"Manual para mujeres de la limpieza", de Lucia Berlin: El nervio desnudo de la vida.





Diseño: Gerardo Morán
Manual para mujeres de la limpieza (A Manual for Cleaning Women.  Selected Stories), de Lucía Berlin.
Alfaguara, Barcelona-Buenos Aires, 2016, 429 páginas.
Edición e introducción de Stephen Emerson. Prólogo de Lydia Davis.
Traducción de Eugenia Vázquez Nacarino.
En España: 20,90 euros. En Argentina: 269 pesos.

Es tan infrecuente encontrarse con la excelencia, con la extrema calidad y originalidad en una obra artística, que cuando eso ocurre corresponde destacarlo, celebrarlo. Eso nos ha pasado con estos más de cuarenta cuentos de la casi desconocida Lucía Berlin.

Sólo en el último tiempo en los Estados Unidos ha tomado impulso rescatar su obra narrativa, que únicamente la integran setenta y seis cuentos que se encontraban en el olvido. 

Rescatarlos, recuperarlos, darlos a conocer a los lectores de nuestros días, supone un fundamental acto de justicia y una reparación necesaria para quien fue una escritora de excepción que llevó una vida azarosa, poco feliz, cargada de hijos, cuentas y extenuantes problemas físicos y sociales (fue alcohólica durante gran parte de su vida) y que sin embargo tuvo la entereza de afrontarlos, mientras luchaba por sobrevivir, llevando adelante penosos trabajos de subsistencia.

Sorprenden varias cosas: el humor que supo extraer de esas experiencias y volcarlas en relatos que aunque no son estrictamente autobiográficos, en muchas ocasiones evidencian que se basan en un amplio anecdotario personal, la fuerza de voluntad que puso para hacerse cargo de cuatro hijos (mientras sus distintas parejas la abandonaban o ella optaba por el alejamiento), soportar trabajos mal remunerados a pesar de sus conocimientos académicos y su dominio de varios idiomas, superar el alcoholismo y sobrellevar una escoliosis progresiva que le obligó en determinado momento a cargar con un corsé metálico, mientras la enfermedad avanzó al punto de perforarle un pulmón y obligarla a vivir sus últimos años con máscara de oxígeno.

No debe haber sido nada menor, cuando joven, poseer un rostro de gran belleza, tanto que asombra porque recuerda a esas caras infrecuentes del Hollywood de la Edad de Oro, como la de Elizabeth Taylor.

Más allá de esa circunstancia, la realidad fue que aunque haya tenido algún tipo de reconocimiento en su país natal o en otros donde vivió (residió en lugares como México y Chile, hablaba fluidamente el castellano), su obra no tuvo la repercusión merecida. Esta compilación viene, por suerte, a reparar esa falta.

Alí Khan
Mujeres en acción. Un total de seis libros mínimos que vendieron escasos ejemplares, fue todo lo que se conoció de ella como autora en vida (murió en 2004) y aunque empezó publicando en revistas de prestigio, optó antes que nada por una existencia errante, cargada de sobresaltos.

Tuvo una madre terrible, familiares alcohólicos, un padre ingeniero que la llevó a vivir a pueblos mineros de los Estados Unidos. Luego se trasladó al exterior, primero a México y más tarde a Chile, en cuya capital, Santiago, vivió como una “princesa”, rodeada de un confort y con un nivel que ni antes ni después volvería a ser lo “propio” de su historia personal (el príncipe Alí Khan le dio fuego para su primer cigarrillo). Luego, ya de regreso en su país, mientras luchaba contra el alcoholismo y la escoliosis, tuvo trabajos muchas veces miserables, materia prima de la mayoría de sus cuentos.

