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Composición: Gerardo Morán |
“Portátil”.
Relatos, ensayos y materiales inéditos (basado en “The David Foster Wallace
Reader”), de David Foster Wallace.
Literatura Random
House, Barcelona, 2016, 668 páginas.
Traducciones
de Javier Calvo.
En España,
libro en papel: 24,90 euros. En Argentina se lo consigue en versión para ebook, a 209 pesos, aproximadamente.
David Foster
Wallace se suicidó en 2008, a los 46 años, a causa de una depresión que lo
acompañó durante la mayor parte de su vida (que fue intensa, compleja, y muchas
veces inmersa en la confusión) y que en algún momento terminó destruyéndolo.
Fue una gran pérdida, porque escribió libros únicos, textos de notable calidad,
audaces, que reclamaban al lector una atención especial. En él todo resultaba
desmedido, como lo fue su libro capital, “La broma infinita”, de 1.200 páginas,
con doscientas de ellas ocupadas por notas, no
pocas de ellas muy extensas.
Aunque la
angustia fue una constante en su obra, incluyendo sus notables textos de no
ficción, supo compensarlo con su forma de narrar, abigarrada pero al mismo
tiempo muy atractiva, aderezada por un humor socarrón que en ningún momento
soslayó la ironía, cuando no el sarcasmo. Pero con la salvedad que sabía
mantener el interés permanente de sus lectores, a los que trató siempre con cordialidad.
A veinte años
de su opera magna, que ha sido reeditada en España pero no en la Argentina
(donde su obra no recibe la atención que merece; resulta arduo encontrar sus
textos en librerías), también en el país peninsular se ha publicado “Portátil”,
una antología en la que se han seleccionado partes de sus libros más
representativos, pero que es apenas la mitad del volumen original de más de
1.200 páginas en el que, además de fragmentos de novelas, se publicaron diversos
artículos de autores anglosajones. En la presente edición se han anulado dichos fragmentos y a los
referidos artículos se los ha sustituido con comentarios, más bien breves, de
escritoras y escritores españoles y latinoamericanos.
Wallace se acercó a la genialidad. A los 25 años presentó en simultáneo como
sendas tesis una novela (“La escoba del sistema”) y un tratado sobre filosofía
griega. De esa forma empezó una carrera que decidió fuera literaria y que
incluyó relatos de alta calidad, como los incluidos en “La niña del pelo raro”,
“Entrevistas breves con hombres repulsivos” y “Extinción”, las ya referidas
novelas a las que hay que agregar la inconclusa “El rey pálido” (rehecha hasta
donde se pudo y publicada póstumamente) y sus también excepcionales textos de
no ficción, que le hacen decir en este volumen a la argentina Leila
Guerreiro que alguna vez el autor será considerado como “uno de los más
grandes, talentosos y originales periodistas contemporáneos”.
En "Portátil" se incluye su inacabado primer trabajo de ficción, “El planeta
Trilafon y su ubicación respecto a lo Malo”, en el que un joven de veintiún
años, neurótico, afectado de depresión, nos sumerge en un mundo alienado, un
laberinto del que le resulta imposible salir. Este texto inconcluso, que había
permanecido inédito, lleva a decir a Javier Calvo que estamos ante “un inicio
que se sale de órbita, la crónica de un destierro, (una) literatura como
des-concentración”. Los rasgos autobiográficos de DFW, marcado por los
fármacos, las drogas y el alcohol –del que se alejó durante gran parte de su
vida adulta- son inexcusables.
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"Me embarqué en un crucero de siete noches" |
Trabajos conocidos, aunque… Esta amplia selección, incluye trabajos ya publicados en libros que han
circulado profusamente, tales como relatos de “La niña del pelo raro”,
“Entrevistas breves con hombres repulsivos” y “Extinción”, así como crónicas
extraídas de “Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer”,
“Hablemos de langostas” y “En cuerpo y en lo otro”. De todos ellos, la que a mi
juicio más se destaca (sin desdeñar al resto), es la excelente crónica de “Algo
supuestamente divertido”, de 1995, sobre la que vale la pena detenerse.
Se trata de
un extensísimo reportaje que originalmente le fue encargado por la revista
“Harper’s”, consistente en un viaje de una semana en un crucero de lujo (por no
decir de superlujo) por islas del Caribe. El texto apareció “resumido” en unas
cincuenta páginas en la revista, pero cuando pasó al libro se extendió a más de
cien (y casi al doble, si se toman en cuenta sus casi 140 notas al pie). Guerreiro
acierta cuando dice que en la crónica, cómica, amplísima, recargada de
detalles, Wallace descubre lo que subyace tras la aparente perfección
que confluyen en el barco, el nivel de limpieza, la calidad de los servicios,
la atención permanente: un sistema rígido, casi esclavizante, que busca que sus
pasajeros se sumerjan en una gran “nada” para “no pensar en la insoslayable
máquina de aniquilación que es la vida empujando hacia la muerte”.
