LA CAZA DEL CARNERO SALVAJE, DE HARUKI MURAKAMI

La caza del carnero salvaje (Hitsuji wo meguru bōken), de Haruki Murakami.
Tusquets, Barcelona-Buenos Aires, 2016, 380 páginas.
Nueva traducción del japonés de Gabriel Álvarez Martínez.
En España: 18,90 euros. En Argentina: 349 pesos.

“Las células se renuevan cada mes. Ahora mismo está ocurriendo -me respondía, poniendo ante mis ojos el delicado dorso de su mano-. Casi todo lo que crees saber de mí no pasa de ser pura rememoración de algo pasado”.

Las ficciones del popular Haruki Murakami admiten algunas constantes: la vida de seres solitarios que deambulan por un Japón en el que las multitudes parecen haberse evaporado y sus objetivos de vida resultan pueriles, cuando no inexistentes; cada tanto esos personajes tienen “noticias” de mundos alternativos, a veces evidentes, otras presumibles, con los que toman distinto tipo de contactos; esas mismas historias, cuanto más se enrarecen, corren el peligro de desmoronarse porque el verosímil suele diluirse. Y, por encima de todo eso, es el mundo del “animé” el que informa a esas mismas historias.

También corresponde hablar de la ambigüedad, de un orbe, el que construye y muestra Murakami, en el que nada es seguro y en el que todo muta de manera permanente.

La caza del carnero salvaje tiene ya 34 años y ha sido recuperada ahora porque de esta manera Tusquets ha logrado con su incorporación a catálogo publicar la obra total del “eterno” candidato al Nobel de Literatura. Es lo mismo que explica por qué se publicaron hace relativamente poco tiempo las dos primeras novelas del autor japonés, escritas en los ’70 del siglo pasado: Escucha la canción del viento y Pinball 1973.

En relación a la historia del carnero salvaje tienen su importancia, porque los dos personajes centrales de ambas ficciones, especialmente uno de ellos, reaparecen ahora. Ya en Pinball 1973, Murakami había demostrado su afecto por lo “raro” y por la ficción fantástica que en su tercera novela llevaría a planos más extraños, aún.
El personaje principal, un treintañero sin nombre, dueño de una agencia de publicidad (que había comenzado antes como una oficina de traductores), es el mismo protagonista de las dos primeras novelas de autor japonés.

Fumador empedernido, vive en Tokio en un estado de infelicidad porque termina de divorciarse, se ha quedado sin amigos y mantiene una relación conflictiva con su socio porque éste ha entrado en una etapa de alcoholización creciente.  Sostiene en tanto una relación sentimental con una mujer que es al mismo tiempo prostituta y modelo, “dueña” de una orejas bellísimas, que guardan además inusitados poderes.

Los sentimientos que más lo afectan y transmite, amén de la soledad, tienen que ver con la pérdida y la sinrazón de la existencia.

La búsqueda del carnero. En ese contexto es cuando recibe el mandato (no hay otra palabra) de ubicar al carnero del título, de características peculiares, cuya imagen aparece en una fotografía que ha publicado en una revista dedicada al mundo del seguro. La fotografía es una de esas accidentales, en las que el carnero, apenas identificable, se encuentra en un determinado sitio geográfico junto a un número grande e impreciso de ovejas.

El mandato en cuestión, es decir el de ubicar al carnero, ha emanado del secretario de un poderoso "amo secreto" de medio Japón que por razones que no corresponde contar acá, necesita dar con el animal, una presencia fantasmal tras la cual se lanzan el protagonista y la mujer de las misteriosas orejas.

Llegan a Júnitaki, una población a punto de extinguirse ubicada en un sitio despoblado y helado del Japón más septentrional. Tanto allí, como en una granja cercana, se desarrollarán los capítulos más insólitos de esta historia de escasa acción e inesperados sucesos, un mundo que termina siendo inexplicable y que es el del carnero salvaje, tan buscado y tan temido porque puede llegar a poseer al espectador que lo contempla. La leyenda sostiene que se apoderó hasta de Gengis Khan y que tal vez sea la encarnación del poder absoluto.

Tales los parámetros elusivos, complejos y muy extraños que motorizan la novela, en la que, en una muy inesperada situación, reaparece el Rata, compañero de aventuras del protagonista central en sus historias anteriores, personaje que había desaparecido de súbito, sin dar explicaciones. 

También se hace presente “el hombre carnero”, un ser exótico que vive en ese lugar con un disfraz de animal y dispara extravagantes consejos.

Hay varias más en esta galería de personajes infrecuentes, algunos de los cuales conocieron al carnero, todos los cuales al tiempo de contribuir a ubicar, de cierta manera, al animal, ayudan a dilucidar los enigmas que a cada rato se le plantean al protagonista sin nombre que con la perplejidad a cuestas, y percibiendo a cada rato la dilución de la vida y de las cosas, así como la proximidad de la muerte,  avanza a tropezones, del principio al fin, en esta nunca totalmente esclarecida aventura.

Tapa de la edición japonesa
“En la oscuridad silenciosa de la noche, traté de contener el aliento, en tanto que a mi alrededor la ciudad se disolvía en el paisaje. Las casas se derruían una tras otra, la vía del ferrocarril se oxidaba hasta no ser ni sombra de lo que fue y en los campos de labranza brotaban a placer las malezas. Como una película que se proyectara marcha atrás, el tiempo retrocedía”.

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