Composición: Gerardo Morán |
“Dios lo
bendiga, señor Rosewater o Margaritas a los cerdos” (“God Bless You, Mister
Rosewater, o Pearls Before Swine”), de Kurt Vonnegut.
La Bestia
Equilátera, Buenos Aires, 2017, 198 páginas.
Traducción de
Carlos Gardini.
En Argentina:
270 pesos.
Estamos ante el sexto rescate
que La Bestia Equilátera hace de novelas del mejor tiempo, como escritor, del
norteamericano Kurt Vonnegut. “Dios lo bendiga, señor Rosewater”, tal el
rescate al que aludo, es
también el último trabajo que entregó el gran escritor y traductor argentino
Carlos Gardini antes de su fallecimiento. Leyendo el
texto, otra vez podemos comprobar su especial talento en estos menesteres.
A “Dios lo bendiga, señor
Rosewater”, se la califica como “una sátira magistral sobre los placeres y catástrofes
que el dinero puede causar tanto en una familia como en una nación” y asimismo de qué forma la bondad puede llevarnos por caminos insondables, resultar
ineficiente, provocar desastres.
Eliot Goldwater ha recibido
una fortuna que cree inmerecida. La reparte entre los menos favorecidos de la
vida y la naturaleza, también lo hace con los bomberos voluntarios y pierde el
sentido de las cosas, además del sentido común, debido a su afición a la
bebida. Su padre se desespera e intenta recuperarlo, sin suerte, mientras Eliot,
separado de su mujer, vive su vida solitaria en el condado que lleva su nombre,
en el Estado de Indiana. Para él, conectado a una estación de bomberos
voluntarios, es su Nirvana. Allí se ha instalado, allí existe la Fundación
Rosewater atendida por su dueño, por así decir, para dar aliento a los
desahuciados.
Nada es límpido y
transparente en la acumulación de dinero y poder que hicieron los antepasados
de Eliot y él, de alguna manera, intenta compensar el estropicio, pero no
alienta a los ganadores y vencedores del “American Dream”, sino a los
perdedores, a los que nada esperan de la vida. Los insta a seguir, a creer, a
tener una cierta fe en la condición humana.
Cuando concluyó la Segunda
Guerra Mundial, el heredero era un verdadero héroe de la contienda y por eso se
le cedió dinero y Fundación, confiando todos en que seguiría los pasos de sus
mayores, es decir, acumulando aún más fortuna y poder y evitando, fundación
mediante, que ni el menor centavo cayera en manos del Tesoro norteamericano.
Su padre, un senador casi
vitalicio, se desespera porque no puede “enderezar” al hijo, mientras que la
mujer de Eliot, Silvia, intenta guardar distancia porque vive con él una relación
ambigua, que le provoca adhesión y rechazo de manera simultánea.
pequeño pueblo de USA |
Un abogado llamado Mushari. La fortuna en
manos de Eliot tienta a cualquiera. Son millones de dólares –de la década de
1960, es decir cifras mucho más contundentes en cuanto a su poder adquisitivo
que las actuales- y entre los tentados se encuentra el abogado Norman Mushari,
de ascendencia libanesa, quien luego de recibirse como letrado logra ingresar a
uno de los poderosos estudios jurídicos que cuidan que la fortuna de los
Rosewater se acreciente sin solución de continuidad (la Fundación, como
ejemplo, atesora más de 80 millones de dólares de la época). Mushari tiene la
intención, nada santa (¿pero qué o quién, aparte de Eliot, es santo en esta
historia?), pase a sus manos.
Tiene en sus manos la
información fidedigna del que muy tímido e infeliz de Fred Rosewater, un poco
afortunado vendedor de seguros, es primo segundo de Eliot y por consiguiente
presunto heredero de la fortuna de la familia, siempre y cuando pueda demostrar
que su pariente está loco.
Fred ignora parentesco y
potenciales probabilidades. Por el contrario, se limita a languidecer en el
pequeño y perdido pueblo de Piscontuit. Pero no lo ignora Mushari, quien está
dispuesto a todo con tal de probar dicha locura y así poder apoderarse de toda,
o gran parte, de la fortuna de los
Rosewater.
