MUERE KUNDERA. REGRESA CÉLINE. NOVELA DE GUSMAN

La “explosión” que provocó el checo Milan Kundera en la por entonces dividida Europa, cuando, exiliado, arribó a París en 1975 no tiene demasiados correlatos, salvo lo que le ocurriera un año antes al ruso Alexandr Solzhenitsyn, expulsado de lo que fuera la Unión Soviética.

Kundera era un claro disidente del gobierno comunista de su país, donde había nacido en Brno, en 1929. Fue un entusiasta joven comunista hasta la invasión soviética de 1968, a partir de lo cual su obra fue prohibida y, perseguido, le costaba conseguir trabajo. Finalmente recaló en Francia y su vida cambió de manera radical. Sus novelas, cuentos, ensayos y artículos se difundieron rápidamente en idioma galo y casi de inmediato resultó traducido a otras lenguas. De ese modo, pudo conocerse una galería de textos marcados por la ironía y la sátira que ganaron al público y a la crítica (La broma, El libro de los amores ridículos, La vida está en otra parte, La despedida y El libro de la risa y el olvido).

Poco después, en Francia y en 1984, se editó su obra capital, la más famosa y que incidiera de manera notable en donde se la conoció: La insoportable levedad del ser. En ella se confunden historias eróticas, reflexiones filosóficas y un sostenido humor. Transcurre en el ambiente opresivo de la Praga de 1968 y su protagonista, Tomás, acusa problemas existenciales y de relaciones afectivas. Marcada por lo sexual, las polémicas políticas y un central desconcierto, esta novela rupturista se difundió en forma masiva y Kundera se volvió en forma definitiva un autor internacional (*).

Su obra se fue modificando a medida que más se alejaba de su vida en Checoslovaquia y se adentraba en el mundo francés, a punto tal de que dejó de escribir en la lengua natal, dictó cátedras en universidades galas y tomó la ciudadanía francesa en 1994. Escribió cuatro novelas en, para él, nuevo idioma: La lentitud, La identidad, La ignorancia y La fiesta de la insignificancia. Su obra se completa con la novela La inmortalidad (escrita en checo, en Francia), el drama teatral Jacques y su amo, dos libros de poesía y cuatro de ensayos. Sin embargo, su obra central es la que escribiera en la hoy desaparecida Checoslovaquia, pese a la represión y a la censura que sufriera.

Con el país natal se reconcilió solo en los últimos tiempos y poco antes de morir donó su biblioteca personal a Brno. También tardíamente se le restituyó la ciudadanía checa. Kundera publicó por última vez nueve años atrás y en la práctica se encontraba retirado. Falleció el lunes pasado, a los 94 años.

(*) Cuatro años más tarde el norteamericano Philip Kaufman la llevaría al cine, con las interpretaciones centrales de Daniel Day-Lewis, Juliette Binoche y Lena Olin

El regreso de Céline

Louis-Ferdinand Céline (Destouches era su verdadero apellido) vivió entre 1894 y 1961. Deslumbró como autor en los ’30 con Viaje al fin de la noche y más tarde con Muerte a crédito, pero luego su brutal antisemitismo y su adhesión sin condicionantes al nazismo lo convertiría en un paria y una suerte de escritor maldito, hasta nuestros días.

Céline, contradictoriamente, fue un pacifista y en sus primeros libros demostró su rechazo visceral a la guerra (en todo caso su contradicción central, si se la puede denominar de alguna manera, fue su odio a los judíos que, en los últimos años de vida, en realidad la extendió a la humanidad entera). El autor galo, que sigue despertando discusiones de todo orden en su país natal, sostenía que, al huir a la Alemania de Hitler por haber sido colaboracionista a ultranza del gobierno del Tercer Reich, le habían robado la totalidad de su obra inédita. Y tenía razón.

No lo pudo demostrar en vida, sino que en realidad la obra “reapareció” en agosto de 2021 en manos de un experiodista, Jean-Pierre Thibaudat, quien a su vez la había recibido de una persona que no identificó (presumiblemente un integrante de la Resistencia antinazi), quien puso como condición que solo se la hiciera conocer una vez fallecida la viuda de Céline, Lucette Destouches, quien vivió hasta 2019 y murió a los 107 años. Al parecer, el desconocido se negaba a que la mujer recibiera los beneficios de las nuevas publicaciones, porque durante años trató, en vano, de “limpiar” la imagen de su esposo.

Los papeles fueron reconocidos como legítimos, aunque no habían tenido el toque final que les hubiese querido dar Céline. El primero de los rescatados es Guerra, presumiblemente escrita luego de Muerte a crédito y antes de los comienzos de la Segunda Guerra Mundial. A ella, en Francia, le ha seguido Londres y más adelante La voluntad del rey Krogold y Casse-Pippe (Carne de cañón).

