“La última felicidad de Bruno Fólner, de Mempo Giardinelli
Edhasa, Buenos Aires, 2015, 152
páginas
Bruno Fólner no tiene ese nombre,
pero con él –ya bien pasados los sesenta años- quiere inaugurar un nuevo ciclo
en su vida. En realidad, empezar a ser otro, de cero, como un Robinson Crusoe
de nuestros días que buscase su propia isla, para comenzar allí una nueva
historia personal, que se propone vivir (y de cierta manera escribir) de ahí en
más.
Este imposible, es contado con
agilidad y profundidad narrativa por el argentino Mempo Giardinelli quien con La última felicidad de Bruno Fólner regresa a la novela, luego de once años
de “silencio” en relación al género. Con el autor de Santo Oficio de la
Memoria mantuvimos
el siguiente diálogo:
De cierta forma nos habías “mal acostumbrados” a contar
con una nueva novela cada pocos años, sin embargo aunque hayas publicado otra
clase de libros, ha habido un silencio
de casi una década en cuanto al novelista. ¿A qué se debió?
Fueron exactamente once años sin
novela nueva, desde Visitas después de hora, de 2004. Se dice
fácil, pero fue un tiempo largo y doloroso, debido a la simple y por momentos
durísima razón de que las tres novelas que intenté en estos años no me
convencieron. Y yo soy de los que piensan que si uno no está convencido de un
texto, es mejor no publicarlo.
En tu narrativa, la muerte ha tenido particular
“protagonismo” (por ejemplo en Luna caliente, Qué solos se cuentan los
muertos o El décimo infierno), pero parece haberse acentuado –si cabe la
palabra- en tus dos últimas novelas, hablo de Visitas después de hora y la que ahora ha aparecido. ¿Qué reflexión podés hacer al respecto?
La muerte es el hecho primero y
más antiguo, dice Canetti, y acaso el único hecho. Y yo diría que también
esencial, al menos para la literatura. Y además sucede que soy argentino y de
una generación que le vio el rostro a la muerte de manera tan prematura como
feroz. Por eso alguna vez pensé y dije que escribía para espantarla. Sin
embargo, no creo que el protagonismo literario de la muerte se haya
"acentuado" en mis últimas dos novelas. En todo caso, quizás aprendí
a interrogarla un poquito mejor.
Un escritor de ficciones
Sin embargo, el personaje Fólner
muestra una particularidad vitalidad, una apuesta a la vida más allá de
cualquier adversidad. ¿Sentís vinculaciones entre la “filosofía” de vida de
Fólner y la tuya?
Me parece que las
vinculaciones entre autores y personajes son inevitables, pero eso no es
importante. Nosotros escribimos ficciones, no autobiografías disimuladas. Y
como decía mi maestro Juan Filloy, nosotros les prestamos carácter a los
personajes y eso es todo, porque ellos son ellos y nosotros simples amanuenses.
En cuanto a la vitalidad y apuesta a la vida, sí, es cierto, y ahora me doy
cuenta de que en Fólner el préstamo tiene que ver con cuestiones que yo he
vivido y que, digamos, he sublimado en este texto para reflexionar sobre la
muerte digna.
La anterior pregunta tiene particular sentido porque Fólner es, antes
que nada, un escritor. ¿Cuánto de autobiográfico ha habido en la construcción
y, especialmente, en determinadas afirmaciones y peripecias de dicho
protagonista?
Creo que nada; solamente el
recurso fácil de que siendo el personaje un escritor más o menos mediocre yo
podía ver en él cierto modo de razonamiento, digamos, gremial. Si Bruno Fólner
hubiese sido ingeniero, médico o contador público, no sé si hubiese sabido
prestarle el carácter que lo constituye, o me habría sido quizás mucho más
arduo. Pero de autobiográfico, nada. No tengo nada que ver con el personaje.
