EN LA PELUQUERÍA





El presente relato forma parte del libro digital en elaboración Esperamos al mar, integrado por cuentos de mi autoría e ilustraciones de Gerardo Morán (http://www.esperamosalmar.net)



Ilustración de Gerardo Morán

“Como siempre”, dijo el hombre robusto al sentarse en el envejecido sillón.

Cabello abundante, pero corte complicado, se dijo el peluquero. Cliente de años, el “como siempre” le daba libertad para cortarle el cabello sin problemas. 

Empezó quitando de aquí y allá hechos menores, prescindibles: una cuenta, determinados recuerdos, la cita que no pudo ser. Rebajó el duelo por el primo, recortó la añoranza por el trabajo perdido y quitó (ojalá que definitivamente, se dijo el peluquero) el tema de la medianera con el vecino. 

Se libraría de pagos y hostilidades, pero se cuidó de decírselo, profesional como era. Le rebajó las patillas y, de paso, la cuestión de las idas al casino, que estaban bastante enraizadas a pesar del poco tiempo transcurrido desde el anterior corte. Quizás tuviera que insistir en la próxima visita. No lo sabía, una moneda flotando en el aire. 

El pelo era abundante y, se podía decir, frondoso, por eso pudo advertir solo a último momento la existencia de la mujer inolvidable. La tenía muy escondida Si no hubiera insistido… se dijo con cierta complacencia. No le gustaba jactarse de su habilidad, pero esta era una excepción. Son años, pensó. 

Lo malo fue que la mujer inolvidable estaba metida hasta la raíz, escondida entre tanto cabello porque se trataba de aquello que no se quiere admitir. Pero ahí se encontraba. 

Decidió seguir con lo superficial: molestias de la semana, discusiones infantiloides, equívocos sin importancia, lo habitual, pero cuando volvió a la mujer inolvidable y decidió escarbar, el cliente se molestó. “Eso duele”, dijo, por lo que el peluquero se disculpó y desistió de su tarea. Puedo hacerlo sangrar, pensó. 

Le quitó la pelusa y con un cepillo quitó las adherencias superficiales. 

El cliente se miró por el espejo y asintió con leves movimientos de cabeza. “El mes que viene vuelvo”, dijo al tiempo de saludar..

Cuando volviera quizás podría insistir con la mujer inolvidable, pero lo veía difícil: “A las obsesiones enraizadas no hay con qué darle y más si vienen entreveradas con el amor”. 

Meneando la cabeza se sentó en una silla, esperando al próximo cliente. 

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