CIEN AÑOS DE ULISES, DE JAMES JOYCE

La novela-emblema del siglo XX, Ulises, cumple hoy un siglo. El texto paradigmático del irlandés James Joyce tuvo su primera “aparición pública” el 2 de febrero de 1922, editado por la librera y mecenas norteamericana Sylvia Beach, la dueña de la mítica librería parisina Shakespeare & Co. El mismo día en que su autor cumplió cuarenta años.

Fue desde el primer momento un texto transgresor, disruptivo. Joyce lo elaboró durante siete años en su autoexilio europeo y su intención fue la de copiarse de la odisea vivida por el Ulises original (el Odiseo de los griegos), resignificándolo en un día vivido por el opaco personaje Leopold Bloom, que recorre Dublín el exacto 16 de junio de 1904 (día en el que Joyce conoció a su mujer, Nora Barnacle). 

Joyce multiplica allí sus habilidades narrativas, ya evidenciada en sus historias anteriores (Retrato del artista adolescente, Dublineses, poemas y demás), recargando a su novela de una interminable y escasamente explícita simbología. Es de verdad un libro tan extenso como abstracto (y no pocas veces inabordable), al punto de que Borges se atrevió a decir: “No creo que nadie lo haya leído. Mucha gente lo ha analizado. Ahora, en cuanto a leer el libro desde el principio hasta el fin, no sé si alguien lo ha hecho”.

La versión “canónica” del Ulises en nuestro idioma, la que ahora mismo ha rescatado Galaxia Gutenberg con ilustraciones de Eduardo Arroyo, es la del argentino José Salas Subirat, un técnico absolutamente ajeno al mundo literario, que, no obstante, pudo “iluminar” la larga historia que refleja, aunque distorsionada, la vida contemporánea del Dublín de comienzos del siglo XX. 

(Al margen, a mi manera de ver la mejor “guía” para la comprensión de Ulises, es la versión que publicó Edhasa en dos voluminosos tomos, en traducción y con multiplicidad de aclaraciones a cargo del gran maestro argentino Rolando Costa Picazo. Una edición ejemplar).

Se sostiene que leer las vicisitudes de Bloom, y, al final, las de su esposa Molly (Penélope) es muy arduo, cuando no infranqueable. Razones hay, sin duda, pero es también una incitación para sumergirse en un mundo surreal, de alegrías y pesadillas, de comidas abundantes, de sexualidad explícita, de deseos confesos y de los otros.

Joyce y Nora
Mención también para el enorme, desaforado, casi pornográfico, capítulo final dedicado a Molly, sumun del monólogo interior, una suerte de “invento” literario de Joyce, incomparable, quizás la lectura más “comprensible” y por eso la más transitada por los lectores de esta obra poco abordada, pero que constituyó un hito cuando apareció por primera vez y sigue siéndolo, cien años más tarde.

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