Composición: Gerardo Morán |
Esos hechos
dieron como resultado la dispersión de su amplia obra y el rescate tardío de
varios trabajos que quedaron póstumos. La editorial española Galaxia Gutenberg,
con la inestimable colaboración de la viuda del autor, Miriam Gómez, y, de
manera fundamental, del especialista Antoni Munné, se encuentra exhumando tanto
textos que se rescataron varios años después de su muerte (“La ninfa
inconstante”, “Cuerpos divinos”, “Mapa dibujado por un espía”), como dedicándose
a la publicación sistemática de sus Obras Completas, de las cuales se llevan editados
los tres primeros tomos.
Al cumplirse
este año el 50º aniversario de la edición definitiva de su novela capital,
“Tres tristes tigres”, hubo dos reediciones a las que se consideró definitivas.
Una encarada por Seix Barral de España (este año) y la segunda al incorporarla
formando parte de “Habanidades” (tercer tomo de las Obras Completas, publicado
al fines del pasado año en Madrid.)
La obra de
Cabrera Infante es muy amplia. Está integrada por novelas, relatos, textos
literarios, textos políticos, abundantes –y fundamentales- comentarios sobre
cine y guiones fílmicos. Tanto es así que las Obras Completas comprenderán un total de ocho tomos, del orden de las mil
páginas, promedio, cada uno.
El cronista de cine. El amor por el cine a Cabrera Infante le nació de niño, cuando su madre,
en una casa de militantes comunistas ortodoxos y empobrecidos al máximo, noche
a noche les hacía una extraña propuesta, que casi parecía un conjuro: “¿Cine o
sardina?”, preguntaba a sus dos pequeños hijos. Era como una prueba de fuego,
porque si optaban por ver películas en el cine del pueblo se quedaban sin
comer. Pero el cine, la ilusión del cine, con la misma pasión de un Manuel
Puig, estaba por encima de todo, y la familia de Cabrera Infante optaba por la
ilusión de la pantalla plateada, famélicos pero al mismo tiempo satisfechos por
las historias hollywoodenses, mexicanas o argentinas que “deglutían”, noche a
noche.
No mucho más
tarde, Cabrera Infante con el seudónimo de G. Caín se transformaría en uno de
los más agudos críticos de cine de La Habana prerrevolucionaria de los 50, un
cronista sin par al que conoceríamos ya en los ’60 del siglo pasado a través de
su gran libro “Un oficio del siglo XX”. Más tarde llegarían “Arcadia todas las
noches” (1978) y “Cine o sardina” (1997).
“El cronista
de cine” (2012, 1.530 páginas), es el primer tomo de las Obras Completas.
Además de incluir a “Un oficio del siglo XX”, en el que aparte de contener un
sinfín de críticas, Cabrera Infante juega con el “fantasma” de su seudónimo
G.Caín, Munné se ha tomado el monumental trabajo de recopilar centenares de comentarios
que GCI escribió en publicaciones efímeras de La Habana, abarcando el período
1954-1960. También incluye artículos más extensos y grandes reportajes, entre
los que se destaca el que le hizo a Marlon Brando, aunque el joven y audaz
periodista de la época no desmerece ante otras figuras trascendentes, tales
como Graham Greene, Tennessee Williams, Alec Guinness o Luis Buñuel.
Es notable
cómo, en medio de una isla “perdida” en el Trópico, Cabrera Infante supo
advertir los cambios que vivía el cine de la época, que respondía a la
presencia de la televisión, el fin de la época dorada del mundo de Hollywood y
el nacimiento del llamado cine de autor, con epicentro en la Francia de la nouvelle vague.
Estaba
sorprendentemente “al día”, supo ver antes que muchos la maestría de Hitchcock,
a quien siempre le dedicó brillantes páginas, y entender a autores que debían
luchar contra la censura y la incomprensión, como ocurría con Buñuel. Dueño de
un humor sin par, las breves reseñas o los artículos más extensos muestran a
este joven cronista brillando con luces propias, supongo que ante la
indiferencia de muchos de sus contemporáneos.
