Aunque no
con la riqueza de sus ficciones, el nuevo libro del autor norteamericano entrega una sensible aproximación a las figuras de sus padres y a la rica
y compleja relación que mantuvo con ambos
Entre ellos (Between Them. Remembering My Parents), de Richard Ford
Anagrama, Barcelona-Buenos Aires, 2018, 162 páginas.
Traducción de Jesús Zulaika.
“He vivido más años de los que vivieron mi padre
o mi madre. Hoy no hay prácticamente nadie que los haya conocido. Y yo soy, por
ello, la única persona que conoce estas cosas y puedo preservar estas memorias”,
escribe el norteamericano Richard Ford en Entre
ellos, su más reciente trabajo. En páginas sensibles y de elaborada prosa.
rescata las figuras de su padre y su madre y, también, termina entregando un
retrato sesgado del país que alguna vez fue.
No es intención del autor de El periodista deportivo exagerar la
nota, ofreciendo retratos idealizados de sus progenitores o de sí mismo cuando niño,
adolescente o joven, sino de presentarlos como fueron, o como recuerda que
fueron, es decir con virtudes y defectos. Seres humanos, en definitiva.
En rigor, no estamos ante un libro enteramente
nuevo, porque el “retrato” de Edna Akin, su madre, fue escrito por Ford muchos
años atrás. En cambio, el de su padre, Parker Ford, es reciente y se
evidencia como un texto más pulido y esencial, prueba -podría decirse- de que
los treinta años que separan ambos textos hablan del notorio crecimiento del
escritor, de su claro dominio del oficio literario.
Ford, con
mucha honestidad intelectual, admite a la periodista Raquel Garzón que quiso
dejar constancia sobre quiénes fueron sus progenitores “antes de morir, es eso”. Simple,
pero directo al corazón.
“El pasado es un país extranjero: allí se hacen
las cosas de otra manera" escribió L.P.
Hartley. Son palabras que podría repetir Richard Ford porque, en efecto, sus
padres vivieron en un país diferente, con otras opciones de vida, con valores distintos
a los de su hijo. Un pasado visto como si fuera una colección de fotos en
sepia, de películas de comienzos del cine sonoro, aunque, por cierto, sólo cabe
creerle a Richard, único responsable de lo que presuntamente hoy nos dicen
o callan quienes fueron, porque no son otra cosa que fantasmas que únicamente
hablan a través de él: “Imagínenlo. Tendrán que imaginarlo, porque no
hay otra forma de hacerlo”.
¿Y qué nos dicen
esos “ellos”? Que vivieron en un país de blancos protestantes profundamente
racistas, convencidos de la supremacía de su nación sobre las restantes, un
orbe machista y autosuficiente que permitía percibir la posibilidad de volver
realidad el sempiterno American Dream.
Nada nuevo bajo el
sol, y mucho más en estos días marcados por Donald Trump, pero más ingenuo, si
se quiere, ligado a los sueños que proveía el Hollywood de los años dorados.
Parker era el
“proveedor”, el padre de familia que, proveniente del campo, se inicia como
empleado de una cadena de comestibles y más tarde pasa a otra, similar, donde
se produce un asalto, a él lo golpean y, sin aclararle nada, sus patrones
terminan despidiéndolo.
Pero, al poco tiempo
se repone y comienza a trabajar como viajante de una empresa que vende almidón
para lavanderías. A partir de ese momento, 1938, y hasta su deceso en 1960
seguirá atado a ese trabajo que le permite recorrer una y otra vez siete
estados del sur de los Estados Unidos, en los que todavía “flota” la
Confederación y, también, la utopía -violenta y reaccionaria- del Far West.
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Parker, Richard y Edna |
Los padres. El hijo. Sus padres se
conocieron en plena Depresión, “un poco antes de 1938”, cuando faltaban el
dinero y las oportunidades laborales, aunque (ella de diecisiete años, él de
veinticuatro) no encontraron reparos en casarse pese a las estrecheces económicas. Decidieron andar por esos polvorientos, muchas veces desolados/desoladores, caminos del
Profundo Sur norteamericano, viviendo en hoteles baratos, en casas ajenas, allí
donde los sorprendiera la noche, sin grandes planes, pero, afirma su hijo, con
profundo afecto mutuo.
Ese mundo, que les
hacía vivir en una suerte de presente continuo, se quiebra cuando -quince años
después casarse- Edna queda embarazada de Richard: “Pero entonces, para
sorpresa de todos, mi madre quedó encinta en el verano de 1943. Y cambió el
curso de todo”.
Los padres estaban
acostumbrados a vivir “entre ellos”, sin que hubiera lugar para un tercero. Sin
embargo, el hijo llegó, no habría que decir de sorpresa, pero sí que cuando
tanto Edna como Parker ya no se lo esperaban porque, aunque desde siempre
habían querido tener descendencia, durante esos quince años no lo consiguieron.
Se vieron entonces obligados a dejar de lado su nomadismo, afincándose en un lugar
determinado, aceptando así que la presencia del nuevo miembro de la familia había
“cambiado el curso de todo”. Pese a
cuanto se pudiera pensar, Richard fue aceptado con amor y ese amor de padres lo
acompañó a lo largo de su vida. Fue un hijo único muy querido, aunque supo que
había un mundo/otro integrado por sus padres al que nunca tuvo acceso, ese
mundo de “entre ellos”, lo cual nunca fue un obstáculo para comprenderlos y
amarlos. Y es por ese mismo
amor recibido que escribió este libro.
