“Los bienes de este mundo” (“Les Biens de ce
monde”), de Irène Némirovsky. Salamandra, Barcelona-Buenos Aires, 2014, 220
páginas. Traducción de José Antonio Soriano Marco. En España: 15 euros – En
Argentina: 145 pesos.
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Sin duda, Irène Némirovsky fue una gran narradora
y supo auscultar como pocos el comportamiento de los burgueses de la Francia de
entreguerras, especialmente en la década de 1930 que fue el momento en que
circularon sus excepcionales novelas (“El baile”, “Nieve en otoño”, “El caso
Kurilov”, “El vino de la soledad”, “El maestro de almas”). “Los bienes de este
mundo” forma parte de esta serie, aunque haya sido escrita un poco más
adelante, en los comienzos de la década de 1940. Es, por otra parte, uno de los
pocos textos de la novelista nacida en Ucrania que aún permanecía sin traducir
al castellano.
En rigor, la novela nació como folletín
publicado por el semanario “Gringoire”, entre abril y junio de 1941, sin firma,
por la condición judía de la autora, a pesar de que ella había abjurado de la
religión hebrea convirtiéndose al catolicismo.
Un dato que aporta la Wikipedia en inglés: el
semanario “se animó” a publicarla a pesar de tener una posición favorable a los
alemanes y al gobierno colaboracionista de Pétain. La novela fue presentada
como la “obra inédita de una mujer joven” y al parecer se la publicó para
ayudar a Némirovsky, que atravesaba graves problemas económicos.
Los censores de la época deben haber sido
bastante obtusos (por suerte), porque basta con leer las primeras líneas de la
novela para advertir la sutileza, la delicadeza, las finas ironías de
Némirovsky, quien narra en treinta capítulos (que resultan relatos
interrelacionados), la historia de la familia Hardelot, poderosa propietaria de
una gran imprenta en el pequeño pueblo de Saint-Elme.
Las historias privadas, la
Historia general
En el
comienzo de la novela, que se ubica en los inicios del siglo XX, Agnês es una
joven enamorada de Pierre. Sabe que es correspondida por el descendiente de la
familia Hardelot, pero también es consciente de que Pierre está comprometido
con Simone Renaudin, heredera de una gran fortuna, y que todo está preparado
para que los Hardelot y los Renaudin fundan sus patrimonios casamiento mediante
y consoliden a la imprenta, la más importante de la región.
No está vedado contar acá que Agnês y Pierre
vencerán las dificultades y, para disgusto del todopoderoso abuelo de Pierre y
de sus padres, el joven dejará a Simone para vivir con Agnês, que será de ahí
en más su consecuente compañera.
Esas historias privadas se desarrollarán en el
primer plano de la ficción, mientras que como “telón de fondo” aparecerá, con
mayor o menor nitidez, la propia historia de Francia, especialmente en los
capítulos referidos a la Primera Guerra Mundial, en tanto que en la parte final
Némirovsky hablará a sus contemporáneos en presente, puesto que las acciones se
vinculan con la ocupación de Francia por
las tropas de Hitler, es decir situación que estaba ocurriendo cuando la novela
fue publicada.
“No se debería pasar por esto”, dice Agnès en
algún momento. “Esto” es la guerra, pero también es cuanto ocurre, les ocurre,
en el período de paz, cuando los amores y los odios, la ambición y el
desprendimiento, esos actos contradictorios propios de los seres humanos, se
hacen presentes para ir cambiando las vidas intensas de los distintos
personajes retratados. No debería pasar, pero acontece, y Némirovsky sabe
contar con mucha convicción tales mutuaciones, el advenimiento de los nuevos
tiempos, los cambios constantes de la vida.