Aunque por supuesto me divirtió, conscientemente, pensar en algunos rasgos
comunes que a lo largo de la escritura quedaban como guiños al lector, apenas
miguitas de pan: ser sesentón, chaqueño, escritor, marginal. Pero a mí no me
interesan los lectores que en las novelas buscan la vida del autor; me
interesan los que saben que leen ficciones. Yo no sé nada de la vida de Joyce,
y no leí Ulises pensando en el autor, del mismo modo que no leí
toda la obra de García Márquez buscándolo a él en sus personajes. Yo leo
novelas. Ficciones. Y quiero que mis lectores también, no que anden
psicoanalizando a los autores.
El nombre supuesto que elige el protagonista es una suerte de “argentinización” del apellido Faulkner. ¿Qué te significa el autor
norteamericano; interpretás que ha incidido en tu obra en tu manera de encarar
la literatura?
Sí, claro, e incluso un académico
norteamericano que leyó el original me señaló que castellanizado debía ser
Folkner, con k. Pero preferí mantenerlo argentinizado, o sea más ligero, un
poco cachafaz. Y es claro que William Faulkner fue importantísimo para mí. Mi
mamá lo leía con fascinación y yo, de chiquito, me familiaricé con él. Leí Mientras yo agonizo cuando tenía catorce años, y quién sabe qué
entendí... Después seguí con El sonido y la furia, me volví loco
con todos sus cuentos y ya de grande leí Santuario, para mí una
novela precursora del hoy popular género negro. Y es claro que lo siento uno de
mis padres fundadores, como dicen los norteamericanos.
Al respecto: ¿a qué otros autores considerás como
“propios”, en el sentido de sentirlos cercanos, a quienes se lee con cierta
asiduidad o han tenido algún tipo de influencia en tu obra?
La pregunta propone, de hecho,
varias posibilidades. Propios considero a mis dos maestros, mis dos Juanes:
Rulfo y Filloy. La vida fue en este sentido muy generosa conmigo, porque me
permitió estar muy cerca de ellos. Cercanos yo diría que fueron y son otros con
los que compartí vida y lecturas, y cuyas obras narrativas o poéticas he
seguido y sigo de cerca: Osvaldo Soriano, Angélica Gorodischer, Fernando Operé,
Laura Freixas, Guillermo Martínez, Miguel Molfino, Mariángeles Pérez López y
varios más, entre ellos vos mismo, Carlos. Los que leí y leo asiduamente son
los otros maestros que me formaron: Dostoievsky, Chejov, Kafka, Chandler, Emily
Brontë la de Cumbres borrascosas, Cervantes cada dos por tres (lo
tengo en mi e-book y lo hojeo en los aviones), Thomas Mann, Caldwell, Rabelais,
Dante Alighieri, no sé, son un montón... Y que hayan ejercido influencias,
bueno, todos ellos y muchos/as más, que mejor no enumerar para no aburrir.
La actual literatura argentina
En cuanto a la literatura argentina, aunque en estos últimos
años han surgido nombres de significación, como los de Samanta Schweblin, Selva Almada, José María Brindisi o Hernán Ronsino (por citar al azar y
a sabiendas de que son muchos los "olvidados") se han producido esas ausencias definitivas que dejan grandes huecos, tan difíciles de cubrir, como
las de Juan José Saer, Isidoro Blaisten o Héctor Tizón, ¿cómo ves al actual panorama literario en nuestro país?
Pienso que la literatura siempre
está en transición. Puede haber momentos o épocas que se definen por
determinadas figuras y obras estelares, pero la transición está, si se me
permite decirlo, en el ADN de la literatura. Siempre está en transición, y por
fortuna es así. Desde luego que algunos, por razones etarias y de la formación
que tuvimos, sentimos nostalgia de figuras como Saer y Tizón, y también Daniel
Moyano, Amalia Jamilis, Soriano y tantos más. En este sentido, pienso y tengo
escrito que la literatura argentina de estas tres décadas en democracia goza de
muy buena salud, y ofrece obras muy interesantes. Correlativamente, me
interesan y saludo el surgimiento de nuevas figuras, si bien me alarma la
publicidad facilonga que se les hace
a muchos y muchas que no me parece que valgan gran cosa... Lo cual, en rigor,
es peligroso para ellos mismos. Por ejemplo, soy amigo de Samanta Schweblin y
la leo con fruición; y por su solidez, originalidad y personalidad confío en
que ella no se va a marear. Pero no sé si será igual en otros casos, como sé
muy bien que ninguna generación literaria, en ninguna literatura del mundo,
puede estar formada en cada década por docenas y docenas de dizque
"grandes escritores" emergentes.
