“Lagartija”
(“Tokage”) de Banana Yoshimoto.
Tusquets
Editores, Barcelona-Buenos Aires, 2017, 158 páginas.
Traducción de
Gabriel Álvarez Martínez.
En España: 17
euros. En Argentina: 289 pesos.
Ocurre algo
particular con la obra de Banana (Maoko es su verdadero nombre) Yoshimoto,
una gran voz de la actual literatura japonesa. En efecto, en nuestro idioma sus
trabajos se difunden con significativa demora, a pesar de la buena recepción
que han tenido desde que se conoció su primera ficción, “Kitchen”, que reveló
en 1988, cuando tenía 24 años, a una joven y renovadora voz que hablaba de
tristeza y soledad en una Tokio a la que percibía ajena y hostil.
Vuelve a
ocurrir con este libro que fue uno de los primeros que escribió, luego de su
muy publicitado debut literario. En efecto, “Lagartija” es un volumen de seis
relatos que se conociera en Japón en 1993. Aclaro que los textos en nada se
encuentran lesionados por el paso del tiempo y, mucho menos, que resultan
desdeñables. Banana siempre fue una escritora singular y volvió a demostrarlo
en estos largos cuentos dominados por la extrañeza, la ausencia de certezas que
viven sus personajes, aquejados en la mayoría de los casos por la tristeza y
una evidente desilusión.
En la primera
de las historias, “Recién casados”, un joven que regresa a su casa en tren no
se baja en la estación correspondiente sin saber bien por qué lo hace, pese a
que lo aguarda su joven y reciente esposa. Entonces, se le aparece un determinado compañero de viaje que, aunque desconocido,
lo interroga por su actitud. Y que por ese interrogatorio lo obliga a
examinarse en profundidad.
No sorprende
que en los relatos de Yoshimoto surjan figuras fantasmales. Tampoco que no
se encuentre una respuesta inmediata y “lógica” a lo que le ocurre a sus criaturas literarias, como es lo que acontece con el recién casado, sometido a un
verdadero examen de conciencia. “No hace falta que vuelvas a bajarte nunca más
en la estación donde vive. Depende de ti”, le aclara la persona desconocida. Es
obvio que el personaje central de esta historia es puesto ante un espejo que lo
desnuda y le demanda tomar decisiones contundentes, que se ha demorado en
adoptar.
“Lagartija”,
el cuento que da título al volumen, tiene también un protagonista masculino que
narra la historia. En ella habla de su relación con la mujer a la que llama
como al pequeño animal por su contextura física y, de manera especial, por su
rostro: “Sus ojos son negros y redondos. Son ojos de reptil, ojos inanimados.
Físicamente es menuda; todos los recovecos de su cuerpo son fríos”.
Ambos curan a
sus pacientes, él como médico que aplica la medicina tradicional, en tanto que Lagartija se dedica a prácticas esotéricas pero que a ella le dan resultados
porque alcanza a ver las causas que
motivan las enfermedades de sus pacientes. Otra vez Yoshimoto transita por
caminos vinculados con lo fantástico, sin dar demasiadas explicaciones ni
justificaciones. Y otra vez, la soledad, omnipresente, en una Tokio que aparece
como árida y ajena. A ambos les une eso, también una cierta desorientación
existencial y, por sobre todo (lo descubrirán con relativa tardanza) secretos
que perturbaron profundamente sus respectivas infancias. Y que los persiguen en
la actualidad del relato.
El misterio. La
palabra que también subyace en los textos de la autora japonesa es misterio.
Nunca se termina de saber qué ocurre de verdad en lo profundo de sus seres de ficción. Están perturbados, “algo” los sacude por dentro, se encuentran muy
solos, suelen extrañar a sus progenitores que viven lejos, les cuesta
“conectar” con sus semejantes. No pocos viven una suerte de entresueño, como si
nunca estuvieran despiertos del todo.
Esa sutileza,
esa ambigüedad, enriquece su producción. Y, claro está, la vincula con otro
autor de su país, que es más famoso y que transita por los mismos espacios:
obviamente, me estoy refiriendo a Haruki Murakami, aunque la obra de éste me
resulta más despareja, menos poética.
Respecto de
“Lagartija”, acoto que algo también muy extraño ocurre en el tercero de los
relatos, “La espiral”. Una nueva pareja que se encuentra en un lugar
infrecuente, un bar cerrado al que ella accede porque, por un motivo que
tampoco se explica, el dueño le ha dado la llave del local (al parecer, sin
conocerla). Es entonces que ella le cuenta que se propone dar un “salto” en su
vida, porque asistirá a lo que llama “un cursillo radical” que podría
provocarle la pérdida absoluta de los recuerdos. Ella promete que, pase lo que
pase, no se olvidará de él. Pero el personaje se carga de confusiones y malos
presagios. Y así los deja Yoshimoto, como suspendidos en el aire.
“Soñando con
kimchi” (kimchi es una comida de origen coreano), habla de lo que fue primero
una relación extramatrimonial y que luego se ha vuelto un vínculo más sólido,
pero está el pasado y las dificultades de liberarse de él. “He llegado hasta
aquí soportando el peso fofo de distintos bultos”, admite ella aunque cree que
el mañana será distinto, brillante quizás. Pero el futuro también se les
presenta como lo que es por definición; una total incógnita.
