Algo así como
un padre, de Alfredo Di Bernardo
Ana Editorial, Paraná, Argentina, 2018, 95 páginas.
En un supuesto ring se enfrentan, en una lucha que
aparenta ser desigual y que debería tener un claro ganador, un hombre alto que admite
cargar con cierto nivel de neurosis y un niño que le obligará a un notable
ejercicio de adaptación a las “novedades” que el propio chico produce en forma
constante.
Como se ve, estamos ante una batalla anunciada y “denunciada”
desde el vamos por ser tan desigual, porque conlleva la victoria cantada
también desde el vamos: la del niño, obviamente.
Hablo de Algo
así como un padre, breve pero contundente libro que apareció primero como
blog y que ahora llega a las librerías (y sitios semejantes). En parte
contiene elementos autobiográficos, mientras que en otros momentos, advierte su autor, quizás pueda ser considerado un sensible texto de autoayuda.
La historia que se narra tiene que ver con un joven
quien, al parecer, circulaba por la ciudad de Santa Fe y sus alrededores en la
década de 1980. En determinadas circunstancias y por aquellos años, conoció a
una dama sobre la que previamente había tenido noticias cuando se le hablaba de
“la madre del nenito” y con la que se relacionó, primero sin excesivos
proyectos de futuro, aunque luego iría con ella consolidando (de a poco, de a
poco) lo que terminaría siendo una familia en toda la extensión de la palabra.
Idas y vueltas. En el durante hubo idas, vueltas, zozobras, temores y errores, que se fueron subsanando con paciencia y tenacidad, virtudes humanas si las hay. Un largo camino, en verdad, que Alfredo Di Bernardo narra con la habilidad propia del buen escritor que es, todo matizado con ese humor particular que el narrador santafesino domina con talento. Y mucho oficio.
Alfredo ha aclarado que, si bien su relato admite
hechos y situaciones autobiográficas, los protagonistas de la historia (madre,
hijo y padre de a poco asumido como tal), no son exactamente un tal Di
Bernardo, su mujer y el hijo de esta última, sino que en el libro ha modificado
nombres y situaciones y que ha buscado el lado humorístico “para que sea más
caricaturesco”.
El autor admite, supongo que con cargas de nostalgia,
que ya ha pasado considerable tiempo sobre los hechos, ciertos o reelaborados,
que recoge el libro y que el niño al que en aquellos años complicados terminó
¿conquistando? al padre "postizo", hoy también es un padre hecho y derecho y al que le parecieron “divertidas”
las vicisitudes por las que tuvo que pasar (e incluso sufrir) el hombre alto.
Di Bernardo realizó correcciones respecto de lo que
escribiera en el blog, no pocas de las cuales tuvieron que ver con los cambios
culturales, tanto en relación a las llamadas “familias ensambladas”, como a la
profundización y complejidad del femenismo: “Tuve que revisar muchas
situaciones o chistes que, a la luz de la época, podían malinterpretarse”.
Más allá de los cambios culturales, queda el libro.
Humorístico, zumbón y que, además, esconde aquello de lo que no quiere admitir
tanto el hombre alto: su sensibilidad. Y, por qué no, su ternura.
La primera vez que la madre, el hijo y el hombre alto
concurren juntos a un bar:
“Apenas
entramos al bar, escuché que alguien pronunciaba mi nombre. Giré la cabeza en
dirección a la voz y descubrí a los Rodríguez, unos antiguos vecinos míos,
ubicados en la mesa que estaba al lado de la puerta. ‘¿Saliendo con la familia?’,
inquirió-afirmó don Rodríguez con su proverbial amabilidad, y otra vez me
agarró la apnea. Evalué la situación en una décima de segundo y consideré
inconveniente ponerme a dar explicaciones, de modo que sonreí y asentí con la
cabeza mientras los saludaba con la mano, sin detener mi marcha.
“Cuando me
senté, todavía estaba alterado. ¿Es que aquella noche todo el mundo estaba
dispuesto a hacerme formar una familia? Por fortuna, mi inventario de
trastornos psicológicos no incluye la paranoia; de lo contrario, habría encontrado,
en esa suma de coincidencias, los sospechosos signos de una confabulación a
nivel planetario. Aún así, confieso que cuando el mozo se acercó a nuestra
mesa, temí que viniera a ofrecerme las alianzas”.
Comentario anterior, publicado en el blog cuando aparecía en
La Comunidad de El País de España, sección hoy inhallable en Internet
Crónicas del
hombre alto, de Alfredo Di Bernardo.
Editorial Palabrava, Santa Fe, Argentina, 2013, 105 páginas. Se distribuyó con
el diario “El Litoral”, de Santa Fe.
