GUILLERMO CABRERA INFANTE, TRES TOMOS DE SUS OBRAS COMPLETAS

Composición: Gerardo Morán
Al cubano Guillermo Cabrera Infante (Gibara, Cuba, 1929-Londres, Gran Bretaña, 2005) se lo ha leído con grandes prejuicios ideológicos por haber sido durante la mayor parte de su vida un acérrimo opositor al régimen castrista. Fue un gran escritor que colisionó casi siempre con el poder de la isla caribeña y desde 1965 hasta su muerte cuarenta años después vivió en el  exilio.
Esos hechos dieron como resultado la dispersión de su amplia obra y el rescate tardío de varios trabajos que quedaron póstumos. La editorial española Galaxia Gutenberg, con la inestimable colaboración de la viuda del autor, Miriam Gómez, y, de manera fundamental, del especialista Antoni Munné, se encuentra exhumando tanto textos que se rescataron varios años después de su muerte (“La ninfa inconstante”, “Cuerpos divinos”, “Mapa dibujado por un espía”), como dedicándose a la publicación sistemática de sus Obras Completas, de las cuales se llevan editados los tres primeros tomos.
Al cumplirse este año el 50º aniversario de la edición definitiva de su novela capital, “Tres tristes tigres”, hubo dos reediciones a las que se consideró definitivas. Una encarada por Seix Barral de España (este año) y la segunda al incorporarla formando parte de “Habanidades” (tercer tomo de las Obras Completas, publicado al fines del pasado año en Madrid.)
La obra de Cabrera Infante es muy amplia. Está integrada por novelas, relatos, textos literarios, textos políticos, abundantes –y fundamentales- comentarios sobre cine y guiones fílmicos. Tanto es así que las Obras Completas comprenderán un total de ocho tomos, del orden de las mil páginas, promedio, cada uno.

El cronista de cine. El amor por el cine a Cabrera Infante le nació de niño, cuando su madre, en una casa de militantes comunistas ortodoxos y empobrecidos al máximo, noche a noche les hacía una extraña propuesta, que casi parecía un conjuro: “¿Cine o sardina?”, preguntaba a sus dos pequeños hijos. Era como una prueba de fuego, porque si optaban por ver películas en el cine del pueblo se quedaban sin comer. Pero el cine, la ilusión del cine, con la misma pasión de un Manuel Puig, estaba por encima de todo, y la familia de Cabrera Infante optaba por la ilusión de la pantalla plateada, famélicos pero al mismo tiempo satisfechos por las historias hollywoodenses, mexicanas o argentinas que “deglutían”, noche a noche.
No mucho más tarde, Cabrera Infante con el seudónimo de G. Caín se transformaría en uno de los más agudos críticos de cine de La Habana prerrevolucionaria de los 50, un cronista sin par al que conoceríamos ya en los ’60 del siglo pasado a través de su gran libro “Un oficio del siglo XX”. Más tarde llegarían “Arcadia todas las noches” (1978) y “Cine o sardina” (1997).
“El cronista de cine” (2012, 1.530 páginas), es el primer tomo de las Obras Completas. Además de incluir a “Un oficio del siglo XX”, en el que aparte de contener un sinfín de críticas, Cabrera Infante juega con el “fantasma” de su seudónimo G.Caín, Munné se ha tomado el monumental trabajo de recopilar centenares de comentarios que GCI escribió en publicaciones efímeras de La Habana, abarcando el período 1954-1960. También incluye artículos más extensos y grandes reportajes, entre los que se destaca el que le hizo a Marlon Brando, aunque el joven y audaz periodista de la época no desmerece ante otras figuras trascendentes, tales como Graham Greene, Tennessee Williams, Alec Guinness o Luis Buñuel.
Es notable cómo, en medio de una isla “perdida” en el Trópico, Cabrera Infante supo advertir los cambios que vivía el cine de la época, que respondía a la presencia de la televisión, el fin de la época dorada del mundo de Hollywood y el nacimiento del llamado cine de autor, con epicentro en la Francia de la nouvelle vague.
Estaba sorprendentemente “al día”, supo ver antes que muchos la maestría de Hitchcock, a quien siempre le dedicó brillantes páginas, y entender a autores que debían luchar contra la censura y la incomprensión, como ocurría con Buñuel. Dueño de un humor sin par, las breves reseñas o los artículos más extensos muestran a este joven cronista brillando con luces propias, supongo que ante la indiferencia de muchos de sus contemporáneos.