El abogado tiene su propia
lógica, expresada de la siguiente manera: “En toda gran transacción hay un
momento mágico en que un hombre ha
entregado un tesoro, y durante el cual el hombre que debe recibirlo aún no lo ha
recibido. Un abogado alerta debe aprovechar ese momento, adueñarse del tesoro por
un mágico microsegundo, embolsar una parte y dejar que siga su curso. Si el
hombre que está por recibir el tesoro no está habituado a la riqueza, y tiene
un complejo de inferioridad y difusos sentimientos de culpa, como ocurre con la
mayor parte de la gente, el abogado puede llevarse hasta la mitad del botín, y aún
así contar con el balbuceante agradecimiento del receptor”.
Lo que sigue… es lo que
sigue. Y eso tendrá que descubrirlo el lector que lea o relea este libro que
tiene más de cincuenta años pero que conserva toda su frescura.
El humor, el absurdo de Vonnegut,
marcas indelegables de este gran
autor, “salpican” las páginas de “Dios lo bendiga”, del principio al fin.
También la otra “marca de fábrica” del norteamericana fueron sus pinceladas
surrealistas, porque nada de lo que cuenta puede inscribirse en el territorio
de lo “real”, aunque todo –como ocurre con el resto de su amplia obra- es una
gran boutade sobre el estado de las
cosas en sus no siempre fragantes United States of America.
Una obra que en su amplitud
de casi veinte títulos resultó una prolongada reflexión sobre un sistema que
tantas veces se muestra oprobioso, cruel,
pocas veces compasivo. Precisamente, por serlo, Eliot es un
incomprendido, como también lo es su primo, una suerte de débil réplica del
pariente rico quien sin embargo siembra el bien asegurando a los pobres quienes
también, llegado el caso, le dicen “dios lo bendiga, señor Rosewater”.
Juegos de ingenio, miradas
piadosas sobre los seres humanos, ironías, humor punzante, textos satíricos de
primer orden que se copiaban de una aparente escritura “primitivista” o naíf
que desesperaba a los académicos pero que lograba establecer un difícil
equilibrio entre la alta literatura y la popular. Heredero directo, máximo y
quizás único de Mark Twain, hay que celebrar siempre esta clase de rescate,
esta “resurrección” tan apropiada de Vonnegut.
Al margen: ¿imaginan lo que hoy diría de
Donald Trump?
Edición inglesa de la novela |
“-Supongo
que debería decir adiós –dijo Silvia culposamente. Le corrían lágrimas por las
mejillas.
-Eso
debe decidirlo tu médico.
-Saluda…
saluda a todos de tu parte.
-Lo
haré, lo haré.
-Diles
que sueño con ellos todo el tiempo.
-Eso
los enorgullecerá.
-Felicita
a Mary Moody por los mellizos.
-Lo
haré. Los bautizaré mañana.
-¿Bautizarlos?
–Esto era algo nuevo.
Mushari
revolvió los ojos.
-No…
no sabía que… que hacías esas cosas
–dijo Silvia con cautela. Mushari se alegró al reparar en su ansiedad. Para él
significaba que la locura de Eliot no estaba estabilizada, sino que estaba por
dar el gran salto hacia la religión.
-No
pude liberarme del compromiso –dijo Eliot-. Ella insistió, y nadie más quería
hacerlo.
-Ah
–dijo Silvia con alivio.
Mushari
no se sintió decepcionado. En un tribunal el bautismo probaría que Eliot se
consideraba un mesías.
-Le
dije que yo no era una persona religiosa ni mucho menos –dijo Eliot, y la
porfiada mente de Mushari se negó a aceptar esta prueba-. Le dije que nada de
lo que yo hiciera tendría valor en el cielo, pero ella igual insistió.
-¿Qué
dirás? ¿Qué harás?
-Oh…
no sé.- La pena y el agotamiento de Eliot se disiparon por un instante y se
quedó fascinado por el problema. Una sonrisa aleteó sobre sus labios-. Supongo
que iré a su choza. Rociaré a los bebés con agua y diré: ‘Hola, bebés.
Bienvenidos a la Tierra. Es calurosa en verano y fría en invierno. Es redonda y
húmeda y está superpoblada. A lo sumo, bebés, vivirán cien años aquí. Bebés,
hay una sola regla que conozco… Qué diablos, tienen que ser bondadosos’.”
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