En ellos, a través de ellos, se “ven” las mujeres pobres en acción. Son mujeres, en general, sin hombres (o porque han muerto o las han dejado o porque ellas tomaron la decisión de abandonarlos) que afrontan sus historias pequeñas, o grandes, con paciencia, tenacidad y un innato sentido de la dignidad. Esas mujeres, a través de la fecunda capacidad narrativa de Berlin, tienen humor y sus muchas penas, sus trabajos extenuantes, sus “luchas” contra patrones considerablemente insensibles (“las señoras siempre suben la voz un par de octavas cuando les hablan a las mujeres de la limpieza o a los gatos”), sus dificultades económicas persistentes son sobrellevadas como mejor pueden (y saben) en un ámbito pudiente que sin embargo no las contempla.

Sus mundos tienen que ver con vetustos buses o colectivos, lavanderías, hospitales o clínicas, enfermedades, barrios marginales, sexualidad omnipresente aunque no siempre feliz o correspondida, miseria de todo orden, aunque Berlin se cuida de caer en la autocompasión, en la pintura propia del realismo socialista. Es su personal “realismo sucio” y veraz y por eso, porque tiene que ver con la verdad de quien carece no sólo de dinero sino también de planes, del sentido de la felicidad, se la ha vinculado con el Raymond Carver que –como ella- supo luchar contra el alcohol, las carencias, el nervio desnudo de la vida.

Lydia Davis
Allí, donde quiso estar. Ajena a la fama (quienes la conocieron dicen que, de haberla tenido o conocido,  no habría sabido lidiar con ella), próxima a los perdedores, dueña de una prosa de alta originalidad, con textos que son impecables pese a que parecen faltos de pulimento, que no dejan mensajes, que semejan chejovianos pasajes de vida (y que suelen concluir sin vueltas de tuerca inesperados, sin sorpresas, que simplemente se desvanecen)n su voz recuerda a las mejores y al mismo tiempo se yergue con su propia singularidad.

Admiradora incondicional, en un prólogo sugerente, iluminador, Lydia Davis, gran escritora, expresa, al referirse a la calidad de su obra: “¿Cómo lo consigue ella? Quizás porque nunca sabemos muy bien qué viene a continuación. Nada es previsible. Y aun así a la vez todo es sumamente natural, verosímil, fiel a nuestras expectativas psicológicas y emocionales”.

A su amigo Stephen Emerson le señaló en una carta, de las tantas que escribió, que admiraba a Chéjov, con quien se sentía identificada, por “ese desapego técnico (para narrar), combinado con la compasión", y consideraba fundamental “no escribir palabras de más”.

En estos relatos no las hay, cada historia que narra –son demasiado variadas como para resumirlas acá- resultan exactas. No es tanto así, porque no buscaba lo “perfecto” sino el secreto profundo del existir, pero el lector percibe al final de cada texto que difícilmente hubiese lugar para algo más.

La mujer que traba relación amistosa con un viejo indio en un lavadero, la otra que cuenta las peripecias sufridas en una clínica clandestina de abortos, la que narra sus experiencias como “mujer de la limpieza”, la enfermera de hospital, la asistente en una clínica, la docente que “no puede” con el adolescente indócil que es casi un delincuente juvenil, la que cuenta una suerte de historia amorosa con un jockey herido, la que acompaña a su hermana que padece una enfermedad terminal, la que recuerda el pasado, no siempre agradable, pero en general matizado, enriquecido, por una mirada irónica que es también de amplia comprensión del comportamiento humano.

Una vez que se empieza a leer este libro es difícil dejarlo, conformarse con uno o dos cuentos, porque Lucía sabía cómo “envolver” a los lectores con estas historias de mujeres que, aquí copiamos de la contratapa, “están desorientadas, pero al mismo tiempo son fuertes, inteligentes y, sobre todo, extraordinariamente reales. Ríen, lloran, aman, beben: sobreviven”.

De todo eso se trata.

