Detrás
de esa puerta que nunca termina de cerrar
Por Alfredo Di Bernardo
La aparición de la
antología Las cosas suceden, del escritor santafesino
Habrá que aclarar, no
obstante, que esas variantes nunca aparecen en estado puro, sino
convenientemente entremezcladas e interactuando con eficacia para potenciarse
entre sí, por lo que, a fin de ser precisos, cabría afirmar que los cuentos de
Morán son, según el caso, predominantemente
fantásticos, policiales o intimistas.
En este flamante
libro, compuesto por nueve historias, quizás esta fusión de variantes alcanza
su máxima evidencia en “Golpes en la puerta”, cuento en que el protagonista es
confundido con un tal Gutiérrez y el hilo de la trama oscila de
Lo fantástico no aparece en estos cuentos bajo la forma de seres o hechos extraordinarios, sino todo lo contrario. Se trata, más bien, de la irrupción de hechos y personajes aparentemente comunes, simples, que de pronto vulneran la lógica cotidiana y la resignifican.
Una mujer cuya imagen
queda registrada en una foto en la que no debería haber salido (”El perfil de
Morena”), la imposible intersección de dos existencias paralelas e
incompatibles de una misma persona (“La mirada de Juan Prado”), un viaje en
colectivo que se transforma de a poco en una travesía muy diferente (“Las cosas
suceden”) son ejemplos de lo antedicho. Por lo general, el elemento fantástico
es el factor que sirve de desenlace o le otorga una explicación a la trama y el
lector lo descubre en simultáneo con los personajes, razón por la cual termina
compartiendo con éstos su misma perplejidad.
Por su parte, lo
policial, en su variante noir, se
muestra preferentemente como trasfondo o marco de la historia narrada, antes
que como núcleo central del argumento. Referencias aisladas, dichas como al
pasar, pero no por ello menos contundentes, acerca de los ámbitos vidriosos por
donde transcurre la vida de algunos personajes, sirven para contextualizar sus
conductas: un exilio forzado por un asunto de cheques impagos ("Golpes en
la puerta"), las oscuras relaciones con el poder de turno que sustentan el éxito profesional ("La
mirada de Juan Prado") o ciertos turbios negocios manejados con la cínica
mentalidad de los '90 ("Tríptico de Verónica") ejemplifican este
recurso, que es llevado al extremo en el cuento que, paradójicamente, quizás
sea el más "policial" del libro ("La película del
Yuaseneger"), donde el autor retacea al máximo la información sobre el
submundo criminal en que se mueven ambos coprotagonistas, dejándolo velado detrás
del diálogo trivial que sostienen mientras aguardan no se sabe bien qué o a
quién.
Por último, en
relación a la mencionada faceta intimista, cabe afirmar que los personajes de
Morán nunca nos son presentados como maquetas vacías, sino que los caracteriza
una hondura psicológica que el autor sabe revelar a la perfección, sin
necesidad de incurrir en un análisis explícito y exhaustivo de sus
personalidades. Le alcanza con plasmar dos o tres pinceladas de sus
sentimientos para echar luz sobre sus conflictos internos y mostrarnos cómo
son. El caso más extremo de esta austeridad lo constituye “La película del
Yuaseneger", cuento armado exclusivamente en base al diálogo de los
coprotagonistas, y en el que lo que ambos dicen es el único medio del que
dispone el lector para imaginarlos.
Por lo general, los
protagonistas de estas historias son seres excluidos o autoexcluidos de la
felicidad, transcurren sus existencias nimbados por un halo de melancolía o tristeza,
añoran una vida que no fue, o que ya no es (en varios casos, el tormento se
presenta bajo la forma de una mujer que se ha ido o es deseada sin
reciprocidad).
Son hombres alejados
de una vida plena, conscientes de ese fracaso y resignados a afrontarlo, como
si todo hubiese sido ya resuelto por un destino adverso e implacable que no se
puede remediar. En tal sentido, el personaje más impresionante del libro es el
carnicero de “La materia hierve su cólera cerrada”, un individuo traspasado por
la frustración, al que le basta con afilar su cuchilla y limpiarse la sangre de
la carne en el delantal para transmitirnos la tremenda violencia latente que lo
habita y que está a punto de estallar.
"Nunca nos
terminamos de contar la verdad, algo queda en reserva sin ser expresado. Sin
que lo admitamos, una puerta que nunca termina de cerrar.”, dice el sufrido
protagonista de "Tríptico de Verónica". Pues bien, Carlos Roberto
Morán, con su sólido oficio de cuentista a cuestas, se cuela por esa hendidura
y nos muestra, con talento y sensibilidad, las zonas grises de la condición
humana, esas que sus personajes no pueden o no se animan a ver.
Tomado
de “Mirador Provincial”, suplemento de El Litoral y Clarín, edición del domingo
8 de noviembre de 2020
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