¡TODO SOBRE MÍ!, DE MEL BROOKS

 

(diseño de Gerardo Morán)
(detalles de las fotografías y video al final)

El señor Mel Brooks (Melvin James Kaminsky) al parecer tiene una doble intención: la de volverse centenario y la de seguir haciendo reír. Por ambas cosas el mundo se lo agradece. Al menos, el mundo de sus admiradores que, al parecer, somos unos cuantos repartidos por el planeta.


Tres años atrás, el creador impar de El Super Agente 86 decidió publicar sus memorias que tuvieron considerable repercusión cuando apareció la primera edición en inglés y que en 2023 fueran publicadas en nuestro idioma y en España. Este año el libro se distribuyó en la Argentina, felizmente. Es de verdad regocijante y más que recomendable ¡Todo sobre mí!, que al término de sus nada fatigantes (casi) quinientas páginas dejan un satisfactorio sabor de boca. Como dirían los españoles.

Melvin nació en el seno de una familia judía pobre y muy unida radicada en Brooklyn. Aunque desde niño tuvo dos virtudes fundamentales: se supo pequeño y algo esmirriado, pero al mismo tiempo percibió lo que luego sería su “marca de fábrica”, vale decir un talento innato aderezado con un enorme, elocuente sentido del humor. Y fue ese humor el que no solo lo salvó de ser objeto de burla y marginación, sino que lo volvió muy rápidamente el “alma” de cada lugar donde estuviera presente, empezando por la escuela.

Cuenta Mel que las veces que le han preguntado por el momento más feliz de su vida ha contestado invariablemente: “Disfrutar de mi infancia en Brooklyn”.  Infancia que se vio golpeada por el temprano fallecimiento del padre. A partir de ese momento Kitty, su madre, con cuatro hijos pequeños -Mel era el menor- debió multiplicar sus habilidades para mantener a su familia. Los hermanos mayores aportaron, trabajando donde pudieran y fue así como, pese a las múltiples dificultades diarias, lograron “sobrevivir” a todas ellas.

Quien sería el gran renovador de la comedia humorística en distintos ámbitos (televisión, discos, teatro, cine) del espectáculo norteamericano, amó profundamente a su madre y a sus hermanos y la inquebrantable unidad de la familia también contribuyó a superar los problemas. Kitty quería que Mel tuviera algún tipo de estudio que le fuera práctico, es decir con salida laboral inmediata. Fue así como un día le hizo firmar papeles para cursar mecánica de aviación, pero su hermano Irving lo impidió de manera tajante. Rompió los papeles que Mel había firmado y, visionario, le dijo a la madre; “Tu mente y tu corazón están en el lugar correcto, mamá, pero este niño es especial. Es diferente. Es muy brillante y creo que tenemos que darle la oportunidad de llegar a algo en la vida”.

De manera que lo que terminó siendo el verdadero camino para este gran comediante lo avizoró Irving cuando su hermano menor tenía solo nueve años. “Siempre le estaré muy agradecido a Irving”, comenta el autor en el libro.

En forma análoga a lo que le ocurriera a Woody Allen, aunque algo más tarde que este, quiero decir ambos muy jóvenes (en su caso a los veintiún años) Mel ingresó a ese mundo del que nunca más se apartaría: el del espectáculo, algo que ambicionaba oscuramente desde su niñez, pero que no pudo concretar porque se “interpuso” la guerra (Segunda Guerra Mundial) y su decisión de ingresar como reservista cuando tenía apenas diecisiete años.

Al poco tiempo de ingresar fue trasladado a Europa. Sin embargo, a pesar de que los rigores de la vida militar y, más aún, de la propia guerra, le hicieron madurar a los golpes, también tuvo una experiencia que -según sostuvo- no fue nada menor. Su paso por las filas del ejército se vio además potenciado al reclutarlo impensadamente para animar a la tropa, cuando la guerra en Europa había cesado sin que él recibiera la baja. “Pensándolo bien (el ejército) me dio una verdadera educación”, afirma en el libro.

