"La fiesta de la insignificancia", de Milan Kundera. ¿La despedida?



“La fiesta de la insignificancia” (“La féte de l’insignifiance”), de Milan Kundera. Tusquets, Barcelona—Buenos Aires, 138 páginas. Traducción de Beatriz de Moura. En España: 19,50 euros. En Argentina: 169 pesos.
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“La insignificancia, amigo mío, es la esencia de la existencia”, afirma uno de los personajes de la última novela del checo-francés Milan Kundera, texto más que breve aparecido este año tanto en francés como en castellano (aunque en Italia se adelantó y fue conocido a fines del año pasado). Un relato humorístico y hasta frívolo, que busca expresar lo banal y eludir lo solemne aunque en sus entresijos campeen las ideas de la soledad y la muerte.

Desde hace años, el autor nos viene hablando de la “levedad” del ser, de la pequeñez, de lo ambiguo y pasajero que implica lo humano. Ahora, en breves pinceladas y con pretextos mínimos, acentúa esa su visión escéptica sobre la fragilidad y casi podría decir la sinrazón de la existencia. Pero lo hace con pasos de comedia, sin ánimo de acentuar la tragedia. Como un “anti”-Bergman, podría decirse.

En “La lentitud”, novela de 1995, su esposa Vera –devenida en personaje- le comenta en uno de sus pasajes: “Me has dicho muchas veces que un día escribirías una novela en la que no hubiera ninguna palabra seria. Ten cuidado, tus enemigos acechan”. Con “La fiesta de la insignificancia” y a los 85 años, Kundera ha cumplido con sus propósitos. Y, de verdad, no parece haber tenido en cuenta a sus presuntos o reales enemigos. Ha escrito a su antojo, con total libertad, como diciéndole al lector: o lo tomas o lo dejas.

Alain, Ramón, D’Ardelo, Calibán, son los amigos que deambulan por esta novela –más estrictamente nouvelle o relato largo-, con sus reflexiones, su participación en una fiesta, sus problemas, emocionales y amorosos. El non sense prevalece en muchas de sus páginas, mientras Kundera observa a un mundo colectivo, uniformado, en el que el individuo se diluye y todo parece volverse repetitivo. Repetido.

El ombligo y la marcha del mundo

En rigor, “La fiesta de la insignificancia” no presenta una historia sino estampas que a su vez le permite a Kundera reflexionar sobre la vida. La vida más actual, en la que ese individuo que tanto ha defendido, aparece hoy diluido en la uniformidad. Uniformidad que Alain ve resumida en la exhibición que, de sus ombligos, hacen las jovencitas.

Las mujeres, considera Alain (considera Kundera), tenían sus particularidades eróticas en muslos, pechos y nalgas, pero el ombligo, tal como se lo exhibe hoy, anula lo individual, uniforma. Así, comenta: “Antaño, el amor era la celebración de lo individual, de lo inimitable, de la gloria de lo único, de lo que no admite repetición. Pero el ombligo no sólo no se rebela contra la repetición, ¡es una llamada a las repeticiones! De modo que en nuestro milenio viviremos bajo el signo del ombligo”. (p.129).

Se genera una cierta contradicción entre los evidentes propósitos de “La fiesta de la insignificancia”, casi transparente en ese sentido, con aquello que alguna vez Kundera le dijera a Philip Roth, esto es que “una novela no afirma nada: una novela busca y plantea interrogantes”.

Claro, mucha agua ha corrido bajo el puente. Kundera concedió escasísimas entrevistas luego de sus dos diálogos con el novelista norteamericano, hasta que, hace ya mucho tiempo, simplemente dejó de hacer declaraciones. Desde aquellas declaraciones han pasado más de treinta años y el autor checo-francés parece haber querido decir aquí (casi) sus últimas palabras. Y de una manera muy explícita.

Recuerdos de la dictadura

En el libro, de manera un tanto sorpresiva, se recuerda una anécdota que el dictador José Stalin contaba a sus colaboradores. Según les narraba, un día salió a cazar, encontró veinticuatro perdices en un árbol, mató a la mitad y se quedó sin proyectiles. Entonces regresó a su casa, cargó de nuevo la escopeta, regresó al lugar donde estaban las perdices y mató a las restantes.

Obviamente, era una burla que gastaba a sus seguidores, quienes no podían objetar al dictador nada de lo que contaba. Lo hacía para medirlos, lo hacía para indignarlos. Lo hacía para humillarlos y demostrarles que él tenía todo el poder. Y que de esa manera debía vivirse, aceptar lo que imponía el mandamás y enmendar la historia toda vez que fuera necesario.

La uniformidad que supone la dictadura (y que tanto debió soportar Kundera hasta que debió exiliarse a Francia, a los 46 años), de una cierta manera repercute en la lectura de la uniformidad que hace el narrador respecto de nuestro momento más actual, pero al mismo tiempo, nos dice, nada termina siendo fundamental. Aceptémonos como somos, en nuestra intrascendencia, en nuestra condición efímera. En nuestra profunda e inamovible insignificancia.

