El caos, de Juan Rodolfo Wilcock. La Bestia
Equilátera, Buenos Aires, 2015, 256 páginas. Edición al cuidado de Ernesto
Montequin
….
“Hoy o mañana o dentro de diez años, esta
irregularidad del cosmos que es mi persona estaba destinada a borrarse, a
desaparecer bajo las siempre renovadas avalanchas de fenómenos y
manifestaciones que componen la majestuosa, inconmovible indiferencia del
universo”.
Juan Rodolfo Wilcock fue una rara avis en el
panorama literario argentino. Un verdadero outsider, que se fue muy joven de su
país natal buscando otro lugar, una especie de paraíso perdido que por supuesto nunca
encontró. Primero eligió a Londres, como la tierra prometida que le resultó
inesperadamente hostil, pero luego de un breve regreso a Buenos Aires se afincó
en forma definitiva en Italia, donde murió hace casi cuarenta años, en extrema
soledad.
Fue autor de una obra tan amplia como muy
personal, gran parte de ella escrita en italiano, aunque sus primeros trabajos
se publicaron en Buenos Aires a partir de la década de 1940. Sus textos
heterodoxos, ligados a la crueldad y al grotesco, así como su lírica poesía,
demoraron mucho en ser reconocidos en Argentina. Su manera de ser, arisca,
dicen que agresiva, cuando no desagradable, no le granjeó amistades. También generó
distanciamientos su actitud altiva, nada concesiva, de entender al arte y a la
literatura. Todo eso lo llevó a vivir una vida aislada, escasamente vinculada
al país donde había nacido en 1919.
A fines de la década de 1990 hubo un intento
de recuperar lo esencial de su trabajo, ya fuere publicando algunos de sus
textos primerizos como traduciendo lo central de sus ficciones italianas. El
intento del sello Sudamericana de Buenos Aires resultó un tanto efímero. Casi
veinte años más tarde, otro sello porteño reedita El caos, uno de sus libros
más reconocidos, de 1974.
"Provistos de escopetas,
los apasionados de la caza
se pusieron a cazar en
el interior del palacio”
Vasos comunicantes
En contratapa del presente volumen, se afirma
que “El caos” es “uno de los referentes más importantes y vivos de la narrativa
argentina, como El juguete rabioso, La invención de Morel y Ficciones”. Es un juicio particular y a
mi entender excesivo, puesto que implica ubicar a Wilcock entre los más
reconocidos autores del relato nacional. Pero, siempre desde mi perspectiva,
esto no niega el valor de su originalidad.
La iconoclasia de sus textos parecen ubicarlo
más próximo a otros escritores de su época juvenil, tales como Macedonio
Fernández, o Santiago Dabove. También, “saltando el charco”, al uruguayo
Felisberto Hernández, aunque difícil que se hubieran conocido. Mucho
más "feroz", y de posiciones estéticas más radicalizadas, a Wilcock debe vinculárselo a las heterodoxias de su tiempo, con
las que mantuvo vasos comunicantes. Como también, y a su modo, las sostuvo con su admirado Jorge Luis Borges (“creo que es el mejor prosista del mundo”,
llegó a decir) y, también, con otro escritor singular: el Marcel Schowb de Vidas imaginarias.
Al reeditarse El caos en 1999, el escritor
argentino Ariel Dilon con mucho acierto expresó; “Como el protagonista del
cuento que da título al volumen, Wilcock descubre que el orden aparente de las
vidas y de los días es apenas un accidente, una excepción, siempre a punto de
ser desbaratada, y borrada, cuando el verdadero amo del mundo repare en ella.
Autor y personaje saltan antes del impacto y abordan la piedra de la
destrucción, convertidos en sacerdotes dedicados a introducir el caos allí
donde su propia indiferencia le había impedido reinar”. (Revista Tres Puntos,
Buenos Aires, 15/7/1999, p.88).
Dieciocho relatos (cuatro de ellos rescatados
para la última reedición) componen este muestrario de seres y situaciones extremas, en los que conviven una cierta forma de piedad (o, al
menos, de comprensión de la soledad humana) con situaciones de horror. Hay
náufragos, personajes que se pierden en pueblos fronterizos, mujeres que a su vez se extravían en parques de diversiones en los que la Verdad está escondida entre
ratas, porque las historias de Wilcock son confusas como confusa es la vida que sólo
un Demiurgo impreciso, inconstante, indescriptible, parece conocer. Descifrar.