A su regreso a los Estados Unidos tenía conciencia de que el cine, el teatro, y la incipiente televisión lo estaban esperando. El cine que había visto en su niñez y hasta el hecho excepcional de haber podido escuchar a Ethel Merman cantando en un teatro de Broadway le marcaron simbólicamente su camino.

Fue entonces que, debido al aviso de un diario, se presentó de improviso en el despacho de un productor, Benjamín Kutcher, cuando este se encontraba colgando ropa…

Recibió la filípica de Kutcher por no haber golpeado antes de entrar y Mel, siempre avispado, se ofreció a ingresar de nuevo. Cuando lo hizo, el productor le preguntó qué había visto y quien en poco tiempo se llamaría Brooks afirmó que no había visto nada. Kutcher no lo sermoneó y en cambio le dijo que era un gran mentiroso y que esa “virtud” resultaba “un buen comienzo” para ingresar al mundo de la farándula.

Mel a su vez comenta; “Yo no lo sabía entonces, pero aquello era el nacimiento de Los productores (su gran éxito en teatro y cine) y Benjamín Kutcher iba ser Max Bialystock” (protagonista de la obra).

Después de vivir los altibajos propios de un principiante, tuvo la fortuna de conocer al excelente cómico Sid Caesar con quien trabó una amistad duradera y el que lo hizo ingresar a la televisión. Sid se prodigaba en sus presentaciones y al comprobar el talento y habilidad de Brooks para crear originales pasos de comedia resolvió convertirlo en su guionista exclusivo. De ahí en más, y trabajando a un ritmo incansable, el director de El joven Frankenstein fue ganando prestigio y espacio en un medio extremadamente competitivo.

El libro se encuentra plagado de recuerdos y detalles, lo que habla de la excelente memoria del mismo Brooks, quien contará también con un importante archivo, dado que en la práctica casi no le quedan contemporáneos considerando su longeva edad (cumplió noventa y ocho años en junio pasado).

Omitiendo la melancolía que estos datos pueden concitar, cabe mencionar a dos grandes pérdidas que tuvo en su existencia: la de su entrañable amigo Carl Reiner y de quien fue el amor de su vida, la excelente actriz Ann Bancroft.

Había estado casado con Florence Baum durante nueve años y con la que tuvo tres hijos. Conoció a Bancroft dos años después de divorciarse, en 1964, y nunca más se separaron hasta el fallecimiento de la actriz en 2005.

Con Carl (1922.2020; director, actor, guionista) fueron amigos desde jóvenes y parecía que se conocían desde siempre. Sobre él expresa: “Si conocías a Carl no solo te gustaba, sino que lo amabas. Para que quede bien claro: no es el mejor amigo que he tenido jamás, es el mejor amigo que nadie ha tenido jamás”. Carl supo desde el primer momento que Mel era sencillamente brillante como actor cómico “repentista”. Así nació como personaje El hombre de dos mil años, un ser prácticamente inmortal que había conocido a todos, Carl le hacía preguntas insólitas, tal como si había conocido a Jesús, y Mel improvisaba, una y otra vez sin cansarse ni repetirse y haciendo reír a tambor batiente a cuantos escuchaban.

Se demoraron en volverlo personaje de televisión, donde tuvo escaso éxito, pero “le encontraron la vuelta” para llevarlo al disco, que se vendió por millones, con tres ediciones consecutivas.

En cuanto a Anne: quedó prendado de inmediato, aunque había muchas diferencias entre ellos. La actriz, católica, descendientes de italianos, era ya muy famosa, tanto que al año siguiente de conocerse (en 1961) recibió un Oscar y siete años más tarde protagonizó El graduado, película que le dio proyección mundial. Sin embargo, y debido a que conocía el disco de El hombre de dos mil años, no solo no rechazó a Mel, sino que se casaron luego de un fugaz noviazgo. Con el paso del tiempo Anne fue una gran colaboradora de Mel y participó en tres de sus películas.