Crónica extensa,
más que cómica tragicómica, contiene el “aderezo” de la sospecha del capitán, y
por ende de toda la tripulación que, debido a sus preguntas incisivas, el autor era
en realidad un espía, quizás de alguna otra compañía rival, quizás un
periodista de investigación, de manera que cada una de sus preguntas despertaba
sospechas y el todo resultó ser una especie de novela de suspenso y misterio.
Con muchas carcajadas incluidas.
Una valiosa antología. “Portátil” tiene una gran virtud: como incluye excelentes trabajos del
autor que son, al mismo tiempo, muy representativos de su obra, se transforma
en un buen vehículo para adentrarse en la compleja obra de Wallace.
Además de “Trifalon”, que resulta en sí mismo un valioso rescate, los cuentos y
los textos de no ficción que componen el volumen están seleccionados con
acierto. Mención especial entre ellos al tremendo cuento “La niña del pelo
raro” y la nota dedicada a una exposición agrícola en Illinois.
También
resultan muy válidos los comparativamente breves ensayos sobre Kafka y su humor
y Borges, sobre quien el autor demuestra tener un conocimiento exhaustivo
de vida y obra, tanto que se permite rebatir las diversas inexactitudes en que las
que incurrió el biógrafo Edwin Williamson (“Borges. Una vida”).
Los trabajos cuentan, como se dijo, con breves aportes de diversos críticos,
destacándose –como ya señalé- el de Guerreiro así como el del español Javier Calvo.
Los restantes textos pertenecen a Luna Miguel, Antonio J. Rodríguez, Rodrigo
Fresán, Alberto Fuguet e Inés Martín Rodrigo, Andrés Calamaro aporta dos de sus
canciones, dedicadas a DFW, y, en el prólogo, el editor Claudio López de
Lamadrid cuenta cómo, desde la década del ’90, trabajó, arriesgándose, para que
los textos del norteamericano fueran conociéndose en nuestro idioma, aunque el
mercado al comienzo se mostró reacio a aceptarlo. Bien por él.
Siempre
acompaña la nostalgia y la sensación de pena y pérdida cuando se habla de este
autor, un suicida al que desde muy joven acompañó el cuadro de aguda
depresión. Cuando suspendió la ingesta de un determinado fármaco, por los
efectos secundarios que le producían, aceleró su autodestrucción. Pudo haber
dado mucho más, aunque es una suposición, porque su vida fue un conflicto
permanente, un cuestionarse de manera constante, cuestionamientos que
alcanzaron a sus trabajos y que mucho se advierte en los restos que dejó de “El
rey pálido”.
Pero, dejando
esa sensación, quedan por suerte sus sólidos trabajos, sus grandes cuentos,
sus excelentes crónicas. Y sus novelas, que tanto piden al lector y que, pese a
ello, terminan siendo satisfactorias. Digresión: en uno de los reportajes,
Foster Wallace admite que mucho le debe a la lectura de Manuel Puig en el
armado de “La escoba del sistema”, novela en la que prevalecen los diálogos y
las descripciones se reducen a lo mínimo. Es un dato que llama la atención
y que me interesa remarcar al lector. Quien, reitero, tiene en este “Portátil”
el mejor retrato del inolvidable escritor.
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La edición en inglés |
“Tengo treinta y tres años y la impresión de que ha
pasado mucho tiempo y que cada vez pasa más de prisa. Cada día tengo que llevar
a cabo más elecciones acerca de qué es bueno, importante o divertido, y luego
tengo que vivir con la pérdida de todas las demás opciones que esas elecciones
descartan. Y empiezo a entender cómo, a medida que el tiempo se acelera, mis
opciones disminuyen y las descartadas se multiplican exponencialmente hasta que
llego a un punto en la enorme complejidad de las ramificaciones de la vida en
que me veo finalmente encerrado y atrapado en un camino y el tiempo me empuja a
toda velocidad por fases de pasividad, atrofia y decadencia hasta que me hundo
por tercera vez, sin que la lucha haya servido de nada ahogado por el tiempo.
Es terrorífico. Pero como son mis propias decisiones las que me encierran, me
parece inevitable: si quiero ser adulto, tengo que elegir, lamentar los
descartes e intentar vivir con ello”.