Mea Cuba, antes y después. El segundo tomo (2015, 1.260 páginas) muestra tanto al Cabrera Infante
que adhirió con fervor a la revolución cubana como al que luego se volvería
intransigente opositor. En el primer caso se incluye su magnífico libro de
cuentos “Así en la paz como en la guerra” (1960), compuesto por ficciones de
amplia diversidad temática, pero al que le añadió una serie de viñetas, de
fuerte denuncia, sobre hechos brutales registrados durante la represión del
régimen del dictador Batista.
Con todo,
poco duraría el “idilio” entre el escritor y el régimen revolucionario. Luego
de que se cerrara un suplemento que dirigía, “Lunes de Revolución”, fue
trasladado a una suerte de exilio dorado (agregado cultural en la embajada de
Bélgica), Debió regresar a Cuba por el deceso de su madre y después de
permanecer obligado en La Habana durante considerable tiempo sin que se
definiera su destino (sospechado por todos, sin aclaración ninguna; todo eso lo
relata muy bien en “Mapa dibujado por un espía”, que antes proyectaba titular
“Ítaca vuelta a visitar”), opta por el exilio.
En el ínterin
recibe el prestigioso premio Biblioteca Breve por “Vista del amanecer en el Trópico”
(afectado por la censura franquista) al que transformaría en “Tres tristes
tigres”, que la censura española tampoco dejaría en paz, mientras el libro no
circularía en Cuba.
El segundo
volumen de las Obras Completas sigue esa trayectoria con la inclusión de los
títulos “Vista del amanecer en el Trópico”
(1974, viñetas sobre la historia cubana que nada tienen con ver con la primera
versión de “Tres tristes tigres”), “Mea Cuba” (1992) y “Vidas para leerlas”
(1998). Gracias a otro amplio trabajo recopilatorio de Munné, se agregan al
comienzo textos favorables a la naciente revolución que publicó en La Habana
antes de partir al exilio y otros, ya residente en Europa, de gran
confrontación con el régimen de los hermanos Castro, que hoy parecen tan
actuales como ayer, pese al tiempo transcurrido. Preñados de denuncias, los
textos reclaman una atenta lectura y promueven, claro está, la
discusión y el debate que giran en torno a la libertad y a la democracia,
debate más vigente que nunca.
Habanidades. El tercer tomo (2016, 952 páginas), está integrado por "Tres tristes tigres" y "La Habana para un infante difunto". Cabrera Infante siempre fue un gran rebelde, tanto en las letras como en la
política. Vanguardista, confrontador, fue un revolucionario de las letras y eso
quedó más que evidenciado en “Tres tristes tigres”, un interminable juego
lingüístico, en el que están presentes como protagonistas el habla popular y la
noche habaneras, hijo del non sense, el surrealismo, el retruécano, los
artilugios verbales y los fuegos de artificio que ofrece el habla cuando se lo
utiliza con humor y heterodoxias surtidas.
Sigue
destacándose la suerte de saga sobre el asesinato de Trotsky según los
presuntos textos de autores de la época, de Cuba, tales como Alejo Carpentier,
José Lezama Lima o Virgilio Piñera, juegos verbales atribuidos a un supuesto
personaje apodado Bustrofedón, amigo del artificio verbal, recordado al
“momento” del relato (el relato es una manera de decir, porque no hay en rigor
una historia, sino un sinfín de textos sueltos, de escasa o nula conexión entre
sí), fallecido por una operación en el cerebro, cuyos amigos lo recuerdan
celebrando sus interminables anécdotas.
También se
“filtra” la historia de una mujer de enorme figura y gran voz cuya vida y sus
situaciones entre extraordinarias y miserables se van narrando bajo el título
genérico de “Ella cantaba boleros” (que luego, en 1996, sería reeditado como texto independiente). Es
quizás la historia más sólida en estas largas cuatrocientas páginas que va como
disolviéndose al final, cuando los amigos Silvestre y Arsenio Cué se terminan
enredando en un diálogo absurdo, cargado de retruécanos, de juegos verbales
–tanto en castellano “habanero” como en inglés- que se extiende a lo largo de
las páginas y que parece hablarnos de un vacío existencial, imposible de
solucionar. Y quizás de comprender a cabalidad.
Si pasados
cincuenta años, cierta “gratuidad” se desprende de muchas páginas de “Tres
tristes tigres” resulta más liviana aún “La Habana para un infante difunto”
(1979), la sorpresiva novela con la que reapareció GCI luego de varios años de
silencio como narrador.
