TUS PASOS EN LA ESCALERA, DE ANTONIO MUÑOZ MOLINA

Tus pasos en la escalera, de Antonio Muñoz Molina
Seix Barral (Planeta), Barcelona-Buenos Aires, 2019, 319 páginas
En España: 19,90 euros. En Argentina: 789 pesos

El español Antonio Muñoz Molina ha regresado con gran fuerza a la ficción con esta novela que (en principio) se reclama intimista y que habla de la intensa relación de quien cuenta, Bruno, con su mujer, Cecilia, a la que aguarda con mucha paciencia en la nueva casa de Lisboa.

Esta pareja española viene de haber vivido la experiencia de residir en Nueva York, una ciudad a la que el narrador pinta con tonos sombríos: “La ciudad que me había estimulado tanto cuando la visitaba me aturdía y me angustiaba ahora que vivía en ella”.

Visión negativa, que en su caso se agudizó por dos situaciones extremas: la primera, haber sido testigo, junto con Cecilia (a quien había conocido en ese tiempo), del ataque extremista a las Torres Gemelas. La segunda, por resultar despedido de su empleo, en el que nunca se sintió cómodo, contenido. Y por causas que en la historia no se terminan de aclarar.

Larga espera de la mujer, junto a Luria, la perra de la familia que han traído desde Estados Unidos. Amo y perra testigos de los cambios que van introduciéndose en la casa lisboeta, que guarda muchos recuerdos y semejanzas con lo dejado atrás en Nueva York y que un argentino, Alexis, se encarga de arreglar con sorprendente eficacia.

Aquello que va narrando Bruno no sale, en principio, de la rutina, casi se diría del lugar común. En su vida ocurren pocos acontecimientos que él busca no acrecentar porque se encuentra en una total actitud de espera. Aguarda a Cecilia con máximo interés y, se interpreta, con todos sus sentidos. Hasta Luria parece participar de esa espera, de ese paréntesis en el que se ha sumergido Bruno, y del que sólo se propone emerger cuando escuche los “pasos en la escalera” de su esposa.

Aunque, en la espera, algo más lo acompaña: le preocupa de manera obsesiva la marcha de la humanidad y quien lee la novela está advertido desde el primer párrafo: “Me he instalado en esta ciudad para esperar en ella el fin del mundo”. Frase de desasosiego, propio de quien ha experimentado el ataque de terror a las Torres y que acrecentará con lecturas sobre otros acontecimientos que refieren al calentamiento global, la irrupción de las nuevas derechas y tantas otras calamidades contemporáneas.

Atento, lector, atenta, lectora, a las apariencias, a los espejismos, a los símiles de los trompe-l'œil o trampantojos, esa técnica arquitectónica que buscaba engañar al distraído con aquello aparente que podía conducir a deducciones equivocadas. Eso de ver lo que no está.

Adolfo Bioy Casares
Aquello que subyace. Porque Muñoz Molina, hábil para las apariencias y los juegos equívocos, está contando esa historia, la que narra Bruno. Pero también otra, para la que el lector deberá estar alerta, porque en este caso se trata de los indicios, las señales que el autor va “esparciendo” en el texto, indicios a los que Bioy Casares era tan afecto.

Porque, como bien dice José-Carlos Mainer en “El País”, esto que Bruno va narrándonos “disemina las sospechas de que algo no es como parece en la ceremonia de restitución del pasado”. Se refiere tanto a lo que el narrador recuerda, como al intento –que de por sí suena a falso o, en todo caso, a un imposible- de rehacer con máxima fidelidad la casa que se dejó del otro lado del Atlántico en el nuevo enclave lisboeta.

O, como le expresa el autor al periodista Juan Cruz, “estás intentando crear un duplicado del mundo que has perdido”. El mundo perdido, lo recuerda obsesivamente Bruno, ha sido profundamente alterado por el gravísimo atentado de 2001, y de cierta manera se lo refresca el amigo Dan Morrison, un norteamericano que lo sorprende al visitarlo y que, al hacerlo, le genera una ansiedad inapropiada. Algo se ha quebrado allí. Algo deja de ser lo que ha sido hasta ese mismo momento.

Inquietud de quien va leyendo esta novela. E inquietud doble porque Cecilia no termina de corporizarse en la nueva casa. Ella es una científica vinculada al gobierno de los Estados Unidos y que estudia, en ratas cautivas, la fundamentación neurológica de la memoria y el origen del miedo. “De algún modo –ha comentado el autor- él (Bruno) es una cobaya del experimento de Cecilia”.

Bruno es un ser en conflicto permanente. No se siente bien en ninguna parte. Y, especialmente, no se había sentido bien, ni cómodo, ni comprendido, en su vida neoyorquina: “Yo no había nacido para hacerme adulto de una manera tan irrevocable y para ganarme la vida en los trabajos en los que ha habido siempre un sobresalto de competición y de crueldad”.

Mientras aguarda a Cecilia, una circunstancia fortuita le hace salir de su casa en Lisboa y asistir a una fiesta desmesurada que ofrece una estrella de la canción pop devenido en exitosísimo escultor, oportunidad que le permite a Muñoz Molina, con trazos fellinescos, “auscultar” la frivolidad (y hasta, en ciertos momentos, el sinsentido) de lo contemporáneo.

En la fiesta, el protagonista conoce a Ana Paula, una mujer que le recuerda a Cecilia. Es un momento distinto el que vive Bruno con la desconocida, pero que no aprovecha para modificar su rumbo. Porque él, más allá de la extraña y de la fiesta exótica, sólo aguarda a Cecilia.

Y quien lee esta historia también, así hasta su cierre, en el que se develarán, todos los enigmas. Cierre, final, al que Muñoz Molina nos ha ido llevando sin prisa, sin pausa, con sensible pluma. Con verdadera mano maestra.


Quiero expresar mi vivo agradecimiento a Muñoz Molina y a la editorial Seix Barral por el envío de la novela aquí comentada


En el blog:



En internet:



Video: Declaraciones del autor a Librotea, de “El País” de España. Subido a YouTube el 1.4.19. Duración: 9,15 minutos.

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