"ENTRE ELLOS", DE RICHARD FORD

Aunque no con la riqueza de sus ficciones, el nuevo libro del autor norteamericano entrega a sus lectores una sensible aproximación a las figuras de sus padres y a la rica y compleja relación que mantuvo con ambos


Entre ellos (Between Them. Remembering My Parents), de Richard Ford
Anagrama, Barcelona-Buenos Aires, 2018, 162 páginas.
Traducción de Jesús Zulaika.
En España: 16,05 euros. En Argentina: 325 pesos.


“He vivido más años de los que vivieron mi padre o mi madre. Hoy no hay prácticamente nadie que los haya conocido. Y yo soy, por ello, la única persona que conoce estas cosas y puedo preservar estas memorias”, escribe el norteamericano Richard Ford en Entre ellos, su más reciente trabajo. En páginas sensibles y de elaborada prosa. rescata las figuras de su padre y su madre y, también, termina entregando un retrato sesgado del país que alguna vez fue.

No es intención del autor de El periodista deportivo exagerar la nota, ofreciendo retratos idealizados de sus progenitores o de sí mismo cuando niño, adolescente o joven, sino de presentarlos como fueron, o como recuerda que fueron, es decir con virtudes y defectos. Seres humanos, en definitiva.

En rigor, no estamos ante un libro enteramente nuevo, porque el “retrato” de Edna Akin, su madre, fue escrito por Ford muchos años atrás. En cambio,  el de su padre, Parker Ford, es reciente y se evidencia como un texto más pulido y esencial, prueba -podría decirse- de que los treinta años que separan ambos textos hablan del notorio crecimiento del escritor, de su claro dominio del oficio literario.

“El pasado es un país extranjero: allí se hacen las cosas de otra manera" escribió L.P. Hartley. Son palabras que podría repetir Richard Ford porque, en efecto, sus padres vivieron en un país diferente, con otras opciones de vida, con valores distintos a los de su hijo. Un pasado visto como si fuera una colección de fotos en sepia, de películas de comienzos del cine sonoro, aunque, por cierto, sólo cabe creerle a Richard, único responsable de lo que presuntamente hoy nos dicen o callan quienes fueron, porque no son otra cosa que fantasmas que únicamente hablan a través de él: “Imagínenlo. Tendrán que imaginarlo, porque no hay otra forma de hacerlo”.

¿Y qué nos dicen esos “ellos”? Que vivieron en un país de blancos protestantes profundamente racistas, convencidos de la supremacía de su nación sobre las restantes, un orbe machista y autosuficiente que permitía percibir la posibilidad de volver realidad el sempiterno American Dream.

Nada nuevo bajo el sol, y mucho más en estos días marcados por Donald Trump, pero más ingenuo, si se quiere, ligado a los sueños que proveía el Hollywood de los años dorados.

Parker era el “proveedor”, el padre de familia que, proveniente del campo, se inicia como empleado de una cadena de comestibles y más tarde pasa a otra, similar, donde se produce un asalto, a él lo golpean y, sin aclararle nada, sus patrones terminan despidiéndolo.

Pero, al poco tiempo se repone y comienza a trabajar como viajante de una empresa que vende almidón para lavanderías. A partir de ese momento, 1938, y hasta su deceso en 1960 seguirá atado a ese trabajo que le permite recorrer una y otra vez siete estados del sur de los Estados Unidos, en los que todavía “flota” la Confederación y, también, la utopía -violenta y reaccionaria- del Far West.

Parker, Richard y Edna
Los padres. El hijo. Sus padres se conocieron en plena Depresión, “un poco antes de 1938”, cuando faltaban el dinero y las oportunidades laborales, aunque (ella de diecisiete años, él de veinticuatro) no encontraron reparos en casarse pese a las estrecheces económicas. Decidieron andar por esos polvorientos, muchas veces desolados/desoladores, caminos del Profundo Sur norteamericano, viviendo en hoteles baratos, en casas ajenas, allí donde los sorprendiera la noche, sin grandes planes, pero, afirma su hijo, con profundo afecto mutuo.

Ese mundo, que les hacía vivir en una suerte de presente continuo, se quiebra cuando -quince años después casarse- Edna queda embarazada de Richard: “Pero entonces, para sorpresa de todos, mi madre quedó encinta en el verano de 1943. Y cambió el curso de todo”.
          
Los padres estaban acostumbrados a vivir “entre ellos”, sin que hubiera lugar para un tercero. Sin embargo, el hijo llegó, no habría que decir de sorpresa, pero sí que cuando tanto Edna como Parker ya no se lo esperaban porque, aunque desde siempre habían querido tener descendencia, durante esos quince años no lo consiguieron.

Se vieron entonces obligados a dejar de lado su nomadismo, afincándose en un lugar determinado, aceptando así que la presencia del nuevo miembro de la familia había “cambiado el curso de todo”.  Pese a cuanto se pudiera pensar, Richard fue aceptado con amor y ese amor de padres lo acompañó a lo largo de su vida. Fue un hijo único muy querido, aunque supo que había un mundo/otro integrado por sus padres al que nunca tuvo acceso, ese mundo de “entre ellos”, lo cual nunca fue un obstáculo para comprenderlos y amarlos. Y es por ese mismo amor recibido que escribió este libro.