Estas
memorias fueron escritas en Londres entre 1975 y 1978 y tienen la confesa
intención de recuperar al “Infante” que fue en La Habana previa a la revolución
castrista, en los ’40 y en los ’50, centrado todo en sus experiencias
amatorias.
Cabrera
Infante dio su personal explicación sobre el porqué de esta novela. Temía no
poder volver a escribir luego de haber tenido que ser internado en un instituto
psiquiátrico, después de haber sufrido episodios de delirio persecutorio. El
régimen de La Habana no lo dejaba en paz y él comenzó a sentirse asediado más
allá de la realidad concreta, que no le fue nada sencillo de soportar.
El resultado
es un recordatorio de sus lides amatorias desde que llegó de un pueblo
campesino a La Habana en 1941, a los doce años, y con su familia se instaló en
un solar o casa comunitaria (en la Argentina lo llamaríamos un conventillo). De
allí en más se suceden las anécdotas que tienen que ver con sus esfuerzos, tantas
veces frustrados, de relacionarse con el sexo femenino. La novela es crudamente
erótica y resulta carente de contextos históricos y sociales, lo que le hubiera
conferido una mayor riqueza, aunque es evidente que ese no ha sido el propósito
del autor.
Sin embargo y
casi contradiciéndome, destaco el cierre de “La Habana para un infante difunto”,
con su epílogo Función continúa, que
se inicia en una sala de cine, cuando el personaje que narra vive una presunta
relación amorosa con una mujer, que luego se transforma en una comedia de
enredos (al protagonista se le pierden entre las faldas de la mujer un anillo y
un reloj pulsera) y que luego de una serie de equívocos “da” un salto
surrealista para volverse una notable novela de aventuras que se desarrolla en
un mundo algo monstruoso y paralelo, relato en el que quedan en evidencia todas
las virtudes literarias del narrador.
Mucho para
leer, mucho para celebrar, mucho para discutir. El eterno rebelde nunca fue un
conformista. Estas páginas, que suponen un gran rescate, están aquí para
ratificarlo.
Datos para
una biografía;
Guillermo
Cabrera Infante nació
en Gibara, provincia de Oriente, Cuba, el 22 de abril de 1929 y falleció en
Londres el 21 de febrero de 2005. Su vocación literaria fue muy temprana.
Estudió periodismo y en 1954, con el seudónimo de G. Caín, empezó a ejercer
como crítico cinematográfico en la revista “Carteles”, de la que llegaría
a ser jefe de redacción. Fue fundador y director del magazine literario “Lunes
de Revolución” hasta su cierre en 1961. En 1962 viajó a Bélgica como
agregado cultural. Regresó a Cuba, en 1965, a los funerales de su madre,
renunció a la diplomacia y se exilió en Europa. Desde 1966 vivió en Londres en
compañía de Miriam Gómez, con quien se había casado en 1961 y que se
convertiría en su compañera inseparable. Su obra literaria se inició con el
volumen de relatos Así en la paz como en
la guerra (1960), al que siguieron, entre otros títulos, la novela Tres tristes tigres, que obtuvo en 1964
el premio Biblioteca Breve, Vista del
amanecer en el Trópico (1974), La
Habana para un infante difunto (1979), o sus libros de cuentos recogidos en
el volumen Todo está hecho con espejos (1999).
Su obra ensayística se extiende por todo tipo de registros: los escritos sobre
cine Un oficio del siglo XX (1963), Arcadia todas las noches (1978) o Cine o sardina (1997); colecciones de
artículos y ensayos, como O (1975), Exorcismos de esti(l)o (1976) y El libro de las ciudades (1999); y las
reflexiones de índole política Mea Cuba
(1992). Mención aparte merece su memorable homenaje al tabaco Holy smoke, escrito originalmente en
inglés (1985) y que años más tarde vería la luz en español con el título de Puro humo (2000). También escribió
varios guiones, entre ellos el de la película de culto movie Vanishing Point (1971). Póstumamente aparecieron La ninfa inconstante (novela, 2008), Cuerpos divinos (memorias, 2010) y Mapa dibujado por un espía (memorias, 2013). Considerado como
una de las voces más brillantes y personales de la literatura en lengua
española, recibió el premio Cervantes en 1997.
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