Mel demoró bastante en vincularse con el cine a pesar de que se volvería su verdadera marca identitaria. Comenzó en 1967 con “Con un fracaso millonario”, ahora más conocida como su primera versión de Los productores (The producers). Luego dirigiría Las doce sillas (The Twelve Chairs, 1960), Locuras en el oeste (Blazing Saddles, 1974) y lo que fue su primer gran éxito: El joven Frankenstein (The Young Frankenstein, del mismo año) su segundo trabajo con Gene Wilder.

Desde su primera película se mostró con un director satírico, remedando los géneros clásicos del cine. De manera que a sus bromas a la novela rusa, el cine del oeste y el del terror, le siguió otra de sus obras maestras: La película muda o La última locura de Mel Brooks (Silent Movie, 1976), su bien resuelto homenaje (cómico) al cine mudo, en la que “se animó” no solo a dirigirla sino a protagonizarla.

En esa primera incursión como actor logró la participación de varios famosos del cine, tales como la propia Anne, Burt Reinolds, Liza Minnelli y Paul Newman, sin dejar de mencionar al mismísimo Marcel Marceau (el único de quien se escucha su voz al recibir una llamada en Francia y emitir un rotundo “no”, negándose a participar de la película). Dom DeLouise, varias veces convocado por Mel, y Martin Feldman sería los otros desopilantes actores que acompañarían al director de cine (el propio Brooks) dispuesto a realizar una película silente que es rechazada por cuanto productor intenta convencer.

Habría más: Máxima ansiedad o Las angustias del Dr. Brooks, (High Anxiety, 1978), nítido homenaje a Alfred Hitchcock, quien aceptó darle consejos a Mel en reuniones semanales en las que se mostró generoso y predispuesto. Cuando le exhibió la película terminada el gran director guardó silencio, pero días más tarde Mel recibió un exquisito paquete con botellas de vino añejo, muy valorado, y con una tarjeta en la que Hitch le decía que su película era “un entretenimiento espléndido que no le debería significar angustia de ningún tipo”.

La loca historia del mundo, parte primera (History of the World Part I1981) fue una divertida sátira sobre diversos hechos históricos. En cambio, a la segunda parte, del año pasado y presentada en plataformas, lo mejor es olvidarla. Ser o no ser o Soy o no soy (To be or not to be,1983), supuso una recreación de la película del mismo nombre dirigida por el excelente Ernst Lubitsch en 1942.

Con autorización de George Lucas y prohibición absoluta de  hacer merchandising con muñequitos y derivados tuvo su lugar la “versión” de La guerra de las galaxias (S.O.S. hay un loco en el espacio, Spaceballs,1987). 

¡Qué perra (o qué asco de) vida! (Life Stinks, 1991) fue una película que se acercó al drama indagando en la vida de los pobres. No tuvo un triunfo resonante, pero, como aclara Mel, resultó rentable y fue muy exitosa en Italia, por las “resonancias” del magnífico cine de tiempos ha que elaboraran Vittorio De Sica o Federico Fellini “cineastas que no tuvieron más que hacer que indagar en la conciencia humana”, como bien dice Brooks.

Las locas aventuras de Robin Hood (Men in Tights, 1993) y Drácula, muerto pero feliz (Dracula: Dead and Loving It, 1995) no tuvieron la potencia de las anteriores, por lo que Mel dejó de filmar, aunque en años siguientes intervino como actor y prestó su voz a películas de animación.

Hasta que… a alguien se le ocurrió que Los productores sería una buena propuesta como musical en Broadway. La historia es simple: un productor que está en las últimas y que basa su “cosecha” de dinero explotando a ancianas decide llevar adelante un espectáculo abominable que, según entiende, sería rápidamente prohibido dado que en la obra se ensalza a Hitler. La idea que le transmite un (hasta ese momento) tímido contable es que, mediante artimañas, un desastre de obra podía volverse una gran fuente de dinero.

