TE JURO QUE ES POR TU BIEN, DE SUSANA IBÁÑEZ


Te juro que es por tu bien
, de Susana Ibáñez

Editorial Palabrava, Santa Fe, Argentina, 2020

Fotografías de Leonardo Gregoret

En Argentina: 900 pesos





La ciudad no se nombra, pero es fácilmente identificable. En ella, dos personas que, por distintas causas, se sienten (y son) marginadas. Ambas protagonizan las historias imaginadas por la autora que hablan, de forma sesgada, sobre la ausencia de empatía en las urbes

La santafesina Susana Ibáñez aborda en su más reciente libro dos historias, fuertemente arraigadas en la ciudad en la que vive, a la que, sin embargo -salvo circunstanciales detalles- no se la nombra. Habla de Santa Fe, un complejo urbano de cerca de quinientos mil habitantes con fuertes divisiones sociales que se hacen muy presentes en el segundo de los textos.

 

Aunque no ha sido la intención expresa de la autora, ciertos registros populares, entre ellos los derivados de la música, se deslizan en ambas ficciones, como también ocurre con el humor. Que de irónico va trastocándose hasta volverse cruel.

 

Hay que andar con cuidado sobre lo que puede llegar a escribirse acerca de Te juro que es por tu bien, porque no es cuestión de traicionar y develar sus intrigas, que se irán resolviendo con el correr de las páginas.

 

Ibáñez escribe sobre dos soledades: en el primer relato, “La aguja en el ojo”, la que vive, y tantas veces padece, Emi, un muchacho marcado desde chico por su homosexual, a quien hostiga su familia y en cambio protege Doris, vecina y modista de barrio, y, en el segundo, la de alguien al que llaman “el Tipo”, linyera que se instala, sin pedir permiso, frente a un edificio de propiedad horizontal.

 

Emi y “el Tipo”, como lo llaman, cada uno a su modo, experimentan la marginación. Los dos, de cierta manera, hablan su propio lenguaje, Emi, con sus modales “femeninos”, tan criticados, la confección de ropa y el único cable a tierra que encuentra: Doris. El resto es el mundo agresivo al que no terminará de integrarse. Y “el Tipo” a su vez, contará con menos opciones: su perro, una mujer que se instala a su lado, y el portero del edificio, que habla con él sin entenderlo.

 

Ambos generan rechazos: Emi, centralmente, por parte de su familia que nada hace para comprenderlo y acompañarlo. Y “el Tipo” mucho más, porque su pobreza extrema provoca repulsión. Y el edificio entero, mejor, sus moradores, lo rechaza desde el primer minuto y ese rechazo se va incrementando momento a momento hasta eclosionar de una manera particular que, claro está, no corresponde contar.

 

“El crecimiento de las ciudades contribuyó a alejar a de las personas”, expresa con acierto la autora en la entrevista que transcribo más abajo. De esto tratan, en suma -en cuanto al sustento básico de ambas tramas- las historias que nos narra. Y a las que conviene conocer.

Experimentar con el lenguaje y las propias resistencias 

Ciudad de Santa Fe
¿En qué tiempo y de qué manera fueron surgiéndote estas historias?

 Hacia el mes de abril de 2020, cuando ya estábamos en distanciamiento social, empecé a pensar “La aguja en el ojo”, que todavía no tenía ese título. Hacía mucho que quería contar la historia de una vecina de mi infancia, pero no encontraba la voz del narrador. Se me ocurrió probar si era posible narrar sin género, y en un par de meses tenía el borrador, que empezó a circular entre las amigas escritoras. Una vez que cerré esa historia, hacia julio, empecé a pensar en una voz narrativa múltiple y en una historia que incluyera elementos escatológicos a los que no estoy habituada. En suma, son historias que pude escribir gracias y a pesar del aislamiento.


A su vez, ¿te llevó mucho tiempo concluirlos? ¿Fueron fáciles o difíciles escribirlos?