Cuando despertó…
Por analogía, se podría remedar el cuento de
Monterroso y decir que cuando ella despertó, el Dragón todavía estaba allí. De
eso no quiso o (más probablemente) no pudo “darse cuenta” al escribir “Los
bienes de este mundo”, dado que se trataba de sobrevivir en un medio hostil, pero
sí tuvo total conciencia de lo que estaba ocurriendo cuando redactaba el largo
e inacabado manuscrito que terminaría siendo “Suite francesa”, mientras corría
una carrera contra el tiempo y la muerte.
Pero me parece pertinente precisar que aunque
la observación de Zanón es válida, la novela tiene excelentes páginas,
personajes y situaciones de alto voltaje. Es notable la capacidad de Némirovsky
para repasar la vida de los franceses (sobre todo de las familias provincianas
y burguesas) y para narrar esos momentos especiales (y, al mismo tiempo,
cotidianos) que se experimentan cuando hay guerras.
En la Primera Guerra Mundial el convocado es
Pierre, en la segunda, el hijo de Pierre y Agnès, Guy. Y entre ellos hay un
gran desfile de personajes secundarios que tienen, en algún momento, algo para
decir. La gran familia burguesa de los Hardelot, con sus luces y sus sombras,
será en todo momento el eje del relato. Más sombras que luces en esta ficción
marcada por el desasosiego, puesto que casi nadie encuentra el sitio adecuado
en el cual apoyarse. Nadie, salvo Agnès y Pierre, quienes logran que prevalezca
el amor, pese a cualquier adversidad.
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Fotografías. Arriba, Némirovsky
con su hija mayor, Denise Epstein, fallecida el año pasado a los 84 años.
Denise fue quien guardó, durante décadas, la valija en cuyo interior se
encontraban los originales de “Suite francesa”, la novela inédita manuscrita en
1942 y publicada en 2004, que permitió recuperar el nombre y la obra de la gran
novelista. Laterales: cubiertas de las ediciones francesa (arriba) y
estadounidense (abajo) de la novela.
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“Se le acercó más, lo atrajo hacia sí y lo
acunó como a un niño. Para ella seguía siendo joven. En su mente, el hijo
ausente y el soldado de otros tiempos casi se confundían. Pero abrazada a él en
la oscuridad, acariciándole la cicatriz de la cadera, recordó que tenía
cincuenta y cuatro años, que era mayor y frágil. Una pena indefinible, una
mezcla de lástima, miedo y amor se unió a las penas de aquellas últimas
semanas”.
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Irène Némirovsky nació en Kiev, Ucrania,
en 1903 y fue asesinada en el campo de concentración de Auschwitz en 1942. Sus
biógrafos señalan que recibió una educación exquisita, aunque tuvo una infancia
infeliz y solitaria. Tras huir de la revolución bolchevique, la familia de la
novelista se estableció en París en 1919, donde Irène obtuvo la licenciatura de
Letras en la Sorbona. Aunque había publicado antes, su carrera literaria
comenzó en 1929 cuando envió la novela “David
Golder” a la editorial Grasset. Tanto esa ficción como las que le
siguieron consagrarían a Némirovsky como a una de las escritoras de mayor
prestigio de Francia. Entre 1929 y 1940 publicó una decena de novelas, siempre
con sostenido éxito, pero la Segunda Guerra Mundial marcaría trágicamente su
destino. Deportada a Auschwitz, donde sería asesinada igual que su marido,
Michel Epstein, dejó a sus dos hijas una maleta que éstas conservaron durante
decenios. En ella se encontraba el manuscrito de “Suite francesa” que pudo conocerse en
2004 y que desencadenó un fenómeno editorial y cultural sin precedentes: la
novela se tradujo a treinta y nueve idiomas, obtuvo numerosos premios —entre
ellos el Premio Renaudot, otorgado por primera vez a un autor fallecido— y fue
uno de los libros más leídos en todos los países donde se publicó, con más de
un millón de ejemplares vendidos en todo el mundo. En castellano se han
publicado sus novelas “Un niño prodigio” (1927; editada la primera vez con el
título de “Un niño genial”), “David Golder” (1929), “El baile” (1930), “Nieve
en otoño” (1931), “El caso Kurílov” (1933), “El vino de la soledad” (1935), “Jezabel”
(1936), “El maestro de almas” (1939) y “Los perros y los lobos” (1940).