En Guerra, Céline mezcló hechos reales e inventos de su imaginación. Escrita de una manera franca, brutal, muchas veces obscena, cuenta en primera persona lo que le acontece a Ferdinand, su alter ego, luego de haber sido herido e internado en una pequeña localidad en cuyas cercanías continuaban las batallas entre los aliados y las tropas alemanas, en los años de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

Destruido física y moralmente, Ferdinand sufre fortísimos dolores de cabeza (que, en la realidad, acompañaron el resto de su vida a Céline) y trata de sobrevivir como mejor puede, en tanto desdeña a la mayoría de las personas que lo rodean, empezando por sus padres. Y siguiendo con las mujeres, a las que difícilmente vea e interese más que como meros objetos sexuales y a las que trata de perseguir con éxito endeble.

Se podría decir que Ferdinand “ladra” todo el tiempo y odia de manera simultánea. La vida le resulta una pasión inútil, un sufrimiento sin sentido y más aún el hecho bélico. Aunque, en verdad, carece de empatía hacia los demás y, todas las veces que puede, usa, utiliza, a quienes están a su lado para obtener apenas mínimos beneficios. También se puede decir que es la guerra, el miedo que ella produce, la destrucción constante, la muerte, los que de verdad envilecen y convierten el “todo” en un infierno cotidiano. No su mejor libro, necesitado de revisiones, pero sí un texto visceral. A veces terrible. A veces insoportable.

Pascal Fouché estuvo a cargo de la edición de esta novela corta, lleva prólogo de François Gibault y fue traducida por Emilio Manzano (Anagrama, Barcelona-Buenos Aires, 2023, 155 páginas, con reproducciones de páginas manuscritas, comentario sobre Guerra y listado de personajes recurrentes).

Fotografía de Louis-Ferdinand Céline con su uniforme, Primera Guerra Mundial

Nueva novela de Luis Gusman

Desde hace considerable tiempo el argentino Luis Gusman nos viene entregando historias que tienen como protagonista a Walenski, un hombre de gimnasios, que ha sido pesista y se mueve en ambientes un tanto marginales del Gran Buenos Aires. Ha sostenido una amistad poco común con otro antiguo pesista, Smith, quien fue alguna vez campeón olímpico en Tennessee, Estados Unidos. 

En el momento de su última novela, Smith es apenas un recuerdo y Walenski se encuentra centralmente dedicado a un gimnasio, Planeta Cuerpo. Sin el excampeón, el único amigo que le queda es Doré, transformado en un agente de dobles de cuerpo, es decir de personas que tanto en series como en películas reemplazan a los actores en escenas de riesgo. Sin embargo, su soledad ha cambiado casi de súbito al salvar de un asalto a una dominicana, Noelia, y ella se ha vuelto su inesperada pareja sentimental.

Walenski, en las historias de Gusman, antes que nada, ha sido espectador impensado de episodios criminales. Ocurrió en ficciones tales como Tennessee y Hasta que te conocí y el impremeditado papel se reitera en No quiero decirte adiós. Walenski es buscado por un expolicía, Bersani, con quien se había relacionado luego de que apareciera muerto, asesinado, un stripper en un episodio aclarado solo a medias. Quien fuera pesista está resentido con Bersani porque mató, por mera venganza, a su perro. En el nuevo encuentro el exinspector le pide las disculpas del caso, al tiempo que le solicita ayuda en la dilucidación de un nuevo crimen, el de un prostituto dominicano.

Enterado de su relación con Noelia, Bersani lo busca porque necesita ubicar a otro dominicano también residente en la ciudad de Buenos Aires. Tal como los presenta Gusman, esta comunidad se encuentra muy ligada entre sus miembros, se conocen y saben sobre los demás. Varios son peluqueros, no pocos evangelistas y algunos se prostituyen. Cuando esto ocurre, se hacen llamar Wally. Un “Wally” apareció muerto en un hotel de citas y Bersani debe desenredar la madeja.

Los mundos que describe el autor argentino son en todos los casos opacos, cuando no ilegales. La muerte suele rondar por allí y culpables e inocentes se confunden. El expolicía debe desenredar la madeja por un pedido (más bien una orden) de un comisario. Quiere cumplir porque ha sido descubierto en falta dado que recibía dinero de organizadores de peleas clandestinas de perros. 

La confusión y el error acompañan a Walenski. Le ha ocurrido en los episodios anteriores apuntados y se reiteran en la presente novela. Se equivoca respecto del crimen de una mujer y su presunto autor. Luego, mucho más tarde, a causa de unos dibujos, entenderá más. Y volverá a quedarse solo. Quizás de una manera irremediable. ¿Por qué no pensar si, al fin de cuentas, no se trata de un sino inexcusable, intransferible? 

Las zonas oscuras, a veces inescrutables, de la vida, seducen al autor. La claridad no acompaña a sus historias, tampoco la facilidad, aunque su estilo “sencillo” puede confundir. Su base radica en los persistentes y buenos diálogos de las ficciones “gusmanianas”. También los misterios que guardan sus relatos, que demoran, debido a su habilidad para narrar, en ser dilucidados. Por esas y otras razones, siempre son bienvenidos los libros de este persistente escritor argentino.

(No quiero decirte adiós, de Luis Gusman. Edhasa, Buenos Aires, 2023, 234 páginas)

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