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Diseño: Gerardo Morán |
Es tan
infrecuente encontrarse con la excelencia, la extrema calidad y
originalidad en una obra artística, que cuando eso ocurre corresponde
destacarlo, celebrarlo. Eso nos ha pasado con estos más de cuarenta cuentos de
la hasta ahora casi desconocida Lucía Berlin.
Solo en el
último tiempo en los Estados Unidos ha tomado impulso rescatar su obra
narrativa, que únicamente la integran setenta y seis cuentos que se encontraban prácticamente olvidados.
Rescatarlos, recuperarlos, darlos a conocer a los lectores de nuestros días, supone un fundamental acto de justicia y una reparación necesaria para quien fue una escritora de excepción que llevó una vida azarosa, poco feliz, cargada de hijos, cuentas y extenuantes problemas físicos y sociales (fue alcohólica durante gran parte de su vida) y que sin embargo tuvo la entereza de afrontarlos, mientras luchaba por sobrevivir, llevando adelante penosos trabajos de subsistencia.
Rescatarlos, recuperarlos, darlos a conocer a los lectores de nuestros días, supone un fundamental acto de justicia y una reparación necesaria para quien fue una escritora de excepción que llevó una vida azarosa, poco feliz, cargada de hijos, cuentas y extenuantes problemas físicos y sociales (fue alcohólica durante gran parte de su vida) y que sin embargo tuvo la entereza de afrontarlos, mientras luchaba por sobrevivir, llevando adelante penosos trabajos de subsistencia.
Sorprenden
varias cosas: el humor que supo extraer de esas experiencias y volcarlas en
relatos que aunque no son estrictamente autobiográficos, en muchas ocasiones evidencian
que se basan en un amplio anecdotario personal, la fuerza de voluntad que puso
para hacerse cargo de cuatro hijos (mientras sus distintas parejas la
abandonaban o ella optaba por el alejamiento), soportar trabajos mal
remunerados a pesar de sus conocimientos académicos y su dominio de varios
idiomas, superar el alcoholismo y sobrellevar una escoliosis progresiva que le
obligó en determinado momento a cargar con un corsé metálico, mientras la
enfermedad avanzó al punto de perforarle un pulmón y obligarla a vivir sus
últimos años con máscara de oxígeno.
No debe haber sido nada
menor, cuando joven, poseer un rostro de gran belleza, tanto que asombra porque
recuerda a esos rostros infrecuentes del Hollywood de la Edad de Oro, como el de Elizabeth Taylor.
Más allá de
esa circunstancia, la realidad fue que aunque haya tenido algún tipo de
reconocimiento en su país natal o en otros donde vivió (residió en lugares como
México y Chile, hablaba fluidamente el castellano), su obra no tuvo la
repercusión merecida. Esta compilación viene, por suerte, a reparar esa
falta.
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Alí Khan |
Tuvo una madre terrible, familiares alcohólicos, un padre ingeniero que la llevó a vivir a pueblos mineros de los Estados Unidos. Luego se trasladó al exterior, primero a México y más tarde a Chile, en cuya capital, Santiago, vivió como una suerte de princesa, rodeada de un confort y con un nivel que ni antes ni después volvería a ser lo “propio” de su historia personal (el príncipe Alí Khan le dio fuego para su primer cigarrillo). Luego, ya de regreso en su país, mientras luchaba contra el alcoholismo y la escoliosis, tuvo trabajos muchas veces miserables, materia prima de la mayoría de sus cuentos.
