BUSCANDO PROBLEMAS, DE WALTER MOSLEY Y LOS PECADOS DE NUESTROS PADRES, DE ÅSA LARSSON

Son dos consecuentes y populares autores de narrativa policial dura, el thriller. Uno de ellos es el norteamericano Walter Mosley. La segunda es la autora sueca Åsa Larsson. El primero es un autor muy prolífico, tanto que ha publicado un libro (a veces más) por año. En cambio, Larsson, trabaja con considerable lentitud, acentuada en el último tiempo.

Ambos tienen sus personajes. En el caso de Mosley, ha narrado aventuras diversas de, por lo menos, tres investigadores privados. En su caso, y de manera más que premeditada, todos son de raza negra. O afroamericanos, si hablamos con innecesaria corrección política. Larsson, en tanto, ha contado sus historias teniendo como protagonista central a la fiscal Rebecka Martinsson, quien debe resolver enigmas policiales registrados en la zona de Kiruna, en el extremo y habitualmente helado norte de Suecia.

Mosley es creador de un gran personaje, Easy Rawlins, veterano de la Segunda Guerra Mundial, quien, en sucesivas historias, fue “creciendo” en cuanto a persona y de a poco, primero sin habérselo propuesto y luego llevado por las circunstancias, se transformó en un particular detective que, podrían ser sus palabras, “atiende los problemas de los negros en un mundo mandado por los blancos”.

Si bien la figura de Rawlins se le fue desdibujando a Mosley (al punto que, como ocurriera con Conan Doyle con Sherlock Holmes, decidió “matar” a su criatura, aunque al tiempo lo “resucitó” en nuevas historias), generó otras ficciones con personajes diferentes.

Ahora ha reaparecido con otro “privado”, negro, otra vez en colisión con el mundo de los blancos, Leonid McGill, quien se mueve en una Nueva York recargada de trampas. Cierto día recibe la visita de un viejo, a quien llaman Catfish (o bagre, un tipo de pez), hombre de color muy anciano que quiere entregar a una joven próxima casarse una carta que, sin haberla llegado a conocer, le dejó su abuela antes de morir. Como esto se cuenta en contratapa del libro no es secreto decir que en la carta la abuela le cuenta a su futura nieta que, aunque blanca, desciende de negros. Noticia trágica porque su padre es Charles Sternman, millonario, poderoso, asesor de expresidentes y, sobre todo, un racista de primera. La carta devela entonces que Sternman, aunque blanco de toda blancura y de ojos azules, es, esencialmente negro. En otras palabras, una “bomba” contenida en una antigua misiva que puede derivar en venganzas extremas, en muertes.

Sin embargo, y pese a todo, McGill acepta entregar a la joven casadera la carta “explosiva”, aun a sabiendas de que Sternman intentó matar a su padre cuando se acercó a él para contarle la verdadera historia, es decir que era el producto de un amor tan clandestino como interracial. Amor a tal punto prohibido que Catfish perdió uno de sus ojos al ser atacado por el abuelo de Sternman cuando le estaba enseñando a tocar la guitarra a quien se volvería su amante. Quiere decir que hasta ese momento no lo era y por lo tanto el ataque resultaba terrible y al mismo tiempo absurdo.

Lo que suele prevalecer en las historias de Mosley tienen que ver, antes que nada, con los compromisos morales, la búsqueda de la verdad, una ética nunca escrita que refiere a la lealtad, aunque esta contradiga muchas veces a las propias leyes. La diferencia racial es permanente, dice Mosley. Y no solo lo afirma en sus libros, sino también en las múltiples conferencias y declaraciones que ofrece como reconocido hombre público, que no teme a la discusión y a la polémica.


En la novela McGill, por interpósita persona, recibe un mandato. De ninguna manera desea verse involucrado en la entrega de una carta que puede causarle la muerte, pero no puede negarse porque se lo pide una persona ligada a la madre de a quien, por fortuitas razones, le debe la vida. Para el detective carece de importancia que quien lo salvó fuera un asesino profesional. Como he dicho, otros valores, por así llamarlos, están en juego y MxGill sabe que no puede desoírlos.

Mosley viene de publicar dos títulos que resultan comparativamente menores a esta novela: Traición (2019, con su nuevo personaje, el expolicía Joe King Oliver) y Al rojo vivo (2021, la más reciente historia de Easy Rowlins). Con el más breve y contundente Buscando problemas, sin duda se ha reivindicado.

El detective tiene un pasado criminal y por lo tanto es un verdadero sobreviviente. No es novedad para él poner en juego su vida, arriesgarse al máximo, muchas veces (como ocurre en este caso) a cambio de casi nada, salvo el de colocarse al borde mismo de la muerte (y arriesgar también la vida de su hijo, colaborador en sus aventuras investigativas) y todo por un compromiso, parece decir Mosley, que ningún blanco sabría comprender.

