“Todos éramos hijos”, de María Rosa Lojo. Sudamericana, Buenos Aires, 2014-2015, 247 páginas. En Argentina: 179 pesos.
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El Concilio Vaticano II fue un parteaguas en la historia de la Iglesia
Católica e incidió notablemente en los cambios, de actitudes, hasta de vida y
de entender la relación entre religión y sociedad, registrados en diversas
comunidades cristianas. En América Latina el Concilio resultó un acontecimiento
de tal magnitud que repercute hasta nuestros días. La argentina María Rosa Lojo
vivió hondamente, tanto en términos personales como generacionales, esas
sustanciales modificaciones cuando era adolescente y lo refleja en “Todos
éramos hijos”, libro en el que confluyen memoria personal y ficción.
Más observadora que participante, Lojo se ve reflejada
en Frik, protagonista de la historia, una adolescente (al comienzo de la
novela) que va observando esas mutaciones que irán acentuándose con el correr
del tiempo, de manera especial a fines de los ’60 y comienzos de los ’70 de la
centuria pasada, cuando gran parte de la Iglesia Católica proclama su opción
por los pobres y un considerable sector del orbe católico argentino revaloriza y
termina adhiriendo al peronismo.
Son los años de fuerte discusión política,
autoritarismo cuando no dictadura militar, regreso del exilio de Perón,
violencia extrema (que incluyó atentados, ataques a cuarteles, asesinatos y
secuestros, entre tantos otros hechos siniestros) y radicalización de diversos
sectores sociales que alcanzó de lleno al catolicismo. En esos años nació la
llamada Teología de la Liberación, hubo curas que abandonaron los hábitos y se
empezaron a registrar las primeras acciones guerrilleras, principalmente las
del grupo denominado Montoneros, la mayoría de sus integrantes de extracción católica.
Esos extremos son los que observa Frik, vale
decir los notables cambios de conducta que va registrando en la comunidad
religiosa a cuyo colegio asiste, pero también los que se verificaron entre
muchachos y hasta sacerdotes y monjas que ella conoce. Un “disparador” de esta
historia refiere a la puesta en escena de “Todos eran mis hijos”, la obra de
Arthur Miller.
tenido el disparador y el tema
para su drama. Como vimos,
es un texto lleno de matices”.
Lo que la obra denuncia
Al analizar la obra de Miller, una profesora
–Elena- les hace ver a sus alumnos que dicho drama expone en primer plano complacencias
y complicidades con el status quo por
parte de la gente mayor. “Eso es lo que la obra denuncia –reflexiona la docente-.
Lo tremendo es que no son delincuentes o, por lo menos, no lo parecen. Pueden
ser los buenos vecinos de cualquiera, en un barrio tranquilo de los suburbios,
como este donde ustedes viven”.
Aquello que intentó reflejar el autor
norteamericano en esa obra que habla del “después” de la Segunda Guerra
Mundial, es decir, de una gran tragedia, se vuelve símbolo en la
novela/memorias de Lojo. “Mi novela –escribió- los sigue (a sus personajes)
hasta ese umbral”, es decir los cambios de compleja significación que se dieron
en el período indicado en la Argentina, desde el asesinato del ex presidente
militar Aramburu hasta el regreso de Perón al poder y en los que reinaron la confusión,
los errores históricos y las ignominias que aún hoy continúan pagándose en nuestro país.
La autora nos habla de las opciones que cada uno de esos personajes elige:
“Desde la vocación artística e intelectual solitaria hasta el trabajo social y
religioso, o la incorporación de alguno en organizaciones armadas”.
Lo valioso del libro es que aborda una
temática infrecuente en la narrativa argentina, porque no suele ponerse en
texto la vida interna de la feligresía católica, que en esos años experimentó mutaciones
profundas, aunque no en todos los casos, dado que un sector importante (y con mucho peso propio) permaneció inmune. Y no sólo eso, sino que contribuyó en
grado sumo al poder militar que iba a sembrar de noche y horror al país a
partir de 1976.
“La tragedia colectiva –ha reflexionado la
autora hablando sobre su libro- es el registro desde el cual se lee la Historia
en este relato también coral, todos salen heridos, de una u otra manera”. Todos
éramos hijos, todos pagamos las consecuencias de haberlo sido, parece ser su
reflexión.
plumaje multicolor de Papageno,
cuando Frik cerraba los ojos para
escucharlo tocar La flauta mágica”
Una conciencia creciente
Frik, que en el comienzo de la
historia termina de ingresar a la adolescencia, va adquiriendo rápida
conciencia de su entorno a medida que crece –y no sólo en términos biológicos-
y los acontecimientos se precipitan. Porque la autora va vinculando de manera
constante aquello que ocurre a los distintos personajes de su libro con la
historia general del país, más que agitados en aquellos tumultuosos años.