Póstumamente se conocieron ocho títulos de la autora, de los cuales se han
traducido tres a nuestro idioma: “Fogatas” (1957), “Suite francesa” (2004) y
“El ardor de la sangre” (2007).
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Algunos enlaces:
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“Jezabel” (“Jézabel”), de Irène
Némirovksy. Salamandra, Madrid, 2012 – Buenos Aires, 2013, 190 páginas.
Traducción de José Antonio Soriano Marco.
Irène Némirovsky ha sido el gran
“redescubrimiento” literario de los últimos años, similar al registrado con la
personalidad y la obra del húngaro Sándor Márai. Ambos fueron brillantes y
populares escritores europeos de los años de entreguerras del siglo pasado,
pero luego ingresaron en un cono de sombras que se extendió por décadas.
A Márai se lo rescató poco después
de su suicidio, ocurrido en 1989. A Némirovsky a partir de 2004, año en que se publicó
su inconclusa novela “Suite francesa” que, manuscrita, sus hijas preservaron
durante años, aunque incapaces de hacerla pública por cuestiones afectivas.
Cuando se la conoció, la obra de la fallecida escritora francesa volvió a tener
una gran circulación, despertando un genuino interés que por suerte no ha
cesado.
“Jezabel” es una novela que
Némirovsky publicó en 1936, cuando tenía treinta y tres años, ya poseedora de
un registro narrativo, de una “voz” particular, muy interesante. En la novela,
la bella y rica Gladys Eysenach es acusada de haber matado a su joven amante,
Bernard Martin, a quien por lo menos duplicaba en edad.
La historia arranca cuando Gladys
es juzgada, para de inmediato remitir al pasado de la hermosa mujer nacida en
Uruguay y luego trasladada a Europa, acostumbrada desde sus primeros años a ser
celebrada y agasajada por su belleza, la que ha aprovechado para hacerse un
lugar en el mundo. Y nunca descender de ese pedestal.
La madre, una obsesión
Fanny Némirovsky, madre de la
novelista, también fue una mujer bella y poderosa, y extremadamente mezquina.
Hizo sufrir mucho a su hija, a la que nunca quiso porque se vio obligada a
tenerla para complacer a su esposo. De manera que fueron distintas niñeras las
encargadas de criar a la pequeña Irène. (En la foto, madre e hija en Biarritz,
en 1912 o 1913).
Además, siempre necesitada de
admiradores, a Fanny le era imprescindible disimular el paso de los años, por
lo que Irène sufrió la condena adicional de ser vestida con ropas de niña aún
cuando era una preadolescente. En el prólogo a “Suite francesa”, Myriam
Anissimov sostiene que Irène “jamás recibió de ella (en alusión a Fanny) el
menor gesto de amor”.
Cuando la familia se radicó
definitivamente en París y el padre afianzó nuevamente su fortuna, Irène fue
alejándose de su madre e independizándose con sus lecturas y sus estudios.
También llevó una vida un tanto frívola, propia de una familia burguesa
acomodada. Sin embargo, nunca tuvo un acercamiento afectivo con su madre.
Distinto fue con su padre, pero éste apenas estaba en la casa, ocupado en sus
múltiples negocios.
Némirovsky sorprendió,
verdaderamente, cuando presentó “David Golder” al editor Bernard Grasset, quien
no terminaba de convencerse de que una mujer tan joven hubiera escrito un libro
de ese nivel, porque a su entender “era la clase de obra que un escritor logra
en su madurez”.
Tomándose el desquite
Ya en 1928, en un texto breve
titulado significativamente “El enemigo”, Némirovsky “trazaba un cuadro
vitriólico de la relación de una madre con sus hijos, cuyas acciones tienen un
efecto devastador”, como señalaba la crítica. Con “Jezabel” continuó con su
personal desquite contra su madre, como ya había ocurrido un año antes en la
historia narrada en “El vino de la soledad”.