 

Los escribí rápido, tal vez porque nunca pensé que se publicarían. Los tomé más como un juego o un ejercicio de escritura, buscando experimentar un poco con los límites del lenguaje y con mis propias resistencias. Y justamente creo que fue fácil escribirlos porque no tenía sobre mí la mirada del lector posible, sino solo la mía. La lectura de las amigas escritoras sirvió para corregir y expandir las historias de manera de satisfacer expectativas y resolver cuestiones de verosimilitud.  Después vino el interés de Palabrava en esos dos textos, algo que me sorprendió y me dio muchísima alegría. Es una editorial que está creciendo muchísimo y que tiene muy buenos proyectos.

 

¿Toman datos de la vida cotidiana o pertenecen al exclusivo ámbito de tu imaginación?

 

El personaje de Doris surge de una vecina que hacía manualidades y vivía con un hermano violento, pero de ella tomo más que nada su espíritu de trascendencia, que se veía vencido por las circunstancias. En el caso de “Me verás volver”, mi propio temor a reacciones inesperadas en personas en situación de calle me hizo pensar en los vecinos del edificio que conviven con el personaje que llamé “Tipo”.

Algo casi cómico: una vez una mujer en situación de calle se me acercó y me tiró una trompada. La pude esquivar, pero me quedó siempre un temor a esas reacciones de desconocidos… Y soy un poquito germofóbica (miedo a la contaminación, a los gérmenes), lo que también alimenta esa historia. Con esos elementos, que no son tantos, empecé a construir todo lo demás. Lo autobiográfico en mi caso no pasa de alguna sensación o algún hecho aislado. Rara vez cuento algo privado, y si lo hago es solo un detalle muy disfrazado.

 

Estas historias urbanas hablan de soledad, de incomprensión, de extremas dificultades de comunicación. ¿Son relatos referidas a situaciones particulares que se agotan en sí mismas o pueden ser interpretadas como “muestras” de lo propio de la urbe, cuanto más grande y compleja, más indiferente?

 

El crecimiento de las ciudades contribuyó a alejar a las personas, algo que la literatura empezó a registrar ya en el siglo XIX. Lo que noto ahora es que la tecnología nos ha conectado con personas físicamente alejadas, pero que eso no ha logrado reconstruir el entramado de confianza mutua que construye comunidad. Nos tenemos miedo, desconfiamos de gente que no conocemos, preferimos la seguridad que nos da nuestro círculo pequeño de familia y viejos amigos.

 

Por otro lado, quienes viven en comunidades pequeñas se van a las ciudades porque se sienten demasiado observados y juzgados… Se han ido deshilachando, además, las grandes narrativas que le daban un sentido a nuestras vidas, lo que contribuye a una sensación de aislamiento y orfandad. No pretendo describir situaciones que se generalicen demasiado porque no conozco mucho y entiendo aún menos, pero puede ser que algunos lectores de ciudad identifiquen en estas situaciones algunos elementos familiares.

 

Gustavo Ceratti
El título central del libro lleva a una canción popular y (también) antigua, lo mismo ocurre con “Me verás volver”, aunque esta letra se corresponde a una canción más actual. ¿Fue accidental esa elección o premeditada? ¿Qué significan las canciones populares en tu vida creativa?

 

¡No sabía que el título del libro era el de una canción! Con las editoras conversamos mucho los títulos. Yo tenía varios posibles para cada historia, y además hubo que encontrar uno para el volumen. “La aguja en el ojo” no era mi primera elección, tal vez porque encontraba la imagen muy inquietante, pero justamente por eso terminó siendo el título elegido. En cuanto a “Me verás volver”, creo que en las canciones populares se encuentran combinaciones de palabras interesantes porque ya resuenan con su melodía en los lectores. Casi todos los elementos del tema de Cerati (“La ciudad de la furia”) tienen que ver con esa historia…

 

Y el título del volumen es, otra vez, una frase que ya tiene resonancias previas en los lectores. La hemos escuchado todos y nunca en situaciones afortunadas. Esa familiaridad es la que me interesa, porque me parece que “promete” (me parece que los títulos prometen cosas) que eso que se cuenta bien puede pasarle a cualquiera. Las canciones populares, me parece, le cantan justamente a nuestra experiencia compartida con un lenguaje muy cercano y familiar, y me interesa lograr complicidad con los lectores a partir de citas o situaciones que se han instalado en la cultura.

