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Diseño: Gerardo Morán |
Moriría por ti y otros cuentos perdidos (I’Die for You, and Other Lost Stories) Anagrama,
Barcelona-Buenos Aires, 2018, 499 páginas (con fotografías e ilustraciones del
autor). Edición y prólogo de Anne Margaret Daniel. Traducción de Justo Navarro.
En España: 23,90 euros. En Argentina: 595 pesos.
Trimalción (Trimalchio) Tusquets
Editores, Buenos Aires, 2018, 218 páginas. Prólogo y traducción de Juan Forn.
En Argentina: 289 pesos.
Libros de Francis Scott Fitzgerald.
“En la
verdadera noche del alma son siempre las tres de la mañana”, escribió
alguna vez Francis Scott Fitzgerald (1896-1940), el autor por antonomasia de la
llamada Era del Jazz norteamericana, quien cuando joven se bebió los vientos y
que apenas un poco más tarde conoció el rigor del infortunio, cuando en
simultáneo perdió popularidad y riqueza, su mujer enloqueció y fue ganado por
la enfermedad y el alcohol.
A pesar de haber vivido apenas cuarenta y cuatro
años, escribió casi sin solución de continuidad y hasta el final de sus días,
pero en la última década de su vida, pese a que lo intentó de múltiples maneras,
no pudo recuperar a la legión de lectores que lo habían seguido fielmente en las
revistas de época y que produjeron un verdadero boom de ventas al aparecer su
primera novela, A este lado del paraíso,
cuando el autor no tenía aún veinticuatro años, volviéndose famoso de la noche
a la mañana.
Ocurrió que, ya ingresado en la madurez,
Fitzgerald (Scott es su segundo nombre, no su apellido) comenzó a cansarse de
sus cuentos “fáciles” de jóvenes ricos y conflictuados, historias muy bien
narradas, muchas veces volcadas a la comedia, y así se lo explicaba al director
del Collier’s (una de las tantas
revistas que le dieron popularidad y buenos ingresos): “Desde entonces he
escrito cuentos sobre amores juveniles. Los he escrito cada vez con más
dificultad y menos sinceridad. Sería un mago o un escritor barato si llevara
publicando el mismo producto tres décadas”.
Intentar nuevos caminos le costó el precio de un
constante rechazo a sus historias “adultas”, en las que habla de divorcios,
suicidios, enfermedades, desempleo, desengaños y familias en conflicto.
Demasiado para el orbe de lectores (lectoras, en su mayoría) que buscaban en sus
textos cierta tranquilidad que no ofrecía el ambiente de los Estados Unidos
ganados, precisamente, por esos mismos problemas luego del famoso y terrible Crack económico (pero también social) de
1929 que había puesto al país patas para arriba.
Esos cuentos fueron quedando en el olvido (como
ocurriera también con Fitzgerald durante un tiempo considerable) hasta que la
compiladora Daniel trabajó sobre los archivos del escritor que se conservan en
la Universidad de Princeton y con otros aportados por herederos de Fitzgerald,
especialmente por parte de Frances, su nieta. Así, el año pasado, se conoció en
inglés la primera edición de Moriría por
ti y que ahora ha sido vertida a nuestro idioma.
La selección está integrada por dieciocho textos,
en su casi totalidad escritos en la década de 1930. Los textos (hablo de textos
y no de cuentos porque no todos lo son) están acompañados por amplia (y
ejemplar) información adicional, tanto referidos al “momento” de su hechura
como sobre datos históricos y similares que ayudan a una mejor comprensión de
cada uno de ellos.
La selección es tan interesante como irregular.
Y lo es porque junto con cuentos que conservan su valor, se presentan otros
que, o bien Fiztgerald sólo alcanzó a esbozar, o son intentos de guiones de
cine que no llegaron a convencer a Hollywood.
Los textos
que más se destacan
Pero, aclaración, aunque estos textos no resultan
tan fundamentales como sus mejores relatos, hay varios que mantienen vigencia,
como “El pagaré”, escrito en su época de esplendor, pero rechazado porque “le
tomaba el pelo” a la industria editorial.
Dos relatos que se inician de manera similar,
pero tienen distintos desarrollos, refieren a la Guerra de Secesión norteamericana
y a una feroz tortura de la época, que consistía en colgar de los pulgares a
los vencidos.
