En “Arenas movedizas”, su último libro recientemente
difundido en nuestro idioma por Tusquets, contó largamente sobre el
padecimiento que le significaba el cáncer que le descubrieron hace pocos años.
Sabía que libraba una lucha más que desigual, porque la enfermedad se le había
extendido a varias partes de su cuerpo, pero era irremediablemente optimista y lo
habrá seguido siendo hasta lo último, porque el escritor sueco Henning Mankell –fallecido
hoy- no era hombre de bajar los brazos, estaba comprometido con la vida, con el
mundo, con los débiles, y lo demostraba todo el tiempo.
Fue, podría decir, nuestro amigo personal aunque él no
lo supiera, porque nos regaló a ese extraordinario personaje llamado el
inspector Kurt Wallander, protagonista de novelas de intriga, suspenso y
muertes, recargadas de denuncias sociales, que mostraban la “otra cara” de la
democrática Suecia. A través de ellas, y de Wallander, otro moderno Quijote,
Mankell pudo denunciar el abuso de poder, la presencia de las fuerzas oscuras y
reaccionarias que también anidaban en su país (y que, entre tantas otras cosas,
fueron responsables del asesinato del ex ministro Olof Palme), la persecución de
los inmigrantes, de las mujeres, los negocios turbios de los dueños del dinero,
el abandono que sufrían niños y adolescentes, los entresijos de la política. Y
tantas otras cosas.
Mankell nos contó todo eso en sus largas novelas, que solían
transcurrir en Ystad, al sur de su país, “pegada” a Dinamarca, y que superaban
sus debilidades debido al gran personaje y sus interminables conflictos
emocionales, a las denuncias aludidas y a las intrigas, bien montadas, mejor resueltas. Así como a los personajes menores, concurrentes e infaltables que
también se hicieron nuestros amigos. Como lo fueron de millones de sus
fervorosos lectores que siempre aguardaban “algo más” de la dupla
Mankell-Wallander, y que él supo corresponder con títulos difíciles de olvidar
como lo han sido “Asesinos sin rostro”, “Los perros de Riga”, “La quinta mujer”,
“El hombre sin rostro” o “El hombre inquieto”, hasta completar un total de once
volúmenes, al que hay que añadir “Antes de que hiele”, protagonizado por su
hija Linda, inesperadamente devenida policía (luego de haber mantenido una
larga y tortuosa relación con su padre), en tanto Wallander aparecía como personaje
secundario.
Pero Mankell fue también hombre de teatro y una persona
muy generosa. En efecto, en vez de disfrutar de las mieles de su éxito en
Europa, año tras año se radicaba en Maputo, capital de Mozambique, en el
corazón de África, en el que dirigió el teatro Avenida y montó un sinfín de
obras de la dramaturgia universal, llevando cultura a una región extremadamente
necesitada de ella. También escribió varias novelas “africanas” así como otras
más, ajenas al mundo de Wallender y que superaron la docena.
Mankell había nacido en Estocolmo en 1948, pero la mayor
parte de su niñez y su adolescencia las vivió en el interior de Suecia.
Practicó diversos oficios, hasta que, cuando fue lo suficientemente conocido
como escritor, se dedicó en exclusividad a la literatura y al teatro. Estaba
casado con Eva Bergman, hija del gran Ingmar, con quien mantuvo una gran
amistad.
Una persona como lo fue Mankell será muy difícil de
olvidar.
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El personaje de Kurt Wallander fue beneficiado por las
excelentes interpretaciones que de él hicieron, en sendas series televisivas que han
recorrido el mundo, el inglés Kenneth Branagh y el sueco Krister Henriksson.
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