En ellos, a
través de ellos, se “ven” las mujeres pobres en acción. Son mujeres, en
general, sin hombres (o porque han muerto o las han dejado o porque ellas
tomaron la decisión de abandonarlos) que afrontan sus historias pequeñas, o
grandes, con paciencia, tenacidad y un innato sentido de la dignidad. Esas
mujeres, a través de la fecunda capacidad narrativa de Berlin, expresan humor sin dejar de evidenciar sus muchas penas, agotadas tantas veces a causa de trabajos extenuantes, exhibiendo el resultado de las luchas contra patrones
considerablemente insensibles (“las señoras siempre suben la voz un par de
octavas cuando les hablan a las mujeres de la limpieza o a los gatos”), sus
dificultades económicas persistentes que son sobrellevadas como mejor pueden (y
saben) en un ámbito de cierto nivel adquisitivo que sin embargo no las contempla.
Esos, sus mundos, tienen que ver con vetustos buses o colectivos, lavanderías, hospitales o
clínicas, enfermedades, barrios marginales, sexualidad omnipresente aunque no
siempre feliz o correspondida, miseria de todo orden, aunque Berlin se cuida de
caer en la autocompasión, en la pintura propia del realismo socialista. Puede decirse que en estos textos expone su personal realismo sucio y veraz y por eso, porque tiene que ver con la
verdad de quien carece no sólo de dinero sino también de planes, del sentido de
la felicidad, se la ha vinculado con el Raymond Carver que –como ella- supo
luchar contra el alcohol, las carencias, el nervio desnudo de la vida.
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Lydia Davis |
Admiradora
incondicional, en un prólogo sugerente, iluminador, Lydia Davis, gran
escritora, expresa, al referirse a la calidad de su obra: “¿Cómo lo consigue
ella? Quizás porque nunca sabemos muy bien qué viene a continuación. Nada es
previsible. Y aun así a la vez todo es sumamente natural, verosímil, fiel a
nuestras expectativas psicológicas y emocionales”.
A su amigo
Stephen Emerson le señaló en una carta, de las tantas que escribió, que
admiraba a Chéjov, con quien se sentía identificada, por “ese desapego técnico
(para narrar), combinado con la compasión", y consideraba fundamental “no
escribir palabras de más”.
En estos
relatos no las hay, cada historia que narra –son demasiado variadas como para
resumirlas acá- resultan exactas. No es tanto así, porque no buscaba lo
“perfecto” sino el secreto profundo del existir, pero el lector percibe al
final de cada texto que difícilmente hubiese lugar para algo más.
La mujer que
traba relación amistosa con un viejo indio en un lavadero, la otra que cuenta
las peripecias sufridas en una clínica clandestina de abortos, la que narra sus
experiencias como “mujer de la limpieza”, la enfermera de hospital, la
asistente en una clínica, la docente que “no puede” con el adolescente indócil
que es casi un delincuente juvenil, la que cuenta una suerte de historia
amorosa con un jockey herido, la que acompaña a su hermana que padece una
enfermedad terminal, la que recuerda el pasado, no siempre agradable, pero en
general matizado, enriquecido, por una mirada irónica que es también de amplia
comprensión del comportamiento humano, tal parte de la galería que va presentando Berlin en sus relatos tantas veces magistrales.
Una vez que
se empieza a leer este libro es difícil dejarlo, conformarse con unos pocos cuentos, porque Lucía sabía cómo “envolver” a los lectores con estas historias
de mujeres que, aquí copiamos de la contratapa, “están desorientadas, pero al
mismo tiempo son fuertes, inteligentes y, sobre todo, extraordinariamente
reales. Ríen, lloran, aman, beben: sobreviven”.
De todo eso
se trata.
Manual para mujeres de la limpieza (A Manual for Cleaning Women. Selected Stories), de Lucía Berlin.
Alfaguara, Barcelona-Buenos Aires, 2016, 429 páginas.
Edición e introducción de Stephen Emerson. Prólogo de Lydia Davis.
Traducción de Eugenia Vázquez Nacarino.
