El orden
equivocado y otros cuentos, de Elizabeth
Taylor
Elba Editorial,
Madrid, España, 2019, 364 páginas
Selección y
prólogo de Clara Pastor
Traducción de
Socorro Giménez Cubillos
En España: 23
euros. Aún no se lo ha distribuido en la Argentina, donde se lo puede conseguir
en librerías on line a distinto
precio
A la escritora
inglesa Elizabeth Taylor (1912-1975) los argentinos la hemos “descubierto” hace
algún tiempo, cuando
el sello La Bestia Equilátera tuvo el acierto de publicar Prohibido morir aquí, una gran novela de dicha autora, con quien resulta fácil incurrir en el equívoco de confundirla con la famosa actriz
norteamericana del mismo nombre,
Equívoco que se
debe descartar de inmediato, porque mientras la Taylor estadounidense se
destacaba por su belleza, sus buenas actuaciones, el glamur y los escándalos,
la escritora inglesa tendía a las actitudes humildes, la escritura constante y,
también, a mostrarse tímida y reticente respecto de su vida privada.
Salvo un
galardón póstumo (ella murió a los 62 años), los reconocimientos fueron
escasos, aunque tuvo consecuentes lectores a lo largo de los años. Escribió de
manera considerable, tanto que publicó doce novelas y más de sesenta cuentos,
pero no brilló ni su obra resultó rutilante. Solo en estos años, tanto tiempo
después de su fallecimiento, recibe reconocimientos.
Una pena, por
cierto, porque si bien no estamos ante una Alice Munro, sin la menor duda
Taylor fue una consistente escritora. Lo demostró con Prohibido morir aquí y queda de nuevo comprobado al leer la veintena
de cuentos ahora publicados en España, elegidos por Clara Pastor con mucha
inteligencia y traducidos con gran cuidado por Socoro Giménez Cubillos.
Subrayo lo de
gran cuidado porque, como bien advierte Pastor, la sutileza fue el central
aporte de Taylor a la narrativa. También la observación y su forma de escribir,
que volvía fácil lo complejo (como en Argentina se decía habitualmente cuando
se hablaba de Adolfo Bioy Casares).
Ella se “movió” en
el territorio del verismo, en la Inglaterra de los años ’50 (centralmente),
cuando aún se notaban las carencias que había dejado la guerra (escasa comida,
edificios deteriorados, ropaje gastado, poco y antiguo tránsito). Como quería
Nabokov, Taylor fue maestra del pequeño detalle. Pequeño detalle a través del
cual llegaba a mostrar las tragedias que vivían sus personajes, gente
tomada del común, la gente de la calle como dirían los españoles, mucha de ella
más que marcada por la soledad. Mucha más, por la incomprensión.
Taylor fue
notable además para imaginar historias. Y para encontrar inesperadas
derivaciones (vueltas de tuerca) al desarrollar sus relatos. (Qué manera
inteligente, y persuasiva, de narrar…).
![]() |
Londres, 1945 fila de personas en pleno racionamiento |
Una carencia de datos. Los veinte
cuentos de este libro no están datados. Es decir, no hay información sobre su
origen, el momento de escritura y similares. De los veinte encontré datos sobre
trece. El más antiguo de estos es “Un jardín triste” (de 1945), notable texto
sobre la soledad y la locura, que termina de una manera excepcional, diría que
exquisita. Imposible contar más, salvo que se habla de una mujer que ha quedado
viuda a causa de la guerra reciente, y de la experiencia que vive con su
sobrina, una niña tímida y callada, que a todo accede.
El pequeño (o
gran) infierno que se genera en ese extraordinario relato, reaparece en muchos
otros. Entre ellos el primero, con el que se abre el libro, “Paseando con
mamá”, en el que el hijo (“ostentoso, cínico”) de una anciana (a la que
obviamente explota) queda expuesto de una forma inesperada. Otro cuento casi
perfecto. O perfecto, sin el casi.