En el texto, Kundera ha buscado condensar los temas que centraron su obra, esto es la sexualidad, el amor, la banalidad de los grandes discursos, lo efímero de la condición humana. Lo ha hecho de manera sintética, casi como un juego que no pocos han celebrado. En lo personal, y por tratarse de su probable “testamento”, hubiera querido otra cosa. O, en todo caso, hubiera deseado mucho más.
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Fotografías laterales: El Jardín de Luxemburgo, escenario donde concluye el relato (arriba); José Stalin, dictador soviético (abajo).

“¡Pero no olvides que la moda del ombligo inauguró el nuevo milenio! Como si, en esa fecha simbólica, alguien hubiera levantado una cortina que, durante siglos, nos hubiera impedido ver lo esencial: ¡que la individualidad es una ilusión!”.

Perfil

Milan Kundera nació en Brno, en la actual República Checa, en 1929. Estudió en el colegio Carolinum de Praga y dio clases de historia del cine entre 1959 y 1969. También trabajó como jornalero y músico de jazz. Un año después de publicar su primera novela, “La broma” (en 1967), fue prohibido en su país. Emigró a Francia en 1975 donde se radicó y tomó la ciudadanía. Enseñó literatura en la Universidad de Rennes y luego en la École des Hautes Études de París. Además de “La broma” escribió en checo las novelas ““La vida está en otra parte” (1972), “El vals del adiós. La despedida” (1973), “El libro de la risa y el olvido” (1978) y “La insoportable levedad del ser” (1984), así como el volumen de cuentos “El libro de los amores ridículos” (1970) y la obra teatral “Jacques y su amo” (1980). En 1953 publicó su primer libro, “El hombre en el jardín”, poesías, en tanto que sus “Monólogos”, también poemas, abarcan el período 1957-1965. Luego, escritas en francés, se conocerían las novelas “La inmortalidad” (1988), “La lentitud” (1995), “La identidad” (1998) y “La ignorancia” (2000) y los ensayos “El arte de la novela” (1986), “Los testamentos traicionados” (1992), “El telón” /2005) y “Un encuentro” (2009). Eterno candidato al Premio Nobel de Literatura, ha recibido varios galardones de importancia, entre ellos: Premio Medicis a la novela extranjera (1973), Premio Jerusalén (1985), Premio Austríaco de Literatura Europea (1987), Premio Herder (2000), Premio Nacional de Literatura Checa (2007), Prix Mondial Cino Del Duca (2009) y Premio Bibliothèque Nationale de Francia (2012), dotado de 10 mil euros y otros 8 mil para el estudio de su obra. La exigente Biblioteca de la Pléiade (de Gallimard) ha publicado sus obras completas, por lo que Kundera es uno de los pocos autores vivos que integran esa colección. Catorce años después de “La ignorancia”, Kundera ha vuelto a la novela con “La fiesta de la insignificancia”. “La broma” fue llevada al cine en Praga por Jaromil Jires en 1968 pero fue prohibida luego de la invasión soviética. En 1988 Philip Kaufman dirigió “La insoportable levedad del ser”. Varios de sus relatos fueron llevados al corto y otros a la televisión. Desde 1967 está casado con la checa Vera Hranbakova.
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Algunos enlaces:
Kundera en las Wikipedia
Kundera dejó de conceder entrevistas a comienzos de los ’80. Los últimos diálogos significativos son los que mantuvo por esa época con el norteamericano Philip Roth. En estos enlaces pueden leerse uno de los esos reportajes (en inglés; luego de la aparición de “El libro de la risa y el olvido”, 1978) y dos parciales traducciones en nuestro idioma:
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Comentario sobre “La broma” (1967; reeditada en castellano en 2012)

"La broma" ("Zert"), de Milan Kundera. Tusquets, Barcelona-Buenos Aires, 2012
 325 páginas. Traducción de Fernando de Valenzuela. Precios actualizados: En España: 19 euros - En Argentina: 195 pesos
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Ludvik,  joven y eufórico, le envía una postal a Marketa: “¡El optimismo es el opio del pueblo! El espíritu sano hiede a idiotez. ¡Viva Trotski!”. Ludvik escribió su postal “olvidándose” del lugar en el que vivía. Y el tiempo que le había tocado en suerte. El tiempo era 1949 y el lugar Praga, la capital checa (entonces checoslovaca) en la que regía un cerrado, y cerril, régimen comunista.
Ludvik al poco tiempo debió rendir cuenta de lo escrito ante un tribunal estudiantil que le reclamó aclaraciones. Todas las palabras que inocentemente había escrito cobraban otro sentido en ese tribunal inquisitorial, si no kafkiano. A partir de ahí todo fue pérdida.
Ludvik, Marketa, la historia que se cuenta, pertenecen a la novela “La broma”,  escrita por el entonces desconocido Milan Kundera cuando tenía 34 años, en 1965. Antes de lograr publicarla debió lidiar contra una censura adocenada y absurda como toda censura, hasta que dos años más tarde, en 1967, es decir un año antes de la luctuosa invasión soviética, logró editarla. Y fue un éxito clamoroso en su país, tanto que en tres impresiones sucesivas lograron venderse más de 120 mil ejemplares.
“Un año después –contaría mucho más tarde el autor- la invasión soviética lo trastocó todo. ‘La broma’ fue cubierta de acusaciones injuriosas como resultado de una larga campaña de prensa, fue prohibida –al igual que mis otros libros- y fue retirada de las bibliotecas públicas”.
Sin embargo una copia clandestina logró salir de Praga, recalar en Francia y fue promovida, con generoso prólogo, por Louis Aragon, quien pese a ser comunista ayudaba, a veces sin conocerlos, a escritores que vivían en la Europa Oriental. Kundera destacó ese aporte desinteresado. Y aunque, con traducción muy deficiente, así logró conocerse en Occidente el nombre del prohibido escritor checo.

