Cuentistas rescatados: Francis Scott Fitzgerald, Ring Lardner, John Fante

 


Todos los jóvenes tristes, de Francis Scott Fitzgerald

Campeón, de Ring Lardner

Hambre, de John Fante

Los tres títulos que comento tuvieron una aparición prácticamente simultánea en los últimos meses en nuestro idioma. Se trata de textos escritos en la juventud de estos autores norteamericanos. El más famoso de ellos era Francis Scott Fitzgerald quien, en 1926, año de la aparición del libro aquí comentado, “se bebía los vientos” dada la gran repercusión de sus relatos que tenían amplia circulación en las muy populares revistas de la época.

Lardner (Ringgold Wilner Lardner, 1885-1933), aunque amigo de Fitzgerald y otros escritores de la época (Hemingway, entre ellos), se destacó como cronista deportivo, aunque intentó escribir ficciones e hizo una gran apuesta (que no prosperó) por su dramaturgia. Sin embargo, sus cuentos humorísticos tienen gran calado y Campeón, que recopila gran parte de su libro How to write short stories (2924), lo demuestra. Falleció joven, a causa de una tuberculosis.

En cambio, Fante fue un escritor reconocido, pero al mismo tiempo postergado en su época. Escribió un considerable número de guiones de cine. Los cuentos de Hambre fueron recuperados en 1994, cuando hacía más de una década que Fante había fallecido, a los 74 años. (nació en 1909). El autor tuvo un reconocimiento póstumo, especialmente en Europa, y si sus libros han sido publicados y valorizados se debe a la (feliz) insistencia de Charles Bukowski, quien se consideraba su discípulo, a pesar de las diferencias sustanciales de sus escrituras y búsquedas creativas. Debido a eso, Fante tuvo una cierta fama en sus tres últimos años de vida, aunque la diabetes ya había destruido su cuerpo. 

Fitzgerald (quien falleciera en 1940, a los 44 años, también por tuberculosis), en tanto, mantuvo una suerte de relación amor-odio con la riqueza y sus representantes. Ello queda de nuevo revelado en estos nueve cuentos y un prefacio periodístico que componen Todos los jóvenes tristes. Francis era mundano, gastaba mucho más de la cuenta y con su esposa Zelda viajaba muy frecuentemente a Europa. La relación con Zelda siempre fue difícil, hasta que ella terminó internada en institutos psiquiátricos. 

Fitzgerald escribía sus cuentos con la crudeza del caso y luego los modificaba para que fueran aceptados en las revistas, que pagaban muy bien y tenían gran interés en esos relatos, aunque le exigencia tácita era que en ellos prevalecieran la esperanza y hasta la felicidad. Ni él ni Hemingway estaban conformes con esas concesiones, especialmente el primero, pero Fitzgerald se dejaba tentar fácilmente por el dinero, dado su nivel de vida. Por el mismo motivo, aceptaba escribir simplones guiones de cine.

Un hallazgo. En cuanto a Fante… Nunca pudo disfrutar del reconocimiento que su obra bien hubiera merecido. Hambre es un hallazgo, cuentos que permanecieron inéditos y que solo se conocerían en inglés en el año 2000. Luego de algo más de dos décadas se los ha traducido en nuestro idioma. En su mayor parte, el protagonista no es otro que Arturo Bandini, su personaje nacido en la Little Italy neoyorquina, integrante de una pobrísima familia de inmigrantes, cuyas historias fueron contadas por el autor en cuatro novelas.

 Nueve extensos cuentos, más un artículo periodístico, integran el libro de Fitzgerald. Ocho relatos componen el de Ring Lardner. Diecisiete pueden leerse en Hambre, que incluye también lo que iba a terminar siendo el prólogo de la novela Pregúntale al polvo (de Fante, 1939). Dado que no puedo hablar de todos, me detengo en algunos relatos representativos de los autores y sus libros.

 En el caso de Francis Scott Fitzgerald, ya se dijo cómo el autor “disimulaba” sus propios pasos, que lo llevaban por los terrenos de la tristeza, la pérdida y la desolación, aunque al fin lo que terminaba publicando eran textos con relativos, o no tanto, “finales felices”, lo que queda muy en evidencia en dos de los relatos: “El componedor” y “Las cuarenta cabezadas de Gretchen”. En ambos, el autor se sumerge casi en la impiedad, en todo caso en la desolación, en la peor de las tristezas (en un caso extremo la muerte de un niño), aunque varias páginas más adelante y luego de idas y vueltas termina entregando textos que deben haber dejado más tranquilos a los lectores de su época. 

Entre el humor y la desolación. Lardner se inclina por el humor y la ironía y lo hace con considerable acierto. En relación con los cuentos de Campeón, me inclino por “¿Quién da?”, historia en la que la mujer del anfitrión (personaje “sorprendido” en plena en caída libre), va contando a la pareja invitada la verdad (emocional, afectiva) que subyace en un relato escrito por su cónyuge. En esa narración, rechazada por varias publicaciones, la torpeza de su mujer, que la comenta en detalle, revela los secretos del verdadero amor del autor (la mujer invitada), que le está definitivamente vedada. 

De los tres libros, el más impactante me resulta Hambre (claro homenaje del norteamericano a su admirado Knut Hamsun), porque en esos relatos escritos entre 1932 y 1959 Fante pone de nuevo “en circulación” a su frustrado personaje, el escritor Arturo Bandini. De los textos que integran el libro, rescato “Póngalo en la cuenta” (texto que terminó formando parte de Espera a la primavera, Bandini), en el que muestra la absoluta humillación de la madre de Arturo para conseguir comida en un negocio donde el dueño la atiende de la peor manera que le resulta posible. 

Más allá de épocas y modas, aciertos y renuncias, los tres libros tienen mucho para decir, como ficciones, pero también como “testigos” de un tiempo afectado por la reciente Primera Guerra Mundial (la Gran Guerra) y, mucho más, por la inminente Depresión que parece “latir” anticipadamente en sus páginas.

Todos los jóvenes tristes (All the Sad Young Men), Malpaso, Barcelona, 2021, 237 páginas. Traducción de Antonio Golmar

Campeón, Montesinos, Buenos Aires, 2022, 141 páginas. Traducción de Horacio Vázquez Rial

Hambre (The Big Hunter), Anagrama, Barcelona, 2022, 283 páginas. Edición de Stephen Cooper. Traducción de Antonio Prometeo-Moya. 

Comentarios