Porque está claro que Gladys, esa
mujer que quería tener en forma constante “la intensa sensación, el placer,
casi sacrílego, de ser amada, la deliciosa paz del orgullo satisfecho”, no era
otra que Fanny, suerte de quintaesencia del egoísmo. Razones tenía Irène. Y de
cierta manera a través de su obra se cobraba una suerte de reparación anticipatoria:
cuando las hijas de la novelista fueron a buscar a su abuela (habían
sobrevivido a duras penas durante la Segunda Guerra Mundial) ella no las
recibió, gritando que si eran huérfanas debían ir a un orfanato. Aparte de
afirmar que nunca había conocido a esa tal Irène Némirovsky…
En “Jezabel”, además, es la propia
Irène la que puede verse reflejada en Marie-Thérèse, la hija de Gladys, a la
que ésta también la deja en manos de nodrizas obligándola además a perpetuarse
en una edad indefinida e infantil, vistiéndola con ropas inapropiadas para su
edad, aparte de desatenderla y mostrarse absolutamente ajena a sus
sentimientos. Será ella, en definitiva, la que provocará el desastre, al
oponerse a que su hija mantenga una determinada relación. Veinte años después
esa extrema y mezquina resolución -de una manera sesgada- su actitud de
entonces terminará cobrándole un alto precio.
Novela concisa, estructurada en
breves pero significativos capítulos, “Jezabel” remite alegóricamente al
personaje bíblico que utilizara sus encantos para manipular a quienes la
rodeaban. Y el texto es también la mirada incisiva, nada condescendiente, de
Némirovsky sobre la ociosa clase burguesa a la que pertenecía, pero a la que
nunca pareció perdonar.
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Comentario sobre “El
malentendido”
“El malentendido” (“Le Malentendu”), de Irène
Némirovksy. Salamandra, Barcelona, 2013
– Buenos Aires, 2014, 158 páginas.
Traducción de José Antonio Soriano Marco
Escrita en 1926, cuando su autora tenía
escasos 23 años, y publicada en una revista francesa, “El malentendido” se
demoró varios años en llegar al libro y eso se produjo una vez que Némirovsky fue famosa en Francia.
“El malentendido” es una primera novela y por consiguiente muestra a la
escritora primeriza que, como tal, no puede eludir algunos defectos, pero al
mismo tiempo ya se la ve “asistida” por la extrema sensibilidad que
caracterizaría a su obra, definida –entre tantas bondades- por una refinada
sutileza.
“El malentendido” es una historia de amor.
Pero, también, se trata de un relato que ahonda en la vida y las costumbres,
los valores de clase y las carencias de la alta burguesía francesa. Némirovsky
se muestra muy aguda para captar las bondades y las increíbles (o no tanto)
mezquindades de los integrantes de una pareja amorosa en proceso de
desintegración.
Yves Harteloup, joven veterano de la Primera
Guerra Mundial, pasa sus vacaciones en Hendaya, en la región vasca francesa, y
allí conoce a Denise, una joven casada. Si bien ambos pertenecen a la alta
burguesía parisina, lo cierto es que Yves aunque descendiente de una familia poderosa
lo ha perdido todo y por lo tanto debe trabajar para malvivir, mientras que
Denise lleva una existencia ociosa, propia de quien posee en abundancia.
Así, lo que fue idílico en la playa frente al
mar, en las vacaciones de verano, se volverá complejo cuando ambos regresen a
París. Porque los jóvenes que se han conocido sólo de casualidad, de inmediato
se enamoran y viven una relación clandestina, que intentan mantener en la
capital. Lo logran, pero con múltiples dificultades, puesto que Ives sufre la
rutina del trabajo y los agravios de sus limitaciones económicas, en tanto que
la mujer se aburrirá en su mansión atormentándose gratuitamente por no sentirse
correspondida.