Permitime una opinión personal, subjetiva: de lo que estoy
seguro es que no hay federalismo en el país, mucho menos en el plano cultural y
por consiguiente en el literario. En tanto, has vivido en tres escenarios
disímiles: en el exterior, en Buenos Aires y desde hace años en Resistencia, lo
cual te posibilita contar con una perspectiva particular. ¿Cuál es tu opinión
sobre el tema?
No sería
tan lapidario respecto del federalismo en nuestro país; no diría que no existe.
Sí creo que hay un federalismo zarandeado y cuestionable en lo político,
digamos, pero que precisamente en el plano cultural y literario ha venido
modificando positivamente el escenario. Por ejemplo, la dictadura canónica de
la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA) ya se ha quebrado, o al menos
debilitado muchísimo: la literatura argentina concebida con exclusivos
criterios municipales porteños hoy está cuestionada. Hay editoriales de todo
tamaño en todo el país. Que publican mucha hojarasca, desde ya, pero también
rescatan obras valiosas. Autores como Moyano, Tizón, Perla Suez, Graciela
Bialet, María Teresa Andruetto, Molfino, Scotti, Clementina Rosa Quenel,
Libertad Demitrópulos, Van Bredam y tantos/as más, hoy tienen una circulación
que hasta hace veinte años era inimaginable, o dependía de indignas ediciones
de autor. Incluso, y más allá de muchas acciones que se puedan cuestionar, las
gestiones culturales oficiales de Torcuato di Tella y José Nun, y también las
de quienes los siguieron, abrieron el panorama. Hoy hay museos y teatros recuperados
en todo el país, y la ciudad de Buenos Aires dejó de tener dos secretarías de
cultura a su servicio. Ahora tiene sólo una, como debe ser. Y en cuanto a mi
caso personal, he vivido largas temporadas en geografías diferentes, y creo que
el mejor beneficio de ello es que me permite comparar. El federalismo es un
problema en todos los países de grandes extensiones. Lo aprecié en los Estados
Unidos (he vivido en una pequeña ciudad universitaria del Estado de Virginia)
donde todo es peculiar y contradictorio; y en México donde sus paradojas se
expresan más bien en lo histórico-folclórico-turístico. También en Brasil,
adonde voy muy seguido, y donde todo es como en Argentina pero multiplicado por
diez. Y hasta en Rusia, donde estuve hace poco y el federalismo también es un
tema candente. O sea que tampoco en esto somos tan originales los argentinos.
El comentario
Bruno Fólner
ha tenido otro nombre y otra vida cuando llega a Praia Macacos, en Brasil. Procede de la Argentina, en la que ha dejado hijos, recuerdos, y actos (o, para
mejor precisarlo, las consecuencias de determinados actos) que pesan sobre su
espíritu, que le reclaman, aunque su idea es la de cambiar, volverse una nueva
persona libre de ataduras.
Praia Macacos
es el sol, la naturaleza primitiva, es el mar, y hasta es una mujer a la que encuentra,
vestida de blanco y descalza, observando el mar en el que (quizás) perdió a su
amor. Ese “todo” parece decirle que –precisamente- todo eso que quiere, vale
decir volverse el hombre nuevo rescatado de entre sus propias cenizas, le es
posible. Ese futuro, ambicionado, bordado hasta lo último en su imaginación,
parece aguardarlo no bien él se decida poner manos a la obra.
Giardinelli,
con agudeza de narrador, se “mete” en los entresijos del pensamiento íntimo de
su personaje, nos hace ver cuáles son sus ambiciones –entre extremas y
pueriles- que, de manera central, consisten en escribir la novela que se debe,
y vivir nuevas experiencias que lo alejen de aquello que ha dejado atrás.