“Una noche Jesse
entró en el cuarto de baño cuando yo estaba leyendo una carta de Nathan. Decía
que tenían que volver a casa. Nos peleamos toda la noche. Pelea de verdad, con
puñetazos y patadas y arañazos hasta que terminamos llorando tirados en el
suelo. Acabamos emborrachándonos a lo bestia durante varios días, pasados como
nunca. Al final estaba tan envenenada por el alcohol que una copa no me hacía
nada, no me calmaba los temblores. Me asusté, me entró el pánico. No me veía
capaz de dejarlo, creía que nunca podría cuidar de mí misma, mucho menos de mis
hijos.
Estábamos
desquiciados y juntos nos desquiciábamos aún más. Decidimos que ninguno de los
dos merecía vivir. Jesse nunca llegaría a ser músico, ya lo había echado por la
borda. Yo había fracasado como madre. Éramos alcohólicos empedernidos. No
podíamos vivir juntos. Ninguno de los dos encajaba en este mundo. Así que lo
mejor era morir. Resulta violento escribir esto. Suena tan egoísta y
melodramático. Cuando lo dijimos, era una verdad funesta y terrible”.
Datos para
una biografía
Lucia Berlin (Lucía Brown) nació en 1936.
Publicó sus primeros relatos a los 24 años en The Atlantic Monthly y en la revista de Saul Bellow y Keith
Botsford, The Noble Savage. Escribió
de manera esporádica hasta los años ochenta y, tras la insistencia del poeta Ed
Dorn, decidió publicar su primer volumen de relatos, Angels Laundromat. Sus historias se inspiran en sus propios
recuerdos: su infancia en distintas poblaciones mineras de Idaho, Kentucky y
Montana, su adolescencia glamorosa en Santiago de Chile, sus estancias en El
Paso, Nueva York, México o California, sus tres matrimonios fallidos, su
alcoholismo, o los distintos puestos de trabajo que desempeñó para poder
mantener a sus cuatro hijos: enfermera, telefonista, empleada doméstica,
profesora de escritura en distintas universidades y en una cárcel. En 1955 se
matriculó en la Universidad de México, donde fue alumna del escritor español
Ramón J. Sender. En 1994 ingresó como escritora residente a la Universidad de
Colorado, donde también se desempeñó como docente. Berlin publicó seis libros
de cuentos, pero casi toda su obra se puede encontrar en los volúmenes Homesick: New and Selected Stories
(1990, galardonado con el American Book Award), So Long: Stories 1987-1992 (1993) y Where I Live Now: Stories 1993-1998 (1999). Su relato de cinco
párrafos "Mi jockey" ganó el Jack London Short Prize de 1985. En sus
últimos años vivió en el garaje de la casa de su hijo. Falleció en 2004, el día
de su cumpleaños,
de
cáncer de pulmón. Tenía sesenta años
Hola Papá. Soy Pablo. He leído el comentario de tu crítica sobre la obra de Lucía Berlín y he debo admitir que me encanto tu estudio y observación muy atenta sobre la vida y obra literaría sobre esta gran escritora. Eso si, pobre mujer que en vida sufrió penurias para salir adelante en vida. Pero, bueno esto es solo un detalle lo que vale es poder rescatar su creación que ella ha dejado en vida. Y, eso es lo que importa.
ResponderEliminarGracias Pablo. En efecto, Lucía Berlin fue un gran autora y al mismo tiempo una persona que vivió penosas situaciones, dignas de ser llevadas a la novela o al cine. Saludos.
ResponderEliminarHola Carlos. Te paso mi lectura del libro de Berlin. Ahí te menciono, con una curiosidad de cuántos santafesinos leerán esta maravilla. Saludos http://libroscolaterales.blogspot.com.ar/2016/08/manual-para-mujeres-de-la-limpieza.html
ResponderEliminarGracias Cintia por la mención. Hay santafesinos que sí leyeron este libro, tales como Patricia Severín y Ángel Balzarino. Y todos nos "deslumbramos" con esta enorme autora. Me alegra saber que a vos también te interesó mucho. Pocas veces ocurre encontrarse con tanto talento. Saludos. Carlos
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