Diseño: Gerardo Morán |
En la memoria vivos, de Julio Luis Gómez.
Editorial
Vinciguerra, Buenos Aires, 2018, 65 páginas.
En
Argentina: 180 pesos.
Los
recuerdos, los muertos queridos, los episodios de la historia patria, y una
reiterada “celebración de la vida”, emergen como constantes en el reciente
poemario del santafesino Julio Luis Gómez, que hoy comento.
Los ecos de
la historia aparecen, como ejemplos, en el poema en el que un anciano y
solitario Domingo Faustino Sarmiento le reclama a la hija de Dalmacio Vélez
Sarsfield: “Véngase al Paraguay, Aurelia mía / Si viene, seré joven”.
A su vez,
Dolores Costa, a la que Sarmiento llamó “La Sultana” y que tenía veintiocho años menos
que Justo José de Urquiza, en la soledad de su viudez lo recuerda, porque pese
a todas sus traiciones con tantas otras que le dieron amor e hijos, “volvía
siempre” a ella.
“No sé cómo
he podido llegar hasta estos años”, se dice en su vejez. Para agregar de
inmediato:
“Será
porque en las tardes,
cuando se
apaga el sol en las ventanas
oigo sus
pasos firmes
y suelto
mis cabellos como entonces
para que lo
acaricien esas manos
que nunca
me dejaron,
ni en la
muerte”.
En otro
espacio, o plano, del poemario, Gómez
nos habla de su nostalgia por los muertos que recuerda “constantemente”, como
me responde en la “entrevista” que aparece al final de este comentario.
“Te
recuerdo buscando sobre el mapa
aquellas
calles del que fue tu reino.
Un añadido
fue a tu vida
esta ciudad
que sin remedio odiabas”. Le dice a alguien que ya no está más.
También,
estas líneas dedicadas al abuelo:
“Y estoy
aquí,
desconocido
nieto,
para borrar
la herida que en la sangre
abrió tu
lejanía”.
Y, por fin,
sus creencias:
“Sólo tu
luz conoce el fiel sendero
para cruzar
la sombra maldecida”.
Buen y
estimulante poemario el de Julio. Poemario que fija en forma clara y
persistente cuanto le importa, haciendo suyo aquello expresado por César Bisso,
su amigo y acompañante en el persistente camino literario; “Cada poema
representa un instante no perdido”.
No todo
concluye, sin embargo
Tu libro gira en torno al tema de la muerte,
pero, en simultáneo, hay una constante apelación a la vida, quiero decir a su
celebración. Si estás de acuerdo, me interesa conocer tu reflexión sobre estos
temas, siempre trascendentales.
Efectivamente,
y como bien has visto, Carlos, he celebrado, siempre, el maravilloso don de la
vida. Pero, por eso mismo, el temor, el temblor y el terror, la turbación ante
la muerte. Creo en tal sentido que poemas tales como “Marea”, con ese “amor
furioso” que los amantes viven, y conocen, en su deslumbrante y momentáneo
éxtasis, y “Ceniza somos”: estremecida comprobación de nuestro “perecedero
destino humano”, en el decir de Antonio Requeni, a propósito de mi poesía,
exhiben, emblematizadamente, si se me
permite la expresión, esa conjugada presencia que señalas. No todo concluye,
sin embargo. Es que esta celebración de la existencia humana que decía, aquí en
tierra, a pesar de la constante amenaza, conciencia y certeza de la muerte a la
que aludo, sabe de su victoria última cuando esa “mano para siempre dada”, que
uno de mis poemas nombra, la de Dios, en la que confío y espero, nos conduzca
al Reino “sin ocaso”, título de una de las secciones y de uno de los poemas que
constituyen, precisamente, el libro del que me hablas.
¿Cómo ha sido la “hechura” de los poemas? ¿Los
fuiste encarando por afinidad temática, partiste de una idea central o todos
ellos nacieron de una manera independiente y luego fueron conformando una
unidad?
Parafraseando
a quien lo observara, aunque no de mí, me atrevería a decir, también a mi
respecto, que he sido “un poeta de poemas”. Nada, entonces, recojo aquí tus
expresiones, de encararlos por “afinidad temática” ni partiendo de una “idea
central”, sino la tercera de tus opciones me parece ser la válida en mi caso,
“de una manera independiente”. Luego, siempre inesperada, y misteriosamente,
intuirlos, verlos, empleo aquí la expresión en su sentido más poético, el de visión, por cierto, como tendidos hacia
esa “unidad” a la que refieres. Y con trabajo, un incesante trabajo, conformar
ese poemario en el que cada uno reclama su sitio.
Aunque resulte un tanto esquemático, se podría
hablar de dos “zonas” advertibles en el libro. Una refiere, en general, a lo
que podría llamarse el anecdotario familiar y a veces personal. A esa “zona” la
ubicaría en un terreno contemporáneo, en tanto que la segunda se hunde en la
historia misma de la Argentina ¿Podrías extenderte en estas cuestiones?
