La pequeña ciudad donde se detuvo el tiempo (Méstećko, kde se zaltavil ćas) de Bohumil Hrabal
Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2020, 172 páginas
Traducción de Monika Zgustova
En España: 16.90 euros. No se lo ha distribuido aún en la
Argentina
No
estamos ante un libro nuevo, sino que se trata de la reedición de un muy bello
y nostálgico texto del gran Bohumil Hrabal, uno de los más valiosos autores de lo que fuera Checoslovaquia, al que vale la pena
acercarse
Escritor tardío, puesto que comenzó a publicar cuando
orillaba los cincuenta años, el checo Bohumil Hrabal (1914-1997) llegó a
entregar una obra tan extensa como sólida, marcada por la nostalgia, la memoria
y un humor con el que pareció poder sobrellevar todas las penas.
Una verdadera “muestra” de su gran solvencia como autor,
de su calidad, es esta corta novela, casi una sumatoria de relatos, que se
ubica en el pasado de Hrabal, en un pueblo de provincia y que arranca cuando el narrador niño quiere que le tatúen en el
pecho un barco para así poder navegar… en su imaginación.
Las cosas no ocurren como lo tenía previsto el protagonista
sino todo lo contrario y de ese modo de cierta manera "ingresa" al mundo de los adultos,
cuyos “representantes” no vacilan en tronchar el sueño del niño, pura fantasía,
obvio, pero sueño al fin.
Precisamente, hay algo de sueño, o de entresueño, en estos "cuentos" narrados desde la perspectiva de un infante y por eso Hrabal se inclinó por ubicar a las
tragedias históricas vividas por su pueblo como suerte de telón de fondo y, en cambio, se detuvo en lo que vivieron las personas mayores
vinculadas al relator, especialmente su padre y su inefable tío Pepín.
Quien narra muestra a su padre como a un “enfermo”
de las motos y los coches, a los que desmenuza una y otra vez, hasta lo último,
haciéndose acompañar por distintos (y desprevenidos) vecinos a los que tiene
como asistentes forzados durante horas, mientras él va quitando pieza por pieza de cada máquina, tratando de contagiar el entusiasmo que solo él siente por la mecánica y que se irá transformando en fanatismo e indiferencia hacia los demás.
Una fábrica particular. La mayor parte de la novela transcurre en una fábrica de
cerveza, en la que el padre coprotagonista es gerente (hasta que llega el
comunismo y lo echan de ese puesto con argumentos tan impropios y absurdos que
terminan volviéndose aborrecibles: “Con su amabilidad con los obreros usted ha embotado
el filo de la lucha de clases” -pp. 134 y 135).
En el relato interviene, claro está, la inventiva del
autor, pero fábrica y gerencia se corresponden con la realidad, dado que el
padre adoptivo de Hrabal fue gerente en un establecimiento de esas
características en la pequeña Nymburk, donde el autor pasó toda su infancia y
vivió parte de las anécdotas que cuenta en sus ficciones.
Y el tío Pepín es otra cosa: no le teme al trabajo y tampoco
al ridículo, solo piensa en mujeres y en su -al parecer- formidable pasado como
soldado del emperador austrohúngaro durante la Primera Guerra Mundial (un gran
relato que el padre, su hermano, trata de desmentir, sin el menor éxito). Del
resto, lo que fuera, no le interesa y en todos los casos lo expresa a viva voz,
con un vozarrón único, que le genera no pocos problemas de los que muchas veces
debe sacarlo, no siempre bien, el padre del niño narrador. Y además está su
sempiterna blanca gorra de militar, quizás de almirante, que despertaba admiración
entre quienes lo atendían a cuerpo de rey mientras derrochaba a manos llenas…
el dinero de su hermano.
No siempre le resultó fácil la convivencia a Hrabal con
el régimen comunista checoslovaco. Tanto que parte de su obra circuló en la clandestinidad,
a través de los llamados “samizdat”, es decir textos escritos que pasaban de
mano en mano cuando a los autores les era imposible publicar en un orbe donde el
Estado todo lo decidía. De hecho, la expresión “samizdat” nació en la Unión Soviética
durante el estalinismo y se extendió a la Europa del Este dominada por
gobiernos comunistas. Distribuir las obras de esta manera entrañaba peligro de persecución
y cárcel.