Admiraba a Borges,
a Bioy y a Silvina, con
quien mejor se llevaba
El trío irrepetible
Mientras vivió en Argentina a los pocos que
respetaba era a los integrantes del inefable trío integrado por Borges, Bioy y
Silvina Ocampo. Un contertulio de la época, Marcelo Abadi, expresó que a esta última “la adoraba”. Con ella escribió una obra teatral, Los traidores.
Eran escasos sus afectos literarios y en general la Argentina peronista lo
asfixiaba, como le ocurría por el mismo tiempo a Julio Cortázar. El autor de Rayuela optaría por París, Juan Rodolfo por Londres
Volvió brevemente a Buenos Aires y luego
decidió radicarse en Italia, de la que nunca más regresó y en la que adoptó la
lengua de ese país donde, como expresé, murió en 1978. La revalorización de su
obra ya había comenzado por voces fundamentales de la Península, como lo fueron
Alberto Moravia, Elsa Morante, Pier Paolo Pasolini e Italo Calvino, por nombrar
a los más significativos. Con cierta lentitud también ha comenzado a ser reconsiderada
en su país natal.
Si bien con el paso del tiempo, Bioy cambió su
perspectiva respecto de Wilcock, llegó a confesar -según lo
recordó el compilador Ernesto Montequin- que “en un comienzo Wilcock le había parecido
antipático, caprichoso y arbitrario hasta la exasperación y que la figura de
(Andrés) Oribe, el poeta exaltado y punzante de El perjurio de la nieve, fue
inspirada por aquel Wilcock primitivo ‘Con una vocecita toda así, como de gato
mimoso, solía decirle las cosas más terribles a la gente que se reunía por la
revista Sur en Villa Victoria' (“La Nación” 1/2/1998).
Más allá de afectos y desafectos,
de antipatías y simpatías, la obra de Wilcock se caracteriza por su originalidad,
sus propuestas rupturistas, la decisión de ser un “extraterritorial”, al decir
de George Steiner, “viviendo” en su lengua, en su auténtico territorio
personal, allí donde sólo pueden habitar los grandes, como ocurriera con
Nabokov o Gombrowicz, con Beckett o Joyce. Aunque empobrecido en múltiple sentido,
la ambición literaria nunca lo abandonó y ese fue su gran legado.
“Y en ese momento,
delante del mar del mercurio que la luna y la espuma adornaban con superior
distracción, vigilado por un águila, suspendido entre el cielo y los escollos
en una gruta, me pareció entrever una especie de verdad, un pliegue por así
decir de la túnica transparente de la Verdad que hasta entonces me había
eludido. Y esa verdad era el absoluto imperio del caos, la omnipresencia de la
nada, la suprema inexistencia de nuestra existencia”.
Perfil
Juan Rodolfo Wilcock nació en Buenos Aires en
1919. Se recibió de ingeniero civil en 1943. Vivió un tiempo en Mendoza
trabajando en la construcción del ferrocarril trasandino, pero abandonó su
profesión para dedicarse a la literatura. A partir de 1957 se estableció en
Italia, donde permaneció hasta su muerte, ocurrida en 1978. Incursionó en todos
los géneros literarios: poesía, relatos, novelas, teatro. También se desempeñó
como traductor. Obra publicada: Libro de poemas y canciones (1940), Ensayos
de poesía lírica, Persecución de las musas menores (ambos de 1945), Paseo
sentimental, Los hermosos días (ambos de 1946), El caos, Hechos
inquietantes (ambos de 1960), El estereoscopio de los solitarios (1972), El
templo etrusco y Los dos indios alegres (ambos de 1973). En
colaboración con Silvina Ocampo escribió Los traidores (1956). Ediciones
póstumas: El libro de los monstruos (1978), Poemas (1980), La sinagoga de
los iconoclastas (1981), El ingeniero (1996), Sexto (1999) y La boda de Hitler y María
Antonieta en el infierno (2003). El caos fue reelaborado por Wilcock en su
totalidad y apareció por primera vez en castellano en 1974. Participó como
actor de reparto en “El Evangelio según Mateo” de Pier Paolo Pasolini (1964)y su
relato “Los amantes” fue base del cortometraje del mismo nombre dirigido por el
argentino Nahuel de la Calle.
….
Algunos enlaces:
....
Video: Semblanza de J.R. Wilcock, de MandragoraBCN
(traducida del italiano, subida a YouTube en 2009. Duración: 9,27 minutos).
Comentarios
Publicar un comentario