Egoísmos e hipocresías
La novela es un tanto breve y antes que una
historia de hechos, estamos ante un texto que se detiene en la complejidad de
los sentimientos. A Yves le cuesta mucho el vivir cotidiano, porque ha perdido
las referencias propias de la clase a la que perteneció y debe luchar en el día
a día por la subsistencia. A su vez, Denise no termina de interpretarlo, porque
no logra comprender lo que son las carencias de la gente común.
La virtud central de Némirovsky reside en la
profunda comprensión que tiene de y hacia los personajes que ha creado,
criaturas de ficción que parecen tomadas de la muy concreta, muy carnal, vida
real y que quizás lo hayan sido. La autora de “Suite francesa” supo penetrar en
la contradictoria condición humana y contarla con todos sus matices.
Si bien el título de la novela se refiere al
episodio final de la historia, puede tomarse como símbolo de todo el relato,
puesto que es el malentendido el que se “instala” en la pareja, aquello que
impide el diálogo franco de Yves y Denise, quienes callan más de la cuenta, no
se expresan como deberían y por lo tanto a cada instante caen en la mala
interpretación de los actos y las palabras del otro.
La novela es lineal y cronológica, se detiene
una y otra vez en los pensamientos y las obsesiones de ambos protagonistas,
mientras que los restantes personajes apenas si aparecen como “esfumaturas”,
incluido el marido de Denise, quien sospecha el adulterio de su mujer, pero se
niega a indagar.
La condición judía
Irène Némirovsky nació en Ucrania, pero vivió
en Francia casi toda su vida. Tuvo una pésima relación con su madre, quien
siempre la desatendió y sólo se dedicó a sí misma y a su vida hedonista. Por
consiguiente, Iréne vivió distanciada de su madre y a los 23 años, ya residiendo
en París, se separó aún más al casarse con el banquero Michel Epstein.
Esa mala relación, más el hecho de buscar una
mayor conexión con la burguesía francesa, la llevó a la conversión al
catolicismo y a alejarse de todo lo que fuere la “condición” judía. Ella nunca
admitió esto último, pero lo cierto es que en sus libros los personajes judíos
aparecen como caricaturas, seres desagradables, ávidos de dinero. Se sabe,
tristemente, que todos esos esfuerzos resultaron vanos y que la autora, así
como su esposo, fueron asesinados en el campo de concentración de Auschwitz.
Aunque en su vida Irène intentó ser aceptada
por los burgueses de la época, no les concedió favor algún en las exitosas
novelas que escribió y publicó en la década de 1930. Tampoco lo hizo en “Suite
francesa”, la novela que intentó escribir en el “exilio” vivido en el interior
de Francia cuando las tropas alemanas ocupaban París. Es sabido que el texto
quedó inacabado, que sus hijas demoraron décadas en transformarlo en libro y
que cuando eso ocurrió, en 2004, la novelista y su obra recuperaron una
vigencia que nunca debieron haber perdido.
Y, la verdad sea dicha, Yves y Denise, representantes
de dicha burguesía, no quedan bien
parados en esta primeriza historia. Él, porque nunca termina de asumirse como
un ser empobrecido. Ella, porque nadando en la abundancia no comprende a
quienes no poseen, entre ellos su amante. Y ambos, porque ahogados por el amor,
no logran salir de la autorreferencialidad y entender en profundidad al que
dicen amar. Historia sobre los sentimientos que queda resonando en el lector
luego de cerrar el libro. Bienvenido el rescate.
En el video, Conversación con Denise (2009, en francés):
Pues, aquí seguiremos leyendo tus maravillas, querido amigo. Con el placer de siempre. Enorme abrazo solidario.
ResponderEliminarMuchas gracias, cálidas palabras que valoro de verdad. Seguimos en la brega, como ocurre con la reconocida directora de Gaceta Virtual, de larga y merecida fama. Saludos, Carlos
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