Frick por freak, es decir anormal o diferente según se lo quiera interpretar,
la llamó una estudiante norteamericana que sólo por breve tiempo
estudió en el colegio, pero que la comprendió más que el resto de las restantes
compañeras. Y así le quedó el apodo, relegando el Rosa con la que la bautizaron
sus padres, españoles republicanos, expatriados que de cierta manera nunca
terminaron de hacer pie en el país que les dio cobijo.
Esa “extranjeridad” incide en el
comportamiento de esta mujer que no termina involucrándose con nadie, más
testigo que ninguna otra cosa, mientras observa cómo otros modifican sus
conductas, entre ellos un cura, el padre Juan, que terminará dejando sotana y
celibato para vivir de otra manera su compromiso con los pobres. Elena seguirá
su camino.
Al comienzo de la novela, treinta
serán en total las discípulas de Frik. Al término, sus caminos habrán sido
distintos: una quedará embarazada, otras se casarán, dos serán “desaparecidas”
de la dictadura y no faltará quien tomará los hábitos. Ellos, y muchos más,
terminarán “encontrándose” en una suerte de teatro imaginario, en el que
también se harán presente los muertos, género (¿remedo del teatro de Miller?)
con el que, sorprendiendo al lector, la autora cerrará el libro: ”Creo
que esa pieza de teatro era imprescindible, es el symbolon que sólo se constituye
cuando logran reunirse las esquirlas dispersas de la unidad. No podemos evitar el
desamparo, la intemperie, la agonía de enfrentarnos a lo incomprensible, a la disolución
del sentido. Esa dimensión simbólica es el único espacio donde se puede producir
el encuentro entre los vivos y los muertos”.
“El gozo del
nacimiento cubría el duelo, pero no lo sanaba. Antonio no se recobraría jamás de
la muerte de Ana y, en algún sentido, Frik tampoco. Un agujero negro, fino como
una aguja pero insondable como un abismo le traspasaba el esternón por el resto
de su vida. Un orificio cavado en el hueso impar del centro de su pecho”.
María Rosa
Lojo
nació en Buenos Aires en 1954, hija de españoles, Es escritora e investigadora.
Publicó cuatro libros de microficciones y poema en prosa (“Visiones”, “Forma
oculta del mundo”, “Esperan la mañana verde”
y “Bosque de Ojos”, que recoge los tres anteriores más “Historias del
Cielo”, inédito), cuatro de cuento (“Marginales”, “Historias ocultas en la
Recoleta”, “Amores insólitos” y “Cuerpos resplandecientes”) y ocho novelas
(“Canción perdida en Buenos Aires al Oeste”, “La pasión de los nómades”, “La
princesa federal”, “Una mujer de fin de siglo”, “Las libres del Sur”,
“Finisterre”, “Árbol de familia” y “Todos éramos hijos”). Doctora en Letras por
la Universidad de Buenos Aires, es investigadora principal del Consejo Nacional
de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) con sede en la Universidad
de Buenos Aires. Se ha consagrado al estudio de la literatura argentina y como
investigadora y crítica literaria publicó cinco obras de ensayo (“La ‘barbarie’
en la narrativa argentina (siglo XIX)”, “Sabato: en busca del original
perdido”, “El símbolo: poéticas, teorías, metatextos”, “Cuentistas argentinos
de fin de siglo”, y “Los ‘gallegos’ en
el imaginario argentino. Literatura, sainete, prensa”; como coautora, editora y
directora de investigación “Identidad y narración en carne viva” y dos
ediciones críticas: “Lucía Miranda (1860) de Eduarda Mansilla” y “Sobre héroes
y tumbas de Ernesto Sabato”. Ha escrito diversos trabajos de su especialidad,
dictado conferencias y ha recibido numerosos premios, nacionales e
internacionales, entre ellos el Nacional “Esteban Echeverría” 2004, por toda su
obra narrativa. Varios de sus libros de ficción han sido traducidos al inglés,
italiano, francés, gallego y tailandés.
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Algunos enlaces:
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Video: Presentación de “Todos éramos hijos” en
la librería Gandhi de Buenos Aires (20/4/2015) (1 hora, 26 minutos)
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