LUCES Y SOMBRAS DE ROSS MACDONALD



Recientemente, sendas notas relacionadas con el escritor estadounidense-canadiense Ross Macdonald (1915-1983) han permitido reactualizar la obra de este autor que tuvo gran repercusión en el plano internacional –incluida la Argentina- entre las décadas del ’60 al ’80 del siglo pasado.

Una veintena de títulos (novelas en su
mayoría) protagonizadas por el detective privado Lew Archer, directo “descendiente” del mítico Philip Marlowe de Raymond Chandler, le dieron gran popularidad (traducida en millones de ejemplares) entre los lectores de distintas partes del mundo, popularidad que se vio acrecentada cuando fue llevado al cine en dos oportunidades (con el nombre de Harper), puesto en la piel y en la sensible interpretación de Paul Newman (El blanco móvil, La piscina mortal o La piscina de los ahogados).

Hubo también una lectura “política” en la convulsionada Argentina de los ’70 de las crudas novelas policiales norteamericanas, descubiertas (o redescubiertas) en esos años, especialmente las de Raymond Chandler (en primerísimo término), Dashiell Hammett, Horace McCoy y similares. Todos autores que escribieron historias atractivas que también develaban el envés de la vida “americana”. “No es un mundo muy fragante –advertía Chandler- pero es el mundo en que vivimos”.

Macdonald, era el directo “descendiente” de aquellos autores, aunque sus historias debían leerse también en clave psicoanalítica, y la circunstancia de que fuera un autor vivo, relativamente joven y en actividad, comprometido con las denuncias sociales y políticas de esos años, lo volvía mucho más atractivo, tanto que no fueron pocos los que peregrinaron a Los Ángeles para entrevistarlo, entre otros el mismísimo Osvaldo Soriano.

Piénsese que en aquellos años no eran tan habituales los viajes internacionales (no, en todo caso, de los periodistas) y que se trataba de una época anterior a Internet, la informática y las comunicaciones entre regiones alejadas. Máxime en Argentina, poco habituada a recibir “noticias” del exterior (no, al menos, con la profusión con la que estaban conectados países y personas en el norte del planeta). Con el agravante de que en la Argentina conseguir algunas comunicaciones telefónicas era un albur (como también lo era obtener la instalación de esos “exóticos” aparatos en los domicilios particulares).

En definitiva, libros y autor “estaban ahí” y en consecuencia se lo leía, y atendía, con un cierto fervor o, en todo caso, con un mayor interés al habitual. Y Macdonald tenía para decir unas cuantas cosas interesantes en su literatura.

Margaret Millar
Tiempo pretérito. Su “prehistoria” lo muestra como una persona de una cultura infrecuente. En efecto, a pesar de haber crecido en un hogar disfuncional (su padre abandonó a la familia cuando era un niño y su madre no tenía recursos para mantenerla) y de haber estado al borde mismo de la delincuencia, se podría afirmar que los libros lo salvaron, porque recorrió las bibliotecas públicas y gracias a la lectura se alejó de las malas costumbres y las pésimas relaciones.

Macdonald, nacido en California con el nombre de Kenneth Millar, vivió su niñez y adolescencia en Canadá. De regreso en Estados Unidos, estudió en la Universidad de Michigan, donde conoció y se casó con Margaret Strum, quien pronto comenzó a ser conocida como autora de policiales con el seudónimo de Margaret Millar.

Fue un matrimonio que perduró hasta la muerte de Macdonald, en 1983 (ella lo sobrevivió once años más), pero sufrió altibajos, porque hubo fuertes peleas y la presencia del alcohol generó constantes problemas en la pareja. Y mucho más en la hija de ambos, Linda, quien huyó de un internado cuando tenía veinte años y sin dejar rastros. Linda había sido conflictiva casi desde siempre (borracha, mató accidentalmente a un niño cuando tenía dieciséis años) y su huida no hizo más que acrecentar sus problemas. Macdonald debió convertirse punto menos que en detective de la vida real para hallarla, dado que no contó con la suficiente colaboración de parte de la policía. La encontró finalmente, conviviendo con un jugador, mayor y casado. Más tarde la joven se casaría y tendría un hijo, pero siempre fue motivo de preocupación para sus padres, que terminaron perdiéndola cuando murió a los treinta y un años a causa de un accidente cerebral.