“Ser un hijo tardío es un lujo, con independencia de cualquier consideración, pues ambas cosas te invitan a conjeturar a solas sobre el tiempo que fue antes”, afirma.

Conjeturas que en el libro aparecen como preguntas para las que, por supuesto, no hay respuestas. Ford, en todo caso, se limita a formularlas, porque todo el libro es una sucesión de hechos que pudo comprobar y no se adentra en supuestos, nada hay imaginario acá, aunque el libro sea en definitiva, un texto literario.

A ello mucho contribuye su estilo, que ha ido acentuándose, puliéndose, en cuanto a ascetismo narrativo, diciendo sólo lo indispensable, contando con una rigurosidad extrema, estilo que le permite “contener” o evitar los desbordes emocionales. 

Parker, por su trabajo como viajante, fue un padre ausente de lunes a viernes, durante años, hasta que se enfermó y, luego de diversos ataques al corazón, terminó muriéndose frente a mujer e hijo, quienes intentaron vanamente auxiliarlo. Richard tenía dieciséis años cuando vivió esa experiencia dolorosa, íntima, terrible, puesto que trató de hacerle respiración boca a boca -sin saber exactamente cómo proceder- en un episodio que lo debe seguir acompañando hasta hoy.

Edna falleció mucho tiempo después, cuando Ford empezaba a ser reconocido como escritor, aunque ella se preocupaba porque su hijo no tenía un empleo estable. Fue una relación que tuvo sus dificultades y que no terminó como el autor hubiese querido: cuando Edna insinuó la posibilidad de la convivencia, Richard le contestó de una manera ambigua, también impensada, que ella interpretó como una negativa. “Es una frase que desearía no haber dicho nunca”, confesó varios años después.

 “Las ausencias parecen cercarlo todo y entrometerse en todo. Aunque, al reconocerlo, no puedo permitir que ello sea una pérdida, ni un hecho que lamento, puesto que es solo la vida: otra verdad perdurable en la que debemos reparar”.

Richard y Edna
La segunda parte de este libro ya había sido publicada con el título de Mi madre, in memoriam, parte del libro Vintag Ford, selección de textos del autor aparecido en inglés en 2004. Seis años más tarde lo publicaría Anagrama como relato autónomo.


Richard y Kristina
En la actualidad prepara Be Mine, que, de concluirla (supone que de aquí a tres años), será la quinta de sus obras protagonizada por Frank Bascombe, casi su alter ego (El periodista deportivo, El Día de la Independencia, Acción de Gracias, Francamente, Frank). Ford vive actualmente en Nueva York porque está dictando clases en la Universidad de Columbia. Decididos a no tener hijos, al igual que sus padres, ama a Kristina (Hensley), la mujer con la que se casó hace cincuenta años y a quien dedica todos sus libros. “Perderla sería terrible”, ha confesado.

La edición
en inglés
“Un hijo único capta muchas cosas, y posiblemente más si sus padres tienen cierta edad. La imaginación de un hijo único la hacen vibrar melódicamente las cosas que sus padres dicen y no dicen. Siempre he dicho y sigo creyendo que mi infancia fue feliz. Pero eso no equivale a decir que la nuestra fuera una vida normal. La edad de mis padres no era la normal para tener un primer hijo. Ni siquiera ellos creían que lo fuera. Existía la creencia tácita de que deberían haber sido más jóvenes, o de que yo debería haber nacido quince años antes, cuando ellos eran unos adultos ‘nuevos’. Crecí sintiendo que debería haber sido más mayor, o que era más mayor. Había habido tanta, y tan importante vida antes de mí, de la cual sabía tan poco y de la que ellos no querían hablar, ya que yo aún no estaba en ella… No recuerdo a ninguno de ellos diciéndome, cuando me estaba haciendo mayor: ‘Richard, ¿te acuerdas…?’ O: ‘Richard, una vez tu padre y yo…’ De lo que hablaban y lo que estaba siempre en el aire era únicamente el presente, interrumpido por los largos espacios de tiempo entre el lunes y el viernes. Estas ausencias hacían que su unión fuera más estrecha y alcanzara cimas muy altas, pues juntos era la única forma en que habían estado siempre. Yo era el punto donde las cosas se habían desviado, y siempre lo sentí así. Para que la nuestra fuera una vida dichosa se requería ciertamente amor, y -por mi parte- disposición para colmar algunas cosas y eludir otras”.

En el blog:
En internet:


Video: discurso pronunciado por Richard Ford, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2016, en la ceremonia de entrega de ese año. Subido a YouTube el 28.10.16. Duración 11, 1 minutos. Subtitulado. Seguido por un segundo video: conferencia de prensa de Ford luego de serle entregado el premio en la ciudad de Oviedo. Subido a Youtube el 18.10.16. Duración: 23,40 minutos. Traducción simultánea.

Comentarios