Bien
identificas, Carlos, las que denominas dos “zonas” en el libro y bien las
sintetizas en el que describes como el “anecdotario familiar y a veces
personal” de la primera y como un entrarse en la “historia misma de la
Argentina” de la segunda. Me permitiría, sí, señalar que en ambas he
experimentado una magnífica contemporaneidad con los sucesos que sentía y
vivía, casi convivía, podría decirse. Gracias a esa memoria, vigente y
operante, volvía a estar, por un instante, bien en aquella reunión con “Los
amigos”, por ejemplo, bien en el inolvidable palacio de Urquiza viendo venir su
muerte, siendo él mismo, mientras reflexionaba en su derrotero y su destino.
Una continua y continuada revisitación del
pasado desde un presente, en suma.
El pasado, la memoria, “marcan” sensiblemente a
tu poemario. Apelas a Borges, quien sabiamente dijo aquello de que “el pasado
es arcilla que el presente / labra a su antojo. Interminablemente”. ¿Ese pasado de afectos y recuerdos, tan
presente en tus poemas, te acompaña también en tu vida todos los días?
Constantemente,
Carlos. Y es por eso, creo, que siempre han constituido y constituyen la
materia primera y primordial de mi palabra de poeta, esos “motivos con los que
se hace la obra”, como me lo recordara recientemente, con cita de Auden, Rafael
Felipe Oteriño al corresponder a mi envío de En la memoria vivos. Es que,
como ya lo dijera alguna vez el inolvidable Vicente Aleixandre, la verdadera
fuente de la poesía es la vida, transfigurada, sí, en esa “otra realidad” de la
que también nos habla Oteriño.
¿En cuánto ha incidido lo histórico en tu
persona, ya fuere profesional o personal, y en tu quehacer como poeta?
Siempre me
he sentido, y sabido, en el camino de un pueblo que ha sido, es y será. Y por
eso he estado atento a su historia, ya no como una simple acumulación de
sucesos aislados sino como un riquísimo y complejo proceso, siempre en
reestudio, reinterpretación y recomprensión,
aunque en mi sentir, y mirada, de poeta, final, y esencialmente, es su
reconfiguración imaginaria y casi mítica la que adquiere relevancia. Desde mis
primeros días me fascinaban títulos y lecturas como aquellas referidas al Cid
de la historia y al Cid de la leyenda, por ejemplo, insoslayable tránsito para
la revelación en y del poema.
A veces es la música, otras las lecturas, o el
cine, o los paseos o los viajes, a veces nada. ¿Qué de todo eso u otra cosa, te
“acompañó” mientras escribías este poemario?
Todas,
aunque primordialmente las lecturas. Pero fundamentalmente el diálogo, el
incesante diálogo con los míos y, principal, esencialmente, diría, el vivido
con Teresita, la insoslayable compañera de mi vida, de quien podría decir, como
Ricardo Güiraldes a propósito de Adelina del Carril, su esposa de siempre, que
fue “mi mejor manager y mi más dura crítica”.
Cuatro poemas
Inchauspe |
Llegada tarde
A Juan Manuel Inchauspe, porque le gustaba este poema
Prohibido demorarse con tus manos.
Prohibido demorarse con tus ojos.
Prohibido sospechar que en las arenas
las divinas señales ha borrado
un reloj que no cesa
de agravar el minuto necesario.
Prohibido demorarse con tus ojos.
Prohibido demorarme con la vida.
Marea
El mar en su incesante movimiento
tu playa busca entre las rocas duras.
Vendrá por ti, enhiesto de aventuras,
si al alba sopla su encrespado viento.
Devorará voraz el alimento
que servirás por él y las oscuras
sombras del mal derrotarán seguras,
firmes, tus manos de encendido aliento.
Reposará después en su agua mansa,
tendida dicha que en su gozo espera
ser otra vez razón de tu esperanza.
Y cuando se levante poderoso
te cubrirá, vencida tu escollera,
la blanca espuma de su amor furioso.
Ceniza somos
A Pedro y Elisa, juntos
Aquí los cuerpos que agitó la vida
ceniza son
del tiempo victorioso.
Aurelia Vélez |
Para Aurelia
Véngase al Paraguay, Aurelia mía.
Si viene seré joven.
Cantarán los veranos y en las arpas
encenderá el jazmín de nuestras noches.
Déjeme contemplarla como entonces
desnuda en los espejos
de un cuarto en Buenos Aires
mientras su padre redactaba el Código
que nos daría gloria.
Véngase ya que sus amores
detendrán este frío que me llega
De nada valdrá el bronce que aguarda
si Ud. me ha olvidado,
Aurelia mía.
Datos para una biografía
Julio Luis Gómez nació en Santa Fe, Argentina, en 1949. Ha
publicado, en poesía, El tiempo iluminado
(1977), Que la nostalgia habite la esperanza
(1985), Soñada derrota de la pena
(1995), Razón de mí (2006) y Reinos sin olvido (2013). Sus poemas
fueron publicados en la antología Ceremonias
de la luz (2017). Ha recibido premios y distinciones, es miembro de la
Asociación Santafesina de Escritores (Asde) y de la Fundación Argentina para la
Poesía. Es abogado y se desempeñó como juez de familia.
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