La huida de Linda, sus conflictos y, más aún, su muerte, llevaron al novelista a cambiar de perspectiva respecto de sus ficciones. En realidad, ya lo venía haciendo desde que publicara El caso Galton, en 1959. Macdonald había pasado previamente por varias etapas. Comenzó a escribir narrativa policial en 1944 con The Dark Tunnel y el “primer” Archer apareció en El blanco móvil, de 1949, novela que recibió punzantes críticas del propio Chandler, quien se burló de su autor al sostener que Macdonald se esforzaba en mostrar en ese libro su erudición universitaria.

No obstante las pullas, el autor se mantuvo en sus trece y confirió otra perspectiva a sus historias luego de una detenida lectura de las obras de Freud. A partir de Galton “emergieron” los adolescentes conflictuados, las historias “escondidas en los placares” de las viejas familias, los crímenes nunca esclarecidos ocurridos en el pasado y que repercutían en un presente de criaturas confundidas en un mundo cada vez más deshumanizado.

Los episodios con Linda, los temores de Macdonald respecto de su hija, sus conflictos interiores, quedaron reflejados en sus novelas. Al respecto, los críticos se detienen en tres de ellas, escritas una detrás de la otra: El coche fúnebre a rayas (1962), El escalofrío (1964) y El otro lado del dólar (1965). Es cierto que responden a un esquema parecido, esto es jóvenes que descubren secretos que no terminan de ser expuestos, relaciones un tanto edípicas, personas ávidas de dinero que cometen crímenes para mantener sus privilegios. Y similares. Pero ellas sintetizan sus búsquedas expresivas. Aparte de que Macdonald advirtió de manera reiterada que su obra, ciertamente compleja, debía ser considerada como una totalidad, sin tomar tanto en cuenta sus parciales.

En la última parte de su narrativa, Macdonald, activista en favor del medio ambiente, preocupado por los problemas sociales que se presentaban en Santa Bárbara (la Santa Teresa de sus ficciones) lugar de residencia de los Millar durante décadas, los expuso en novelas tales como El hombre enterrado (1971) o La bella durmiente (1973). En una de las escenas de La piscina mortal se ve a Harper (Paul Newman) limpiándose los pies manchados de petróleo luego de haber nadado en el mar.

Ha pasado, ciertamente, mucha agua debajo de los puentes y aunque la novela policial mantiene su auge (ahora con el “sello” de Escandinavia), parece haberse diluido, hasta difuminarse, el tipo de narrativa que se produjo durante años en los Estados Unidos. No hay un Macdonald actual Queda entonces la nostalgia por lo que fue. Y sus novelas, que conservan su eficacia, sus ajustadas tramas, la belleza de la prosa de este inolvidable autor.

Macdonald es aún hoy objeto de atención en los Estados Unidos. Tanto es así, que poco tiempo atrás el sello Fantagraphics Books publicó un extenso volumen que recoge declaraciones del autor formuladas al periodista Paul Nelson, de la revista Rolling Stone, y que nunca habían sido publicadas.
En ellas, Macdonald revisa su obra, las intenciones que lo llevaron a elaborarla y aspectos de su vida privada (aunque fue infranqueable cuando se le preguntó sobre su hija Linda). El voluminoso libro de trescientas páginas, profusamente ilustrado, lleva como título It’s All One Case (Todo es un solo caso) que bien resume la filosofía con la que Millar encaró su obra. Fue curado y prologado por Kevin Avery (Nelson, periodista, músico y biógrafo, falleció en 2006) y es uno de los más exhaustivos y originales homenajes al gran maestro del policial estadounidense.



“Un mundo en el que los pistoleros pueden gobernar naciones y casi gobernar ciudades, en que los hoteles y tiendas y célebres restaurantes son propiedad de hombres que hicieron su dinero regenteando burdeles; en que un astro cinematográfico puede ser el referente de una pandilla, y en que ese mismo hombre simpático que vive dos puertas más allá, en el mismo piso, es el jefe de una banda de quinieleros; un mundo en que un juez con una bodega repleta de bebidas de contrabando puede enviar a la cárcel a un hombre por tener una botella de un litro en el bolsillo...”· Raymond Chandler                                                                         

Los artículos dedicados a Macdonald aparecidos el año pasado en medios de de habla inglesa, son los siguientes:


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