La cuestión es que no solo no fracasan, sino que la obra, inmoral, objetable desde cualquier punto de vista, se vuelve éxito arrollador. En la ficción, pero también fuera de ella, porque la gran sorpresa de Mel fue que, aunque inicialmente se había resistido a tomar como base su primera película para volverla obra teatral, triunfó en teatro cuando se la presentó en 2001 y se mantuvo en cartelera hasta 2007. Siguió cosechando triunfos hasta el año pasado con una versión española. Después vendría la película del mismo nombre, ya no con Wilder sino con Nathan Lane, Matthew Broderick. y Uma Thurman (Los productores, The Producers, 2005). Si bien fue dirigida por Susan Stroman, Mel fue el principal guionista, lo mismo que ocurrió con la versión teatral.

Premios, reconocimientos y condecoraciones no le faltaron, pecisamente. Es una de las pocas personas que ha obtenido los galardones más importantes que se conceden en el exigente mundo del espectáculo estadounidense. A quienes los han recibido se los llama EGOT, debido a que han obtenido los famosos Emmy (televisión), Grammy (disco), Oscar (cine) y Tony (teatro). En el caso de Brooks recibió tres veces el Grammy y el Tony, en tanto fue cuatro veces galardonado con el Emmy, tres de ellos en otros tantos años consecutivos.

En el año 2009 aceptó el Kennedy Center Honor, premio que se concede a quienes han hecho contribuciones duraderas a la cultura de Estados Unidos. Había rechazado el galardón a George Bush hijo, pero lo aceptó de inmediato cuando en 2009 hizo lo propio Barak Obama, quien demostró en su discurso que conocía al dedillo vida y obra de Mel.

Más allá de los galardones, de aciertos, errores, del desconcierto que la propia vida suele producir, Mel nos dice algo así como que el humor es un buen acompañante, un atenuante que puede volverse bálsamo. Y que una gran carcajada no se la niega a nadie. Si eso es cierto, al menos desde su parte ha sabido cumplir. Gracias, maestro.

Fotografías

Vista desde Brooklyn de la ciudad de Nueva York, década de 1930

La legendaria cantante y actriz neoyorkina Ethel Merman (1908-1984) a quien Mel pudo ver en un teatro de Broadway cuando tenía nueve años, llevado por un tío. Quedó deslumbrado. En la fotografía, Merman protagoniza la comedia Hello, Dolly!

Los guionistas Brooks y Woody Allen “intentan vender un chiste” al cómico Sid Caesar, primero desde la derecha

Carl Reiner y Mel como El hombre de dos mil años, su primer personaje exitoso, que tuvo especial difusión a través de los discos

La excelente Anne Bancroft con Mel. Constituyeron una sólida pareja hasta el deceso de la inolvidable actriz

Fotograma de El joven Frankenstein o, como se la conoció en España, El jovencito Frankenstein (1974), su cuarta película y también el primer gran éxito en cine

Fotograma de La película muda o La última locura de Mel Brooks (1976). De izq. a der. Dom DeLouise, Brooks y Martin Feldman

Las angustias del Dr. Brooks o Máxima ansiedad (1978), en la que rindió su homenaje a Alfred Hitchcock. El director inglés se mostró muy generoso con Mel al que recibió en su casa varias veces mientras se rodaba la película

¡Qué perra vida! (¡Qué asco de vida!, en España; 1991) en la que un empresario, a causa de una apuesta, vive entre pobres durante un corto período, lo que le lleva a cambiar de perspectivas y percepciones 

Publicidad del musical Los productores (2001), de notable repercusión en Broadway,donde estuvo en cartelera siete años consecutivos, con sus iniciales intérpretes Nathan Lane y Matthew Broderick

Los argentinos podríamos repetir aquello de “dos potencias se saludan”. Brooks recibe una condecoración por su contribución a la cultura norteamericana de parte del entonces presidente Barak Obama, en el año 2009

Para la nostalgia: Mel, Hitchcock, Anne.

¡Todo sobre mí! (All About Me! My Remarkable Life in Show Business), de Mel Brooks. Libros del Kultrum, Barcelona, 2023 (distribuido en Argentina en 2024), 490 páginas, con fotografías. Traducción de Ana Julia Sarmiento

Video

La Última Cena, tomada de La loca historia del mundo, parte primera (1981), dirigida, actuada y con guion de Mel Brooks. Subida a YouTube hace diecisiete años. Duración 2,31. Doblada al castellano 

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