La historia se cuenta de manera sucinta y se muestra “aderezada” por el humor que mantiene McGill en medio de peripecias y peligros reiterados, porque lo que está claro es el que el millonario “blanco” se opone a que se conozca su pertenencia al mundo de los “negratas”, como tantas veces los ha llamado desconociendo que él es uno de ellos.

El desarrollo de la ficción y su conclusión está “prohibido” decirlo acá, porque el suspenso es lo que vale y develar sus enigmas sería “espolear” en exceso. Basta entonces con decir que Mosley, en la sexta historia de McGill (las cinco restantes no han sido traducidas) ha regresado de la mejor manera.

Un paréntesis de once años

A diferencia de Mosley, Larsson se tomó once años para retornar con su personaje, la fiscal Martinsson, y a su Kiruna natal (me refiero a la autora) y narrar una ficción que enlaza el presente con el pasado, en un ámbito de complejas relaciones familiares y con la presencia del crimen como constante. En esta novela, Rebecka termina siendo un personaje si bien no marginal menos esencial que en las cinco historias que la precedieron. 

La ficción se inicia cuando en una isla se encuentra a su único habitante asesinado y, además, sorpresivamente, también el cadáver de un boxeador que había desaparecido hacía décadas y cuyo cuerpo se había mantenido prácticamente intacto por hallarse en un gran congelador.

En consecuencia, dos son las historias centrales de la novela que giran en torno a ambas víctimas. La primera tiene que ver con el isleño asesinado, ganado por el alcohol y que, a pesar de la miseria en que ha vivido, era integrante de una familia, Pekkari, de significación en Kiruna, especialmente porque el hermano mayor es un reconocido empresario. 

Rebecka también está relacionada con esa familia dado que su madre fue adoptada por ella, relación que concluyó en pésimos términos por lo que la fiscal no siente el menor afecto por los Pekkari. Por decir lo menos.

El segundo muerto (se comprobará que también fue ultimado a tiros), es identificado como Raimo Koskela, exboxeador desaparecido en 1962 (la ficción transcurre sesenta años más tarde), padre de Bðrje Strðm, que, como su padre, también boxeó y cobró fama, llegando a campeón olímpico. Börje, siendo niño, quedó abandonado en forma sorpresiva por su progenitor. Episodio que lo marcó de por vida, un enigma que en gran parte quedará dilucidado con el hallazgo del cuerpo muerto.

Un viejo gánster, al que llaman el Rey del Arándano Rojo, su presunta o real mujer y otros dos hombres, rusos y siniestros como ella, se suman a una galería que se ve acrecentada casi sin solución de continuidad en esta novela, recargada de crímenes (también son asesinadas varias prostitutas y a ello se suma el suicidio de un policía), bifurcada en varias historias que nunca terminarán siendo una.

En la novela, y en los hechos reales, en la zona de Kiruna se explota una mina de hierro y por distintos motivos -entre ellos que la tierra se hunde- la ciudad está siendo trasladada a otro lugar cercano. Lo acoto como un hecho particular, aunque esa compleja situación extrañamente no tiene mayor incidencia en la novela.

Rebecka, como apunté, aunque aparece en varios momentos del relato, no resulta la protagonista. En todo caso lo son el boxeador muerto y su hijo que, casi anciano, logra reconstruir lo que ocurrió con su padre que lo dejara abandonado en una jornada tétrica. Aunque la narradora agrega, casi en el cierre de la ficción, aquello que el hijo no llega a conocer, esto es, quién fue el autor real del asesinato de Raimo y por cuáles causas.

Lamentablemente, la novela se alarga en demasía, por la suma de raccontos que la constituyen en gran parte y que no cobran entidad necesaria para justificarlas. También, porque durante largas páginas Larsson cuenta episodios que terminan careciendo de importancia, tal como (y es solo un ejemplo), el espacio que dedica a un encuentro de varias amigas ricas con la fiscal y una de sus colaboradoras. Otro ejemplo tiene que ver con la reconstrucción de la carrera boxística de Ström, casi una segunda novela en sí misma, pero ajena al “presente” del relato.

Esa suerte de gratuidad se repite con otros episodios, haciendo que el “centro de gravedad” del relato se diluya en demasía.

La escritora sueca, tan e innecesariamente proclive a las palabras escatológicas, que acertó en sus cinco historias anteriores, acá no lo hace, salvo que se haya avenido a escribir un libro voluminoso. Algo que suele ocurrir con demasiada frecuencia en los últimos años.

Fotografías: (arriba) Lower Manhatttan, donde transcurre parte de Buscando problemas; (abajo), la ciudad de Kiruna, en el extremo norte de Suecia  

Buscando problemas (Trouble is What I do), de Walter Mosley. Serie Negra RBA, Barcelona, España, 2022, 165 páginas. Traducción de Eduardo Iriarte.

Los pecados de nuestros padres (Fädemas missgämingar) de Åsa Larsson. Seix Barral, Barcelona-Buenos Aires, 2023, 600 páginas. Traducción de Pontus Sánchez. 

Comentarios