"Como la sombra que se va", de Antonio Muñoz Molina. El encuentro de dos vidas


“Como la sombra que se va”, de Antonio Muñoz Molina. Seix Barral, Barcelona, 2014 – Buenos Aires, 2015,531 páginas. En España: 21,90 euros. En Argentina: 249 pesos.
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“Uno sigue queriendo imaginar. La literatura es querer habitar en la mente de otro, como un intruso en una casa cerrada, ver el mundo con sus ojos, desde el interior de esas ventanas en las que no parece que se asome nunca nadie”, escribe el español Antonio Muñoz Molina en “Como la sombra que se va”, una audaz exploración en torno a la literatura, una confesión personal y, al mismo tiempo, un intento “detectivesco” de calar en la personalidad de James Earl Ray, el asesino de Martin Luther King. Asesinato imperdonable, del que hoy se cumple un nuevo aniversario.

La génesis de este arduo trabajo, que al principio puede confundir al lector, habla de una soledad absoluta, la de Ray, que buscó en Lisboa una suerte de puerta para poder pasar a África y allí esfumarse, mientras era perseguido por miles de policías del mundo entero. Y también indagar en lo que fueron los escasos días que pasó el propio autor en la capital portuguesa, mientras intentaba encontrar el sentido de que debía tener su novela por entonces en gestación, él también viviendo su desconcierto y su soledad.

De manera que por una parte, la novela se desliza hacia lo autobiográfico (la “autoficción”, hoy tan en boga) y por la otra trata de seguir las huellas y de cierto modo la forma de actuar y ver de Ray, especialmente en esos diez días (8 al 17 de mayo de 1968) que pasó en Lisboa, a la que llegó a causa de su ignorancia, de sus lecturas infantiloides, de su nula interpretación del mundo.

Ray, después de confesarse autor único del magnicidio, en determinado momento dio marcha atrás y contó una historia fabulada, según la cual otro habría sido el autor del asesinato de King (un fantasmal hombre llamado Raoul), pero nunca pudo comprobarse nada de lo que afirmaba, de manera que fue recluido de por vida hasta que murió en la cárcel en 1998.

“Habría bastado fijarse un poco para advertir su
singularidad, no por un rasgo que destacara en él
sino por algo que no llegaba a saberse lo que era,
un aire de extranjería, una soledad tan definitiva
como la de un animal o una estatua” (James Earl
Ray, al ingresar a la cárcel)

Una gran ignorancia

Aún hoy no está demasiado claro por qué, siendo Ray un prófugo de la justicia, se arriesgó tanto para trasladarse a Memphis, comprar un arma previamente, y asesinar al gran líder negro, para después emprender una huida alocada que lo hizo atravesar varios estados de los Estados Unidos, pasar a México, ir a Canadá, trasladarse a Londres, más tarde a Lisboa y nuevamente a la capital británica, donde terminó siendo arrestado.

Las teorías conspirativas abundaron, abundan y abundarán, especialmente si se toma en cuenta de que en los ’60 Estados Unidos se vio sacudido por los magnos crímenes que hasta la fecha siguen teniendo explicaciones vidriosas. Me refiero a los asesinatos de los hermanos Kennedy, al de Malcolm X y al de King, por citar a las muertes más relevantes en un país donde los estratos reaccionarios tenían y mantienen mucho poder.

En el supuesto de que Ray haya actuado solo y que únicamente por su particular odio racista haya maquinado el magnicidio, su actitud debería ser atribuida antes que nada a su gran ignorancia. Así, Muñoz Molina nos dice que Ray no terminaba de entender que se hubiese producido tanto alboroto si, al fin y al cabo, “sólo había matado a un negro”.

Esa ignorancia es la que explica que se haya dirigido a Lisboa, con la intención de “saltar” a África y allí esfumarse en forma definitiva, sin saber que allí no se hablaba inglés. Por lo tanto, en los diez días que permaneció en la capital lusitana sólo pudo tener contactos con prostitutas y borrachos, mientras gastaba el escaso dinero que llevaba consigo.

Ray fue un hombre profundamente solitario, alguien que no sabía bien qué hacer consigo mismo. Intentó diversos oficios, pero no practicó ninguno. Su vida fue monótona, realizó robos de poca monta y su existencia habría quedado sepultada en el olvido de no haber sido considerado el autor del asesinato de King. Vida que bien rescata Muñoz Molina, quien hizo una reconstrucción detallada, y muy vívida, de lo que fue la huida de Ray, especialmente en esos diez días que pasó en hoteluchos de Lisboa, desconcertado, como imposibilitado de hacer pie sobre la tierra.