Datos para
una biografía
David
Foster Wallace
fue una de las voces más singulares de la actual narrativa de los Estados
Unidos. Un editor le agregó el apellido materno Foster para diferenciarlo de otro autor, de nombre parecido. Nació en Nueva York en 1962 y se suicidó en California en 2008, a causa
de una fuerte y duradera depresión. Como escritor publicó en 1987 su primera
novela, “La escoba del sistema”, a la que siguieron los libros de cuentos “La
niña del pelo raro” (1989), “Entrevistas breves con hombres repulsivos” (1999)
y “Extinción” (2004). Publicó varios libros de crónicas, entre ellos “Algo supuestamente
divertido que nunca volveré a hacer” (1997), “Todo y más” (2003), “Hablemos de
langostas” (2005) y “En cuerpo y lo otro” (2012, póstumo; un capítulo de ese
libro fue publicado el año pasado en nuestro idioma con el título de “El tenis como
experiencia religiosa”). “La broma infinita”, su novela experimental de 1996,
de 1.200 páginas, lo puso en una senda de excepción, casi “heredero” de Thomas
Pynchon (con quien no sentía afinidades) y Don DeLillo, y “Time” la consideró como una de las cien mejores
novelas norteamericanas del Siglo XX. Estaba escribiendo “El rey pálido” cuando
se suicidó, ahorcándose, el 12 de septiembre de 2008. La novela, inconclusa,
fue publicada póstumamente. Recibió numerosas distinciones, dirigió talleres
literarios y fue profesor universitario. John Krasinski dirigió en 2009 una
versión fílmica de “Entrevistas breves” y a su vez James Ponsoldt en 2015 dirigió “El último viaje” o “El último tour”,
dedicado a recrear en clave de ficción entrevistas al autor. En 2012 apareció
“Conversaciones con David Foster Wallace”, libro editado por Stephen J. Burn y
el mismo año se conoció en inglés “Todas las historias de amor son historias de
fantasmas”, la primera biografía de DFW, escrita por D.T. Max, publicada al año
siguiente en nuestro idioma. Ambos libros, editados en España, son muy
difíciles de conseguir en Argentina.
Algunos enlaces:
Comentario
anterior: ·”El rey pálido”
(publicado en el blog cuando éste aparecía en La Comunidad de “El País”, sección hoy inhallable en Internet)
“El rey
pálido” (“The Pale King”), de David Foster Wallace. Literatura
Mondadori, Barcelona, 2011-Buenos Aires, 2012, 551 páginas. Traducción de
Javier Calvo.
“Aquello era un aburrimiento más allá de
cualquier aburrimiento que hubiera sentido nunca”, expresa uno de los
personajes de “El rey pálido”, la novela que dejara inconclusa el
norteamericano David Foster Wallace cuando se suicidó en 2008 y que sólo se
conociera tres años después, luego de una ardua tarea de reordenamiento que
cumpliera el editor Michael Pietsch.
La voz de Wallace fue comparada con la
de los más grandes narradores del siglo pasado de su país, tales como Thomas
Pynchon (en primerísimo lugar) o Don DeLillo, luego que a los 32 años de edad
diera a conocer su novela más ambiciosa y, según se considera, más lograda: “La
broma infinita”, texto torrencial con el que pareció haber buscado ese
imposible que es la novela total.
Quizás lo haya intentado también con “El rey
pálido”, ficción con apoyos autobiográficos (él mismo aparece con su nombre
propio en diversos momentos del relato), en la que estuvo trabajando durante una
década y que, como se señalara, nunca concluyó. Presumiblemente a causa de la
fuerte depresión que lo llevó al suicidio o –también es posible- porque el tema
lo desbordaba y no encontraba la manera de ponerle fin.
¿De qué trata “El rey pálido”? De ese
aburrimiento de corte existencial, se podría decir metafísico, que Wallace
pudo encontrar sintetizado en una
Agencia Tributaria en la que trabajó cuando tenía veinte años, en los 80. Y es
sobre esa Agencia que habla en la novela compuesta por 50 capítulos de variada
extensión e intención. El capítulo capital, el más logrado e intenso, el 22 -un
monólogo- tiene casi cien páginas. A
otros, este autor tan peculiar como arbitrario, los liquidó en apenas unas
pocas líneas.