La pequeña ciudad…
forma parte de una trilogía que, primero de manera clandestina, y luego como
libros independientes, el autor publicó entre 1974 (la presente novela y Tijeretazos)
y 1981, cuando la completó con Los millones de Arlequín.
Reeditada varias veces en nuestro idioma, esta pequeña
obra maestra se encuentra signada por la nostalgia y un soterrado humor con el que
Hrabal supo enfrentarse con un pasado sobre el que tantas veces se abatieron las
sombras. Haberlo sabido contar con tanta riqueza expresiva habla de sus méritos
como narrador y, también, explica por qué sus relatos son sencillamente inolvidables.
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La edición checa |
Un fragmento
“El señor Vaňátko gritó hacia arriba: ‘¡Tengo el honor de
anunciarle que el señor Josef está aquí, durmiendo como un lirón!’. Y mi padre:
‘¡Átelo bien!”. Y el señor Vaňátko: ‘¡Ya está hecho! ¡Arriba!’. Y mi padre
subió al tío, la carga pesaba mucho, el borde de la chimenea frenaba la cuerda,
pero a pesar de todo el tío iba subiendo, un metro tras otro, desde el abismo
de siete metros de profundidad. Cuando apareció la cabeza negra del tío Pepín
(caído dentro de una chimenea recargada de hollín), mi padre no tenía fuerzas
para cogerle por las axilas y terminar de subirle. Cuando ya parecía que no
había más remedio que bajarlo otra vez, Vaňátko gritó desde abajo: ‘¡Ate la
cuerda al pararrayos!’. Y por primera vez en su vida mi padre estaba contento
de haber empleado a Vaňátko de vigilante nocturno, por primera vez admitió que
lo que le aconsejaba el vigilante nocturno tenía sentido. Ató la cuerda firmemente
al pararrayos, después tomó al tío por las axilas y fácilmente lo sacó para,
acto seguido, desplomarse con su hermano en los brazos, sobre las flores
amarillas que crecían en el tejado, las siemprevivas; el tío siguió durmiendo
como un muerto y la luz fría de las estrellas le coronaba. Entonces mi padre
subió al señor Vaňátko, le estrechó la mano de todo corazón, pero le parecía
poco, de modo que le abrazó y Vaňátko, con los labios negros, le dio un beso
militar en la mejilla. Pero luego se asustó: ¿dónde estaba la gorra de
marinero? Con la linterna iluminaron el fondo, pero ni rastro, el abismo negro
de hollín se la había tragado” (pp.128 y 129).
Datos para una biografía
Bohumil Hrabal (Brno, 1914-Praga,
1997) está considerado como uno de los mejores escritores europeos de la
segunda mitad del siglo xx. Su padre adoptivo era gerente de una fábrica de
cerveza en Nymburk, lugar donde Hrabal pasó su infancia y que impregnó toda su
obra. Tras estudiar derecho, desempeñó diversos oficios: ferroviario durante la
guerra, experiencia que reflejó en su novela Trenes rigurosamente
vigilados, agente de seguros, viajante de comercio y empacador en una
prensa de reciclar papel, sobre lo que escribió en Una soledad
demasiado ruidosa. Inició su obra con un conjunto de poemas, publicado en
1948 y prohibido unos meses más tarde cuando el comunismo llegó al poder en
Checoslovaquia. No pudo publicar su primer libro, Una perla en el fondo,
hasta 1963, año en que decidió dedicarse únicamente a escribir. Junto a las ya
mencionadas, destacan sus novelas Yo serví al rey de Inglaterra, Bodas
en casa y La pequeña ciudad donde se detuvo el tiempo,
escritas casi todas ellas en la década de los setenta, cuando su obra fue de
nuevo prohibida. Murió al caer desde su habitación en el quinto piso del
hospital Bulovka en Praga. En sus obras reflexionó a menudo sobre la idea del
suicidio. Como era su voluntad, fue enterrado en una caja de roble con la
inscripción Pivovar Polná (Fábrica de Cerveza de Polná), lugar donde se
conocieron sus padres. Una veintena de sus historias fueron llevadas al cine y
la tv, entre ellas las excelentes Trenes rigurosamente vigilados y Yo
serví al rey de Inglaterra, dirigidas por Jirí Menzel.
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