“Hubo una vez un hombre tan, pero tan alto, que con
sólo ponerse de pie, abrir los ojos y mirar hacia adelante, era capaz de leer
las verdades escritas en las nubes.
La gente común admiraba su enorme altura. Él, en
cambio, renegando abiertamente de su don, profesó toda su vida una melancólica
envidia hacia los hombres bajos.
Nunca se resignó a su triste suerte de poder descifrar
verdades allí donde los otros, plácidos y felices, veían solamente nubes”.
El escritor argentino Alfredo Di Bernardo ha
recopilado parte de las “crónicas” que durante cerca de una década ha ido
publicando en un blog que ha tenido múltiples seguidores y en
diversos países.
Las Crónicas del Hombre Alto no son expresamente
tales –de ahí el entrecomillado en el párrafo anterior-. Vale decir que no
estamos ante estrictos textos periodísticos. sino que son relatos de lo
cotidiano “aderezados” por la literatura. O, en todo caso, por la mirada de un
autor de ficciones.
No obstante, Alfredo considera que a la ficción se la
debe vestir, en tanto que a las
crónicas hay que desnudarlas.
Importa, en todo caso, el vínculo que con el mundo establece Di Bernardo, las
reflexiones que le suscitan su diálogo con lo cotidiano.
En una circunstancia nos hablará sobre la relación con la
pareja, en otras lo que le ocurre con los amigos, o con su pasión “futbolera”.
Observará a un pájaro tratando de encontrar a su igual reflejado en un vidrio, o
nos contará lo que ha sentido al contemplar el río, o su vinculación personal
con determinadas lecturas, o con determinadas palabras.
En otro momento se referirá, con alta sensibilidad, a
un Cortázar póstumo, a quien como autor terminó de conocer varios años
después de su muerte. Nos dará semblanzas de personas conocidas o anónimas, nos
“paseará” por su ciudad y, como quien siembra, aquí y allá, nos hará partícipes
de sus reflexiones:
“Lo que llamamos realidad suele ser un tejido
inextricable de ficciones que se entrecruzan sin cesar ocultando la incómoda
desnudez de la verdad”.
“Soy de buscar señales en lo cotidiano mensajes que el
universo podría estar poniendo a nuestro alcance para decirnos algo”.
“Se ha sacralizado el presente hasta el punto de
absolutizarlo, se ha hecho del ahora un tirano omnipotente, creado sólo para
vendernos productos”.
“Establecer verdades definitivas en el reino de lo
humano es tarea inviable”.
“Qué bueno terminar la jornada sabiendo que hemos
sumado un recuerdo más a ese inventario final que algún remoto día habrá de
salvarnos”.
Y sobre Cortázar: “El mejor homenaje que se le puede
rendir, creo, es seguir leyéndolo. Y, por supuesto, continuar siendo unos
cronopios irredimibles, eternamente extranjeros en este mundo armado tan pero
tan a la medida de los famas”.
Se afirma en contratapa que este libro nos muestra al
mundo desde una perspectiva cargada de
extrañeza, un poco irónica e irremediablemente melancólica. Conviene acercarse
a ese mundo.
“Ellas” (de Crónicas del Hombre Alto)
Ahí están otra vez, bordando la madrugada con su
taconeo insomne. Ahí están, con su desnudez incompleta –siempre incompleta-
cumpliendo con el rito exhibicionista, su lento desfile sensual, ofreciéndose a
quien las quiera tomar. Ofreciéndose a mí, por ejemplo, que no puedo dejar de
mirarlas con un recelo envenenado de lujuria.
Me chistan, me llaman, prometen fiestas que sé
imposibles porque mienten –siempre mienten- pero me acerco igual; nunca he
podido controlar esta atracción viciosa que ejercen sobre mí.
Me deslizo entonces hacia el vértigo artificial que
ellas me proponen y juego de nuevo a que les creo. Las palpo con urgencia de
animal solitario, les prodigo mi furia torpe, mis gestos ampulosos de monarca
en el destierro, y ellas actúan como si en verdad lo hiciera bien. Fingen
sumisión, simulan descaradamente que son mías esta noche.
Pero mienten –siempre mienten-. Concluyo con mi
trajín, me levanto y apenas les doy la espalda, escucho otra vez sus risitas
burlonas.
Me doy vuelta; no puedo dejar de mirarlas con un
recelo envenenado de fracaso.
Ahí siguen ellas, las palabras, bordando la madrugada
con su taconeo insomne.
Diálogo con el autor
-¿Qué lo
llevó a dejar de lado la ficción para dedicarse a la crónica? La pregunta es
pertinente porque viene escribiendo esas crónicas desde hace casi diez años.