“Una noche Jesse entró en el cuarto de baño cuando yo estaba leyendo una carta de Nathan. Decía que tenían que volver a casa. Nos peleamos toda la noche. Pelea de verdad, con puñetazos y patadas y arañazos hasta que terminamos llorando tirados en el suelo. Acabamos emborrachándonos a lo bestia durante varios días, pasados como nunca. Al final estaba tan envenenada por el alcohol que una copa no me hacía nada, no me calmaba los temblores. Me asusté, me entró el pánico. No me veía capaz de dejarlo, creía que nunca podría cuidar de mí misma, mucho menos de mis hijos.
Estábamos desquiciados y juntos nos desquiciábamos aún más. Decidimos que ninguno de los dos merecía vivir. Jesse nunca llegaría a ser músico, ya lo había echado por la borda. Yo había fracasado como madre. Éramos alcohólicos empedernidos. No podíamos vivir juntos. Ninguno de los dos encajaba en este mundo. Así que lo mejor era morir. Resulta violento escribir esto. Suena tan egoísta y melodramático. Cuando lo dijimos, era una verdad funesta y terrible”.

Datos para una biografía

Lucia Berlin (Lucía Brown) nació en 1936. Publicó sus primeros relatos a los 24 años en The Atlantic Monthly y en la revista de Saul Bellow y Keith Botsford, The Noble Savage. Escribió de manera esporádica hasta los años ochenta y, tras la insistencia del poeta Ed Dorn, decidió publicar su primer volumen de relatos, Angels Laundromat. Sus historias se inspiran en sus propios recuerdos: su infancia en distintas poblaciones mineras de Idaho, Kentucky y Montana, su adolescencia glamorosa en Santiago de Chile, sus estancias en El Paso, Nueva York, México o California, sus tres matrimonios fallidos, su alcoholismo, o los distintos puestos de trabajo que desempeñó para poder mantener a sus cuatro hijos: enfermera, telefonista, empleada doméstica, profesora de escritura en distintas universidades y en una cárcel. En 1955 se matriculó en la Universidad de México, donde fue alumna del escritor español Ramón J. Sender. En 1994 ingresó como escritora residente a la Universidad de Colorado, donde también se desempeñó como docente. Berlin publicó seis libros de cuentos, pero casi toda su obra se puede encontrar en los volúmenes Homesick: New and Selected Stories (1990, galardonado con el American Book Award), So Long: Stories 1987-1992 (1993) y Where I Live Now: Stories 1993-1998 (1999). Su relato de cinco párrafos "Mi jockey" ganó el Jack London Short Prize de 1985. En sus últimos años vivió en el garaje de la casa de su hijo. Falleció en 2004, el día de su cumpleaños, de cáncer de pulmón.

Enlaces:

Comentarios

  1. Hola Papá. Soy Pablo. He leído el comentario de tu crítica sobre la obra de Lucía Berlín y he debo admitir que me encanto tu estudio y observación muy atenta sobre la vida y obra literaría sobre esta gran escritora. Eso si, pobre mujer que en vida sufrió penurias para salir adelante en vida. Pero, bueno esto es solo un detalle lo que vale es poder rescatar su creación que ella ha dejado en vida. Y, eso es lo que importa.

    ResponderEliminar
  2. Gracias Pablo. En efecto, Lucía Berlin fue un gran autora y al mismo tiempo una persona que vivió penosas situaciones, dignas de ser llevadas a la novela o al cine. Saludos.

    ResponderEliminar
  3. Hola Carlos. Te paso mi lectura del libro de Berlin. Ahí te menciono, con una curiosidad de cuántos santafesinos leerán esta maravilla. Saludos http://libroscolaterales.blogspot.com.ar/2016/08/manual-para-mujeres-de-la-limpieza.html

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Cintia por la mención. Hay santafesinos que sí leyeron este libro, tales como Patricia Severín y Ángel Balzarino. Y todos nos "deslumbramos" con esta enorme autora. Me alegra saber que a vos también te interesó mucho. Pocas veces ocurre encontrarse con tanto talento. Saludos. Carlos

      Eliminar

Publicar un comentario