EL INVIERNO DEL LOBO, DE JOHN CONNOLLY



(diseño de Gerardo Morán)

John Connolly regresa con una nueva historia del detective Charlie Parker, la décimo tercera de la serie, ambientada otra vez en el estado de Maine, territorio elegido por el autor irlandés para que su personaje viva experiencias intensas que muchas veces lo han llevado al borde mismo de la locura.

Eso ocurre porque, al tiempo de investigar crímenes y delitos conexos, Parker se sumerge en el territorio del Mal, que no puede eludir porque fuerzas oscuras lo buscan y provocan. En ese sentido, Connolly ha sabido equilibrar y conciliar como pocos dos géneros que no siempre conviven en armonía: el policial y el de terror.

En sus mejores momentos, el autor de Todo lo que muere ha demostrado virtudes narrativas poco habituales. También, una extrema habilidad para contar “en simultáneo” una historia policial negra y clásica y otra, paralela, relacionada con ángeles caídos, dioses vengativos y coléricos y situaciones aterradoras, un poco al estilo de Stephen King.

En su anterior novela, La ira de los ángeles, esa división se encontraba menos disimulada, pero en la ahora comentada (un texto muy atractivo, si se aceptan las reglas de juego que propone el autor), ha vuelto a sus mejores registros, entre los cuales no resulta para nada menor su cuidada escritura.


























“El lobo era un macho joven,
solo y dolorido. Le sobresalían
las costillas bajo el pelaje”.



En un territorio hostilEl “territorio policial” tiene que ver con la muerte de un indigente y la desaparición de su hija. Jude, el indigente, aparece muerto, colgado de una viga, en Portland. Era un hombre que registraba un inusitado nivel cultural para alguien que vivía en la calle y, por lo que se pudo saber, estaba preocupado porque su hija, Annie, había desaparecido y trataba de buscarla. 

Sin embargo, al aparecer colgado la policía estima que se ha suicidado. Pero no es eso lo que piensa Parker, quien había tenido a Jude como a uno de sus informantes confiables.

Y afianza esa convicción al enterarse de que el propósito de Jude era ubicarlo y, eventualmente, contratarlo –aunque no contaba con dinero suficiente- para que encontrara a Annie, Parker se involucra en el caso y decide seguir el derrotero que condujo a Jude hasta un pueblo de Maine, rico, aislado y –a la postre- extraño: Prosperous.

Se da el caso de que el pueblo (áspero, por así decirlo, hostil) especialmente entre sus habitantes más antiguos y conspicuos, tiene sus reglas, una de las cuales (la más extrema) es que nadie debe meter las narices donde no debe. Y dado que el investigador las mete, y cómo, esos mismos vecinos deciden tomar medidas.

No estamos cometiendo infidencias innecesarias, porque se lo señala expresamente en contratapa: “Los habitantes de Prosperous perciben en él (Parker) una amenaza peor que cualquier otra en su larga historia. Y han decidido que Charlie Parker muera para que el pueblo de Prosperous sobreviva”.































"La iglesia, con muros de piedra
gris toscamente labrada, era aún
más pequeña y más primitiva
de lo que yo preveía” (iglesia
antigua en Maine)

El otro ladoHasta ahí lo que se puede contar, puesto que aquello que sigue en la historia es el nuevo misterio que Connolly propone a sus lectores, es decir, el "otro territorio", con la presencia omnipresente del Mal, las viejas leyendas que recobran vida, las creencias fanáticas que se traducen en muertes.

En simultáneo, persiste la probabilidad de que las mentes trastornadas generen hechos violentos como producto directo de sus creencias. Se ve lo que se quiere ver y quizás el pueblo vea, y crea, lo que dictan los razonamientos producto del fanatismo, de los dogmas más delirantes.

Parker no lo entiende así. Tampoco los seres extraños que lo acompañan en sus historias, como el Coleccionista, un “vengador” insaciable que es también enemigo del detective. Ni menos Louis y Angel, los “custodios” de Parker que en esta historia llevan adelante lo que este, por determinadas razones, no puede concretar.

Cuando se lee a Connolly (como cuando se lee a King o al gran maestro Lovecraft), es conveniente que el lector suspenda su incredulidad y se deje llevar por la imaginación del autor y aceptar sus reglas de juego, según las cuales el mundo nuestro de todos los días tiene un “otro lado” siniestro, acerca del cual Connolly -y, especialmente, Parker- conocen de manera considerable. Y el autor sabe transmitir con mucha elocuencia.

El invierno del lobo (The Wolf in Winter), de John Connolly. Tusquets, Barcelona-Buenos Aires, 2015, 424 páginas. Traducción de Carlos Milla Soler.


Una curiosidad: con historias, intenciones y ambientes muy distintos, Connolly y la novelista norteamericana Sue Grafton han pergeñado dos personajes extremadamente parecidos: el Jude de Connolly y el “sin techo” de la más reciente historia de Kinsey Millhone, Whisky. Ambos personajes son extrañamente cultos, de compleja personalidad y los dos, antes de morir, han tenido la intención de buscar y contratar a los detectives que animan dichas historias. Como las novelas han salido prácticamente en simultáneo, corresponde sólo hablar de coincidencias asombrosas y no de imitaciones premeditadas.


“Me echaba ya cuerpo a tierra cuando me alcanzó el primer disparo de escopeta y los perdigones me arrancaron la piel de la espalda, el pelo del cuero cabelludo, la carne de los huesos. Sentí ardor”.

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