Mea Cuba, antes y después. El segundo tomo (2015, 1.260 páginas) muestra tanto al Cabrera Infante que adhirió con fervor a la revolución cubana como al que luego se volvería intransigente opositor. En el primer caso se incluye su magnífico libro de cuentos “Así en la paz como en la guerra” (1960), compuesto por ficciones de amplia diversidad temática, pero al que le añadió una serie de viñetas, de fuerte denuncia, sobre hechos brutales registrados durante la represión del régimen del dictador Batista.
Con todo, poco duraría el “idilio” entre el escritor y el régimen revolucionario. Luego de que se cerrara un suplemento que dirigía, “Lunes de Revolución”, fue trasladado a una suerte de exilio dorado (agregado cultural en la embajada de Bélgica), Debió regresar a Cuba por el deceso de su madre y después de permanecer obligado en La Habana durante considerable tiempo sin que se definiera su destino (sospechado por todos, sin aclaración ninguna; todo eso lo relata muy bien en “Mapa dibujado por un espía”, que antes proyectaba titular “Ítaca vuelta a visitar”), opta por el exilio.
En el ínterin recibe el prestigioso premio Biblioteca Breve por “Vista del amanecer en el Trópico” (afectado por la censura franquista) al que transformaría en “Tres tristes tigres”, que la censura española tampoco dejaría en paz, mientras el libro no circularía en Cuba.
El segundo volumen de las Obras Completas sigue esa trayectoria con la inclusión de los títulos  “Vista del amanecer en el Trópico” (1974, viñetas sobre la historia cubana que nada tienen con ver con la primera versión de “Tres tristes tigres”), “Mea Cuba” (1992) y “Vidas para leerlas” (1998). Gracias a otro amplio trabajo recopilatorio de Munné, se agregan al comienzo textos favorables a la naciente revolución que publicó en La Habana antes de partir al exilio y otros, ya residente en Europa, de gran confrontación con el régimen de los hermanos Castro, que hoy parecen tan actuales como ayer, pese al tiempo transcurrido. Preñados de denuncias, los textos reclaman una atenta lectura y promueven, claro está, la discusión y el debate que giran en torno a la libertad y a la democracia, debate más vigente que nunca.

