es una formadora de humildad y carácter. Quizás no hay mejor demostración de la soberbia humana que esta imagen distante de nuestro minúsculo planeta. Para mí, subraya nuestra responsabilidad de tratarnos más amablemente los unos a los otros y de preservar y apreciar el pálido punto azul, el único hogar que hemos conocido.
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