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La autora con sus hijas Denise y Elizabeth |
Hoy se cumple un luctuoso
aniversario, triste por definición: hace 75 años moría en un campo de
concentración nazi la gran escritora Irène Némirovsky, quien había nacido en
Kiev, Ucrania, en 1903. en el seno de una familia acaudalada que huyó de la
revolución bolchevique para establecerse en París en 1919.
Hija única, Irène recibió
una educación exquisita, aunque padeció una infancia infeliz y solitaria. Años
antes de obtener la licenciatura en Letras por la Sorbona, su precoz carrera
literaria se inicia en 1921 con la publicación del texto Nonoche chez l’extralucide en
la revista bimensual Fantasio.
Pero su salto a la fama se produce en 1929 con su segunda novela, David Golder,
la primera que vio la luz en forma de libro. Fue el inicio de una deslumbrante
trayectoria que consagraría a Némirovsky como una de las escritoras de mayor
prestigio de Francia, elogiada por personajes de la talla de Jean Cocteau, Paul
Morand, Robert Brasillach y Joseph Kessel.
Sin embargo, la Segunda
Guerra Mundial marcó trágicamente su destino. Denegada en varias ocasiones por
el régimen de Vichy su solicitud de nacionalidad francesa, Némirovsky fue
deportada y murió en el campo de concentración de Auschwitz, igual que su marido,
Michel Epstein.
Sesenta años más tarde, el
azar quiso que Irène Némirovsky regresara al primer plano de la actualidad
literaria con el enorme éxito de Suite
francesa, su obra cumbre, cuyos originales manuscritos fueron
conservados durante décadas por sus hijas, sobrevivientes del Holocausto dada
la ayuda que les prestaran familias e instituciones cristianas quienes “escondieron” su
condición de judías.
Suite francesa fue publicada en 2004 y
galardonada a título póstumo con el premio Renaudot, entre otras muchas
distinciones. Transcurridos 75 años desde su fallecimiento, las novelas de
Irène Némirovsky han sido traducidas a treinta y nueve idiomas, demostrando el
interés por una autora que se sitúa sin duda entre los grandes escritores del siglo
XX.
De la autora, que mantuvo
una tensa relación con su terrible madre y que nunca terminó de integrarse a la
sociedad francesa, he expresado varias veces mi admiración por su capacidad
para describir las siempre complejas relaciones humanas, recordar su pasado en
la Rusia zarista y calar hondo en la vida burguesa de la Francia de
entreguerras, reforzada por la reciente lectura (y consiguiente comentario) de
los cuentos que integran su libro “Domingo”. Y también la inmensa pena que
significó su muerte, tan injusta como deleznable.
Me resta puntualizar que,
sorprendiéndome, en estos días he venido a enterarme que la inolvidable
escritora falleció el mismo día y año de mi nacimiento, circunstancia que por
cierto me conmueve.
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