 ¿Has tenido presente a Manuel Puig para elaborar “La aguja en el ojo”?

Mientras lo escribía no era consciente de ninguna influencia literaria concreta. Recién ahora que lo pienso veo los puntos de contacto con el mundo de Puig. Era tan vívida la imagen de la modista de barrio y de mi propio barrio como posible escenario que me bastó con jugar con esas imágenes para armar ese pequeño mundo de “La aguja en el ojo”. Para la vida de Emi consulté con un amigo querido que trabaja en diseño de modas y que vivió experiencias de ese tipo. Me quedo pensando en que no sé quiénes son mis influencias, ni en estas historias ni en ninguna. Sé lo que me gustaría lograr con cada texto, pero no tengo claro quién puede “ayudarme” a lograrlo con sus textos o con su mundo.

 

Cada tanto, en tus relatos, emerge el humor. ¿Qué reflexión te merece esta observación?

 

Creo que en ambas historias el humor surge de tomar la perspectiva de los narradores. En "La aguja en el ojo", ocurre que cuando somos chicos no entendemos mucho lo que está pasando y el mundo que construimos les causa gracia a los adultos. En "Me verás volver" lo que puede causar gracia es el tono irónico con el que se cuenta lo trágico... No me propuse ese efecto, pero me alegro de que el trabajo con los narradores haya resultado así.

 

¿Qué significa para vos, en múltiple sentido, ser escritora en Santa Fe?

 

Escribir en las provincias, lejos de los medios de difusión de alcance nacional y de las editoriales grandes, puede desorientar un poco al principio. Quien busca transcendencia puede sentir frustración, sobre todo porque en nuestra ciudad el público lector no es muy amplio y además invariablemente va a leer primero a los escritores “conocidos”. Pero también puede verse de otra manera: si nos entregamos al placer de la escritura y al del encuentro fraterno con nuestro entorno, podemos desarrollar nuestra actividad sin ataduras, sin limitaciones, con honestidad y, por añadidura, con la compañía cercana y concreta de escritores y de lectores con quienes se desarrolla una conversación casi personal. Estar en el margen nos quita visibilidad a nivel nacional, pero nos da a cambio libertad de escribir como queremos y para quienes queremos y nos quieren. El trabajo de las editoriales locales se vuelve esencial para nosotros, pero también ahora tenemos los blogs, las redes, la autopublicación en todas sus formas… Creo que los “escritores de provincia”, más que para brillar, escribimos para estrechar el abrazo.

 

Un fragmento

 

“Un asesino de mujeres, un violador. Pero si fuera así, nuestro bien dependía de saberlo, no de ignorarlo, de saberlo para cuidarnos, denunciarlo, sacarlo de circulación. Un genocida de otro país, pensamos después. Uno que se haya escapado de una guerra europea, ponele. ¿Cuál? Hubo tantas. Desde acá son todas iguales. Todas las guerras se parecen, dijimos. No, la paz se aparece y las guerras son todas distintas. La luna estaba finita, baja sobre el horizonte. La imaginamos reflejada en el agua, más allá de los techos y de nuestra vista. Nos quedamos en silencio, mirando cómo el viento del este hacía correr las nubes, que tapaban las estrellas de a ratos. Hasta ese momento el Tipo no nos había molestado tanto, pero esa noche le empezamos a tener un poco de miedo”. (pp. 113-114).

 

Datos para una biografía

 

Susana Ibáñez nació y vive en la Ciudad de Santa Fe, Argentina. Cursó estudios en la Universidad Nacional del Litoral y en la Universidad Nacional de Córdoba, donde se doctoró en Literaturas y Culturas Comparadas. Se desempeña como docente en el nivel superior en cátedras de Literatura en Lengua Inglesa. Coordina talleres privados y clínicas de escritura creativa. Se dedica a la narrativa y ha publicado dos libros de cuentos: Por íntima convicción (Premio Nacional Juana Manuela Gorriti, 1999) y La vida al ras del suelo (Premio Provincia de Córdoba, 2018).

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