En “Sangre y
agua” habla una mujer joven que ha dejado a sus padres en un pueblo donde se
practica una férrea religión esotérica y en Tokio vive con Akira, un hombre
joven que fabrica objetos que operan como talismanes en quienes los poseen,
mientras extraña a sus progenitores y, también, de cierta manera, la vida casi
monjil que debió llevar tanto cuando fue niña como en su etapa adolescente.
Trata de hacer pie en su nueva existencia, mientras un hálito de tristeza la
sacude y admite estar muy preocupada por el paso del tiempo, “inexorable como
las ramas de un sauce, ahora expuestas al sol y al instante sacudidas por un
vendaval”.
Estamos ante
otro cuento extraño, que se inclina hacia lo indefinible, como si quisiera
transmitir “noticias” de un más allá tan cierto como inasible. Tales los
personajes de Yashimoto, tales sus vidas, tales sus experiencias que parecen no
terminar de hacer pie en la tierra, en la existencia común de los seres
humanos. Acontece así con “Una curiosa historia a orillas de un gran río”,
contada por una mujer que luego de haber tenido una vida sexual muy
desordenada, termina apoyándose en un hombre joven, grisáceo, que desdeña la
fortuna que podría heredar de su padre: “Creo que soy un inepto, pero qué le
voy a hacer”. Ella, mientras, se propone sencillamente vivir, resistir.
“Sobreviviré”, afirma, mientras se aferra a una débil esperanza…
“Escribí
estos cuentos en un par de años –cuenta Yoshimoto en el colofón del libro-.
Todos tratan del tiempo y de las posibilidades de curación, de la fatalidad y
del destino”. De asumirse en medio de vendavales complejos, íntimos y de
difícil resolución. Escritos con líneas y conceptos imprecisos, con un decir premeditadamente poético, a la
autora le importa contar “la forma como las terribles experiencias marcan las
vidas de las personas”. De ello también hablan estos cuentos elusivos. De ello
habla toda su obra.
Tapa de la edición en japonés |
“En ese instante resucitó y se expandió como una
fragancia una emoción perdida hacía tiempo, algo parecido al alborozo que se
experimenta en una noche de primavera cuando se tiene una cita con una mujer a
la que uno todavía no conoce demasiado bien, pero por la que siente algo, y se
sube con ella al tren pensando adónde ir a comer o tomar una copa; como si el
corazón se hubiera vuelto más bello al observar el comportamiento comedido de
la otra persona, el estampado del fular que se ha puesto para ti, el dobladillo
de su abrigo o su sonrisa, igual que si miraras un hermoso paisaje en
lontananza, sin pensar para nada en si esta noche te acostarás con ella.
Cuando me disponía a marcharme, de pronto oí un quejido.
Me di la vuelta y vi que dentro de la sala de aeróbic una mujer se agarraba el
pie. Pensé que sería un calambre y, al momento, Lagartija se acercó a ella y le
tocó el pie. En medio de la penumbra de la sala, con la música continuaba
sonando, Lagartija frotó serenamente el pie de la mujer, como una médica. El
intervalo durante el cual estuve observando se me hizo eterno. Sentada y con
los brazos extendidos, Lagartija parecía una bella escultura resplandeciendo en
medio de la oscuridad.
Poco después la mujer esbozó una sonrisa y Lagartija le
devolvió otra con sus labios rojos.
Desde donde estaba, al otro lado del cristal, Apenas me
llegaban las voces y los sonidos, lo cual hacía la escena todavía más extraña.
Cuando ella se incorporó y al estirar las piernas, me fijé en la pequeña
lagartija tatuada en la ingle derecha, se consumó el flechazo. Ese fue el inicio
de mi curioso amor por Lagartija”.
Datos para una biografía
Banana Yoshimoto nació en Tokio, Japón, en 1964. Su verdadero nombre de pila es Mahoko.
Estudió literatura en la Universidad de Nihon. Con “Kitchen”, su primera
novela, ganó el Newcomer Writers Prize en 1987 cuando todavía era una
estudiante universitaria y un año después se le concedía por la misma obra el
premio literario Izumi Kyoka. Entre otros galardones ha recibido en Italia el
Premio Scanno. Yoshimoto es autora de una dilatada obra compuesta de ensayos,
novelas y relatos. En castellano, además de “Kitchen”, se conocen sus novelas
“N.P.”, “Amrita”, “Tsugumi” y “El lago”, así como los relatos reunidos en
“Sueño profundo” y “Recuerdos de un callejón sin salida”. También el ensayo “Un
viaje llamado vida”. En 2013 publicó una serie que apareció en una revista
femenina japonesa, con un cantante coreano como protagonista y cuyo título
aproximado sería “¿Deberíamos amar?”. Es hija de Takaaki Yoshimoto, un
radicalizado e influyente filósofo japonés en los ’60 del siglo pasado, y
hermana de la dibujante de manga Haruno Yoiko, muy famosa en Japón. Está casada
con el médico Hiroyoshi Tahata y tuvo un hijo en 2003. Seis de sus novelas han
sido llevadas al cine por otros tantos directores de su país natal, entre ellas
“Kitchen” y “Tsugumi”.
Video:
Entrevista a la autora en el XXII Salón de Manga, Barcelona, 2016. Duración
once minutos.
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