“El tranvía 28 aparece doblando una esquina al fondo
de la Rua da Graça. Visto de frente es más alto y más
estrecho, como alzado sin peso sobre los rieles”

El segundo desconcertado

Lisboa fue también el lugar que buscó el mismo Muñoz Molina para encontrarle un cierto rumbo a su existencia. Era el año 1987 y el escritor, radicado entonces en la ciudad de Granada, donde cumplía tareas administrativas que le resultaban muy insatisfactorias, lidiaba con la que después sería su novela “El invierno en Lisboa”, que iba a volverlo famoso y cambiaría su vida. Pero cuando viajó a la capital de Portugal por cierto que lo ignoraba. Como ignoraba qué pasos dar respecto de su vida y sus proyectos.

“Había terminado un capítulo con la palabra Lisboa y no era capaz de empezar el siguiente”, comenta el novelista. Sin conocer la capital lisboeta había decidido ambientar su historia en esa ciudad, de ahí que casi de un día para el otro decidió hacer un viaje corto, de apenas tres jornadas, en el primer día del año 1987, sabiendo que dejaba a su mujer con su segundo hijo recién nacido. Fue una suerte de huida hacia un lugar que no dejó de ser de ensueño, a lo cual contribuyeron el cansancio y la ingesta de bebidas.

El maduro escritor de hoy intenta comprender, en términos conceptuales y literarios, al joven que fue y si bien no lo exculpa tampoco lo condena. Fue en 2012, cuando volvió a Lisboa, esta vez para visitar a su hijo radicado en Portugal (el mismo hijo recién nacido en 1987) que tuvo la “revelación” de escribir sobre ese pasado. Y de escribir sobre Ray, tan confundido como el mismo autor, que trató de encontrar en Lisboa una vía de escape, en su caso sin lograrlo.

En cuanto al pasado de Muñoz Molina, no intenta quedar bien parado (“ahora es cuando siento vergüenza”, escribe), pero rescata momentos fundamentales, que van desde su amor por el jazz y sus intérpretes, al único –e inolvidable- encuentro que mantuvo con Onetti, su historia de relación con su actual mujer, Elvira Lindo, a su mala relación con el alcohol. Y varias más. El buen estilo del escritor (Pablo De Santis acierta al hablar de su prosa reflexiva y melancólica) hace muy llevadera esta doble historia que admite sutiles puntos en común y que el lector debe encontrar y desentrañar.

“Mientras se afeitaba había sido capaz de mirarse sin remordimientos ni vergüenza en el espejo del cuarto de baño, sin ver en él la cara de un impostor, un pecador devorado por deseos ilícitos, el libertino de las murmuraciones y los chantajes de sus enemigos, los agentes del FBI que ahora mismo, probablemente, en una furgoneta estacionada cerca del motel, estaban escuchando lo que sucedía en la habitación con sus micrófonos ocultos”.


Martin Luther King Jr. muere a los 39 años, cuando era vigilado y sus ideas se habían radicalizado, por lo que perdía apoyos de determinados sectores y ganaba los de otros, entre ellos los de quienes se oponían a la guerra que se libraba en Vietnam. Es comprensible que aún hoy la familia del líder asesinado, y muchos otros, crean que hubo una conspiración y que Ray no haya sido su matador. Éste durante años, en la cárcel, intentó demostrar su inocencia, sin lograrlo. Muñoz Molina no llegó a esas conclusiiones “Las evidencias no avalan esas tesis”, sostiene.
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Perfil

Antonio Muñoz Molina cursó estudios de periodismo en Madrid y se licenció en historia del arte en la Universidad de Granada. Ha reunido sus artículos, reconocidos en 2003 con los premios González-Ruano de Periodismo y Mariano de Cavia, en volúmenes como El Robinson urbano (1984). Su obra narrativa comprende Beatus Ille (1986), El invierno en Lisboa (1987; Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Literatura, ambos en 1988), Las otras vidas (1988), Beltenebros (1989), El jinete  polaco (1991; Premio Planeta en 1991 y Premio Nacional de Literatura en 1992), Los misterios de Madrid (1992), Nada del otro mundo (1993, reeditado en 2011), El dueño del secreto (1994), Ardor guerrero (1995), Plenilunio (1997), Carlota Fainberg (2000), En ausencia de Blanca, Sefarad (ambos de 2001), Ventanas de Manhattan (2004), El viento de la Luna (2006), La noche de los tiempos (2009) y Como la sombra que se va (2014). Publicó los ensayos Córdoba de los Omeyas (1991), La verdad de la ficción (1992), Pura alegría (1998), José Guerrero, el artista que vuelve (2001), El atrevimiento de mirar (2012) y Todo lo que vuelve (2013). Ha recibido entre otros los premios Príncipe de Asturias, de la Crítica, Planeta, Líber, Jean Monnet de Literatura Europea, Prix Méditerranée Étranger, Jerusalén y Qué Leer. Desde 1995 es miembro de la Real Academia Española. Vive en Madrid y Nueva York y está casado con la escritora Elvira Lindo. Sus novelas “El invierno en Lisboa”, “Beltenebros” y “Plenilunio” fueron llevadas al cine en España.
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