Pero, no está de mal insistir, “El rey pálido”
es un texto inconcluso. El editor aclara explícitamente en una nota prologal
que lo que ha llegado al libro es una recopilación de un trabajo que no se
encontraba para nada concluido, desperdigado en “discos duros, carpetas de
archivador, carpetas de anillas, cuadernos de espiral y disquetes”. Un texto en
proceso –work in progress- al que
tenemos (debemos) considerar como tal.
En el
mundo de Josep K.
Sin embargo, conviene recordar que Wallace fue un escritor de excepción.
Excesivo, “tumultuoso”, la contracara de Raymond Carver, atacaba varios frentes
simultáneos en sus textos. Y en este caso “atacó” a la Agencia Tributaria como una suerte de mal
metafísico, esa Oficina que fuera descubierta y expuesta por Franz Kafka,
al decir de Milan Kundera: “Aprendí que el mundo de los hombres tal como existe
hoy día es una burocracia” (p.444).
Se trata de un mundo, dice el autor, en el que
para operar con eficiencia hay que saber superar el aburrimiento que “descarta
todo lo que es vital y humano” y de esa manera poder “respirar, por así
decirlo, sin aire”.
Es casi ocioso indicar, hablando de este
narrador, que también a “El rey pálido” lo marca su irónico, cuando no
sarcástico, humor y que cada capítulo está abordado desde ópticas diferentes,
con voces y estilos que buscan ser también distintos. Y con sus infaltables
notas al pie.
La intención de DFW ha sido la de trabajar en
las historias de distintos personajes, hombres y mujeres, sobre los que habla
en distintos capítulos y aborda en diversos momentos de su vida.
Entre otras, “revisa” la vida de Leonard (también llamado Ned) Stecyck desde cuando era un niño enfermizamente obsequioso
hacia los demás hasta el momento en que se lo ve actuando como subdirector de
Personal en la Agencia. El capítulo que le dedica a ese niño abrumador es
particularmente eficaz.
El
proyecto inconcluso.
“El rey pálido” es un enorme proyecto narrativo, tan ambicioso, tan abarcativo como lo fue "Moby Dick", o, más contemporáneamente, como “El arco iris de la gravedad”. Pero es eso, un
proyecto, algo a lo que Wallace no le dio una puntada final. Estamos
pues ante partes de lo que pudo ser, aunque no un trabajo acabado. Hablemos
entonces de las ideas que tenía el autor y que pueden rastrearse en las notas
que quedaron póstumas, guías internas para el desarrollo de la novela a la que
veía, cuenta el editor, “como un tornado” o que producía la sensación de tal:
“Lo cual sugería la idea de lanzar partes de la historia hacia el lector como
un torbellino a alta velocidad”.
Otra develación: comenta Pietsch que muchos de
los capítulos “revelaban una narración central” que seguía una cronología
lineal. De ese modo el autor de “Extinción” hizo que varios personajes concurran
a un centro de examen de la Agencia (en Peoria, Illinois, Estados Unidos) en
1985, pasen por una clase de orientación, empiecen a trabajar allí y finalmente
se sumerjan en ese mar de tedio sobre el que quería contarnos.
Hay capítulos totalmente concluidos, como el
monólogo de Chris Fogle del capítulo 22 antes aludido, que es casi un relato
autónomo en el que se centra en la relación del joven con su padre (muerto en espantoso
accidente) y que resulta también, tangencialmente, una crítica al propio
sistema tributario norteamericano. No es ocioso señalar que DFW estudió contabilidad concienzudamente en algunos de los años de redacción de
“El rey pálido”. También que en muchos momentos la novela se vuelve
excesivamente árida debido a las recurrentes informaciones que aporta al autor
sobre cuestiones contables.
El título alude a un nom-de-guerre de uno de los jefes de la agencia (aunque no queda
claro si conlleva algún otro tipo de alusión). Que la novela no estaba
concluida lo revelan las notas finales del libro, que el editor ha agregado
como una especie de guía. En esas notas todas son preguntas que Wallace se
formula a sí mismo, sin darse respuestas. En una de ellas no descarta avanzar en
una segunda parte de la historia que, claro está, nunca existió.
Es muy probable que el narrador hubiese
terminado entregando una historia así, “inacabada” pero, exigente consigo mismo
como lo era, también perfeccionista al extremo, sin duda la hubiera elaborado
más y no hubiese dejado el exceso de cabos sueltos que presenta el libro.
Brillante en determinados tramos, complicado sin necesidad en los momentos en
que explica en detalle las operaciones de la Agencia, nos habla de un autor inteligente pero también
arbitrario. Recibamos entonces a esta novela como lo que pudo ser, es decir con
sus sombras, pero también con sus notables destellos de luz.
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