LAS VARONESAS, DE CARLOS CATANIA

“Las varonesas”, de Carlos Catania. Las Cuarenta, Buenos Aires, 2015, 599 páginas. Prólogos de Guillermo Belcore y Néstor González. En Argentina: 350 pesos.
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Novela prohibida para lectores indiferentes. Su autor, el escritor argentino Carlos Catania, desdeña a quien no se quiera complicar, a aquél que busque leer “por arriba”, sin asumir riesgo ninguno. Reclama al comprometido, a quien exige como pocos si se decide a sumergirse en las páginas de “Las varonesas”, texto de 1978 hoy rescatado, que recuerda los postulados del joven Mario Vargas Llosa, cuando en sus primeros y ambiciosos trabajos quería acercarse a ese imposible que es la Novela Total.

Porque, en efecto, colocándose en las antípodas del hacedor de bestsellers, Catania alberga la idea de la grandeza, de la gran empresa, (como si fuera una nueva búsqueda de la ballena blanca), en este trabajo ciclópeo, que le demandó cinco años de escritura (más otros veinte, anteriores, de pensarlo y proyectarlo en su mente) y que estuvo injustamente olvidado durante casi cuatro décadas a pesar de que se trata (estoy convencido de ello) de un texto central de la literatura argentina.

Porque ésta es sin duda, una novela infrecuente, que abreva en “El matadero” y en “Amalia”, en “Facundo” y en “Los siete locos” y en “Los lanzallamas”, en “Adán Buenosayres” y en varias de las fundamentales novelas de Bioy Casares (“Plan de evasión”, “El sueño de los héroes”, “Diario de la Guerra del Cerdo”). En “Sobre héroes y tumbas”. En “Respiración artificial”. En “Cicatrices”. Es decir, en los textos argentinos fundamentales en los que las pasiones han cobrado papel protagónico.

“Las varonesas”, es tan extensa como intensa, no da ni permite respiro. Aquí todo parece confluir, desde el crimen al incesto, desde la crueldad extrema al amor más generoso, y en la que el paisaje, los paisajes, cobran papel co-protagónico, correspondiéndose con el estado de ánimo de sus protagonistas.

“Más allá, por sobre las mesas,
pudo ver cómo la luz de la tarde
se extinguía insensiblemente
sobre los árboles ya en sombra
de la Plaza España”.

Alfredo, el ángel caído

Alfredo es el personaje capital de la novela. Un hombre joven y talentoso, atormentado, nihilista en extremo que duda de todo y en realidad no termina creyendo en nada. Es un escritor sin obra, pero que vive obsesionado por la literatura. Escribe en cuadernos su “teoría del error” y –a la vez- su mente parece un libro en constante elaboración, como un work in progress febril en el que resuenan las recurrentes palabras de Shakespeare: ”La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido".

La novela se abre espléndidamente en un famoso y viejo café aún hoy existente en Santa
Fe (nombre actual: “Tokio Norte”; foto), en el que Alfredo juega al billar. También allí zigzaguea una rata, animal que se volverá fáctico, mensajero de lo terrible, casi al final de la novela, muy lejos del lugar donde transcurren las primeras acciones, que en un momento dado se trasladarán, en una jornada de intensa lluvia y de verdadera locura, al cementerio santafesino.

Al respecto, como deteniéndose en el devenir de la novela, el autor introduce en esas primeras páginas un “consejo para escritores” de significación: “Quien desconoce su ciudad no puede escribir una línea ni forjar planes extremos”.

La ciudad que se extiende a los parajes de las islas, concretamente a Arroyo Leyes (próximo a Santa Fe, zona de ríos, riachos, lagunas, que tributan al Paraná), en uno de los cuales se levanta una vieja casona caracterizada por las estatuas que la rodean y constituyen, suerte de útero de lo siniestro que se cocina en su interior, con esas “varonesas” (mujeres varoniles, ha querido decir) que de una u otra manera influirán en las vidas narradas, en las que habrá una madre enferma y un padre extraño y ausente. Y hechos terribles, de los que sólo se puede en esta crónica hacer referencia, porque será el lector el obligado a descubrirlos.

“Todos los camaradas estaban
allí, en las sierras de Zacapa,
no barbudos, como había imaginado
tontamente, ya que también
cumplían misiones en la ciudad”.