Habanidades. El tercer tomo (2016, 952 páginas), está integrado por "Tres tristes tigres" y "La Habana para un infante difunto". Cabrera Infante siempre fue un gran rebelde, tanto en las letras como en la política. Vanguardista, confrontador, fue un revolucionario de las letras y eso quedó más que evidenciado en “Tres tristes tigres”, un interminable juego lingüístico, en el que están presentes como protagonistas el habla popular y la noche habaneras, hijo del non sense, el surrealismo, el retruécano, los artilugios verbales y los fuegos de artificio que ofrece el habla cuando se lo utiliza con humor y heterodoxias surtidas.
Sigue destacándose la suerte de saga sobre el asesinato de Trotsky según los presuntos textos de autores de la época, de Cuba, tales como Alejo Carpentier, José Lezama Lima o Virgilio Piñera, juegos verbales atribuidos a un supuesto personaje apodado Bustrofedón, amigo del artificio verbal, recordado al “momento” del relato (el relato es una manera de decir, porque no hay en rigor una historia, sino un sinfín de textos sueltos, de escasa o nula conexión entre sí), fallecido por una operación en el cerebro, cuyos amigos lo recuerdan celebrando sus interminables anécdotas.
También se “filtra” la historia de una mujer de enorme figura y gran voz cuya vida y sus situaciones entre extraordinarias y miserables se van narrando bajo el título genérico de “Ella cantaba boleros” (que luego, en 1996,  sería reeditado como texto independiente). Es quizás la historia más sólida en estas largas cuatrocientas páginas que va como disolviéndose al final, cuando los amigos Silvestre y Arsenio Cué se terminan enredando en un diálogo absurdo, cargado de retruécanos, de juegos verbales –tanto en castellano “habanero” como en inglés- que se extiende a lo largo de las páginas y que parece hablarnos de un vacío existencial, imposible de solucionar. Y quizás de comprender a cabalidad.
Si pasados cincuenta años, cierta “gratuidad” se desprende de muchas páginas de “Tres tristes tigres” resulta más liviana aún “La Habana para un infante difunto” (1979), la sorpresiva novela con la que reapareció GCI luego de varios años de silencio como narrador.
Estas memorias fueron escritas en Londres entre 1975 y 1978 y tienen la confesa intención de recuperar al “Infante” que fue en La Habana previa a la revolución castrista, en los ’40 y en los ’50, centrado todo en sus experiencias amatorias.
Cabrera Infante dio su personal explicación sobre el porqué de esta novela. Temía no poder volver a escribir luego de haber tenido que ser internado en un instituto psiquiátrico, después de haber sufrido episodios de delirio persecutorio. El régimen de La Habana no lo dejaba en paz y él comenzó a sentirse asediado más allá de la realidad concreta, que no le fue nada sencillo de soportar.
El resultado es un recordatorio de sus lides amatorias desde que llegó de un pueblo campesino a La Habana en 1941, a los doce años, y con su familia se instaló en un solar o casa comunitaria (en la Argentina lo llamaríamos un conventillo). De allí en más se suceden las anécdotas que tienen que ver con sus esfuerzos, tantas veces frustrados, de relacionarse con el sexo femenino. La novela es crudamente erótica y resulta carente de contextos históricos y sociales, lo que le hubiera conferido una mayor riqueza, aunque es evidente que ese no ha sido el propósito del autor.
Sin embargo y casi contradiciéndome, destaco el cierre de “La Habana para un infante difunto”, con su epílogo Función continúa, que se inicia en una sala de cine, cuando el personaje que narra vive una presunta relación amorosa con una mujer, que luego se transforma en una comedia de enredos (al protagonista se le pierden entre las faldas de la mujer un anillo y un reloj pulsera) y que luego de una serie de equívocos “da” un salto surrealista para volverse una notable novela de aventuras que se desarrolla en un mundo algo monstruoso y paralelo, relato en el que quedan en evidencia todas las virtudes literarias del narrador.

Mucho para leer, mucho para celebrar, mucho para discutir. El eterno rebelde nunca fue un conformista. Estas páginas, que suponen un gran rescate, están aquí para ratificarlo.

Datos para una biografía;

Guillermo Cabrera Infante nació en Gibara, provincia de Oriente, Cuba, el 22 de abril de 1929 y falleció en Londres el 21 de febrero de 2005. Su vocación literaria fue muy temprana. Estudió periodismo y en 1954, con el seudónimo de G. Caín, empezó a ejercer como crítico cinematográfico en la revista “Carteles”, de la que llegaría a ser jefe de redacción. Fue fundador y director del magazine literario “Lunes de Revolución” hasta su cierre en 1961. En 1962 viajó a Bélgica como agregado cultural. Regresó a Cuba, en 1965, a los funerales de su madre, renunció a la diplomacia y se exilió en Europa. Desde 1966 vivió en Londres en compañía de Miriam Gómez, con quien se había casado en 1961 y que se convertiría en su compañera inseparable. Su obra literaria se inició con el volumen de relatos Así en la paz como en la guerra (1960), al que siguieron, entre otros títulos, la novela Tres tristes tigres, que obtuvo en 1964 el premio Biblioteca Breve, Vista del amanecer en el Trópico (1974), La Habana para un infante difunto (1979), o sus libros de cuentos recogidos en el volumen Todo está hecho con espejos (1999). Su obra ensayística se extiende por todo tipo de registros: los escritos sobre cine Un oficio del siglo XX (1963), Arcadia todas las noches (1978) o Cine o sardina (1997); colecciones de artículos y ensayos, como O (1975), Exorcismos de esti(l)o (1976) y El libro de las ciudades (1999); y las reflexiones de índole política Mea Cuba (1992). Mención aparte merece su memorable homenaje al tabaco Holy smoke, escrito originalmente en inglés (1985) y que años más tarde vería la luz en español con el título de Puro humo (2000). También escribió varios guiones, entre ellos el de la película de culto movie Vanishing Point (1971). Póstumamente aparecieron La ninfa inconstante (novela, 2008), Cuerpos divinos (memorias, 2010) y Mapa dibujado por un espía (memorias, 2013). Considerado como una de las voces más brillantes y personales de la literatura en lengua española, recibió el premio Cervantes en 1997.

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