A quien le
interese saber cómo se escribe, cómo se “arma” un texto, los cuentos de Taylor
son excelentes para analizarlos. Ella decía que se le ocurrían sus historias
cuando planchaba. Qué envidia puede llegar a despertar.
Son, como
acoté, veinte relatos. Difícil escoger los mejores. Están signados en la
mayoría de los casos por la melancolía. Hay desazón, hay sensación de pérdida,
de finitud. La autora a veces ironiza, en otros casos cuenta con humor. Casi
todos son relatos de perdedores. También, en determinados casos, sus personajes
se muestran dignos, más allá de los avatares que deben enfrentar.
Taylor supo decir “desde”, por ejemplo, la vejez,
como ocurre en “Ratones, pájaros y un chico” (de 1963) en el que una anciana
que ha quedado muy sola en una casa tan envejecida y abandonada como ella,
intenta comunicarse con un niño, con resultados poco felices.
Escasa
felicidad se encuentra en “Una excursión al origen”, en el que el personaje
Gwenda intenta recuperar lo perdido en Francia (donde fue alguna vez feliz con
su marido, ya fallecido). Es lo que le cuenta a Polly, una heredera tímida a la
que expolia, mientras esta busca, sin demasiada suerte, encontrarse a sí misma.
Difícil
sintetizar sin incurrir en más de un spoiler, que en este caso hay que
evitarlo, evitarlos, porque los cuentos de Taylor se caracterizan por la
sorpresa, por “lo que viene después”. Como ocurre en “El orden equivocado” (de
1972) excelente relato que da título al libro, en el que la anciana Hilda,
desahuciada, espera la muerte, acompañada por su esposo Héctor y un agregado,
Tom, quien sin la menor connotación sexual se transforma en un ser fundamental
en su vida y se vuelve casi protagonista de esta historia, para la que Taylor
se luce dándole una inesperada, y fundamental, vuelta de tuerca.
En verdad, todo
El orden equivocado es una invitación
para la lectura. Algunos cuentos resultan más eficaces que otros, pero con
seguridad ninguno es desdeñable. Taylor tuvo, y tiene, a su favor la
singularidad de que, al cerrar el libro quien ha tenido la felicidad de leerla quiere
más. Al respecto, hago mías las palabras de Paul Bailey: “Envidio a aquellos
lectores que llegan a Elizabeth Taylor por primera vez”.
Datos para una biografía
Elizabeth Taylor (Dorothy Betty Coles, Reading, Inglaterra,1912–Penn, Inglaterra 1975),
escribió su primera novela, At Mrs
Lippincote’s, durante la guerra, mientras su marido (el pastelero John William
Kendall Taylor) combatía en las fuerzas aéreas británicas. Tuvo dos hijos. A su
primera ficción le siguieron once más, cuatro colecciones de relatos, que
fueron publicados en Vogue, The New Yorker y Harper’s Bazaar, entre otros
medios, y un libro para niños. No tuvo mucho eco crítico en vida y nunca ganó
un premio. Sólo tras la aparición póstuma de su última novela, en 1976, le
concedieron el prestigioso Whitbread-Prize por su trayectoria, que recogió su
marido. No obstante, desde la publicación de sus primeros libros contó con un
público de lectores amplio y entregado. Kingsley Amis y Antonia Fraser, entre
otros escritores, ponderaron sus trabajos. En los últimos años han comenzado a
reeditarse algunos de sus títulos en nuestro idioma, entre ellos Prohibido morir aquí o Mrs. Palfrey en el Claremont (también El hotel de Mrs. Palfrey), Ángel, El juego del amor, La
señorita Dashgood, Un alma cándida
y Una vista desde el puerto, además
del libro aquí comentado. Han sido llevadas a la pantalla sus novelas Ángel y Mrs. Palfrey on the Claremont (estrenada en castellano con el
título de “Una dama digna”), así como algunos de sus cuentos para episodios de
la televisión.
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