El exilio interior y lo que vino después

En aquella Checoslovaquia que tanto cambió para mal luego de la invasión soviética, Kundera padeció un verdadero “ostracismo” interno. Con su obra prohibida, desempleado, se transformó en un símil de los leprosos de la Edad Media, al que casi todos rehuían. Hasta que llegó el momento en que pudo salir de esa asfixia y radicarse en París en 1975 (sin saber casi nada de francés).
Lo que vino después fue la explosión que produjo su obra, tan original, y Kundera se transformó en una de las voces más reclamadas en la década de 1980, especialmente después que diera a conocer su obra capital, “La insoportable levedad del ser”, novela “filosófica” de 1984 que, se crea o no, se conoció en la actual República Checa sólo en 2006, por suerte con notable éxito.
En el período “checoslovaco” y a través de varios de sus ficciones, Kundera reivindicó al individuo nacido en lo que ha llamado los Tiempos Modernos, devenidos con y a partir de la Revolución Francesa. Irónico, mordaz, crítico del sistema de vida imperante entonces, trabajando con el absurdo, sin olvidarse ni en un solo momento del amor. Siempre escéptico, escribió sus mejores textos: los cuentos de “Los amores ridículos” y las novelas “La vida está en otra parte” y “El vals del adiós (La despedida)”.
Estos trabajos se conocieron masivamente después de su exilio y a algunos de ellos los concluyó en Francia, como ocurriera con “La insoportable levedad del ser” y con un texto anterior, “El libro de la risa y el olvido”. Desde 1988 comenzó a publicar en francés, pero su obra resultó comparativamente menor y ha ido menguando en los últimos años.

La novela hoy recuperada

La revisión que ha hecho el traductor Fernando de Valenzuela de su propia traducción es tan minuciosa que llega al punto de realizar cambios mínimos, tales como “Trotski” en vez de “Trotsky” o “cabalgata de los reyes” en vez de “Cabalgata de los Reyes”. Esto, aunque parezca exageración, revela un respeto escrupuloso al original, y al autor, algo que debe ponderarse porque aunque de ese modo deberían trabajar los traductores no es lo que más abunda, hoy por hoy.
“Una broma extraviada en un mundo que ha perdido el sentido del humor”, aguda definición de lo que es esta novela erótica, con un Ludvik que va de tropiezo en tropiezo luego de la torpe, o en todo caso inconveniente, postal enviada a Marketa y que más tarde quedará atrapado entre otros amores, el de la tierna Lucie y el de la apasionada Helena, esposa de uno de sus enemigos, a través de la cual intentará vengarse pasados varios años de su “destitución” y comienzo de su ostracismo.
Sexo, política, costumbres ancestrales, ideología, nacionalismo extremo, risas, temores, sensualidad, grotesco, ese es el cóctel que constituye “La broma”, escrita con variedad de voces y personajes y por lo tanto con cambios de perspectivas que enriquecen el texto.
Para entender un poco más el “espíritu” que animaba a Kundera en aquellos años, vale rescatar conceptos del autor en una entrevista que le hiciera Olga Carlisle, de The New York Times Magazine, en 1985: “La vida, cuando uno no puede recatarla (recatarla: no volverla indiscreta) a los ojos de los demás es como un infierno. Los que han vivido en regímenes totalitarios lo saben, pero esos sistemas sólo ponen de manifiesto, como una lente de aumento, las tendencias de la sociedad moderna, en general. La devastación de la naturaleza, la declinación del pensamiento y del arte, la burocratización, la despersonalización, la falta de respeto a la vida personal. Sin intimidad, nada es posible… Ni el amor, ni la amistad”.
Kundera siempre nos ha obligado a pensar, a ser críticos, a ser disconformes. Bien vale que se haya rescatado “La broma”, para así permitirnos volver a visitar su mundo, tan rico y complejo. Tan infrecuente en nuestros días.
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Video: Entrevista a Milan Kundera en 1968 (en francés):







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