Por supuesto,
hablamos de un imposible, algo que Fólner no quiere admitir y por eso,
tozudamente, una y otra vez arremete contra el muro de la realidad, que lo
acosa, tanto por lo que le ocurre en el ahora,
como por lo que dejó atrás. Lo acosa en su espíritu y, el lector lo irá
advirtiendo de a poco, lo acosará aún más en su presente cotidianeidad.
Esta novela,
que mantiene su interés a lo largo de todo su impecable desarrollo, habla
centralmente del amor. De un amor que ha llevado al protagonista a cometer un acto
extremo. Acto que cree fue justo y correcto aunque haya implicado pérdida y
dolor.
Por supuesto,
el pasado no retorna, pero deja huellas y muchas veces huellas profundas. Fólner intenta vivir su nueva vida con intensidad, se lo propone en todo
momento, incluso con la mujer (cierta o imaginada) que descubre en la
playa y hasta con la nueva novela que “ya mismo” va a ponerse a escribir aunque la ha venidopostergando de manera indefinida. Por supuesto también, "tironea"en su vida cuanto dejó atrás que tiene un precio muy alto (que al final el
protagonista deberá pagar).
Resulta un
bello texto la nueva ficción de Giardinelli. Bello no sólo por estar muy bien
escrito, sino por la poesía que lo informa y enriquece, y por el personaje que
nos entrega, ese escritor frustrado que quiere ser como siempre se lo propuso:
ser él mismo, contra viento y marea.
En un ránking personal (y por lo tanto discutible) La última felicidad de Bruno
Fólner ocupa uno de los primeros lugares en la vasta producción del
autor chaqueño, quien evita el facilismo
de lo circunstancial. Él, siendo una persona tan politizada, también se
enriquece al no “contaminar” a su novela con la coyuntura, la crónica de lo
inmediato, la propia política. Se trata de literatura, parece querer decirnos,
o sea un territorio rico en sí mismo, libre, que debe ser siempre
autosuficiente. Y acierta con su apuesta.
“Y
eso es todo. O debería serlo. ¿Qué más puede decir un padre expulsado del
Paraíso? Ya es un hombre grande, y no está enfermo, pero la suya es una vida
con plazo más o menos fijo y encima con el peso de la culpa, esta grandísima
culpa que presiona como una plancha en el pecho, maciza, ilevantable”.
Datos para un biografía
Mempo
Giardinelli es escritor y periodista. Nació en
Resistencia, Chaco, Argentina, en 1947. Vivió en Buenos Aires entre 1969 y 1976,
estuvo exiliado en México entre 1976 y 1984 y cuando regresó fundó y dirigió la
revista "Puro Cuento" (1986-1992). Entre 1993 y 2000 se radicó en
Paso de la Patria, Corrientes. Desde 2001 reside en Resistencia, donde preside
la Fundación que lleva su nombre y en la que se desarrolla una intensa tarea de
difusión cultural.
Es autor de novelas, libros de
cuentos y ensayos, y escribe regularmente en diarios y revistas de la Argentina
y otros países. Su obra ha sido traducida a veinte idiomas y ha recibido
numerosos galardones literarios en todo el mundo, entre ellos el Premio Rómulo Gallegos 1993 y el Premio Pregonero de Honor 2007. Ha recibido distinciones y becas, dictó
cursos, seminarios y talleres. En su obra se destacan las novelas La
revolución en bicicleta, El cielo con las manos, Luna caliente (llevada al
cine), Santo oficio de la memoria (Premio Rómulo Gallegos), El décimo
infierno, Cuestiones interiores, Visitas después de hora y La última
felicidad de Bruno Fólner, los libros de cuentos Vidas ejemplares, Gente
rara, Estación Coghlan y Soñario (sus Cuentos completos fueron
publicados en 1999) y los ensayos El género negro, El país de las
maravillas, El país y sus intelectuales y Volver a leer. Es autor de
varios cuentos infantiles y ha preparado numerosas antologías.
Enlaces
Sitios de
Mempo Giardinelli en internet
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