“Ser un hijo tardío
es un lujo, con independencia de cualquier consideración, pues ambas cosas te
invitan a conjeturar a solas sobre el tiempo que fue antes”, afirma.
Conjeturas que en el
libro aparecen como preguntas para las que, por supuesto, no hay respuestas.
Ford, en todo caso, se limita a formularlas, porque todo el libro es una
sucesión de hechos que pudo comprobar y no se adentra en supuestos, nada hay
imaginario acá, aunque el libro sea en definitiva, un texto literario.
A ello mucho
contribuye su estilo, que ha ido acentuándose, puliéndose, en cuanto a
ascetismo narrativo, diciendo sólo lo indispensable, contando con una
rigurosidad extrema, estilo que le permite “contener” o evitar los desbordes
emocionales.
Parker, por su
trabajo como viajante, fue un padre ausente de lunes a viernes, durante años,
hasta que se enfermó y, luego de diversos ataques al corazón, terminó
muriéndose frente a mujer e hijo, quienes intentaron vanamente auxiliarlo.
Richard tenía dieciséis años cuando vivió esa experiencia dolorosa, íntima,
terrible, puesto que trató de hacerle respiración boca a boca -sin saber
exactamente cómo proceder- en un episodio que lo debe seguir acompañando hasta
hoy.
Edna falleció mucho
tiempo después, cuando Ford empezaba a ser reconocido como escritor, aunque
ella se preocupaba porque su hijo no tenía un empleo estable. Fue una relación
que tuvo sus dificultades y que no terminó como el autor hubiese querido: cuando
Edna insinuó la posibilidad de la convivencia, Richard le contestó de una
manera ambigua, también impensada, que ella interpretó como una negativa. “Es
una frase que desearía no haber dicho nunca”, confesó varios años después.
“Las
ausencias parecen cercarlo todo y entrometerse en todo. Aunque, al reconocerlo,
no puedo permitir que ello sea una pérdida, ni un hecho que lamento, puesto que
es solo la vida: otra verdad perdurable en la que debemos reparar”.
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Richard y Edna |
La segunda parte de este libro ya había sido publicada con el título de Mi
madre, in memoriam, parte del libro Vintag
Ford, selección de textos del autor aparecido en inglés en 2004. Seis años
más tarde lo publicaría Anagrama como relato autónomo.
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Richard y Kristina |
En la actualidad prepara Be Mine, que, de concluirla (supone
que de aquí a tres años), será la quinta de
sus obras protagonizada por Frank Bascombe, casi su alter ego (El periodista deportivo, El Día de la Independencia, Acción de
Gracias, Francamente, Frank). Ford
vive actualmente en Nueva York porque está dictando clases en la Universidad de
Columbia. Decididos a no tener hijos, al igual que sus padres, ama a Kristina
(Hensley), la mujer con la que se casó hace cincuenta años y a quien dedica todos
sus libros. “Perderla sería terrible”, ha confesado.
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La edición en inglés |
“Un hijo único capta muchas
cosas, y posiblemente más si sus padres tienen cierta edad. La imaginación de
un hijo único la hacen vibrar melódicamente las cosas que sus padres dicen y no
dicen. Siempre he dicho y sigo creyendo que mi infancia fue feliz. Pero eso no
equivale a decir que la nuestra fuera una vida normal. La edad de mis padres no
era la normal para tener un primer hijo. Ni siquiera ellos creían que lo fuera.
Existía la creencia tácita de que deberían haber sido más jóvenes, o de que yo debería haber nacido quince años antes, cuando ellos eran unos adultos
‘nuevos’. Crecí sintiendo que debería haber sido más mayor, o que era más mayor. Había habido tanta, y tan
importante vida antes de mí, de la cual sabía tan poco y de la que ellos no
querían hablar, ya que yo aún no estaba en ella… No recuerdo a ninguno de ellos
diciéndome, cuando me estaba haciendo mayor: ‘Richard, ¿te acuerdas…?’ O: ‘Richard,
una vez tu padre y yo…’ De lo que hablaban y lo que estaba siempre en el aire
era únicamente el presente, interrumpido por los largos espacios de tiempo
entre el lunes y el viernes. Estas ausencias hacían que su unión fuera más
estrecha y alcanzara cimas muy altas, pues juntos era la única forma en que
habían estado siempre. Yo era el punto donde las cosas se habían desviado, y
siempre lo sentí así. Para que la nuestra fuera una vida dichosa se requería
ciertamente amor, y -por mi parte- disposición para colmar algunas cosas y
eludir otras”.
En Noticias desde el sur
En internet:
Video
Discurso pronunciado por Richard Ford,
Premio Princesa de Asturias de las Letras 2016, en la ceremonia de entrega de
ese año. Subido a YouTube el 28.10.16. Duración 11,1 minutos. Subtitulado.
Seguido por un segundo video: conferencia de prensa de Ford luego de serle
entregado el premio en la ciudad de Oviedo. Subido a Youtube el 18.10.16.
Duración: 23,40 minutos. Traducción simultánea.
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