-En el 2004 empecé a escribir textos surgidos, no ya
de la imaginación, sino de la observación y la memoria. Creo que ese giro en mi
escritura obedeció a uno de esos desplazamientos interiores que caracterizan a
todo creador y lo llevan a buscar nuevos modos de expresarse. Las ficciones
siempre me han servido de excusa para decir algo vinculado con la realidad; en
algún momento sentí la necesidad de acortar camino y hablar de la realidad sin
tener que esconder mi voz detrás de personajes inventados. De esa necesidad
surgieron los textos del blog a los que –con cierta liviandad, confieso-
bauticé “crónicas”, aun a sabiendas de que muchos de ellos escapan a los
límites de ese género.
-¿La crónica
–sigamos llamándola de ese modo- le ha impedido volver a la ficción o tal
impedimento no ha existido?
-Casi no escribí ficciones en este tiempo, pero no sé
si es justo utilizar la palabra “impedido”. Simplemente, me interesó más el
proyecto de las crónicas y me dejé llevar por ese interés.
-¿Cabe la
palabra “enriquecido” en términos creativos, al haber abordado la crónica
durante tanto tiempo?
-Ojalá que sí. Y si es así, espero que se note al leer
el libro. De todos modos, tomo con pinzas la hipótesis de mi supuesto “período
de cronista”. Ya decía Julio Cortázar que hay que ser precavidos con eso de las
“etapas” de un escritor, porque ellas tienden a mezclarse. En mi último libro
de cuentos se coló una crónica que podría haber encajado a la perfección en Crónicas del Hombre Alto, y en éste hay
un par de textos que podrían colarse en un libro de cuentos sin que nadie
protestara demasiado.
-¿La
experiencia acumulada le hace pensar en mantener su blog o proyecta dejarlo
para inclinarse por un aspecto distinto en el plano creativo?
-A esto le llamo poner el dedo en la llaga. Es un
asunto candente que aún no tengo resuelto. Por un lado, la concreción del libro
(que es una selección de cuarenta de las crónicas subidas oportunamente al
blog), me genera una íntima sensación de ciclo cerrado. Por el otro, no puedo
dejar de reconocer que el libro debe su existencia, en buena parte, al éxito
que tuvo el blog (que recientemente -2013- superó los once mil lectores) y me dolería
abandonarlo justo en este punto. En medio de esa tensión interior, revolotean
inquietas mis ganas de volver a escribir ficción.
-¿Para sus
crónicas ha tomado en cuenta a otros blogueros?
-Más que tomar en cuenta a algunos blogueros (he leído
a varios, pero de modo muy desordenado y fragmentario), me resultó sumamente
atractivo el fenómeno de los blogs en general, con sus inigualables ventajas:
esa alternativa fantástica de difusión que brindan, la invaluable posibilidad
de conocer las reacciones de los lectores casi en tiempo real y el hecho de que
suelen ser visitados por lectores jóvenes. También me sedujo del blog la
libertad que permiten. Libertad respecto del contenido y libertad formal para desmarcarse
de los géneros.
-¿Cuáles han
sido las diferencias, si las hubo, entre el autor de ficciones y el redactor de
las crónicas?
-Básicamente, la diferencia estuvo en el procedimiento
de escritura. Al escribir ficción suelo partir de un núcleo de realidad que
sirve como disparador, pero luego uno lo va maquillando, distorsionando,
deformando, es decir, va construyendo un andamiaje artificial alrededor de ese
núcleo inicial de realidad. Con las crónicas adopté el proceso inverso: tomé el
episodio o situación real y fui extrayendo sus aspectos literarios. Dicho de
otra forma: en la ficción uno “literaturiza” un suceso real, en mis crónicas,
en cambio, el componente literario ya estaba presente dentro de la anécdota que
sirvió de disparador, y lo que hice fue ir develando ese componente hasta
hacerlo visible. En el primer caso, el trabajo es vestir. En el segundo, hay
que desnudar.
Datos para
una biografía
Alfredo Di
Bernardo nació en Santa Fe,
Argentina, en 1965, ciudad en la que reside. Publicó la novela Informe sobre miopes y los libros de
cuentos El Regalador de colores, La realidad y otras mentiras y Las cosas como somos. Es autor de los
libros Crónicas del Hombre Alto y Algo así como un padre, inicialmente
publicados como blogs. Entre 2002 y 2017 editó semanalmente “El Regalador”,
micropublicación virtual, semanal y gratuita que distribuyó entre lectores de
unos veinte países. Ha obtenido diversos premios y distinciones, tanto en la
Argentina como en el exterior.
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Blogs de Alfredo Di Bernardo:
Textos del autor:
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