Un gran salto

“Las varonesas” reclama lectura atenta, un ir y venir por sus páginas, porque señales y símbolos, anticipos “indiciarios” (como quería Bioy) de lo que vendrá después, suponen marcas sutiles para el lector atento. Como un rompecabezas que deberá rearmarse, una y otra vez, hasta contar con el dibujo total.

Desde el primer momento (la mención a la rata, el hombre extraño –Julián Brocca- que llega a la casona, las cartas eróticamente inquietantes de la exótica Ciomara Triollet que recibe Alfredo) se anticipa que habrá, como finalmente, un cambio de clima, de escenario, de situaciones. Hecho que se produce cuando la novela “salta” al corazón de Guatemala, donde la vida “no vale nada”, como bien dice la canción.

El gran salto de la novela deposita al lector (y más tarde al propio Alfredo) en el corazón de las sierras donde un mítico –mitificado- guerrillero llamado El Castor libra su batalla contra un poder corrompido. Escenas que cobran un sesgo cinematográfico y que también se vuelven atroces cuando Catania habla de la cárcel, las torturas y los crímenes. Un sitio infernal, en el que la justicia está ausente y sólo parece haber lugar para la ignominia.

Intensa y terrible, con gran dominio de la “temperatura” literaria que la informa a lo largo de sus nutridas 600 páginas, la reedición de las “Las varonesas” es un acto de reparación y justicia. Debido, en primera instancia, a que Roberto Bolaño dejó escritas unas líneas ponderándola, a que el periodista argentino Guillermo Belcore las leyó y a partir de ellas (y de la entusiasta lectura que hizo de la novela) bregó para su publicación y a que el editor Néstor González “se animara” a publicarla. Conjunción de voluntades que corresponde destacar. Y agradecer.
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“Las varonesas” tuvo un primer lanzamiento por parte de Seix Barral de España en 1978, pero aquí no fue nunca distribuida por resultar censurada, junto con “La tía Julia y el escribidor”, de Mario Vargas Llosa, por la dictadura de la época. Un hecho obviamente injusto, tan propio de esos años terribles, que ha postergado por demasiado tiempo el conocimiento de este libro entre los lectores argentinos.

“Rolando sintió el campanazo junto al oído. La tierra tembló. Hubo como una pausa en el universo. Apenas. El pesado badajo retumbó nuevamente, esta vez en el oído opuesto, dispersando infinidad de puntos luminosos y punzantes, ensordeciéndolo. Se llevó las manos a la cabeza y trató de decir algo, pero las palabras resonaron en su interior y no salieron de allí, reproduciéndose dolorosamente en un eco confinado por su cráneo. Cayó de costado y pensó me caigo, e inmediatamente otro golpe de badajo crepitó a lo largo de su cuello, y luego otro y otro, y su padre lo miró un instante indicándole algo con los ojos, algo que no llegó a comprender porque enseguida todo se oscureció con la precisa lentitud de un reóstato arrastrando vagas imágenes, multitud de colores girando en las cuencas”.

Enlaces
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Perfil



Carlos Catania, autor, director y actor, nació en Santa Fe (Argentina) en 1931. Es autor de las novelas “Las varonesas”, “El pintadedos” y “Diario de Bonka”, de los libros de cuentos “La ciudad desaparece”, “La mutiladora” y “Como duermen las palomas" y de una veintena de obras teatrales. Con sus trabajos ha participado en diversas antologías publicadas tanto en Argentina como en el exterior. “Entre la letra y la sangre”, diálogos con Ernesto Sabato, ha sido traducido a múltiples idiomas. Ha dirigido e interpretado diversas obras en puestas teatrales realizadas en distintos países. También actuó en televisión y en diversas películas.

Comentarios

  1. Estimado Carlos:

    Hasta donde sé, la crítica más atinada sobre esta novela memorable se ha publicado aquí. Me encantó que precisara las referencias citadinas. Acabo de leer una justísima cita en las memorias de Jünger, que, pienso, viene al caso: 'Pro captu lectoris habent sua fata libelli' (Según la capacidad del lector, los libros tienen su destino).

    Mis respetos

    G.B.

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    1. Muchas gracias G.B. La novela de mi tocayo es un gran texto, exigente como pocos. Me alegra saber que algo de lo que dije ha servido. Estoy convencido de que "Las varonesas" merece mucho más (especialmente, difusión; gran difusión, y reconocimientos importantes). Mis saludos. Carlos Roberto

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