“Moriría por ti”, el cuento que da título a la
antología, es muy interesante y los reiterados rechazos se debieron, como le
dijo su agente a Fitzgerald, porque “la amenaza de suicidio lo recorre de
principio a fin”. El autor, que utilizó elementos autobiográficos para esta
ficción, entre ellos su propio intento de autoinmolación, se negó a quitar el
tema de esta un tanto extensa historia, “aligerada” por un soterrado tono de
comedia que no elude la gravedad del tema.
“Gracie a bordo” fue un intento de guion de
cine, en el que mucho trabajó el escritor, ofrecido a una famosa pareja de
cómicos de la época. La presunta película que nunca cuajó, buscaba repetir el
éxito de las llamadas comedias alocadas (screwball comedy), muy de moda en el cine de Hollywood de esos años.
Un cuento breve, excepcional, se destaca: se
titula “Gracias por la luz” y en él habla de una agotada mujer, viajante de
comercio, que por distintas circunstancias termina refugiándose en una iglesia,
católica, para descansar y fumar. De una manera cuidadosa, Fitzgerald acerca al
personaje a un acto (presumiblemente) milagroso. El católico autor expresa su
fe en este relato que no terminó de interesar a The New Yorker que lo rechazó en 1936. Y publicó, con gran
repercusión, …en 2012.
Como indiqué, hay mucho dato autobiográfico
escondido en los relatos, como bien señala la compiladora: “Su propia vida está
mezclada en estos cuentos, transformada por su imaginación”. Como ocurre en la
fantasiosa “Pesadilla” (1932) que transcurre, y no por casualidad, en una
institución psiquiátrica.
Algunos cuentos son, en realidad, esbozos, pero
más allá de esa circunstancia resultan todos ellos patéticas muestras de cuanto
intentó Fitzgerald para reposicionarse en un mundo que le era indiferente,
mientras él necesitaba dinero para pagar las caras internaciones de Zelda y,
también, para reencontrarse. Algo que no pudo conseguir mientras era vencido
por el alcohol, la enfermedad y, por fin, la muerte.
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Redford como Gatsby (1974) |
El otro rescate:
Trimalción
En el prólogo, recuerda Juan Forn que, según
Petronio, existió en tiempos de Nerón un esclavo llamado Trimalción que fue
liberado por su amo debido a que sabía dar buenos consejos para los negocios.
Ya liberto, el personaje se enriqueció y ofreció un banquete, que se volvió
bacanal hasta que los invitados, envidiosos, rompieron, quemaron todo y al final
dieron muerte al propio Trimalción.
Basándose en esa leyenda, Fitzgerald concibió lo
que sería su novela más famosa: El gran Gatsby,
historia breve, intensa e inolvidable que escribió en 1922 en la Riviera
Francesa, en la que se había refugiado con Zelda y su hija Scottie, de apenas
un año de edad. Decidió llamarla Trimalción,
porque en efecto contaba la historia de un arribista que se enamora de quien no
debe y termina muerto a traición.
Pero su editor, Maxwell Perkins, le aconseja
revisar la historia, acordarle otro título y, esto sería fundamental, ir descubriendo
la vida de quien sería llamado el Gran Gatsby a lo largo de la novela y no,
como ocurría en la primera versión, en la que “contaba todo” lo concerniente al
oscuro personaje central en el penúltimo de sus capítulos.
La idea de Perkins prevaleció. Fiztgerald
dosificó esa información, introdujo algunos otros cambios y en 1925 se conoció
la versión definitiva de la historia que no impactó como el autor hubiera
querido, pero que fue varias veces llevada al cine y (recuperada por Edmund
Wilson durante la Segunda Guerra Mundial) ha sido de sus creaciones la que más
perduró (Rodrigo Fresán comentó que este relato sigue recaudando, al día de
hoy, quinientos mil dólares anuales en regalías).
Pero la novela “primitiva” estuvo a punto de
llegar a las librerías, puesto que en el año 2000 la editorial de la
Universidad de Cambridge, que ha publicado las obras completas del narrador,
pudo recuperarla y editarla a partir de galeradas (es decir pruebas de imprenta
que anteceden a una edición) descubiertas por un profesor de otra casa de
estudios.
¿Hay muchas diferencias entre Trimalción y El gran Gatsby? En realidad, no. La diferencia
central la señala Forn, quien considera que de la manera como Fitzgerald
concibió inicialmente la historia, es decir reservándose el secreto de Gatsby hasta casi el final,
le da más fuerza y entidad a esta historia que, en cualquiera de las dos
versiones, conserva toda su potencia, todas sus virtudes. Todo el fuego fatuo
del esplendor efímero, todo el dolor del amor no correspondido. La totalidad de
su riqueza literaria.
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Di Caprio como Gatsby (2013) |
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